1. Poco antes de las elecciones, el 24 de julio de 2024, en un mitin político de Nicolás Maduro que tuvo lugar en la ciudad andina de San Cristóbal, en Táchira (Venezuela), el mandatario otrora vinculado con el ideal revolucionario bolivariano de Hugo Rafael Chávez, y cada vez más abiertamente ocupado en su enriquecimiento personal y sus negocios turbios, definía el gobierno venezolano como una “unión cívico-militar y policial”, que contaba con un poder todo para enfrentar la avanzada del “fascismo” opositor. La voz exaltada y la gestualidad violenta de Maduro convertía la escena en una amenaza explícita: el ejército y la policía —es decir, los aparatos represivos del Estado; es decir, las armas— respaldarían la permanencia de Maduro a cualquier costo. En el devenir mandato de obediencia ciega de la consigna chavista, el discurso entrañaba su facies más aterradora: más allá de su ridículo patetismo, lo que se produce una vez como tragedia puede ser obscenamente perverso en su repetición.
2. El 29 de julio de 2024, unas horas después de que el gobierno de Nicolás Maduro declarara su victoria electoral a todas luces fraudulenta, la gente enardecida ocupó las calles con los signos de su indignación. En todo el país fueron cayendo las innumerables estatuas de quien fuera el líder popular de la Revolución socialista bolivariana de Venezuela, Hugo Rafael Chávez Frías, fallecido en 2013.
Era imposible no recordar, entonces, aquella escena magistral de La mirada de Ulises (1995), de Theo Angelopoulos, donde el cuerpo de Lenin es simbólicamente decapitado a través del troceamiento de su estatua:
Sin duda, algo hay de profundamente liberador en la final deposición de toda efigie monumentalizada. Algo como una respuesta insubordinada a esa suerte de fetichización de la imagen del “Amo” materializada como Ideal de un “Pueblo”.
3. Ante los diversos estallidos sociales en el país, en franco desacuerdo con la versión oficial de los resultados electorales, el gobierno de Nicolás Maduro ha desplegado su fuerza represiva con una violencia descarnada. En medio de una brutal cacería de brujas, y de manera expresa, anunció una reforma del modelo carcelario venezolano, tendente a reeducar ideológicamente a todo aquel individuo que se manifieste en contra de su mandato. Entre las imágenes que han circulado al respecto, una destaca por su monstruosidad: como si, en una especie de anudamiento malandro entre los campos de concentración nazis y los de la antigua Unión Soviética, cierto fascismo —que los hay también de izquierda, por cierto— al mismo tiempo casi anacrónico y paradójicamente actual impusiera su versión latinoamericana en el siglo XXI… Y como si, después de todo lo recorrido, el Amo terminara actuando ahora sin ningún tipo de pudor, y ante las cámaras alucinadas del mundo, su más secreta fantasía de dominación eterna.
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