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La educación del ojo

 

  • Reflexiones sobre la Pandemia

 

En estos tiempos de pandemia uno sigue escribiendo, culminando proyectos desde casa, saliendo cada vez menos, y gastando lo mínimo. Un escritor está confinado siempre por voluntad propia, pero cuando te obligan a quedarte se podría volver una cárcel. Durante estas semanas he aprendido a fijarme más en los detalles, es como si el día y la noche fueran eternos. Me salvan las largas caminatas y mis paseos en bici. Desde mi mesa de trabajo puedo ver el jardín y el patio con mi bicicleta esperándome cada día. Antes, había reparado en los árboles, la puesta del sol y los pájaros que llegan a comer prácticamente de mi mano. Desde que comencé a quedarme más en casa, he contemplado este patio de otra manera. He visto con más perplejidad los colores de los árboles, las flores naturales que crecen sin cesar. Cada rama cambia de lugar cada mañana. Es verano. Ahora pongo la regadera para que los pájaros jubilosamente se bañen, y arman una fiesta de Padre y Señor mío. No había pensado antes en la felicidad de los pájaros. El agua los alienta, dan brincos elásticos mientras toman agua. Cuando agitan sus alas parece que sonrieran al universo. Aunque en apariencia no piensan, saben por instinto que alegran el mundo. He tenido el tiempo de filmarlos cuando se bañan subidos a las ramas, mientras el agua sube y baja en círculos por los aires. También he tomado cientos de fotos de los pájaros mientras aterrizaban en el patio. Ya no me tienen miedo cuando abro la puerta para darles semillas al mediodía. Así uno cree conocer algo el territorio de los pájaros. Los hay aristocráticos y apuestos como los cardenales que se enseñorean en las ramas, distinguidos siempre entre los otros no tan agraciados que los miran de reojo. Una noche cruzaron el jardín las aves de Braque. Alas abiertas dominaban el verde y el gris de la noche. Aves entre las nubes, aves negras sin espanto. A diferencia de las gaviotas que sobrevuelan el mar, blancas azucenas sobre el cielo, estos pájaros de mi patio son aves caseras. Les gusta el agua de la manguera, los charcos de agua que se van formando despacio. Una gaviota busca un pez, y el cielo la celebra. Un gorrión se posa encima de la sombrilla celeste, y mira el horizonte.

 

Uno escribe caminando, con el corazón en el patio, paseando en bici, regocijando el ojo entre las calles, algún bosque o una playa donde nadie va. La pandemia no te hace mejor escritor ni te permite reflexionar mejor sobre la vida o la muerte. Hay momentos difíciles siempre, y hay instantes de felicidad con mucha frecuencia.

 

 

 

  • La educación del ojo

 

Miro por la ventana hacia el patio y todo se difumina a través del vidrio. Si me concentro más, veo unos pinos erguidos al sol, la bicicleta, una mesa y una sombrilla verde claro. Cada día de verano se me ofrece el mismo cuadro ante mis ojos. Desde mi mesa de trabajo me distraigo mirando el cielo y las nubes que descienden sin prisa. De tanto mirar el gran vidrio se ha convertido en una pintura con sombrilla. Siempre, en los atardeceres, veo todo como una gran pintura cambiando con la lluvia y la dirección del sol. Aun si muevo la bicicleta o las sillas de su lugar, el trasfondo es el mismo. Los lirios de mi mesa de trabajo crean una doble dimensión, pareciera que de súbito iniciaran una pintura interior. Siempre están ahí en el florero, atentos a la belleza, y los siento moverse con su amarillo intenso en el florero de cristal. Y afuera, ahora que el sol invade toda la grama, el cuadro cambia cuando aterrizan los pájaros a comer el alpiste que les doy cada mediodía. Los pájaros forman en hilera un cuadro aéreo en el patio de la casa. El patio con sus sombras cotidianas, y su pileta sin agua, espera siempre la alegría. Sin embargo, a veces pienso, mientras observo el mismo cuadro, si este suceso podría ocurrir en otros ambientes donde no hubiera tantos árboles. Tal vez las dunas del desierto formen líneas perfectas trazadas por el viento. Si mirara desde lo alto de un edificio la ciudad sería una pintura en movimiento. Si mirase hacia abajo desde el piso cincuenta de un edificio de la gran ciudad todo se vería pequeño, y solo me bastaría el cielo. Me pregunto si vería un cuadro como el patio, o unos pinos salir de la tierra para protegerte. O solo vería edificios bailando con el viento, y los autos acelerando entre las calles, cruzando los puentes de acero, buscando otro color más oscuro que el turquesa del agua.

 

Vuelvo a abrir la puerta para mirar el cielo del patio. Ahí está la sombrilla y esta vez la lluvia. Esparcir las semillas que dan vida, el agua que sube hacia arriba sin parar.

 

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La Bitácora del encierro es un proyecto de la UAM Cuajimalpa