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¿Dónde está el amor en tiempos del coronavirus?

¿Dónde está el amor en tiempos del coronavirus? ¿Está todavía acechando a la vuelta de la esquina, en cuarentena, de la misma manera que nosotros? ¿O anda ahí afuera aceptando el miedo y la incertidumbre, de la misma manera que nosotros? Estoy bastante harta de la frase: “estos tiempos inciertos”. No hay nada de incierto acerca del amor, la esperanza, el optimismo y la humanidad. Pandemia. Pandemonio, una palabra más tratable, explica la prisa de comprar todo el papel de baño, dejando los anaqueles de los supermercados vacíos por semanas. Algunos humanos se lavan vigorosamente las manos y se cubren a sí mismos con capas protectoras, mientras otros pasan por alto las advertencias globales. Pensamos que nuestros pequeños enclaves, terrenos, islas y nuestra distancia respecto a los continentes infectados por el coronavirus nos protegerían.

El cierre de fronteras y las cuarentenas forzosas para las personas que llegan en avión desde otros países nos recuerdan, con insistencia, que podríamos regresar al coronavirus en cualquier momento. Por eso los municipios, las ciudades y los estados han implementado lineamientos de distanciamiento social para contribuir a detener la propagación del virus. Antes del covid 19, el espacio personal había sido arbitrariamente definido como uno o dos pies de distancia entre los cuerpos. Ahora la distancia de seis pies se ha convertido en la nueva norma y, especulo, podría permanecer como parte de las culturas humanas alrededor del mundo por mucho tiempo después de que los cubrebocas ya no sean necesarios. Nuestras interacciones personales a la distancia crean un mundo extraño, incluso para quienes somos introvertidos. Aquellos que nunca se preocuparon en forma alguna por la cercanía de otras personas han repensado sus posturas sobre el distanciamiento, pues ahora sienten como si hubiera demasiado espacio. Me gusta autoaislarme pero, ¿la medida tiene que ser impuesta por mandato gubernamental? ¿Dónde está mi libertad de estar sola? Oh, Dios, ¡realmente lo extraño! ¡Ay, maldición, de verdad extraño a mis compañeros de trabajo y a mi jefe que me presionaba y de quien yo sentía que había que huir como del mal aliento de un dragón! Por el contrario, los extrovertidos de nuestras sociedades se están jalando los pelos de la cabeza después de pasar semanas encerrados en sus casas, con sus esposas y esposos, sus hijos y otros miembros de sus familias, todos bajo un mismo techo. ¿Por qué no puedo ir al bar? ¿Por qué no puedo ir de compras? Decir que es problemático, es lo menos que se puede declarar sobre el aislamiento al que lleva la cuarentena. La televisión, los videojuegos, las conexiones virtuales y las películas en línea que uno puede aguantar tienen un límite, después del que surge el deseo de ser antisocial, que es como yo llamo al momento cuando no puedo resistir el abrazar a gente que conozco, adoro y extraño, cuando llegamos a encontrarnos.

Sí, los crímenes se han reducido en muchos lugares de la Tierra, animales que estaban aislados han salido de sus escondites para pasearse por las calles vacías ahora que hay menos humanos por ahí y la calidad del aire global ha dado un giro para bien, alejándose de la sensación de castigo del cambio climático. Me atrevería a decir que ha habido un cambio climático catastrófico. El miedo ha agarrado con fuerza, con su encendida presencia, cada molécula del aire. De este miedo surgen ansiedades sobre uno mismo y los demás, emergen tensiones alrededor de otros virus que han plagado a la humanidad por miles de años, sean los sistemas de casta, el racismo sistémico, la misoginia, la xenofobia, la discriminación a personas discapacitadas, las contiendas políticas o la codicia económica. A pesar de las amenazas universales a nuestras vidas, nuestra falta de humanidad ha dado un paso al frente y se ha colocado de manera central para recordarnos que no importa lo que sea que nos amenaza como colectivo, de cualquier manera, algunos de nosotros seguimos atrapados en las garras del consumismo, el egoísmo y de avergonzar a otros en público. Varias personas han identificado las carencias en nuestras sociedades para explotar la situación y ganar dinero ellos mismos, mientras otros acumulan papel de baño privando de él a los demás. Uno pensaría que todos vamos en el mismo barco, avanzando en un mar cubierto de un enemigo biológico invisible a simple vista; pero no estamos en el mismo barco. Todos estamos en nuestros propios barcos, separados seis pies los unos de los otros. Lamentablemente, algunos de nuestros buques en altamar están bien fortificados, mientras que otros tienen hoyos por los que se mete el agua, rápidamente. Las disparidades prevalecen de la misma manera en que las semejanzas son evidentes.

El mensaje de #juntosaladistancia para muchas comunidades globales busca unir mientras se está en cuarentena, separados, aislados y conduce al oxímoron del distanciamiento social: un término compuesto por la extraña yuxtaposición del involucramiento personal, pero no tanto como para que haya algún tipo de contacto físico o biológico invisible. Nada de saludos de mano, nada de abrazos, nada de decir palabras frías o calientes a la cara de alguien. Cualquiera es sospechoso de estar en contacto con o de propagar el virus, por lo que los equipos de protección personal y las precauciones son alentadas al estar en espacios públicos. Los festivales y reuniones como graduaciones, ceremonias matrimoniales, conciertos y actividades de los parques de diversión están suspendidos hasta nuevo aviso, o existe la opción de esa aprehensión que uno siente… un escalofrío en la columna vertebral cuando alguien que está parado a 1000 metros de distancia, pero al que se le puede ver tosiendo… como si el coronavirus se hubiese agarrado a sus pulmones. No voy a mentir, me siento paranoica al ver en redes sociales los videos de gente en las camas de hospital, conectados a los ventiladores, aferrándose a la vida en hospitales saturados, con carencias de equipamiento y rodeados de enfermeras exhaustas en cada rincón del mundo.

Lo que es seguro es la necesidad de compasión, autocuidado y conciencia por medio de la mejor comunicación de la que seamos capaces, utilizando todas las posibilidades de los instrumentos comunicativos que hemos creado desde el alba de la historia humana; como un esfuerzo para traducir nuestras emociones, pensamientos y visiones para un mundo más sano. Quizás los espacios públicos desinfectados se vuelvan la norma. Quizás menos viajes en vehículos motorizados nos ayuden a continuar valorando la mejor calidad del aire. Quizás el distanciamiento social de seis pies se convierta para siempre en la norma espacial que requiramos para interactuar los unos con los otros. El mundo va a… el mundo ya se ve diferente y nosotros estamos en una posición privilegiada para visualizar un planeta que ya no sintamos amenazado por, o mejor aún, un mundo en el que no tengamos miedo de nosotros mismos y de los otros ahora que hemos pasado algún tiempo separados. Dicen que la ausencia hace crecer el cariño. Por tanto, es posible que el amor exista en tiempos del coronavirus.

Podemos desechar la idea de enemigos visibles e invisibles porque estamos en esto todos juntos y con compasión, amor y consideración podemos construir una comunidad global que nos inspire, motive y proteja a todos en este siglo XXI y después. La Tierra a los seres humanos: tenemos un problema. ¿Hacia dónde nos dirigiremos ahora, al caos o a la comunidad? Creo que podemos encontrar maneras de ayudarnos los unos a los otros sin causar daño o tomando de unos más de lo que necesitamos para nosotros mismos. Todos podemos aprender a vivir cubriendo sólo las necesidades básicas o ¿vamos a seguir viviendo en el exceso, sin consideración hacia nuestros vecinos del poblado cercano, de la ciudad, del estado, de la nación, del país, o incluso más cerca, del cuarto de al lado? Podemos encontrar belleza en la fealdad del distanciamiento social y el amor en tiempos del coronavirus.

 

 

Traducción del inglés de Germán Martínez Martínez

La Bitácora del encierro es un proyecto de la UAM Cuajimalpa