Instancias de crisis como la que estamos viviendo nos recuerdan que las normas no son solo una forma de imposición de poder sino que su origen se vincula también con la construcción de lazos sociales que buscan poner el bienestar general por encima de las necesidades o pasiones individuales.
Tres corrientes distintas han trabajado el último medio siglo para demoler esta antigua verdad de las relaciones humanas y estamos viviendo sus consecuencias a través de la tremenda dificultad para que sociedades como la italiana, española o argentina acaten medidas fundamentales de contención ante la pandemia: cumplimiento de cuarentenas, baja en la circulación pública, hábitos de higiene, distanciamiento social.
La primera forma de cuestionar la norma cooperativa se vincula a la hegemonía de los valores impuestos por el capitalismo, en donde el lucro está por encima de la vida. Podemos observar esto en la especulación de distintos sectores empresariales con los precios de productos esenciales, en la estampida de sectores medios a las góndolas de supermercados vaciándolas de los productos que necesitarían sus compatriotas para “acumular” mercaderías sin sentido (el caso más absurdo: el papel higiénico), el éxodo masivo a la costa argentina llevando consigo el virus y esparciéndolo, entre muchos otros tristes ejemplos.
La segunda forma no es ideológica sino existencial y es más antigua que el propio capitalismo. Los sectores dominantes siempre han sentido, en todo orden histórico, que las normas valen solo para los súbditos. Solo este arraigado sentimiento permite explicar el absurdo de miles de personas llegadas de Europa (que solo con respetar la normativa de una cuarentena de 14 días hubiesen permitido recluir el contagio) pero que decidieron ignorar las normas y circular en eventos sociales, reunirse con familiares, amigos, compañeros de trabajo, esparciendo el virus hasta transformarlo en uno de circulación local.
La tercera forma, paradójicamente, no proviene del neoliberalismo sino, por el contrario, de una fuerte confusión de grandes grupos del progresismo acerca de la comprensión del sentido de las normas. Esta distorsionada lectura berreta de Michel Foucault solo destaca el carácter opresivo de la norma, invisibilizando o ignorando su posible sentido cooperativo. Las respuestas ante la pandemia no son la primera demostración de este error: la dificultad para comprender la necesidad de las normas de cooperación puede explicar también las romantizaciones del “pibe chorro” o los “narcocorridos” y sus graves efectos políticos. Estas cuestiones resultan difíciles de discutir en el progresismo pero, paradójicamente, le han facilitado al fascismo imponer sus discursos de “orden” o “mano dura” ante la falta de respuestas del progresismo a flagelos sociales que prefiere ignorar.
En estos días enfrentamos una crisis inédita, cuyas dimensiones y duración todavía no son claras y dependerán de la respuesta social ante las medidas gubernamentales. A diferencia del Estado chino, la República Argentina no cuenta con un aparato estatal capaz de imponer a rajatabla el efectivo cumplimiento de la cuarentena que acaba de decretar con tino, así como tiene una desigualdad social masiva que requerirá diseñar especificidades para el cumplimiento de la cuarentena en lugares donde resulta difícil pensar que la población podrá recluirse en sus casillas o en viviendas hacinadas, muy especialmente si no cuentan con ingresos para satisfacer sus necesidades básicas. Por lo que el éxito de la contención del virus estará no solo en manos del gobierno sino en la capacidad social de comprender la importancia de las normas de cooperación y en cumplirlas o imaginar y diseñar formas comunitarias de distanciamiento.
Pero esto es algo a lo que la sociedad argentina no se encuentra acostumbrada, sea por la legítima y comprensible desconfianza ante la historia política de nuestras normas o por el simultáneo crecimiento de un sentido común neoliberal muy acendrado en los sectores medios que, de la mano de figuras mediáticas o políticas como Neustadt, Cavallo, Macri, Milei, Espert, han taladrado con el “derecho” a hacer lo que nos venga en gana dejando que la “mano invisible del mercado” se encargue de ordenar la vida colectiva, lo que en este caso implicaría aceptar la muerte de grandes contigentes de nuestra población mayor y también de muchos quienes tienen sistemas inmunológicos deprimidos por otras enfermedades, sin hablar de los efectos catastróficos de un colapso del sistema de salud para el conjunto de la sociedad argentina.
Solo nos queda apelar a nuestra responsabilidad, a las mejores tradiciones solidarias de nuestro pueblo, pero también a volver a recordar el valor de las normas de cooperación, que son las que permitieron a la especie humana su evolución y subsistencia en el planeta.
Daniel Feierstein es investigador del CONICET. Autor de La construcción del enano fascista. Los usos del odio como estrategia política en Argentina.