Mi nombre es Víctor Manuel Coria Hernández, y vivo en condición de discapacidad desde los 2 años, a causa de secuelas de poliomielitis en la extremidad inferior derecha. A la fecha tengo 43 años. Soy el tercero de 7 hermanos, de los cuales 5 somos hombres y 2 son mujeres. Somos una familia de la llamada clase media.
Mi infancia, como la de la mayoría de las personas con discapacidad fue muy difícil; viví discriminación, maltratos y abandono. La peor discriminación se vive en casa. Mi madre por alguna razón siempre me vio menos y a manos de ella sufrí las golpizas y desprecios más crueles. De niño ella siempre me escondía, y en mi inocencia de niño cuando lo hacía yo no imaginaba el por qué. Hoy en día lo entiendo, pero no sé por qué lo hacía.
Comencé a estudiar ya algo grande, e ingresé a la primaria a los 9 años. Justo un año antes de ello comencé y aprendí a caminar con las muletas, algo que no fue nada fácil, y los primeros años de la escuela no fueron menos sufridos. El maltrato en casa y en la escuela me ahogaba, pero en esos años encontré una salida a esa situación, salida que marcó mi vida.
Años antes de comenzar a usar las muletas jugaba fútbol con mis tíos, primos y hermanos. Jugaba a portero arrastrándome, lo que después de aprender a caminar con las muletas seguí haciendo, hasta hace unos meses que por cuestiones de la pandemia se suspendió el torneo. Al paso de los años mi situación ha cambiado relativamente, he crecido como persona y como humano. Sin embargo, lo que no cambia es la sociedad, pues hoy se me sigue discriminando en muchos aspectos, como lo son el profesional, el social y el político.
La vida me ha brindado grandes oportunidades de ser alguien diferente y he afrontado con responsabilidad cada una de ellas. A los 15 años terminé la primaria, a los 18 la secundaria, a los 22 el bachillerato, a los 29 la universidad, a los 35 la especialidad y apenas hace 5 años terminé la maestría y recibí mi certificado de locutor por parte de la Secretaría de Educación Pública. Soy Técnico en Computación Fiscal Contable, Abogado con especialidad y maestría en Derecho Penal, además de locutor. Antes de todo lo anterior fui chalán de panadero en algunas panaderías de Actopan, oficio que es herencia familiar.
La condición de discapacidad en la que vivo ha sido un gran motor al paso de los años. He aprendido a aceptarme poco a poco, aunque no me deja de causar melancolía y nostalgia el saber que pude caminar hace años y ahora no lo hago, pero solo es nostalgia.
Cuando el suicidio fue una opción en mi vida, la aceptación fue la salvación. El hecho de haber sido despreciado y maltratado por mi madre durante mi niñez y parte de mi adolescencia me hizo sentir inferior a todos, me hizo sentir un ser sin sentido, invisible, pero sobre todo rechazado.
La aceptación fue mi salvación porque me di cuenta de que no merecía todo lo que estaba viviendo por el simple hecho de que era una persona y tenía sueños e ilusiones. Las justificaciones que hallaba en el actuar de mi madre por su maltrato hacia mí, lo veía ahora como una oportunidad de vivir diferente. Nadie más que yo tenía la obligación de creer en mí, solo yo alcanzar por mis sueños. La vida me ha dado muchas agradables sorpresas y puso en mi camino un sin número de personas maravillosas que me cobijaron en mis peores momentos: mi abuela materna, mis tíos maternos, mis primos maternos, mis hermanos, mi padre cuando se alejó del vicio, y algunas personas ajenas a mi círculo familiar, se convirtieron en pilares de lo que ahora soy. Mi madre con el paso de los años parece ser que aceptó mi condición. Ahora su trato y comportamiento es otro para conmigo, y se siente y se vive su apoyo.
El rechazo también lo viví en el ámbito de lo sentimental creo que como muchas de las personas con discapacidad. Hoy soy un hombre con una linda familia integrada por 2 hermosos bebés y una joven y hermosa mujer de pareja. En este sentido tampoco ha sido fácil, como las desilusiones y los desamores también habían sido una constante y me han dejado marcado el corazón y la vida.
Muchas mujeres me rechazaron por mi discapacidad y algunas más se mofaban de mi condición. Un divorcio y muchos más tropiezos son parte de mi pasado, los cuales hoy son parte de mí.
He vivido más de 40 años en esta condición y sigo aprendiendo a vivir con ella. Hace 16 años me sometí a una serie de operaciones en mi pierna derecha con el objetivo de dejar de usar la muleta. Tras esas operaciones el resultado no fue el esperado y solo se logró alargar unos centímetros la pierna, lo que me obligó a aprender a caminar otra vez con la muleta. Tres veces he tenido que aprender a caminar: la primera vez fueron mis primeros pasos y las otras dos con la muleta.
Vivir en condición de discapacidad no siempre es malo. Hay momentos que nadie en condiciones normales podría vivir y apreciar de la misma manera que nosotros; nadie más puede ver la vida desde la misma óptica que nosotros; nadie entenderá nuestras necesidades, y no lo hará si no ha vivido al lado de una persona en condición de discapacidad. Haberlo vivido así te hará ver la vida de otra manera, porque se aprende de nuestras necesidades. Vivir en condición de discapacidad no es del todo malo, en cambio, lo verdaderamente malo de ello es no vivir por tu discapacidad.
Por eso vive, arriésgate, atrévete, acéptate y ámate. Todo lo anterior te hará sentirte mucho mejor contigo mismo y aprenderás que la felicidad no depende de que otros te acepten. Yo viví en ese error durante muchos años, desperdicié muchos de mis años buscando la aceptación de mi familia y de la sociedad, hasta que al final me encontré a mí mismo y me acepté tal cual soy. El vivir perdido sirve para encontrarse y el tiempo resultó no haberse desperdiciado.