Blog de la Caravana

Porque sigue siendo urgente, pensar la destinación de las humanidades hoy

Palabras pronunciadas en ocasión de la primera actividad realizada conjuntamente por el Departamento de Filosofía de la Universidad Iberoamericana, Ciudad de México, y 17, Instituto de Estudios Críticos, el 28 de noviembre de 2025, en el marco de su nueva alianza de cooperación e intercambio.

 

Esta universidad sin condición no existe, de hecho, como demasiado bien sabemos. Pero, en principio y de acuerdo con su vocación declarada, en virtud de su esencia profesada, ésta debería seguir siendo un último lugar de resistencia crítica —y más que crítica— frente a todos los poderes de apropiación dogmáticos e injustos.
Jacques Derrida. La universidad sin condición

Cuando Gabriela Méndez Cota y yo comenzamos a diseñar el seminario permanente en torno a “La destinación de las Humanidades en la época actual”, que se inaugura hoy aquí con la participación de Omar Espinosa Cisneros, filósofo y escritor, primero de una serie de invitados nacionales e internacionales de reconocida trayectoria y proposiciones potentes, compartíamos una honda inquietud: cierto malestar significativo respecto del impasse —la parálisis, el agotamiento, la mortífera incapacidad de responder a la oscuridad de lo contemporáneo a la que se refiriera, en efecto, Giorgio Agamben, pero también el asedio, el secuestro y la precarización del trabajo intelectual— confrontado por las Humanidades en el marco de la crisis que las atraviesa en una universidad de la cual, en mayor o menor medida, somos también responsables. Y es que las Humanidades se enfrentan hoy, de nuevo, a una crisis. Distinta, ciertamente, a la que supuso su necesaria apertura al afuera-mundo que excedía los dominios de su profesión en los años setenta del siglo pasado; y distinta también a la que tanto Willy Thayer como raúl rodríguez freire describieron en los albores del nuevo milenio, a propósito de su captura por las lógicas hiperproductivistas del neoliberalismo transmutado en administración de recursos. No por ello, sin embargo, esa crisis distinta es menos urgente. Antes bien: tocaría considerar aún, en qué medida se actualizan en ella las sucesivas crisis de su inadecuación como institución moderna a los cambios epocales que padecemos ahora. 

Interrogar hoy la crisis de las Humanidades es, en efecto, la otra cara de la pregunta que inaugura este espacio de diálogo interinstitucional y transdisciplinario, entre el Departamento de Filosofía de la Universidad Iberoamericana y 17, Instituto de Estudios Críticos, en torno a su destinación —es decir, su razón de ser y su porvenir. Porque, como bien señaló Jacques Derrida en una conferencia lejana en el tiempo acerca de las Humanidades, resulta imperioso pensar sus saberes, en gran medida ya desconstruidos por las diversas disciplinas que hacen a su tradición en las últimas décadas del siglo XX, así como también las prácticas de lectura y escritura que sirven a sus maneras de intervenir tanto en el campo de las elaboraciones simbólicas, como en lo social. Y ello significa pensar, sobre todo, cómo nos posicionamos frente a la “incondicionalidad” manifiesta de tales saberes y prácticas. Afirma Derrida:

Antes incluso de comenzar a internarme efectivamente en un itinerario tortuoso, he aquí sin rodeos y a grandes rasgos la tesis que les someto a discusión. Ésta se distribuirá en una serie de proposiciones. No se tratará tanto de una tesis, en verdad, ni siquiera de una hipótesis, cuanto de un compromiso declarativo, de una llamada en forma de profesión de fe: fe en la universidad y, dentro de ella, fe en las Humanidades del mañana

Para el filósofo judeo-franco-argelino, la universidad debe defender ante todo su facultad de decir “sin condición”, puesto que en ella reside la posibilidad de resistencia crítica que puede oponer a los poderes del mundo: 

Consecuencia de esta tesis: al ser incondicional, semejante resistencia podría oponer la universidad a un gran número de poderes: a los poderes estatales (y, por consiguiente, a los poderes políticos del Estado-nación así corno a su fantasma de soberanía indivisible: por lo que la universidad sería de antemano no sólo cosmopolítica, sino universal, extendiéndose de esa forma más allá de la ciudadanía mundial y del Estado-nación en general), a los poderes económicos (a las concentraciones de capitales nacionales e internacionales), a los poderes mediáticos, ideológicos, religiosos y culturales, etc., en suma, a todos los poderes que limitan la democracia por venir.

La universidad debería, por lo tanto, ser también el lugar en el que nada está a resguardo de ser cuestionado, ni siquiera la figura actual y determinada de la democracia; ni siquiera tampoco la idea tradicional de crítica, como crítica teórica, ni siquiera la autoridad de la forma «cuestión»), del pensamiento como «cuestionamiento»). Por eso, he hablado sin demora y sin tapujos de deconstrucción. He aquí lo que podríamos, por apelar a ella, llamar la universidad sin condición: el derecho primordial a decirlo todo, aunque sea como ficción y experimentación del saber, y el derecho a decirlo públicamente, a publicarlo.

Más de dos décadas después, y en un momento en que colapsa cualquier ficción de autonomía entre el nosotros precario que todavía somos, la declaración de fe establecida por Derrida en nombre de la incondicionalidad de la universidad no deja de pulsar en el seminario permanente que nos reúne. Por una parte, nos interesa escuchar lo que algunos teóricos, críticos de la cultura y creadores tienen que aportar al debate acerca de la razón de ser y el porvenir de las Humanidades hoy. Por otra, generar una reflexión entre colegas, investigadores y estudiantes sobre esa miríada de relaciones en que se anudan la pro-ducción de saberes y de prácticas, y el compromiso de dar algún tipo de respuesta crítica a las urgencias del presente.

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En su ensayo “¿Qué es lo contemporáneo?”, en efecto, Giorgio Agamben señala una suerte de compromiso fundamental del pensamiento con la oscuridad de su tiempo, que sólo el poeta (o la poeta, por supuesto) es capaz de asumir plenamente —poniendo el propio cuerpo por delante. A propósito de Ósip Mandelstam, dice Agamben: “[e]l poeta, que debió pagar su contemporaneidad con la vida, es aquel que debe mantener fija la mirada en los ojos de su siglo-bestia, soldar con su sangre la espalda quebrada del tiempo”.[1]

En cierto sentido, si la desconstrucción ha hecho a una de las maneras en que las Humanidades ha podido dar respuesta a la crisis de la universidad, puede que esas humanidades desconstruidas encuentren hoy el camino de su supervivencia en el común de su acuerpamiento. Tal propósito primero —por unas humanidades capaces de encontrar una escucha pro-ductiva y una dicción renovada— constituye la justificación última de sostener el diálogo que dará inicio a continuación.

 

 

[1] Giorgio Agamben. “¿Qué es lo contmporáneo?”, Op. Cit., p. 19.