No es fácil intentar introducir este número dedicado al trabajo teórico y crítico de Willy Thayer. Y esto no se debe a algún problema de legibilidad o de inaccesibilidad relativa a sus intervenciones, sino más bien se refiere al cuidado necesario a la hora de comentar dicho trabajo, para no incurrir en la constitución de una imagen que, a pesar de pretenderse coherente, no pueda evitar su efecto inhibidor. Traducir o convertir las intensidades que movilizan el pensamiento de Thayer en una suerte de «imagen del pensamiento», como nos diría Deleuze, implica organizarlas según algún presupuesto o principio articulatorio, y, por lo tanto, implica asignarles la condición de teoría o de saber crítico. Por supuesto, no queremos simplemente afirmar la imagen de un pensador particularmente desorganizado, sino apuntar al hecho de que su trabajo se hace posible a espaldas de los procedimientos convencionales del saber disciplinario. A esto se debe, sin duda, el que sea tan difícil traducirlo a alguno de los esquemas conceptuales que organizan el archivo humanístico en la actual división internacional del trabajo universitario. No hay acá ni liberacionismo ni crítica de la ideología, ni postcolonialismo ni criollismo antiimperialista, mucho menos encontramos en él ademanes etnográficos culturalistas o giros testimoniales. Es más, podría sostenerse que el trabajo de Thayer carece de objeto, que se inscribe precisamente en un tipo de reflexión que parte por cuestionar los mismos procesos de subjetivación y objetivación que han definido el horizonte cartesiano de la crítica moderna.
Si esto es suficiente para hacer vacilar cualquier intento de sistematización, todavía deberíamos considerar la diversidad de sus intervenciones, sus ensayos, sus libros programáticos y sus compilaciones, sus trabajos sobre la universidad neoliberal, sobre las artes visuales y la Escena de Avanzada, sobre los presupuestos de la crítica como tecnología universitaria, sus elaboraciones en torno a la relación entre violencia y performance, su trabajo sobre el cineasta Raúl Ruiz y sus reflexiones relativas a las revueltas. Sin refugiarse en la condición de experto, Thayer ha estado presente en casi todas las coyunturas teórico-críticas gatilladas por los procesos socio-políticos de los últimos 30 años: desde la cancelación de la Universidad nacional por las reformas privatizadoras de Pinochet, pasando por las lógicas neutralizadoras de la llamada transición a la democracia, hasta los debates en torno a la Escena de Avanzada y su vanguardismo crítico; desde las transformaciones de la soberanía en la época del estado de excepción permanente, como efecto de la actual globalización financiera y sociocultural, hasta los debates en torno a las potencialidades del arte y del cine en cuanto agentes descentralizadores del relato identitario y comunitario habitual; desde las transformaciones del currículo universitario hasta la historización radical de la crítica como operación conceptual.
En este sentido, nos cuesta asignarle una etiqueta a este conjunto de intensidades, sobre todo porque si bien, como decíamos, Thayer ha estado presente en varias de las discusiones de los últimos años, no lo ha hecho al modo de un intelectual capaz de definir y determinar los contornos de una situación o problema, sino al modo de un punto ciego, de una aporía, que impide cerrar, resolver o cancelar dichos problemas, abriéndolos y delatándolos en su impensada copertenencia. Quizás El barniz del esqueleto (2011) constituya uno de los lugares privilegiados donde se elabora este distanciamiento con respecto a las mediaciones e investimentos, teóricos y culturales, con los que se insiste en sublimar la desnuda facticidad de la existencia. En efecto, la estrategia auto-gráfica del libro nos permite entreverarnos, no sin algo de «cinismo» (Diógenes), con la metaforicidad de “yo” como revestimiento y ocultación del ser.
Sin embargo, a pesar de que los libros y ensayos de Thayer son diversos, bien podría sostenerse lo contrario, esto es, que Thayer ha estado escribiendo un único libro pero que este libro, a diferencia de la figura moderna y finita del libro, está tramado por diversas capas de sentido que pueden organizarse según las demandas de una determinada coyuntura. En otras palabras, a pesar de la marcada diferencia y de la obvia distancia entre, por ejemplo, La crisis no moderna de la universidad moderna (1996, re-editado el 2019) y Tecnologías de la crítica (2010), lo cierto es que ambos libros pueden montarse y remontarse según las necesidades del momento: ya sea para precisar el alcance de la reforma neoliberal de la universidad nacional, ya sea para interrogar el estatuto mismo de las prácticas críticas e intelectuales en la Modernidad. Lo mismo cabría decir respecto a su problematización de la imagen, del montaje y de la performance y lo performático: no se trata de afirmar un momento cínico y escéptico respecto a las potencialidades de la Avanzada, sino de entender que el cuestionamiento de la disposición vanguardista de sus obras permite apreciar dimensiones no atendidas de tales obras, haciéndolas aparecer nuevamente y abriendo la relación arte-política más allá de la diégesis del conflicto central y sus relatos salvíficos y sacrificiales. En efecto, a esto se debe también su reciente vuelta a Eugenio Dittborn, Nury González y Raúl Ruiz (Imagen exote, 2019), vuelta que se da en medio de las revueltas chilenas, sin anticiparlas ni determinarlas, sino que haciéndose cómplices de ellas en la postulación de una forma de vida ya no capitalizada por las retóricas de la militancia, de la identidad o de la pertenencia.
Se trata de un gesto similar: si El barniz del esqueleto suspende el arropamiento teórico y culturalista, La imagen exote desterritorializa las economías de identificación e inscripción de la misma crítica. Y en todo esto se fragua una relación no determinativa con las revueltas, precisamente porque en su lectura del cine de Ruiz se hace posible la postulación de un pueblo sin atributos, atópico y no regido por las diversas etnicidades ficticias que han intentado capturarlo en procesos de identificación contrahegemónicos. Por supuesto, Thayer no se limita a oponer el cine tardío de Ruiz (La recta provincia, Cofralandes, etcétera), a las retóricas identitarias del neoconservadurismo nacional y su imagen gongorina del pueblo, sino que intenta atender a la forma en que el mismo Ruiz, tempranamente (en Tres tristes tigres, Palomita Blanca, Diálogo de exiliados, En el techo de la ballena, entre otras) ya parafraseaba irónica y domésticamente (atendiendo a su uso de recursos melodramáticos) la representación heroica y monumental del pueblo como Pueblo nacional, esto es, como sujeto del proyecto nacional emancipatorio, de la comunidad nacional, pero también como sujeto de un infinito proceso de modernización.
Nos atreveríamos a sostener que esta serie de intensidades también están cruzadas por una insistencia en Marx, en sus textos y en su gesto, como si desde hace mucho tiempo Thayer estuviera escribiendo un libro sobre el alemán; un libro, claro está, que no podría ser fácilmente inscrito en el archivo marxista convencional, pues se trataría de un volumen cuya lectura demandaría una serie de interrupciones destinadas a suspender nuestras formas naturalizadas de leer. No tenemos certeza sobre la eventual publicación de dicha obra, ni siquiera sabemos de su existencia material, pero nos atrevemos a sostener que este hipotético texto ha estado presente, escribiéndose lentamente, desde hace tiempo y que pruebas de todo esto nos dan no solo sus ensayos más cercanos (como el ensayo de Thayer que acá presentamos), sino también sus cursos y seminarios. Esto, por supuesto, no lo convierte en un filósofo marxista, como tampoco su libro sobre las transformaciones de la universidad lo convirtió en un pensador lyotardiano, o su libro sobre las tecnologías de la crítica lo convirtió en un pensador benjaminiano o deleuziano, al modo de la patrística universitaria convencional. Y no solo porque, como hemos insistido, no hay «scholarship’»en sus intensidades, sino porque estas también implican una práctica de lectura no convencional, un trabajo con los autores que implica abismarlos y llevarlos hacia problemas no necesariamente familiares.
En efecto, la cuestión misma de la lectura no es un problema menor, porque implica preguntarse no solo por el modo de leer de nuestro autor, sino por sus diversos archivos nocturnos, sus horas de trabajo, sus manías, pero no para capturar una imagen acabada de su práctica, sino para desbaratar el fetichismo de las industrias editoriales que, junto a los saberes universitarios, no dejan de publicitar sus dietas de lectura. La lectura performativa de Thayer, en este sentido, insiste en mostrarnos que el pensamiento pasa en un momento indeterminado o enigmático en entre los libros y su «consumo», momento que no puede ser pedagogizado ni estandarizado. Manteniendo presentes todas estas dificultades, introducimos acá entonces una serie de textos que gravitan en una cierta cercanía al trabajo de Thayer, sin pretender colocarlo tampoco en un lugar central, al modo de un sol que comanda heliocéntricamente el discurso total del número. Por el contrario, al modo de las manadas de lobos esteparios que atraviesan la meseta, todos estos textos deambulan nomádicamente sobre un tiempo, el nuestro, cuya densidad debemos a la insólita condición de las revueltas.
*Editorial del número 16 de la revista Papel Máquina dedicado al pensador chileno Willy Thayer. El número puede consultarse desde la página de la editorial Palinodia.