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Cinco páginas durante el aislamiento

Primera página.

 

Hace algunos días estaba ausente de mí mismo. Sentirse como una hoja o un pétalo de una flor. Algo en mi memoria se apagó. Tal vez es mi voluntad, desde el fondo de mí mismo. El deseo de ya no creer en las ilusiones que nuestra frágil civilización inventó. El problema es esencialmente la restricción invisible que nos vincula desde el inicio de la epidemia. Siempre es difícil predecir el futuro, pero esta vez parece completamente difícil predecir el futuro. ¿Dentro de poco vamos a registrarnos, por defecto, con nuestros números, y estaremos ligados a nuestros chips que reemplazarán la piel de humanos con la que venimos al mundo?

 

¿Cuál es la imagen de nuestra próxima libertad o de nuestro sometimiento? Me apasiona el sol, la idea del mar y de los viajes permanentes. Heme aquí atrapado entre mi jardín y los paisajes del bosque vecino. De vez en cuando pasa un ciervo y me mira como si se preguntara acerca del enigma de ese silencio que de pronto recubre el mundo. ¿Cuándo terminará este aislamiento que nos aplanó con esta epidemia, cambiando nuestros hábitos y las acciones que aprendimos con tanto esfuerzo para darle un sentido a nuestra humanidad? Salir para mí es tomar un tren o un avión e ir a algún lugar, lejos, de donde es imposible regresar a pie. La única forma como me siento seguro es sabiendo que nadie sabe en qué lugar me encuentro o no se lo imagina con precisión. Pasé toda mi vida casi yendo y viniendo. Mis proyectos nacen entre esos dos polos, y si no se llevan a cabo, permanecen como proyectos, un espacio de esperanza, como decía un poeta, cuando describía el peso de la vida. Admito que no he leído ningún libro desde hace dos días o más. Ayer, me senté en el jardín hasta muy tarde. Miré la puesta de sol, segundo por segundo, y al inicio de la noche no tenía ganas ni de una copa de vino ni de una conversación con una mujer. Al inicio de la noche, oía los pájaros. Pájaros que se peleaban por momentos sobre una rama, justo como para una casa de campo en una noche tranquila… En fin, no lo sé, pero ignoro todo lo que va a suceder. Nuestra voluntad orienta nuestra libertad, la que después determina nuestro destino. El placer, que es la esencia del saber y la definición más precisa de la felicidad, sigue siendo prisionero de nuestro cuerpo. La pasión se vuelve muda, hoy en día la voz del placer no sobrepasa los dos metros. Los besos se quedan presos en los labios, aunque, como nos acordaremos del pasado, se nos dirá que sobre nuestro planeta hay más millones de besos que de propios humanos. No es una guerra para medir la valentía. Al contrario, es un conflicto absurdo a cada etapa, a cada movimiento, y en todo lo que nos rodea que puede ser tocado o bendecido, desde los labios de una mujer hasta la manija de la puerta. Parece como si todo lo que hubiéramos aprendido sobre nuestra naturaleza fuera pasado, sólo un recuerdo y una nostalgia. ¿Pero una persona cambia tan fácilmente su segunda naturaleza? Incluso cambiar de país es menos estresante que afrontar un virus que nuca hemos visto y que nunca veremos… pero esto altera todas nuestras emociones. Es la verdadera miseria del Hombre… rostro de un apocalipsis silencioso.

 

 

Segunda página.

 

Desde hace tres días llueve sin interrupción. De vez en cuando, una tormenta minúscula deja caer hojas de árbol de las ramas. El aislamiento se duplica cuando la ira de la naturaleza se encuentra con el miedo del virus. Los timbres del teléfono no paran: amigos de Roma, Londres, El Cairo, París y Hamburgo. Todo el mundo busca una salida del aislamiento. El mismo hadiz, un disco rayado, como se dice. Su música es el virus que dictó el laudo de un aislamiento obligatorio para los gobiernos. Nada es seguro, pero todas las posibilidades y todos los puntos de vista son cuestionables. Acepto todo y lo almaceno en mi cerebro para juzgarlo. No soy ni médico ni biólogo para dar mi opinión. Escuchar y esperar y leer en la pantalla del teléfono lo que recibo. ¿Complot o coincidencia? ¿Asunto pasajero o imperativo histórico? ¿Un gobierno mundial o la fractura de los gobiernos que hoy están en el poder? Y cada día hay discusiones para escapar al peso del aislamiento. Roma está desierta, París está vacío, Nueva York es saqueado por el viento desalmado… pero El Cairo es ruidoso como si la epidemia fuera una fiesta, la música suena y los bailarines corren mientras celebran a un hombre que salió del hospital después de su convalecencia después del Corona. Lo sorprendente es que es el único, entre cientos de bailarines, que lleva puesto un cubrebocas.

 

Los gatos de la casa están sorprendidos, no entienden lo que nos pasa a mi pareja y a mí. ¿Por qué no salimos de la casa, al menos por una hora? Nos acompañan mientras arrancamos las hierbas salvajes del jardín. Nos rodean a la hora de la comida, siempre atónitos. Con las gallinas y los gallos pasa lo mismo, se pasean entre los árboles picoteando un grano por aquí y un gusano de tierra por allá. No tienen nada que ver con nuestra modernidad catastrófica y nuestra servidumbre en el aislamiento que no sabemos cuándo terminará.

 

Desde luego, el mundo va a cambiar. De hecho, ya cambió desde los primeros días de la epidemia. Todos nos volvimos intocables, tememos acercarnos unos a otros. Tememos las herramientas de nuestros sentidos de la boca a la nariz y al ojo. Dudamos de todo. Antes de limpiarla, la comida resulta cuestionable. Nuestras manos son dudosas después de que terminan una buena parte de sus misiones. No hay apretón de manos, no hay abrazos, no hay ningún diario que sea hojeado. Es una era de purificación de los hombres y de las cosas. Pero ¿qué lección vamos a aprender a transmitirle a las generaciones futuras?

 

Intocables, todos nos volvimos intocables. Una especie de lepra que iguala a reyes y mendigos. ¿Será que el mendigo y las personas sin hogar[1] son más libres? También nuestros sentidos, que hasta hace unos cuantos días eran el camino de nuestra propia libertad, están en un estado de pánico. Tenemos miedo de nuestros ojos, entonces no observamos todo lo que nos rodea. Nuestra nariz tiene miedo de que el aire esté corrupto, que sea portador del virus. Nuestros dedos están cubiertos con guantes, por miedo a tocar lo que está contaminado… La naturaleza pura permaneció solamente como una amiga que nos consuela. Los pájaros pían todo el día sobre los árboles. Los corzos retomaron sus paseos alrededor de la casa. Ayer, en pleno día, vi tres con dos pequeños que pacían hojas de las ramas caídas. El jardín de la casa está en su apogeo, pero no hay visitantes para disfrutar del paisaje. No hay risas alrededor de una mesa en el corazón del jardín o sobre la hierba. En el cuadro de Manet, Almuerzo sobre la hierba, la distancia entre los personajes es la misma que la que recomienda la Organización Mundial de la Salud. El distanciamiento social es un término extraño, dos términos que se contradicen. El aislamiento nos permitió hacer lo que no pudimos hacer durante años: la lectura continua y el deshierbe del jardín. La televisión muestra verdaderas películas, algunas datan de la época de la gloria del cine. Los programas de tele se volvieron inteligentes. El pequeño monitor se convirtió en la fuente de felicidad en tiempos del Corona.

 

Por primera vez resentimos los beneficios de las innovaciones de la Modernidad. El teléfono nos proporciona noticias, reportes y videos sobre el desarrollo de la epidemia y de su itinerario, la cantidad de sus víctimas en cada país. Cada día aparecen teorías alrededor del virus. La espera de la vacuna se convirtió en la preocupación de toda la humanidad para frenar la fecha límite del Día de la Resurrección, una tierra sin hombres. Al mismo tiempo, descubrimos que nuestros progresos científicos son un mito mediático. En algunas horas encontramos soluciones militares, y los ejércitos se preparan a su máximo potencial, pero hoy en día todo el mundo está impotente frente a lo invisible. Cada hogar se convirtió en una isla aislada. Ya no hay vergüenza en disculparse con un amigo que tiene la intención de visitarte incluso en el espacio del jardín. El Corona nos da la oportunidad de rechazar a los indeseables con tacto, pero suprime la felicidad de recibir a aquellos que amamos. También se convirtió en una espada de doble filo. Dialéctica hegeliana nunca antes citada.

 

 

Cuarta página.

 

Hoy, domingo. Las calles de Roma están desiertas. La plaza de San Pedro, en el corazón del Vaticano, está vacía. Es la oportunidad de contemplar el genio de Miguel Ángel. La Kaaba de la Meca también estaba vacía hace dos días. Las palomas vuelan en los pasillos de la Gran Mezquita, lugar de oración. La religión regresó a los hogares, sin liturgias colectivas. También está sitiada por una metafísica extraña…

 

El planeta se convirtió en una cárcel con millones de celdas. En la cárcel las cosas son más sencillas: la cárcel forma los sentidos sociales, los encuentros, la lectura común, el deporte y el intercambio cotidiano de experiencias. La relación con los guardias se vuelve semifamiliar conforme pasan los días. Con la epidemia, el mundo exterior se convierte en pura imaginación y recuerdos. Los Estados les permitieron a los ciudadanos poder alimentarse. Los supermercados están abiertos para llenar las panzas. La comida espiritual, el consuelo de la razón, lo que le da sentido al tiempo y a la existencia se acabó. Abstinencia inesperada: ¿el teatro, el cine, las librerías, las bibliotecas públicas y los clubes deportivos, todos están cerrados indefinidamente? Un amigo me dijo por teléfono: pretendían que los autos volaran en 2020, pero hoy en día los aviones están acuclillados en la plataforma.

 

También estamos acuclillados en nuestras casas después de haber cancelado los destinos de viaje. Mi pareja dice: está bien porque la naturaleza sigue con vida durante estas vacaciones obligatorias para los humanos, y muestra los escondites de las aves entre los árboles de donde proviene la música celeste.

 

Mi amigo, Edgar Morin, me envía una caricatura por WhatsApp. Dibujos de hombres desde la época de Java hasta el neandertal, y el homo sapiens, el último ser humano que se detuvo y dijo: “¡Media vuelta! Hicimos mierda todo”. Ésa es la realidad. Perdimos el camino hace mucho tiempo cuando combatimos todas las enfermedades, salvo la enfermedad mortal de la vida —que no tiene cura—.

 

Necesitamos descanso. Ya basta de nuestra avaricia de querer poseerlo todo, incluso los planetas lejanos. Vaciamos la tierra de sus entrañas. Asesinamos los mares. Contaminamos el cielo. La vida que comenzó con una bacteria unicelular que hoy le tiene miedo a una célula sin célula. Al final, el virus es un producto humano y aquí estamos luchando contra nuestros propios inventos. ¿El humano ganará contra su clon?

 

 

Quinta página.

 

El timbre de los teléfonos se atenuó y las restricciones de circulación de las personas se flexibilizaron. Las ciudades abrieron sus puertas, cafés, restaurantes y tiendas. Las fronteras entre las provincias se abrieron desde hace dos días con la condición de que las personas usen cubrebocas y mantengan la distancia entre ellas. El distanciamiento social siempre es de rigor. La libertad en una caja, ¿hasta cuándo?

 

Jueves, fui en carro a La Rochelle después de tres meses de ausencia. Tan pronto mi pareja y yo bajamos del carro, nos pusimos los cubrebocas, como si fuéramos a atracar un banco. El mar tenía la marea alta. Las olas golpeaban fuertemente contra las piedras del río. Gotitas de agua volaban por el espacio, parpadeando por un segundo, luego reuniéndose con las olas que se retiraban. Tomamos un café en la cornisa antes de regresar a casa. Por primera vez, el lugar era hostil. Las mesas estaban separadas por algunos metros y los clientes se observaban más entre ellos que lo que miraban el mar. Las emociones igualmente estaban sofocadas. Desde que comenzó el aislamiento, no ha nacido ninguna historia de amor. El amor nace en un espacio. Los lugares probables para un encuentro están desiertos: las banquetas, el café, la línea de costa, la oficina de correos, el vagón de tren… todos esos espacios fueron abandonados como sitios arqueológicos que todavía no se han descubierto.

 

Los viajes que me acompañaron desde hace muchos años me dieron a conocer el aislamiento en mi casa, cuando no estoy lejos, entre países por donde paso como un extranjero. Lo que está alrededor de mí, aquí, lo conozco. Desde hace años experimenté todos esos lugares hasta el hartazgo. Nunca encontré lo que buscaba, la libertad que encendía la pasión, que me llevaba al encuentro con el vellocino de oro del sol. El mar me alimenta cuando lo miro, en los espacios sin humanos, y a veces en los bosques en otoño, sobre todo cuando están exentos de excursionistas que no aman la lluvia, el frío y la soledad… Están en evolución constante, el mar y el bosque, el movimiento del planeta está en ellos y no en los hombres que van de shopping y nunca observan el genio de la arquitectura de las ciudades que se asemeja al dédalo arquitectural de los nervios sobre la piel… Los ojos de los paseantes penetran en el vidrio de las vitrinas en busca de novedades expuestas que saturan su vista. Nunca miran a los ojos, por temor a que las miradas confluyan…

 

No me siento tan mal mirando otros horizontes que sólo están en mi cabeza.

 

Alrededor de la casa, aislados en esta campiña replegada sobre sí misma, los halcones regresaron para volar después de algunos años de ausencia. La naturaleza recupera a los suyos cuando el movimiento de las personas y de los carros en el piso, y el movimiento de los aviones en el cielo se detienen. Los halcones allá arriba, con sus vuelos circulares, buscan a su presa que repta sobre la tierra. Congelan sus alas como si pensaran todo el tiempo, y luego, de pronto, se zambullen en caída libre sobre esa presa: una serpiente, un conejo o una perdiz extraviado en un campo de trigo.

 

En nuestro jardín, mariposas que vienen del Nilo y de Marruecos desembarcan entre las flores, revoloteando. En las alas de cada mariposa, la naturaleza pintó algo parecido al rostro de una mujer. Entre el campo de trigo y el bosque se encuentra un campo de girasoles. Camino por ahí todas las noches. Observo los girasoles que se elevan con un dedo cada día. Antes de terminar mi paseo, como cada noche, paso a saludar a la oca en el jardín de la última casa del pueblo vecino. Me ve de lejos, abre sus alas y corre hacia mí mientras que la llamo “Bianca”. Le doy algunas hojas de plantas que recogí del camino, luego abro mi teléfono celular para darle a escuchar Sonata Claro de luna de Beethoven. Cierra los ojos. La serenidad la lleva al sonido de un solo de piano. La dejo y regreso a casa gritando “hermosa noche, Bianca” y voy a casa. En el camino de regreso, escucho su voz como si fuera el arrullo de una paloma gritándole a la luna una noche de verano.

 

Así es como pasa el tiempo, esperando los viajes y las ciudades que encontrarán nuevamente su rostro, las ciudades lejanas y las ciudades imaginarias que todavía no han visto la luz. Espero el futuro que todavía tiene una utopía.

 

 

Traducción del francés de Adriana Romero-Nieto

 

 

[1] En el original en francés dice: los SDF, que son las siglas que creó el Instituto Nacional de Estadística y Estudios Económicos (INSEE) de Francia y que ahora se usan en el lenguaje común y corriente para nombrar a las personas en situación de calle [N. de la t.]

La Bitácora del encierro es un proyecto de la UAM Cuajimalpa