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La vida en el leprosario de Tabriz

En este breve testimonio de 1962, Forugh Farrojzad (1935-1967) habla de su obra maestra, La casa es negra, cortometraje documental grabado ese mismo año en el leprosario de Tabriz y en el que se recogen fragmentos del Corán, del Antiguo Testamento y de su propia poesía. Aunque tal vez poco conocida en el medio hispánico, es una cinta potente e inolvidable.

Como señala el crítico Geoff Andrew, su película forma parte del cine de arte moderno iraní que surge a fines de los cincuenta como alternativa a los populares melodramas y musicales. Dentro de ese cine que “pintaba la vida iraní en términos más realistas” y que fue condenado por el régimen de la época, Farrojzad retrata a los leprosos en sus actividades diarias, como la escuela, el juego, la comida y la oración. Pero logra más: hay un impacto y un temblor que sólo consigue un mundo poético —no exento de dolor y crudeza, por ejemplo—.

Tras su divorcio en 1954, perdió la custodia de su hijo y nunca pudo volver a verlo. Quizás eso la animó aún más a adoptar a Hossein Mansouri —hijo de dos leprosos y hoy traductor y poeta radicado en Alemania—, quien aparece en algunas escenas. Es el niño que, cuando el profesor le pide nombrar cuatro cosas bellas, cavila un poco y responde: “la luna, el sol, las flores, el juego”, línea que da título a un documental más o menos reciente sobre él y su madre (Moon Sun Flowers Game).

Farrojzad publicó cinco libros de poemas y, un año antes de La casa es negra, filmó otro documental —Un fuego (Yek Atash), en colaboración con Ebrahim Golestan— sobre el incendio petrolífero en Aghajari. En marzo de 2019 se publicó al fin su poesía reunida en español, Eterno anochecer, en traducción de Nazanin Armanian. Recogido por Farrajollah Saba, el presente testimonio es un material único para continuar adentrándonos en la obra de esta poeta fascinante.

 

Iván García

 

 

La vida en el leprosario de Tabriz

Forugh Farrojzad

 

Acompañé al Dr. Radji para conocer de cerca el leprosario de Tabriz y examinar las posibilidades de trabajo. Los encargados de la casa, incluido el jefe del dispensario y el médico adjunto, estaban en contra del proyecto. Sólo había un médico que trataba a los enfermos con medicamentos muy elementales como sulfamidas… El leprosario de Tabriz se encontraba en una zona montañosa de difícil acceso y, cuando entré por primera vez a la casa, el panorama era horrible.

La reacción de los leprosos durante los primeros días fue muy negativa, pues siempre los había visitado gente que sólo veía sus defectos. Yo intenté verlos desde el principio como personas comunes. Fui respetuosa con ellos, compartí su comida y toqué sus heridas. La gente que al principio era más huraña, finalmente se volvió nuestra amiga y nos dio su confianza.

El primer día que vi a los leprosos me sentí muy mal. Las personas que viven en un leprosario comparten todas las características y sentimientos de los hombres, pero no tienen rostro humano.

La vida en una colonia de leprosos, para los propios enfermos, es muy normal. En principio, su vida no es diferente a la nuestra… Lo que es habitual para ellos, es decir, su defecto físico, es a primera vista lamentable e incluso aterrador para nosotros. Por ejemplo, vi a una mujer que tenía el rostro totalmente dañado. No se veía más que un agujero negro en medio de la cara para hablar. Ella misma se había tapado el rostro y había dejado ese agujero al descubierto.

Todos los niños menores de cuatro años que conocí estaban sanos. Pero entre los más grandes que iban a la escuela, no era raro encontrar leprosos. En general, en un leprosario las familias viven juntas. A veces sucede que en una familia todos son leprosos, salvo por algún pequeño que nunca contraerá la enfermedad.

Comí de sus alimentos, toqué sus heridas, sus manos y sus pies sin dedos. Fue así como me gané su confianza. Incluso ahora, después de un año, algunos de ellos me escriben cartas, me mandan sus peticiones para que se las haga llegar al Ministro de Salud y le diga que les roban las raciones de arroz, que no tienen comida, ni baños, que sus hijos se revuelcan en el lodo, que les gustaría poder trabajar…

Anteriormente, el matrimonio entre leprosos estaba prohibido. Al parecer, desde hace dos o tres años ya se permite. Antes, todo tipo de contacto físico entre mujeres y hombres se hacía en secreto. Supe de un hombre que se enamoró de una mujer y la mató. Parece que recientemente lo ejecutaron en Tabriz. En una colonia de leprosos, las pasiones y los deseos sexuales son muy fuertes. Durante los doce días que estuvimos allí, hubo cuatro matrimonios. En la película hay algunas escenas de la última boda. ¡Y cuántos hijos! La casa está llena de ellos. Afortunadamente, casi todos están sanos… Bebés pequeñitos y muy lindos…

¿Desesperación? La desesperación aquí no tiene sentido. Cuando los leprosos llegan a este lugar, ya están más allá de la desesperación. Más bien, vi gente aferrada a la vida. Vi a un hombre con la cara tullida e hinchada como un globo, y que se quedaba sentado bajo el sol mientras miraba el cielo. Cuando el doctor quiso inyectarlo, gritó: “¡Tú quieres matarme! ¡Yo quiero vivir, quiero vivir!”.

Los leprosos se acostumbran a sus vidas. Todos saben que no pueden tener otra. Aceptan su destino. Saben que, si salen con las manos mutiladas, la gente los reconocerá de inmediato. Las aspiraciones en una colonia son las de seres humanos confinados a sus cuatro paredes.

Esta película fue para mí una experiencia y una prueba. Cuando me despedí de los leprosos, estaba contenta conmigo misma, no sé por qué, tal vez porque había puesto a prueba mi resistencia, o quizá porque me llevaba el amor de personas a las que se los hemos negado.

Allí vi a un hombre que tenía el cuerpo prácticamente paralizado. Incluso su boca. Alzaba su labio con la mano para hablar. Tampoco podía ver. Pero cada vez que lo encontraba, me decía: “¿Cuántas veces tengo que escribir una carta para que me manden a mi mujer? Yo estoy enfermo, pero ella está sana y quiere vivir conmigo”. Las mujeres con lepra son realmente extrañas. Han perdido toda su belleza, pero se ponen kohl en los ojos todos los días. Sus dedos lastimados están llenos de anillos. Recuerdo que se peleaban mi collar y mis brazaletes. Sus cuartos están llenos de espejos y objetos para cuidarse del mal de ojo. A final de cuentas, los leprosos son como nosotros…

La fealdad no tiene un significado real. El leprosario y los leprosos no son feos. Si miras a un hombre feo como un hombre, te parecerá bello. Cuando miras a una madre leprosa que amamanta a su hijo o le canta una canción de cuna, ¿cómo podrías decir que es fea? A simple vista, la fealdad es obvia, pero entonces aparece el lado humano y nos damos cuenta de que son como nosotros.

En todos los cuartos, lo que no falta es un espejo. Y a estos leprosos, que a menudo no tienen boca, nariz u orejas, les gusta mirarse en él.

Es obvio que tienen las mismas aspiraciones que nosotros, una vida mejor, el ocio, la comida, el amor, y como se ven privados de todo ello, se divierten lo mejor que pueden. Algunos pintan, o hablan todo el día, incluso los viejos se la pasan jugando a las canicas, o hacen hoyos en la tierra sin razón, pues no tienen semillas que sembrar… Las mujeres y las niñas buscan agua o se maquillan.

En el mundo cerrado de un leprosario, los leprosos adaptan sus deseos, anhelos y pasiones a ese mundo. Saben lo que es su vida y que la gente los ve como forasteros. Creo que la vida allí transcurre con normalidad. Por supuesto que ante mis ojos es doloroso, pero ellos lo han aceptado como su destino común.

Lo que los ata a la vida es el mismo sentimiento que nosotros tenemos por ella. Su apego por la vida es el apego de los seres vivos. Pienso que estar vivo es algo más que tener manos y piernas. Es pensar que existimos, que somos. Y el leproso tiene ese sentimiento.

Nunca oí hablar de suicidio. Supe de personas que se habían matado entre sí, pero no de suicidios. Para mí, un leproso es parte de la vida. Nunca se pregunta por el significado de esta… La vida es algo que ya está definido. Es la vida la que maneja al leproso y no al revés.

Esta vida, la de los leprosos, puede estar en cualquier lado y puede ser la vida de cualquiera. Si miramos a nuestro alrededor, podemos hallar a un leproso…

En mi opinión, esta película es sobre la vida de los leprosos y la vida en general. Es una mirada fugaz a la vida de todos. Es la imagen de toda sociedad cerrada y concluida. Es la imagen de la futilidad, del aislamiento, de la separación y lo inútil. Incluso las personas sanas que viven en una sociedad aparentemente sana, pueden tener los mismos comportamientos.

Como sabes, la película empieza con la escena de una mujer que se mira al espejo. Ella es el símbolo de cada ser humano que mira su vida en un espejo, cualquier espejo.[1]

El cine es un vehículo de expresión. El que haya escrito poemas toda mi vida no significa que me conformaré con ese medio. Me gusta el cine. Trabajo donde puedo, en el teatro, en el cine, mientras tenga algo que decir… Quizás en el futuro, entre las producciones de Golestan, salga una película de la señora Farrojzad [risas].

Cada uno mira las realidades de la vida desde su punto de vista y yo también presento a la señora Forugh Farrojzad como poeta del Pecado [ríe de nuevo], me expreso con mi lenguaje, que es la poesía… No creo que esta película sea poética. En todo caso, la poesía como asunto serio no está desligada de la vida. Uno puede hallar poesía en una vida dolorosa, miserable y fea.

Un premio es como recibir una muñeca. Lo importante es tener confianza en uno mismo y estar satisfecho con su trabajo. Pero si todo el mundo se junta y me avienta huevos podridos, no tiene ninguna importancia.

 

 

Traducción del francés de Iván García

Revisión de Martín Molina Gola

 

Publicado originalmente en La Jornada Semanal 1224, 19 de agosto de 2018, pp. 6-7.

[1] En su poesía, el espejo también aparece de un modo sugerente. Solo un ejemplo: “las flores de las acacias dormían, / y yo estaba sola frente al espejo” [N. del T.].