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“¿Me recuerdas tanto como te recuerdo?”

Más que nunca, te recuerdo. No que alguna vez te haya olvidado o que pensara menos en ti. No que mi memoria haya mejorado o ¡me esté obsesionando de nuevo por ti! Te recuerdo, porque es mayo y no estás regresando con un cuaderno como recuerdo de “la casa de Pessoa”, para entregarlo susurrándome al oído: “eu te amo”. No estás regresando con “dulce de güisqui irlandés” en tu maleta para darme con tus dedos la dulzura del olvido.

El amor, no importa lo esperanzado que sea, no puede regresar el calendario, hacer que los planes se realicen, ni aterrizarlos en el aeropuerto para que me sienta de nuevo “en casa” al momento de tocar el polvo de tu camisa, de modo que aprenda mi lengua materna en el silencio de tu mirada… Para que se me conceda “la ciudadanía del mundo” en las fronteras de tu cuerpo.

El amor, no importa su intensidad, no puede acortar la “distancia de dos metros” para que te abrace tan fuerte que pueda oír el crujido de mis huesos. El amor, no importa su ingenio, no puede engañar al destino, volviendo posible lo imposible.

Te recuerdo, porque el amor es la única “cara” con facciones que me animan a volverme al otro lado; en un tiempo en el que, adonde sea que vea, la muerte está frente a mi cara. Te recuerdo, porque necesito el murmullo de tu voz como arroyo que me salve de la voz de locutores, reporteros… y de las ambulancias y sus sirenas.

Te recuerdo, porque necesito una promesa que me diga que teníamos una vida cuando encendíamos la radio para oír “música en vivo” y las noticias eran de menor importancia; que teníamos días cuando la mañana se trataba más de “qué tan cargado debe estar el café” y no de “¡qué frágiles nos hemos vuelto!”. Que vivimos noches que dieron fin a malos días, con la confianza de que vendría un “día mejor”. Entonces, la vida consistía en ayeres, en un hoy y en mañanas. Ahora, en la ausencia del presente y en el temor del futuro, uno sólo puede tener refugio en el pasado.

Te recuerdo, porque por semanas me he ido a dormir en una cama que solíamos compartir, temiendo que lo “invisible” se haya arrastrado hasta estar en ella. Necesito recordar la anchura de tu pecho para lograr confiar el poner mi cabeza en la almohada. Necesito recordar la firmeza de tu carne contra la mía, lo afilado del borde de tus costados contra mis dedos, para que el sueño pueda entrar a mis ojos.

Te recuerdo, porque recordar es la única manera de luchar contra una realidad que no puede llevarse bien con nuestros sueños. Es la manera de regresar a los lugares durante el confinamiento, al bar Page en Hebden Bridge, al Salts Mill en Saltaire… al Old School Room en Haworth. Recordar es la única manera de subirse a los trenes que dejan a algunos pasajeros, de visitar restaurantes que extrañan a quienes cenan… es caminar al interior de tabernas desembriagadas por la vista de copas vacías.

Recordar es la manera de seguir avanzando cuando todos los relojes del mundo están detenidos, es el camino a la banca circular en la parte trasera de la Biblioteca J.B. Priestley, al aeropuerto de Leeds… y a tus brazos abiertos tras puertas cerradas.

Te recuerdo, porque es mi manera de mantener mi corazón en buena forma, de no dejar que se extinga la flama del deseo, de mantener podada mi memoria para que su parte triste no crezca.

No te he escrito en meses. He limpiado mi recámara de tu colonia, mi casa de tus fotografías, mi escritorio de tus cartas. Pero para luchar contra esta desesperación circular, necesito recordar el ángulo de tu boca cada vez que ella sonreía. Para luchar contra esta grave oscuridad, necesito recordar el brillo de tus ojos cada vez que me cautivaron.

Te recuerdo, porque es mi manera de decir que “he vivido y he amado”. Es mi manera de decir que “esperé a alguien, en estaciones de tren muy llenas”, que todavía están por aprender a extrañar. Que desplegué la belleza del distrito de los Lagos ante los ojos de alguien, antes de las restricciones de viaje a los lugares más visitados. Que bailé por amor en la Casa Colombiana, antes de que cerraran los espacios de baile. Que dejé entrar a mis pulmones el aire que tú respirabas, antes de que mi cara conociera los cubrebocas quirúrgicos. Que mis cartas llegaban a otro continente, sin el miedo de que llegara un daño a tus dedos, antes de que tus ojos leyeran sobre mi amor.

¿Me recuerdas tanto como te recuerdo? Estoy sentada al lado de la ventana, viendo la puesta de sol, desde la esquina de mi cuarto. “Recuerdo el viento, las lilas, el gris, el perfume, la canción y el viento, pero no recuerdo lo que dijo el ángel”.*

 

 

Bradford, Inglaterra 

Traducción del inglés de Germán Martínez Martínez

 

 

*Alejandra Pizarnik, The Galloping Hour: French Poems, Patricio Ferrari y Forrest Gander (trad.), Nueva York: New Directions Publishing Corporation, 2018, p. 501. Shahdad cita la versión en inglés del texto escrito originalmente en francés por la autora argentina. Traduzco la versión usada por Shahdad. [N. del t.]

La Bitácora del encierro es un proyecto de la UAM Cuajimalpa