Actualidad

Acceso denegado

Si hay una cosa que nos ha mostrado la pandemia de covid-19 en curso, con cada vez mayor claridad conforme pasan los días, es la casi total desconexión entre la gente que está sentada en los tronos de poder de Nueva Delhi y las personas ordinarias que los pusieron ahí. Empezando con la exhortación a salir a golpear sartenes y ollas en los balcones (sería interesante saber cuánta gente vive en casas con balcones en la India), la sujeción de la nación entera al confinamiento con cuatro horas de anticipación (como si todos los indios se hallasen seguros en sus cómodas casas al momento en que el líder supremo pronunció su emotivo llamado por medio de todos los canales de televisión en la noche del 24 de marzo), la potencialmente desastrosa decisión de convertir al país entero en un área de oscuridad, iluminada sólo por velas y lámparas el 5 de abril (con la invocación de nueve minutos a las nueve de la noche que recordó el peor tipo de palabrería supersticiosa), el trato monstruoso a millones de trabajadores migrantes, el intento de presentar la pandemia como un complot musulmán; la lista se vuelve una lectura dolorosa.

Estoy tecleando esto en un cuarto sin electricidad, mientras afuera la cola del ciclón Amphan destruye y ruge; los cables de la electricidad han caído entre una lluvia de chispas espectaculares, hay árboles que han sido arrancados de raíz —incluyendo un majestuoso ébano de oriente (samanea saman) que ha sido parte de la topografía de nuestro conjunto habitacional desde hace al menos 50 años—, las ventanas se han estrellado, los techos de lámina de las tiendas que están a la orilla de la carretera han sido levantados y hubo una devastación generalizada en la parte de la ciudad en que vivo. Más al sur, las cosas están mucho peor (y aún más, cerca del enorme bosque de manglar de Sundarbans), como lo han confirmado los reportes de amigos, y nadie sabe realmente la dimensión de los daños que será revelada cuando el sol se levante en unas pocas horas, a partir de ahora. De cualquier manera, puedo estar picoteando mi computadora portátil porque tengo acceso a varias maravillas de la tecnología moderna: una máquina resistente, con teclas retroiluminadas y una batería con varias horas por delante, un teléfono celular con datos que me ha permitido crear un módem por el que puedo tener acceso a internet, un techo sobre mi cabeza que no se derrumbará; simplemente por mencionar lo más evidente.

Ninguna de estas cosas es algo que la mayoría de la gente de la India pueda dar por hecho, por esta razón soy muy consciente del enorme privilegio del que disfruto, en contraste con la abrumadora mayoría de mis conciudadanos. Sin embargo, extraña y trágicamente, los de verdad poderosos, que deciden sobre las cuestiones que tienen que ver con la educación en nuestro país, parecen no advertir el hecho de que la mayoría de los estudiantes simplemente no son tan privilegiados como nosotros, quienes se supone que somos sus guías y mentores. En nada se nota esto tanto como en la promoción de las clases y los exámenes “en línea” como si fueran la panacea que ayudará a los estudiantes a superar las muchas dificultades que enfrentan para acceder a la educación en una situación de confinamiento.

Hay una diferencia fundamental entre que las clases se lleven a cabo en línea y el usar recursos electrónicos o digitales para actividades académicas, incluyendo el dar clases. La primera requiere que los estudiantes estén presentes a una hora específica y que participen en las clases en tiempo real, la segunda permite a los estudiantes descargar los materiales de enseñanza y aprendizaje para comunicarse con los profesores a su conveniencia. Esto debe tenerse en cuenta todo el tiempo dados los diferentes perfiles sociales y económicos de la mayoría de los estudiantes, particularmente en las instituciones de educación que cuentan con ayuda gubernamental, como en la que yo trabajo. En lo que viene a continuación, me restrinjo a la educación terciaria porque los problemas de la educación básica requieren de discusión aparte.

Afortunadamente, el gobierno de Bengala Occidental, después de inicialmente hacer ruido sobre las cosas “en línea” como solución a todos nuestros problemas, ahora ha decidido no impulsar esa opción con demasiada fuerza y ha permitido a cada universidad decidir las modalidades sobre cómo continuar con las actividades académicas, la interacción con los estudiantes y las evaluaciones de conducta. A pesar de esto muchos problemas persisten. Un gran número de estudiantes están ahora encerrados en sus casas, o en su alojamiento universitario, sin acceso a sus notas de clase, libros y otros materiales de estudio (digitales o de otro tipo), que les permitan cumplir con sus clases, por no hablar de prepararse para los exámenes. Incluso si, para explicarlo, suponemos que hay un estudiante con acceso a internet estable y de alta velocidad, no puede haber garantía en ello de que ese estudiante estará, en forma alguna, preparado para presentarse a un acontecimiento que podría determinar el curso futuro de su vida. Otros problemas tienen que ver con la sobrepoblación crónica de casi todas nuestras universidades e instituciones de educación superior: nadie parece tener la más mínima idea sobre cómo mantener el distanciamiento social en los salones en que los estudiantes se sientan a tomar sus clases y donde, normalmente, también hacen acto de presencia para sus exámenes. Incluso si las instituciones de educación superior y las universidades reabrieran más o menos pronto, por decir algo, al final de junio (una posibilidad remota dada el alza continua de los casos de covid-19), ¿cómo llegarían a esos lugares los estudiantes, considerando el riesgo de infección en camiones, trenes y otros medios de transporte público? Y en cuanto a aquellos que se hospedan en hostales, es más que probable que un solo caso de covid-19 lleve al cierre de todos los hostales de esa universidad o institución de educación superior.

Quizás necesitemos ver las cosas desde una perspectiva diferente, en vez de complacernos con ilusiones moldeadas a partir de lo que pasa en Occidente o basadas en servicios de los que disfrutan sólo una diminuta minoría de los privilegiados económica y socialmente. Según las estimaciones más realistas, cuando menos harán falta otros tres o cuatro meses más antes de que siquiera podamos pensar en retomar clases en instituciones de educación superior y universidades, además es posible que hagan falta más confinamientos parciales si, como sugieren las experiencias de otros lugares alrededor del mundo, hay un pico en el número de casos de covid-19 después de la apertura de este tipo de instituciones. ¿Podríamos entonces pensar en declarar al actual periodo académico como un “año cero” y hacer planes para que quienes tenían programado presentar sus exámenes en mayo y junio de 2020 lo hagan en 2021? Ejemplos no faltan. En Bengala Occidental, durante el periodo de los problemas con el movimiento naxalita, las universidades y las instituciones de educación superior difirieron los exámenes por uno o incluso dos años. ¿Está fuera de lugar proponer que pensemos en algo parecido, en buena medida porque nadie parece saber cuándo nos libraremos finalmente del azote del covid-19 o, como parece más factible, cuándo aprenderemos a vivir con él? Algunos podrían oponerse a esto diciendo que privaría a los estudiantes de todo un año de sus vidas y que les impediría tomar los trabajos que, a algunos de ellos, cuando menos, les han prometido. Pero con los empleadores potenciales también se puede negociar y si un “año cero” se sigue en todo el país, entonces todos tendrán la misma desventaja o, si se prefiere, ventaja. De una u otra manera, un año cero parece tener mucho más sentido, desde la perspectiva del acceso y la equidad, que el apresurarse a realizar exámenes de final de semestre y sacar a los estudiantes del sistema de educación superior, un proceso que parece específicamente diseñado para favorecer a los privilegiados en lo económico, por sobre sus hermanas y hermanos igualmente talentosos, pero más pobres.

 

 

Traducción del inglés de Germán Martínez Martínez

La Bitácora del encierro es un proyecto de la UAM Cuajimalpa