La invención de la fotografía generó un nuevo medio para reproducir la realidad visible al ojo humano. En un primer momento, y sin antecedentes a los cuales remitirse, la fotografía copió de la tradición pictórica sus prácticas estéticas y la composición de sus imágenes. El periodo de transición y adaptación de la sociedad a este nuevo medio se desenvolvió con rapidez hasta su total implementación con la llegada de la segunda revolución industrial que, a través de la producción fotográfica en masa, favoreció a la prensa gráfica, estableciendo una relación simbiótica entre las dos a partir de ese momento.
La fotografía impuso nuevas pautas de realidad. Así, con la democratización de la fotografía y la simplificación de los procesos químicos, pasó de ser una herramienta reservada a las élites, a convertirse en una herramienta fundamental para la expresión de la masa social. Estos nuevos autores permitieron mostrar realidades escondidas, que han sobrevivido a la sombra de las grandes historias narradas por los cronistas oficiales.
La conexión entre espejo y fotografía es obvia, pero no se basa en el fenómeno físico sino en la capacidad de ambos instrumentos de crear imágenes convincentes. Las imágenes producidas por estos dispositivos permiten ver algo que forma parte del pasado o algo que nuestros ojos no alcanzan a ver. Las imágenes de estos aparatos coinciden en ser consideradas como portadoras de la verdad, pero, a su vez, tienen el potencial de engañarnos, de ser manipuladas o ilusorias. Merleau-Ponty decía que es a través del gesto que el sujeto vidente y visible es capaz de conocer a los demás y de participar en el mundo; si bien en el espejo también ese gesto se refleja a la perfección, en la fotografía el gesto deviene mueca y es intuido. Es a este gesto al que la sociedad actual somete su vida: a un imaginario real y digital. El acceso a un cámara digital personal ha permitido un uso ampliamente extendido y cualquiera puede mostrar su yo virtual, siendo este, cada vez más, una distorsión de la realidad fenotípica de cada uno. La capacidad de adaptación de uso de la fotografía ha permitido nuevas narrativas —como la posfotografía— que permiten la documentación de historias que en cualquier otro momento histórico probablemente no habrían sido documentadas.
Existen valores intrínsecos a la fotografía que forman parte de nuestro modo de enfrentarnos a las imágenes y de decodificar la información ahí contenida. Aunque el fenómeno fotográfico y el fenómeno turístico han mantenido un aumento en el número de usuarios, por así designarlos, su uso ha pasado de ser casual a usual, y en ese cambio se ha generado un nuevo género fotográfico. Si bien hace unas décadas, en España, los álbumes de fotografías contenían aquellas imágenes de viajes en donde el sujeto se retrataba ante un monumento para dar testimonio de su presencia, con el paso de las generaciones ese ritual de representación ha ido cambiando, pero otras cualidades se mantuvieron. El ritual es el mismo, pero ha perdido el significado original. Mientras que antes el ritual fotográfico testificaba a favor de un hecho, actualmente es el propio ritual el que representa el hecho. Lo importante no es tomarse un retrato con la Mona Lisa, sino ser partícipes del ritual de tomarse una imagen ante la Mona Lisa. Se ha trasladado el motivo fotografiado a un plano posterior, y la persona es ahora el centro de la escena y el actor principal. Ese afán transforma al coleccionista de imágenes y se convierte en su reflejo identitario.
El fenómeno contemporáneo de la proliferación de los dispositivos selfmedia ha permitido la aparición de un sinfín de espectadores del mundo real y, gracias a la hiperconectividad del mundo digital, hace posible también la transformación de esa información de forma casi instantánea. El valor ulterior de la fotografía como prueba fidedigna de lo acontecido se ha transformado en un valor propio de la imagen, cuya veracidad puede ser cuestionada por el espectador únicamente bajo ciertas condiciones. En los últimos meses hemos sido testigos de revoluciones sociales que se han producido en diversas regiones del planeta. Tomando por ejemplo las manifestaciones de 2019 en Hong Kong, me interesa destacar el uso de las fotografías que han circulado por las redes sociales y las respuestas que generaron. Se producen varias fases: la primera es la saturación de imágenes en redes sociales y mass media. En este primer momento, las redes sociales se llenan de imágenes y videos de personas que se encuentran físicamente en el lugar de los acontecimientos, y la suma de todos aquellos emisores de información produce un efecto tsunami que vence al espectador por agotamiento, provocando que se rinda ante la supuesta veracidad de los hechos. En su afán innato de catalogar el mundo visible, las personas seleccionan aquello que les transmite un valor y lo elevan a una categoría superior, es decir, aquello es aún más verídico que el resto porque suma otra serie de valores complementarios que se adaptan mejor al discurso. Las denominadas fake news surgen como respuesta o complemento al “discurso original”. Cabe indicar que dicho “discurso original” no deja de ser una interpretación dada por un algoritmo y que se facilitará de un modo diferente a cada individuo. Las fake news pueden aparecer tanto para complementar al discurso como para desacreditarlo. La fuente original de las imágenes utilizadas en fake news no tienen por qué ser ni del mismo tiempo ni lugar, simplemente es necesario que se adecúen al nuevo discurso que se quiere transmitir.
Son precisamente los dispositivos selfmedia, los principales distorsionadores de la realidad, ya que no dejan de ser una selección, un aislamiento del ego digital, transformador de una realidad física en un ideal digital. Estas semanas de confinamiento han fomentado un nuevo colectivo de imágenes: animales salvajes tomando las calles de las grandes urbes, lugares emblemáticos completamente vacíos, personas utilizando de forma incorrecta el material sanitario proporcionado o, más recientemente, personas acompañando a sus hijos en sus primeras salidas en el inicio del desconfinamiento o manifestantes en contra del confinamiento. Todas estas imágenes han de ser leídas por el espectador usando su sentido crítico. La perspectiva y el punto de vista del fotógrafo no deja de ser parte del discurso que se quiere transmitir. El público ha de ser activo. Demasiado tiempo ha permanecido como sujeto pasivo que únicamente aplaude la obra. Las lecturas que podemos realizar ahora, siempre abordan aquello que ya ha ocurrido. ¿Qué nuevas lecturas o nuevas realidades obtendremos en los próximos meses?