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Mario Benedetti, in memoriam (1955-2020)

Muy poco conocido y traducido en Latinoamérica, Mario Benedetti (1955-2020) es uno de los poetas italianos más valiosos de la actualidad y tristemente falleció en marzo de este año por complicaciones derivadas de Covid-19. Con el permiso de Milo De Angelis, otro de los grandes poetas vivos de Italia, compartimos este breve texto en el que recuerda a su amigo.

Mario Benedetti fue uno de los pocos poetas de nuestro tiempo. Nunca olvidaré la primera vez que lo vi en la década de los ochenta. Acababa de salir uno de sus libros, Moriremo guardati, que me tocó profundamente desde su título, con ese verso lleno de desgarres y requiebros y un “hablar” que emergía de improviso. Así que fui a visitarlo a Padua, donde dirigía una pequeña y original revista, Scarto minimo, junto con Stefano Dal Bianco y Fernando Marchiori.

De inmediato me sorprendieron sus comentarios acerca de la poesía, su simpatía por Celan y Mandelstam, su desprecio por todo lo que le parecía un juego, una evasión, un experimento. Pero aún más me sorprendió lo que no decía, sus dilatados silencios, la tensión espasmódica de su escucha afilada y atenta, la capacidad de hacer que las palabras de los demás convergieran en este silencio. Aquel era un día riguroso de enero y no podía ser diferente. Mario es un poeta del invierno y el invierno es su estación natural, la estación del recogimiento, del refugio entre los muros de casa, de los cobertores de lana. Incluso su palabra parece provenir de un lugar frío y apartado, en los límites con Eslovenia, aquel Friul “más allá del Tagliamento”, como él decía, encapsulado en su eterna posguerra de mil liras, Settimana Enigmistica[1] y galletas Saiwa, vaquerías y comedores humildes, un mundo de “interiores” austeros, mostrados en su pobreza, en el espacio inerme donde una mesa o un vaso encuentran una luz sagrada, como los objetos del último Van Gogh, por mencionar a uno de sus artistas preferidos.

El destino ha querido que nuestro último encuentro también fuera invernal. Con Viviana Nicodemo y Cristiano Poletti, dos apasionados de la poesía de Mario, salí de Milán el sábado 5 de enero rumbo a la Casa de Retiro de Piadena, donde nos recibió Donata Feroldi, criatura reservada y heroica que dio todo de sí misma a los últimos años del poeta. Lo encontramos tranquilo y, por momentos, incluso sonriente, embobado con los gianduiotti que atinadamente le habíamos llevado, pues nos acordábamos bien de nuestras últimas visitas y de su pasión por el chocolate. Hablamos durante un buen rato con Donata sobre el humor de Mario, que había mejorado mucho con respecto al que tenía en la rigidez carcelaria del hospital anterior en Milán. Hablamos también de su poesía lacónica, su palabra cargada de mutismo, forzada a realizar un esfuerzo supremo hasta llegar a la voz. Hablamos de la muerte que atraviesa, en múltiples tonalidades, todo su trabajo. Y hablamos también de la pietas de Mario —tal vez oculta en una corteza pero capaz de los más ardientes e inesperados impulsos, esas adhesiones febriles— y de su conmovedora fragilidad, oculta también por la reserva y la antigua modestia de su tierra. Por eso me gustaría terminar este recuerdo de Mario Benedetti, uno de los hombres y poetas que más he amado en mi vida, con algunas líneas que rozan la fragilidad de su aliento y de los que continuamos aquí, pasmados pero agradecidos, leyendo y releyendo las grandes páginas de su poesía.

 

 

Pienso en cómo decir esta fragilidad que es mirarte,

estar junto a las cosas como prendedores o botones,

como tus dedos, tu cabello largo marrón.

Pero de aire somos casi, en todos los cuartos

donde nos paramos frente a nosotros un momento

con el miedo que nos ha adelgazado en una sonrisa,

después del miedo en cada mano, o brazo, paso,

de que cada mano, o brazo, paso, ya no existan.

 

Traducción del italiano de Iván García

 

 

[1] La Settimana Enigmistica es una revista de pasatiempos publicada desde 1932 [N. del T.].