«17, Archipiélago» Entrevista con Benjamín Mayer Foulkes por Patricia Quintana, originalmente publicada aquí
Situado en las fronteras del psicoanálisis, la deconstrucción y la infrapolítica, 17, Instituto de Estudios Críticos fue gestado como una posuniversidad que pone en juego lo residual (ese factor tradicionalmente desatendido por la institución universitaria), con el fin de tomar distancia crítica e interpelar al saber.
Debe su nombre al número del edificio donde confluyeron investigadores sociales y psicoanalistas en el marco de la Escuela de Frankfurt, antes de la eclosión de la Segunda Guerra Mundial. En 2006, 17, Instituto de Estudios Críticos fue la primera institución en ofrecer posgrados en Teoría Crítica en México, con reconocimiento de validez oficial de estudios.
Su fundador y director, Benjamín Mayer Foulkes, lo concibió como un espacio en el cual practicar la deconstrucción como lazo social. Es la hipótesis originadora del proyecto, de cuya praxis emergió paulatinamente la Caravana, esa comunidad de comunidades que da vida al archipiélago crítico que 17 ha ido formando a lo largo de dos décadas.
Mayer se desplaza con notoria agilidad por los ámbitos del psicoanálisis, la filosofía, la semiótica, la historia. Practica el psicoanálisis en la Ciudad de México desde hace 25 años. Se ha distinguido como impulsor y consultor de proyectos e iniciativas institucionales, académicas, editoriales y artísticas, siempre con orientación crítica. Doctor en Filosofía por la UNAM, Maestro en Teoría Crítica por la Universidad de Sussex. Con estudios de Maestría en Teoría Psicoanalítica por el Centro de Investigaciones y Estudios Psicoanalíticos, obtuvo el Diploma de la School of Criticism and Theory, de la Universidad de Cornell. Próximamente será Investigador invitado del programa O’Gorman, del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Columbia, Nueva York.
Sus trabajos han sido publicados en varias lenguas y ha tenido colaboraciones editoriales con revistas como Fractal, Política Común, e Hilo, revista de psicoanálisis. Ha fungido como conferencista invitado por universidades en México y América Latina, Norteamérica y Europa, y ha sido consejero de instancias como la Open Humanities Press, el Simposio Internacional de Teoría Sobre Arte Contemporáneo, el Festival Transitio de Artes Electrónicas del Centro Nacional de las Artes y la Casa del Lago de la UNAM.
Esta conversación toma como pretexto la celebración, del 4 al 9 de julio pasados, del Coloquio Internacional Archipiélago Crítico, con el cual se marcan las dos décadas de 17, Instituto.
En la presentación del Coloquio Internacional Archipiélago Crítico se lee: “Celebramos las dos décadas de nuestro trayecto. A lo largo de este período creamos un archipiélago integrado por 17, Instituto de Estudios Críticos y su Centro de Estudios Avanzados, 17, Editorial, 17, Radio y 17, Consultoría, así como la red social Mutual, el Mercado Flotante y la plataforma para nuevas iniciativas Critical Switch. Es momento de reflexionar de forma pública acerca de la genealogía, la actualidad y el porvenir de este ensamblaje.” Hablemos entonces de 17. El nacimiento de 17, Instituto de Estudios Críticos está datado en 2001, pero ¿cuándo consideras que nació realmente 17? ¿Cuándo se gestó su idea?
Muchas gracias por esta lectura tan atenta y cuidadosa.
Quizás el antecedente más inmediato fue la década anterior, durante la cual trabajé en una universidad privada y confesional en la ciudad de México, a la que considero mi personal academia West Point, porque en algún sentido era todo lo contrario a 17, Instituto y sus planteamientos.
Yo tenía antecedentes de exilio familiar. Soy mexicano por nacimiento y mis antepasados de ambos lados son inmigrantes judíos. Lo menciono porque desde el inicio estuvo en mí la pregunta por una institucionalidad exiliante (uso el neologismo propuesto por mi amigo José Hamra Sassón). Eso marca un contraste respecto a la arquitectura más clásica de la institución universitaria, históricamente ligada a la Iglesia Católica. Refiero aquí a Iván Illich, ese pensador tan caro para mí, al que leí de muy joven, quien elabora una profunda crítica de las instituciones y las profesiones cuyo punto de partida fue el cuestionamiento de la institución eclesiástica. Yo había tenido, además, una formación temprana vinculada con el exilio republicano y anarquista español, transterrado después de su derrota durante la Guerra Civil española, y conviví con muchos exiliados de distintos países latinoamericanos arribados a México durante la década de los setenta.
La escena fundacional del Instituto se había instalado paulatinamente en mí a lo largo de muchos años. En la década de 1990, ya contaba yo con cierta formación filosófica, había vivido un impacto particular a raíz de mi contacto con la desconstrucción derridiana y tenía varios años de psicoanálisis. En relación con este último, no se trataba de algo meramente personal, ya que formaba parte de mi historia familiar y me había internado por entre los pliegues de un balance entre la desconstrucción derridiana y el psicoanálisis lacaniano.
En ese West Point tuve dos vivencias determinantes: el enfrentamiento con la dureza experimentada al transmitir elementos de la semiótica a diseñadores gráficos e industriales a quienes no interesaba particularmente la teoría; ahí recurrí a una figura con la que me crucé muy casualmente en un filme australiano llamado La prueba: el ciego que fotografía. Les propuse a mis estudiantes que diseñaran para personas con discapacidad visual. Esto los descolocó y les hizo interesarse en lo que yo podía enseñarles. Se trató de una experiencia que cultivé de ahí en más, pues supe luego de un fotógrafo ciego de carne y hueso. Se trataba de mi querido amigo esloveno, Evgen Bavcar, de quien traje una exposición para su montaje en el Centro de la Imagen, en 1999.
Quedé muy impresionado por ese personaje, que lograba llevar adelante en acto muchos planteamientos teóricos de un modo extraordinariamente compacto y eficiente, sin largas parrafadas. Durante muchos años me dediqué a derivar los efectos que generaba en distintos públicos y contextos, a través de exposiciones, mesas y charlas de distintos tipos; comprendí la enorme productividad que tenía y llegué a sugerir el establecimiento de una unidad de colaboración con ciegos en el corazón de aquella escuela de diseño. Dados mis otros antecedentes, comencé a pensar en esa experiencia en su asociación con la desconstrucción y el psicoanálisis, situándola en el amplio escenario social.
Con el tiempo, me fue encargado, en esa universidad, el desarrollo de un posgrado en Semiótica que establecí y coordiné durante seis años. Eso me hizo conocer lo necesario para ir adelante con la fundación de un programa y, eventualmente, de una institución propia. Creo que esos años fueron cruciales en la cocción del concepto del instituto y de su esclarecimiento táctico y operativo. Fue así que dejé esa universidad para dedicarme al proyecto de 17. Ya para 1999, comencé a recibir analizantes y me dispuse a embarcarme en un proyecto que llamaba la atención entre los amigos pero que a todos parecía una chifladura.
Para mí, el coloquio actual tiene un carácter especial porque es un momento de develamiento público de numerosas consideraciones que han estado en juego a lo largo de estas dos décadas, pero que consideré que era inútil abordar bajo la forma de discusiones teóricas. La hipótesis central del proyecto ha sido la puesta en práctica de la desconstrucción como lazo social, no meramente como pensamiento, ni como método. Con el tiempo, elaboré una visión de este lazo social desconstructivo que describía la propia topología del fotógrafo ciego, que contrasta claramente con el discurso que Lacan describe como el Discurso de la Universidad.
17 es un espacio concebido como una posuniversidad, situado en el cruce de las sendas de la academia, la cultura y el psicoanálisis. En mayo de 2020, decías que “la posuniversidad será ese lugar en donde lo residual puede regresar por sus fueros e interpelar todos los sueños, las alucinaciones de cálculo e, incluso, de cálculo total”. ¿En qué sentido la posuniversidad contribuye a la construcción de la “universidad sin condición”, donde todo puede ser cuestionado? ¿Qué importancia le atribuyes en el sistema de pensamiento sin imposiciones?
Ahí donde, en el cauce universitario, el saber siempre se dirige a lo residual para colonizarlo (como podríamos decir en un vocabulario hoy común), el discurso desconstructivo invierte ese vector y plantea un acto de interpelación que parte de lo residual hacia el saber. En ese sentido, podríamos decir que lo que hemos puesto a prueba en el Instituto es una sintaxis social, a la vez que epistémica y estratégica. En muchas otras vertientes, recurrentemente hemos investigado los alcances que esa sintaxis interpelativa tiene ahí donde se trata de ilusiones y las construcciones, esto es, de los castillos en el aire del saber, más que de hacer lo que se hace ordinariamente: partir del saber para ganarle terreno a lo residual.
Eso es lo que hemos ido desgranando pedagógicamente e, incluso, más recientemente, en el plano económico, para ver qué tan lejos podemos llegar con la práctica y cierta experiencia de lo imposible –imposible, como dice Derrida, y como dicen también Lacan y Freud. Esa ha sido la vivencia del proyecto al que fuimos nombrando de distintas maneras, a medida en que avanzamos, para poder dar cuenta de él. Una de las figuras más claras que has retomado en tus preguntas ha sido la de la posuniversidad, una forma útil de referir al proyecto para dar cuenta de él en público.
Al respecto de lo residual, pienso en lo que tú mismo anotabas hace ocho años, al explicar las combinatorias de los discursos lacanianos. Lacan decía que “la verdad es lo que al saber falta”, pero ahora la verdad está eclipsada por el exceso, de información e imágenes. En esa residualidad se encuentran los elementos para reabrir los resquicios, tomar distancia crítica, mirar de otra manera el saber y reabrir el claro de la verdad. ¿En esto radica ese concepto de la posuniversidad?
La posuniversidad radica en invertir el vector ordinario de la universidad. En ese sentido, incluso, se vuelve una antiuniversidad, como dice Lacan en un momento dado de la antifilosofía, porque en vez de que el saber se dirija a lo residual, el residuo interpela al saber. Esto, en términos del vocabulario de los discursos, genera una doble variante que hemos explorado de manera recurrente.
Pues tiene una vertiente subjetivante, es decir, priorizante del deseo y de la posibilidad de que el sujeto se recree en tanto que deseante, y también tiene una vertiente instituyente, productora de significantes, que permite rearticular, inventar, formular, organizar campos muy diversos, políticos o científicos, subjetivos, estéticos, de cualquier tipo, en torno a nuevos puntos de articulación. Estos significantes nuevos no son meras deidades nuevas a las cuales entregarse, sino principios de ordenamiento que ya han sido tocados por la negatividad (en el sentido filosófico) de una operación desconstructiva que los precede y de los cuales son el efecto.
Entonces, la experiencia de campo que ha sido 17, primero como instituto y después, poco a poco, como archipiélago referido, ha sido fascinante y me ha mantenido ahí durante todos estos años por el interés crítico y analítico que reviste. Su pasión no ha sido la una gestión administrativa, asociativa o institucional, sino la de un trabajo de campo a la vez desconstructivo y psicoanalítico.
Pues se halla en un punto intermedio entre esos dos espacios. Podría describirse figurativamente como un psicoanálisis del saber (que no es el psicoanálisis del sujeto en análisis y, por lo tanto, es posible practicar la dimensión social y cultural). Lo convocante ha sido atestiguar los efectos y la productividad que esto tiene en muy distintos ámbitos, áreas y temas. Hemos multiplicado las instancias para ver qué tan lejos podemos llevar esta misma sintaxis, y si podemos pensar su despliegue de igual modo en el campo filosófico y urbanístico que, digamos, en el de los videojuegos. Y esa diversidad de campos, sujetos e intereses ha sido muy bienvenida como espacio de reiterada experimentación de dicha lógica y su puesta a prueba.
Pensando en la multiplicación de este archipiélago, territorio flotante que puede seguir expandiéndose, y atendiendo a su crecimiento, una de las cuestiones más importantes de 17 es la apuesta por lo transfronterizo, la transdisciplina. ¿Estuvo concebido así desde el inicio o cada vez han sido más arriesgados en tales apuestas de conocimiento?
Creo que el planteamiento ha permanecido constante y estaba relativamente claro desde el inicio, pero se ha depurado mucho más en sus maneras concretas de operar. También nos hemos desembarazado cada vez más de concepciones y formas heredadas de operar. No diré que nacimos maduros porque eso sería absurdo; tampoco diré que todo estaba dado hace veinte años, en términos de nuestra propia comprensión del proyecto y de su transmisibilidad; pero sí que la naturaleza del mismo estaba definida desde el inicio y ha sido un proceso de ir “desempacando” más y más consecuencias suyas, y de hacernos de un oficio respecto a la propia lógica del proyecto. En ese sentido, somos sus hijos, así como los padres siempre somos hijos de nuestros hijos.
Es esta forma de lazo social desconstructivo, con esas particularidades que tiene, la que hemos procurado ir escuchando para actuar de manera consecuente con respecto a su ethos. Esto implicó, primero, trabajar el orden de los contenidos y, a la par de eso –y también con un largo arco de maduración–, trabajar sobre las formas en que esos contenidos iban a ser articulados pedagógicamente. La Máquina de Escribir (nuestra plataforma de formación en línea) fue planteada desde el comienzo; la forma de nuestros coloquios semestrales, que también fuimos aclarando desde muy temprano, y que fue madurando.
Hay algunas tecnologías de nuestra colectividad que se fueron definiendo y fortaleciendo solo con el paso del tiempo. Después de una larga reflexión, como de unos diez o doce años, llegamos a algunas respuestas a propósito de la pregunta por la economía. Tuvimos la dicha de tener un momento revelador que se produjo a partir de la experiencia del sismo de 2017, cuando nos involucramos en los trabajos de apoyo y fortalecimiento de comunidades que habían sido golpeadas por él. Observamos la dinámica de la solidaridad social, tan notable. Sobre la base de esa referencia desarrollamos una plataforma llamada Critical Switch que pone en contacto propuestas e iniciativas formuladas por unos, con colaboraciones y apoyos brindados por otros.
Esa plataforma y las dos que le siguieron, el Mercado Flotante y la Mutual, apuestan por reflejar en el campo social y económico la citada lógica de la circulación interpelativa, fiel a la sintaxis que ya describí. Todo ello en beneficio no solo de nuestras propias iniciativas, sino de aquellas de muchos otros proyectos afines, dentro y fuera de México. En el marco de estas plataformas nos sumamos a un universo mayor, que esperamos algún día llegue a ser propiamente latinoamericano, para poder impulsar una serie de proyectos sociales y culturales, por vías distintas de aquellas asociadas con el Estado, el mercado y los fondos de cooperación.
Esperamos entonces que esa vía pueda abrir un cuarto horizonte. Así 17 devendrá más que una iniciativa educativa, para tornarse en un proyecto formador de una comunidad a la que llamamos Caravana, que tiene cierta resonancia conceptual con la idea del archipiélago. Pues nos preocupa, al igual que en el caso de la institución universitaria (que al final es una institución teológica), que la idea clásica de comunidad también es una idea muy deísta.
Y siguen contribuyendo a la idea de situarse desde un cuestionamiento crítico. Con Critical Switch también pretenden descentralizar las fuentes de los fondos para el desarrollo social y cultural. La misión y el alcance de 17 son cada vez mayores. ¿Continúa siendo 17 un instituto de Estudios Críticos o ya se va convirtiendo en una instancia mediadora en otros ámbitos, y no solo en la producción del conocimiento?
Efectivamente, hay una ampliación. Por eso hoy hablamos, cuando nos referimos al archipiélago, más de 17 que del Instituto, porque 17 es, por un lado, el Instituto, el Centro de Estudios Avanzados, la Editorial, la Consultoría, la Radio y, por otro, estos proyectos de campo expandido: Mutual, Mercado Flotante y Critical Switch, abiertos a personas y organizaciones allende nuestro propio quehacer investigativo, formativo, editorial y mediático. (¡Rialta misma podría promover ahí un proyecto por sentir que ahí hay una atmósfera curatorial adecuada para plantear sus planes, y porque encuentra resonancia con la comunidad que ahí va creciendo!)
Como dijimos el año pasado, en 2001 hacía falta un Instituto de Estudios Críticos, pero en 2021 lo que hace falta, además, es una Mutual, punto de apoyo de una mutualidad como un ensamblaje social y económico que nos permita responder al desfondamiento de todo un orden institucional y material que hemos dado por sentado durante décadas. Es en ese espacio que este dispositivo plantea posibilidades de organización que llevan a nuevas fronteras la lógica original de 17.
Empezamos con saberes humanísticos y psicoanalíticos y luego nos fuimos “enojando” –esto es, nos fuimos ocupando de campos más duros como el derecho, la economía, la gestión y el pensamiento organizacional–. Lo que ocupa mi propia mesa de trabajo en este momento es sobre todo el encauzamiento de dichos planes que conducen de 17, Instituto a 17 como una mutualidad integral.
¿Entonces hay un paso de esa “universidad sin condición” a una “comunidad sin condición”?
Sí. Cuando pensamos en la economía pensamos en primera instancia en su sustrato libidinal, que es lo que asoma su hermoso rostro en aquella solidaridad extraordinariamente intensa que se despliega en el evento de un sismo. Ahí, una proporción muy significativa de la ciudadanía, con un enorme sentido de colectividad y de solidaridad, se vuelca en el apoyo de quienes han sido afectados. Eso no se explica sin más como un comportamiento económico.
Estos nuevos programas condensan, entonces, las ideas previas y ponen en práctica esta otra forma de intercambio…
Me viene a la mente un libro de Jean-Luc Nancy, La comunidad desobrada, resonante con la gama de reflexiones derridianas sobre la universidad sin condición, ahí donde se trata de pensar en una colectividad ateológica, que sería la comunidad verdaderamente posible. Hay algo de esa reflexión y de esa perspectiva sobre lo colectivo que también está en juego en la perspectiva del archipiélago.
Añado la mención de una perspectiva que nos ha sido importante: la infrapolítica, desarrollo teórico de un grupo vinculado con la perspectiva desconstructiva, centrado en un término acuñado por primera vez, al menos con ese sentido, por nuestro amigo, el teórico Alberto Moreiras. Me he ocupado en algunas intervenciones de pensar la relación entre psicoanálisis, desconstrucción e infrapolítica. Hemos explorado el tema de la política, sobre todo, como se piensa hoy en día en su tendencia hacia la totalización y hacia la coextensividad de la política y la vida, como si no hubiera nada que pudiera quedar a reserva de lo político. Nos hemos interesado por esa totalización que es siempre inquietante por el potencial totalitario que entraña, y que es inherentemente teológica. Entonces surge la pregunta por una gama de politicidad no teológica, del mismo modo en que buscamos el lazo social ateológico y el lazo epistémico ateológico, que es otra forma de hablar de la posuniversidad. Eso completa un panorama que tiene que ver con los hechos de la polis.
Se vuelve cada vez más complejo ese archipiélago, entendido también desde la infrapolítica…
Yo diría que se multiplican las instancias, pero todo esto tiene que ver solo con dos discursos a los que me he referido. Al final la cosa es simple. Lo sencillo es una conquista y uno se tarda en acceder y lograrlo. Pero la complejidad es solo una apariencia. La desconstrucción como lazo social es practicable. El cúmulo histórico del proyecto ha producido una documentación elocuente, que pondremos a prueba públicamente. Tengo pendiente la entrega de un libro, para que podamos aquilatar cuán fecunda, o no, ha sido esta experiencia.