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El Profesor Latapí y la abolición de las leyes drásticas contra la lepra en México

La lepra de antes era terrible, incurable y muy contagiosa, símbolo de todos los horrores y sufrimientos (Fig. 1 y 2). En este sentido, México ha sido el principal precursor en considerarla como una enfermedad común —curable gracias a las sulfonamidas— que se adquiere por contacto íntimo y prolongado con un paciente bacilífero de la misma familia, y que no requiere prisión perpetua en anacrónicas leproserías, sino tratamiento ambulatorio compatible con una vida normal.

En relación con las leproserías y dispensarios antileprosos, Latapí escribió: “se ven claramente los defectos de esta obra, una reglamentación copiada de otros países, drástica e impracticable, con falta de personal preparado y fracaso de casi toda la organización”.

 

Los inicios de la lepra en México

En México, los primeros trabajos importantes sobre lepra fueron publicados por Ladislao de la Pascua en 1844 en el Opúsculo del mal de San Lázaro o elefantiasis de los griegos y Rafael Lucio e Ignacio Alvarado en 1852 con el descubrimiento de la lepra lepromatosa difusa, una de las formas clínicas más graves de esta enfermedad. En los inicios del siglo XX las bases de la Escuela Mexicana de Dermatología fueron sentadas por Salvador González Herrejón y Fernando Latapí. El primero murió en 1965 y el último, su alumno y colaborador, nació en 1902 y fue uno de los más importantes dermatólogos mexicanos: redescubrió la lepra lepromatosa difusa (pretty leprosy) en 1938, que más tarde se conocería como lepra de Lucio y Latapí. Murió en 1989 a los 87 años de edad (Fig. 3 y 4).

 

Breve historia del Código sanitario, reglamentos y su abolición

El Código Sanitario de 1926 consideró a la lepra como enfermedad transmisible, de notificación obligatoria a la autoridad sanitaria en las primeras 24 horas del diagnóstico de casos confirmados o sospechosos, por toda persona que ejerza la medicina, directores de hospitales, hospicios, asilos, escuelas, fabricas, talleres y establecimientos comerciales. En 1927 se realizó el primer censo de lepra en el país, registrando 1,450 enfermos, el 62% en Jalisco, Distrito Federal (actualmente Ciudad de México), Michoacán, Sinaloa y Guanajuato. En 1930, el Departamento de Salubridad Pública expidió el Reglamento Federal de Profilaxis de la Lepra y la creación del servicio del mismo nombre a cargo del doctor Jesús González Urueña durante siete años. Ese año marcó el principio de una labor organizada y bien intencionada para llevar a cabo la profilaxis de la lepra. Los enfermos estaban obligados a tratarse por médicos particulares, de la administración sanitaria o de los establecimientos de aislamiento especial. También el aislamiento de los leprosos infectantes (con rinitis bacilífera, lesiones abiertas como úlceras o mal perforante plantar) en sus domicilios, en salas especiales de hospitales oficiales o leproserías. Se crean, a partir de ese año, veintiún dispensarios antileprosos en los estados con el mayor número de casos, como Jalisco y el Distrito Federal.

En 1937 se inauguró el dispensario “Dr. Ladislao de la Pascua” en la Ciudad de México, y en 1939 el asilo “Dr. Pedro López” en la ex hacienda de Zoquiapan en Ixtapaluca, Estado de México, con capacidad de 450 camas. Según las ideas oficiales en esos tiempos, la leprosería se consideraba un instrumento indispensable de toda campaña contra la lepra.

En 1941 Latapí publica el artículo “Lepra y acción sanitaria” en la Gaceta Médica de México y se pronuncia por la necesidad de un cambio en los sistemas de profilaxis antileprosa. Su ideal era ver al paciente no como un “caso”, menos como un “leproso”, sino como una persona enferma que vive, piensa y sufre.

En el año de 1946 todo cambió al usarse las sulfonamidas en el tratamiento. Fue el principio de una nueva etapa de la lepra en México, pues la lepra ya era curable y el tratamiento comenzaría a segar las fuentes de transmisión. En ese momento el tratamiento sería la mejor profilaxis.

En 1951 el primer dispensario antileproso se transformó en el Centro Dermatológico Pascua, y en 1952 el Servicio Federal de Profilaxis de la Lepra comprendió la conveniencia de cambiar el nombre a Centro Dermatológico en todos los dispensarios antileprosos del país.

En 1955, el Reglamento de la Lepra es derogado y sustituido por uno nuevo, al reconocerse como anacrónico, drástico e impráctico. En 1960 el Servicio Federal de Profilaxis de la lepra cambió a Programa para el Control de las Enfermedades Crónicas de la Piel, siendo su titular el Dr. Fernando Latapí. Durante este período se fortaleció el funcionamiento de los centros dermatológicos y se crearon treinta y nueve unidades móviles constituidas por un médico y una enfermera que visitaban las localidades de los once estados con el mayor número de enfermos, diagnosticándose e iniciando tratamiento a más de 10 mil casos nuevos. Con esto se cerraba un ciclo de 50 años de oprobio contra el enfermo de lepra. En 1965, el Dr. Latapí y su grupo confirman la utilidad de la talidomida, el adelanto más grande después de las sulfonas en el tratamiento de la reacción leprosa.

 

Latapí y sus adelantados conceptos sobre la lepra

Latapí propuso como objetivo de la lucha antileprosa la erradicación de la enfermedad de una región o un país. La manera de lograrlo era no permitir la difusión de la endemia, evitando la transmisión del sujeto enfermo al sano. El profesor señalaba que la mayoría de los países afectados por la lepra elaboraron una legislación que incluía medidas consideradas necesarias, es decir, una norma legal a la cual hay que ajustarse, pero que no era suficiente. Era la época del tratamiento de la lepra con aceite de Chaulmoogra, y en ese entonces las labores de salud sobre la lepra se basaba en tres puntos básicos: descubrir casos, tratarlos y aislarlos.

Para descubrir casos había que tener una declaración obligatoria, se debía fomentar la consulta en dispensarios para reconocer casos incipientes, implementar censos en pueblos, estudiar grupos humanos, así como examinar a los parientes y personas que tienen un contacto más o menos íntimo con los enfermos, puesto que los nuevos casos se presentarían entre quienes convivían íntimamente con el enfermo, en especial los niños o jóvenes. De esta manera, se cambia el panorama de la enfermedad con un diagnóstico temprano (el trabajo de ingreso a la Academia Nacional de Medicina de Latapí) y el resultado de su tratamiento, ya que el caso puede ser curado y era posible evitar que este se convirtiera en infectante.

Latapí se refería a lo trascendente de haber considerado a la lepra como incurable por siglos, y esto a su vez ser la causa del descuido en que se tenía a los enfermos, así como el origen de las “leproserías-depósitos” y, de manera indirecta, contribuir a la marcha ascendente de la lepra. Al mismo tiempo, nada justificaba ese abandono del leproso, pues siempre habrá algún alivio material o moral que proporcionarle dentro de su situación desesperada.

 

Acerca del aislamiento de los enfermos

Con respecto al aislamiento, Latapí apuntaba que, como en toda enfermedad transmisible, está universalmente admitido que la separación de los enfermos era una de las piedras angulares de la profilaxis y que, en la lepra, esta separación reviste características muy especiales debido a su naturaleza. Sin embargo, había sido motivo de controversia respecto al modo de llevarla a cabo, a veces con vejaciones o con indiferencia. Llamaba la atención en la clasificación clínica de esta enfermedad, ya que hay gran número de enfermos no infectantes, por lo que consideraba el encerrar en leproserías a este grupo de pacientes como “crímenes de salud”. Por otra parte, era consciente de que esta clase de aislamiento solo era relativo, que daba buenos resultados en algunas culturas, pero no cuando a la ignorancia se une la pobreza.

 

Las leproserías

En ese momento la mayoría de los países con lepra preservaban la segregación, más o menos obligatoria, en instituciones especiales o leproserías. De este modo, el enfermo infectante podía quedar separado de una manera más completa sobre todo para aquellos que disponían de algunos medios de vida e instrucción. Al mismo tiempo, teniendo en cuenta la conocida susceptibilidad de la infancia, se consideraban necesarios los preventorios infantiles, pero siempre que se contara con personal específicamente preparado para esta lucha. Es decir, como en los tiempos actuales, donde quiera que haya lepra es urgente la formación de leprólogos prácticos, ya sean médicos, enfermeras o trabajadoras sociales.

 

Ni violencia ni coerción

Ya en esa época su pensamiento ponderaba que el aplicar medidas coercitivas o violentas era sacrificar el fin a cambio de resultados solo aparentes y engañosos. Por eso no se debía sancionar al médico por no haber dado aviso, ni haber conducido a un enfermo por la fuerza a un dispensario, así como por no haber insistido en la obligación legal de aislarlo o de encerrarlo contra su voluntad en una leprosería, vigilarlo y rodearlo de candados y alambre de púas para que no se fugara, o si lo hizo, castigarlo; tampoco se debía hacer redadas de leprosos, semejantes a las de perros o mendigos, ni obligar a comparecer a los parientes para su estudio mediante citatorios judiciales.

 

El fin de las leproserías

La leprosería o lazareto no basta para acabar con la lepra. La leprosería de ayer, la leprosería-cárcel, ha hecho mucho daño a la lucha contra la lepra. La leprosería de hoy en día debe estar concebida como una colonia agrícola, un establecimiento de trabajo, un centro de tratamiento activo, una gran ayuda. Debe preservase sobre bases nuevas. En resumen, Latapí señalaba que no es factible luchar contra la lepra solo mediante un reglamento. Hay que contar con un programa, un personal y una política, y añadir suficiente dinero y pasión.

 

Concluía que no era conveniente que las disposiciones legales se hicieran cumplir de modo drástico porque el resultado sería contrario al que se buscaba. El resto de los enfermos se ocultaría lo mismo que sus parientes y el padecimiento continuaría en ellos, se transmitiría a otros sin poder intervenir y se acabarían las presentaciones voluntarias. Solo una política de salud con atracción y persuasión podía empezar a establecer bases sólidas de profilaxis antileprosa para el futuro. Decía que hacer profilaxis es tratar de modo activo los casos mejorables y mostrar los resultados, así como conservar la esperanza en la curación.

 

Referencias

Arenas, Roberto y Latapí, Fernando. Las enseñanzas del Maestro. UNAM, México, 1991.

Arenas, Roberto y Latapí, Fernando. Sus contribuciones a la dermatología. Editores de textos mexicanos, México, 2009.

Arnold, Harry L. “Diffuse lepromatous leprosy of México (spotted leprosy of Lucio)”, en Archives of Dermatology and Syphilology, 1950, 61, pp. 633-666.

Diario Oficial de la Federación. Código Sanitario de México. Departamento de Salubridad Pública, México, 1926, 579- 99.

Diario Oficial de la Federación. Reglamento de Profilaxis de la lepra. Secretaría de Salubridad y Asistencia Pública, México, 1930, 4-8.

Diario Oficial de la Federación. Reglamento de Profilaxis de la lepra. Secretaría de Salubridad y Asistencia Pública, México, 1955, 3-4.

González Urueña, Jesús. La lepra en México. El Ateneo, Buenos Aires, 1941.

Latapí, Fernando. “Manifestaciones agudas de la lepra”, en Medicina, México, nº 18, 1938, pp. 526-538.

Latapí, Fernando y Zamora Chévez, Agustín. “The ‘spotted’ leprosy of Lucio (La lepra “manchada” de Lucio). An introduction of its clinical and histological study, en Internacional Journal of Leprosy, vol. 16, nº 4, 1948, pp. 427-431.

Latapí, Fernando. “Lepra y acción sanitaria”, en Gaceta Médica de México, 1941, LXXI (6)

Latapí, Fernando. Cincuenta años de lucha contra la lepra en México (1930-1980), en Dermatología Revista Mexicana, México, 1980, 24(1), pp. 81-86.

HW, Wade. The “Lucio” and “lazarine” forms of leprosy (Editorial). International Journal of Leprosy, nº 17, 1949, pp. 95-102.

 

Ilustraciones

Fig. 1 Lepra. Un caso avanzado (Colección Latapí-Arenas).

Fig. 2 Lesiones incapacitantes en lepra (Colección Latapí-Arenas).

Fig. 3. Lepra lepromatosa difusa (Colección Latapí-Arenas).

Fig. 4. Profesor Fernando Latapí (1902-1987).

 

 

Roberto Arenas, Aureliano Castillo-Solana,

Marina Romero-Navarrete, Eder R. Juárez-Durán