Carta de Benjamin Mayer a Gary Hall sobre el libro Masked Media
Es un conjunto de circunstancias que nos ha dejado a muchos en una condición de melancolía, de duelo no resuelto por lo que hemos perdido: no resuelto porque nuestro apego a una cierta manera liberal de actuar como académicos y teóricos no está plenamente reconocida, así que no es algo que podamos superar cuando experimentamos su pérdida a manos del neoliberalismo. (¿Es el vertedero de literatura teórica sobre el Antropoceno una expresión de esta melancolía?) A su vez, se puede decir que este duelo sin resolver ha llevado a un estado de desorientación política y parálisis. Dado que se trata de una pérdida que nos cuesta reconocer, somos incapaces de lograr una comprensión adecuada de cómo el proceso de corporativización de la academia puede ser reorientado productivamente, o qué tipo de institución deberíamos esforzarnos por establecer en lugar de la universidad neoliberal.
Querido Gary &:
Muchas gracias por este libro tan rico e inquietante. Lo he leído como un testimonio, un desafío teórico-teatral, una interpelación convincente. Me ha conmovido. Expone muchos de los aspectos más destacados de nuestra experiencia vivida en los últimos 40 años. Lo que también lo convierte en un formidable relato de algunos de los aspectos decisivos de la historia cultural o intelectual contemporánea, marcada por las mutaciones de lo analógico a lo (post)digital. Lo leí también como una interrogación mordaz de la política de lo «crítico» en nuestros días: instituciones, organizaciones, grupos, personas. Todos nuestros lados oscuros, todas nuestras capacidades autoritarias.
Estoy particularmente feliz de leerlo en la etapa inaugural del Laboratorio de Escritura Contemporánea, que ha surgido recientemente entre un grupo de nosotrxs. Previsiblemente para mí, me hiciste pensar que tal laboratorio es también, de nuevo, un laboratorio de vínculos sociales. (Deseo darte la bienvenida de nuevo a 17, una plataforma que se ha aventurado, durante casi 25 años, a reflexionar experimentalmente sobre el temor de Ivan Illich de que la escritura electrónica no proporcionará la base para la communitas. Illich expone su temor en su último libro, En el viñedo del texto, su valoración del Didascalicon de Hugo de San Víctor, considerado el primer tratado de lectura en Occidente, en el contexto de un manual del conocimiento de su época, allá por el año 1130, en los albores de la Escolástica, cuando los pergaminos dieron paso a los códices, los libros tal como los conocemos). Con Illich, y contra Illich, hemos asumido su desafío de ensamblar vínculos en medio de este mismo caldo electrónico.
Gracias, Gary &. profundizas mi comprensión de la manera en que las economías mutantes de la escritura no son sino índices de la transformación de los vinculos sociales. Porque los medios, al mismo tiempo, crean y rompen vínculos sociales. Como podría decir Lacan: no hay relación tecnológica. Desde esta perspectiva, los experimentos con los nuevos medios pueden entenderse como movilizados por la necesidad vital de reparar los vínculos sociales rotos y de hacer que las condiciones para lo común sean nuevamente (in)habitable(s). Todo lo cual nos confronta, una y otra vez, con una elección estratégica bastante extraña, tal como la Lógica de Hegel nos ayuda a articular:
La diferencia en sí misma es la diferencia que se refiere a sí misma; así que es la negatividad de sí misma, la diferencia no de otra cosa, sino de sí consigo misma; no es ella misma, sino su otro. Lo que es diferente de la diferencia, sin embargo, es la identidad. La diferencia es, por lo tanto, ella misma e identidad. Juntas, las dos constituyen la diferencia; la diferencia es el todo y su momento. Las dos juntas constituyen la diferencia: la diferencia es el todo y su momento. —También se puede decir que la diferencia, como diferencia simple, no es ninguna diferencia; lo es solo en referencia a la identidad (…)
La elección estratégica siempre recurrente es: ¿hemos de ejercer, entonces, la diferencia afirmando la diferencia como tal, o afirmando la diferencia-de-la-diferencia? Un dilema que, al final, solo puede ser abordado de manera improvisada, a medida que vamos llevando a cabo nuestras vidas lo mejor que podemos.
Permítame ahora hacer una provocación adicional y sugerir que este dilema plantea un cierto desafío a la intención, reiterada en Masked Media, de derrotar al sujeto liberal (un desafío que, por supuesto, también es nuestro: quiero decir mío &): ¿no es tal intención equivalente que intentar derrotar a nuestro “yo”, en cualquiera de las formas históricas y culturales que pueda adoptar? [ese “yo” que es el operador por excelencia de los asuntos económicos, políticos, legales, institucionales, etc.].
Permítanme recordar que, para Freud, el «yo» es una instancia psíquica que media entre las pulsiones, la realidad externa y el superyó, proporcionando al sujeto un frágil —pero necesario— sentido de unidad y continuidad; sin embargo, puede que no sea «el amo en su propia casa», ya que gran parte de la vida psíquica permanece inconsciente. Y recordemos también cómo Lacan radicaliza esta visión: el «yo» sería ante todo un desconocimiento, forjado primero en el estadio del espejo como una identificación alienante con una imagen de unidad, y sostenido más tarde en el lenguaje, donde el «yo» de la enunciación nunca puede coincidir con el sujeto del inconsciente. Así, mientras Freud trata el «yo» como una función limitada, pero indispensable de la organización psíquica, Lacan insistirá en que el «yo» es necesario como ficción que permite al sujeto entrar en el orden simbólico, aún cuando oculta la división estructural en el corazón de la subjetividad. Así que, de nuevo, mi pregunta de abogado del diablo es si la intención de derrotar al «yo» no es comparable a la intención de derrotar la identidad en el campo mismo de la diferencia. (Lo cual, por supuesto, no quiere decir que “yo” no deba ser permanentemente interpelado…)
Este no es un simple dilema en una época de desmoronamiento ambiental e intensificación de la guerra generalizada. Esa es la cuestión: ¿afirmar la diferencia o afirmar la diferencia-de-la-diferencia? ¿Realmente tenemos una elección? ¿No es la inevitabilidad de tener que hacer ambas cosas, alternadamente, el signo mismo de la imposibilidad lógica del sujeto liberal? De diferenciar y de diferenciarse de la diferencia —imposiblemente, al mismo tiempo. Es decir, derrotar al “yo” mientras también se promulga una diferenciación suplementaria de la identidad, no en lugar de la identidad, sino junto a ella…
Algo que veo que tiene lugar a lo largo de toda la —y bastante maravillosa— serie de iniciativas de masked media, de las cuales este libro es un archivo tan elocuente. ¿De dónde surgen? De una Institución Crítica ejemplar, que es el nombre algo convencional que he usado para referirme a un aparato (a dispositif) capaz de desplegarse en una serie de lugares y situaciones sociales u organizacionales, en cuyo elemento cualquier constelación Imaginaria y Simbólica (incluido, por supuesto, el sujeto liberal) puede ser derrotada lúdicamente. En otras palabras, una crucial válvula de escape subjetiva, cultural, social, política e institucional. Que aquí puede verse claramente ocupada en la creación/destrucción de mundos encarnados, en el flujo de lo análogo a lo (post)digital.
“Por favor arranque las páginas siguientes si prefiere que este libro sea más obviamente teórico y menos obviamente performativo.” El corazón mismo del asunto: en la medida en que la derrota es inherente y necesaria, la teoría consiste, simplemente, en ejercer este simple hecho. En última instancia, no hay teoría, sino sólo performance. Encarnación, acción, invención, improvisación. Autografía como de-facement, firmada.



