El coloquio abordó críticamente la improvisación dentro, pero también fuera de las artes. Partiendo de las contribuciones del International Institute for Critical Studies in Improvisation, el encuentro, junto con el festival canadiense por él incorporado, tematizó la importancia de la improvisación para distintos ámbitos de la vida personal (la sensibilidad, la educación, la psique), diversas configuraciones sociales y organizativas, así como la tecnología y el mundo natural. El evento aludió asimismo a la improvisación en la literatura, las artes escénicas, la historia, los derechos humanos y la discapacidad. Consistió en una nutrida secuencia de intervenciones verbales, actos y conciertos en vivo. Eso fue lo que anunciamos y lo que llevamos a cabo, como puede conocerse aquí.
Nuestra apuesta –en colaboración con Wade Matthews, Ana Ruiz, Alain Derbez, Gonzalo Biffarella, Ana Ruiz Valencia, además de Tito Rivas, Ajay Heble y sus respectivos equipos de trabajo– se ha dejado sentir de cerca y de lejos, en muchos puntos del continente y del planeta. Propusimos un evento para contribuir a ensanchar la comprensión pública de la improvisación en español e incentivar los vínculos entre distintos exponentes y comunidades suyas. A tres meses de realizado, hemos dado lugar a diversas oportunidades: conciertos, colaboraciones discográficas, intervenciones, intercambios, ciclos de conferencias y publicaciones en Argentina, Colombia, Perú, España, Canadá y México.
Para ti el evento se redujo a “palabrería inteligente” que no tocó lo esencial: la naturaleza, la historia y los problemas enfrentados por la comunidad impro capitalina. Tu tono de momento asume cierta resonancia anti intelectual que no deja de sorprender dado tu compromiso con la crítica y la libertad improvisatoria. A pesar de lo que sugieres, ni Wade ni Ajay comparten ese anti intelectualismo ni tampoco fueron invitados disidentes del festival, sino insustituibles co-organizadores del mismo. Esfuerzos como los suyos han tornado arcaico hacer de la academia una piñata para golpearla con la cultura.
No defendemos la academia que atacas. Declaras que dicha comunidad impro no necesita legitimación. Desde luego que no. Nosotros tampoco. En todo caso, ¿en qué consistiría dicha legitimación?, ¿en que una instancia como 17 convocara un encuentro para reconocer la existencia de dicha comunidad y se engalanara con su presencia? ¿Y que sería una comunidad “ilegítima”? Estamos muy lejos de donde supones: los gigantes que ves son molinos de viento. La universidad es un territorio en disputa, en el que se producen desplazamientos constantes. Como reconoces, 17, Instituto de Estudios Críticos se levantó como una posuniversidad en 2001. Habrás notado que el título del coloquio dejó entrever que la improvisación está en el origen mismo de 17. Por eso nos cuidamos particularmente de interpretar manifestaciones vivas con conceptos muertos, y no solo en lo que a la improvisación se refiere. Somos un organismo de la sociedad civil concernido por aquello que los valores establecidos tornan residual. Por eso nos ocupa todo cuanto no alcanza a ser abarcado ni por el mercado ni por el Estado. Asumimos nuestra responsabilidad pública con el mayor rigor posible, precisamente porque no somos una entidad estatal.
Ahora bien, cuestionar a la academia también significa interrogar los modos arcaicos de ejercer la crítica. Elevarte sin más como el representante de una comunidad reedita aquella lógica de la “etnografía decimonónica” que dices repudiar. Sí, el auditorio de la Fonoteca Nacional es rectangular, como ponderamos durante el encuentro. El escenario en efecto está al frente y tiene un metro de altura (lo que por cierto contribuyó al buen registro de las grabaciones que revisaste). De no haber ubicado el coloquio ahí, no habríamos contado con la cobertura de esta institución medular en el circuito sonoro del país, ni con su invaluable equipo técnico, cuyo soporte fue otra muestra de hospitalidad hacia la multitud de músicos invitados, cada cual con sus requerimientos particulares. Allende las consideraciones prácticas, ¿tomaste en cuenta que lo rectangular de ese auditorio es igual de cuadrado que la forma clásica del “concierto”, que aceptas sin más? Al menos coincidimos en la selección de artistas, y también en dedicarles la mayor proporción posible de nuestro presupuesto.
Te opones a las “jerarquías rígidas” que habrías observado: ¿cuándo, dónde? El piso fue parejo para quienes hablaron y para quienes sonaron. El grueso de los ponentes fueron creadores. Consideras que el público permaneció en el anonimato y la pasividad, a pesar de que preguntó, rió y aplaudió a lo largo de las intensas jornadas disfrutadas, en la que también emergieron diferencias y debates. Aun si la audiencia hubiera guardado silencio, la escucha jamás es del todo pasiva: menos todavía en el ámbito que nos atañe, dado que hace parte integral del acto improvisatorio, como de la complicidad entre creadores y espectadores.
Acaso lo que más se echa de menos en tu reseña es lo fundamental: el recibimiento de la improvisación como una forma de pensamiento. Convocamos a las y los improvisadores residentes en la Ciudad de México a compartir sus ideas, en acto. ¿Cómo más? ¿Crees que debíamos atenernos a la vieja suposición de que la conceptualidad se transmite con palabras, mientras que los actos artísticos solo agitan nuestras sensaciones y afectos? ¿Por qué no has desarrollado análisis alguno de lo acontecido musical e improvisatoriamente en esos días? ¿Y por qué escamoteas prácticamente todos los flancos “no académicos” de la propuesta?
Vale la pena enumerarlos. Obvias la puesta en juego de la relación entre la música y la sordera planteada de inicio por Sentire, el ensamble integrado por Liminar y Seña y Verbo. Ignoras el reconocimiento que otorgamos a Francisco Téllez. No notas de los relevos improvisatorios que –por naturaleza– disuelven cualquier jerarquía. Éstos tuvieron lugar solo en vivo, con la participación de una veintena de músicos locales, quienes interactuaron con creadores de otros países – un primer paso en la consolidación de la anhelada comunidad musical ampliada. Así fueron trascendidas las barreras de la edad y la experiencia que frecuentemente se han interpuesto a un contacto más directo entre los miembros de la comunidad capitalina de improvisadores: los más jóvenes tocaron con figuras establecidas de la escena nacional y también convivieron en directo con figuras colombianas, argentinas y canadienses de considerable importancia. Tampoco refieres a los multitudinarios convivios entre improvisadores durante la apertura y el cierre del Festival. Pasas de largo la exhibición de publicaciones relativas a la improvisación. Te muestras indiferente hacia los encuentros informales que incentivamos en el patio de la Fonoteca en esas fechas. Y no tocas el corazón del encuentro: ese par de sesiones en que, habida cuenta de la experiencia de nuestros socios canadienses, planteamos la pregunta por nuestros propios anhelos, así como por la relación deseada entre creadores, teóricos y organizadores. ¡Tus inquietudes, precisamente!
Aún si resultara significativa, tu rememoración de la irrupción de los músicos de la Generación Espontánea cuando todavía hablaba uno de nosotros difícilmente abarca el cúmulo de ilaciones improvisatorias compartidas. ¿Entonces el coloquio fue “perfecto”? Por supuesto que no. Nos las vimos con la diferencia entre lo posible y lo deseable – la proverbial tensión que yace en el corazón mismo de la improvisación. Con más infraestructura y recursos, habríamos podido hacer más, mejor y más cómodamente: una mayor presencia de invitadas e invitados; una mayor holgura en el programa con el fin de dar lugar a voces esenciales que no alcanzaron sitio en las sesiones; una mayor presencia de la improvisación desde otras artes y ámbitos (hubo varias cancelaciones de último momento que nos afectaron sobre todo en este rubro); mayores y mejores registros de lo acontecido; más cobertura de sesiones que no alcanzamos traducir a otros idiomas; mayores erogaciones en favor de los artistas.
Hicimos lo que pudimos con lo que tuvimos, como siempre sucede al improvisar: procuramos abrir ahí donde solo parecía haber clausura. Por supuesto que vendrán otros eventos y encuentros, dentro y fuera de México. Paulatinamente enriqueceremos y diversificaremos nuestros abordajes y propuestas. Si algo nos enseña la improvisación es que esa brecha perenne entre lo practicable y lo deseado, a menudo vivida con padecimiento e impotencia, también puede ser celebrada como la cantera infinita que es del juego, la invención, el erotismo y la contemplación.
¿Disfrutaste en lo personal de la “Máquina productora de silencio”? Más que plantear una crítica para enriquecer el cúmulo de reflexiones acerca de lo acontecido, bocetas el encuentro hipotético que tú habrías querido y lo comparas a tu favor con el coloquio efectivamente celebrado, del que brindas una descripción llamativamente parcial. Y terminas evocando ese guiñol para tres marionetas que todos nos sabemos al derecho y al revés, cuya dramaturgia se pliega a la siguiente partitura: La Comunidad plantea sus demandas a La Institución, deplorablemente a cargo de Los Funcionarios. Felizmente, los hechos del encuentro y mil otras señales sugieren que, al menos entre quienes nos dimos cita durante esos días en Coyoacán y el ciberespacio, esa particular tragicomedia ha quedado atrás.
En prolongación de su ya larga y fructífera historia, quizás el mundo de la improvisación con ñ esté ante un nuevo umbral. Es posible que hoy cuente con las condiciones para el fortalecimiento sostenido de todos sus flancos, lo que sin duda colectivamente nos obligará a descartar rutinas y prejuicios recibidos – exactamente como cuando creamos, al filo de lo imprevisible…