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Agradezco cada minuto…

Mijaíl se ahogaba con la arena que se le desparramaba sobre la cabeza, los hombros, se le metía por los ojos, a las orejas y no lo dejaba respirar. El aire en el hoyo menguaba cada vez más, mientras que la arena seguía cayendo y cayendo…

Intenta con todas sus fuerzas salirse de debajo de la arena para ayudar a Liusia. No puede ver dónde está ella, pero sabe que esa persona amada también la está pasando mal y que le resulta insoportablemente pesado. Sólo tiene que distinguir en qué parte de este profundo foso se encuentra su esposa.

―Ahora me libero, amor, te encuentro y te rescato…

Con todas sus fuerzas, Mijaíl se separó del fondo del hoyo, despejó su cabeza de la arena movediza. Tomó una profunda bocanada de aire… Y se despertó.

El corazón le batía de tal forma, que parecía querer desprenderse del pecho. Durante unos minutos se mantuvo acostado, inmóvil, esperando el momento en que su corazón se tranquilizara un poco. Después se levantó, se tomó unas pastillas y volvió a acostarse.

Podía no mirar el reloj, pues hacía ya dos meses que el mismo sueño lo despertaba a las tres de la mañana: un hoyo profundo y la arena que los cubría a él y a Liusia. Sentía que su esposa estaba ahí, pero en ninguna ocasión pudo verla. De alguna forma él lograba salir del hoyo, se paraba en el límite y le invadía una sensación como de encontrarse en dos lugares al mismo tiempo: en el hoyo y cerca de él. No sentía su cuerpo, pero veía todo lo que lo rodeaba, pensaba y sufría porque no conseguía ayudar a la persona amada. Era esta sensación lo que amargaba particularmente su alma tanto en el sueño como en la vigilia.

Mijaíl comprendía que semejantes sueños no presagiaban nada bueno.

Todos sus esfuerzos, los de los doctores y los de sus hijos por alargar la vida de Liusia no la aliviaban. Con cada día, ella se iba apagando.

Los hijos visitaban a su mamá después del trabajo y los fines de semana. Mijaíl permanecía junto a su esposa todo el tiempo concedido a las visitas. A fuerza de ruegos había conseguido que los doctores le permitieran quedarse con ella hasta las diez de la noche. Estaba dispuesto a no separarse ni un minuto de Liusia. Le hacían falta su sonrisa, su voz cariñosa, su tierna mirada, sus manos…

La casa se había vaciado sin ella, los pétalos de las flores se abatieron a pesar de que él las cuidaba igual que lo hacía Liusia. Pero ellas, como Mijaíl, la necesitaban solo a ella ―la esposa, la ama de casa―, buena, atenta, paciente y muy responsable con todas sus relaciones. Gracias a ella había cambiado su visión del mundo sobre muchos acontecimientos cotidianos.

Y ahora, en un periodo muy complicado para su esposa y para la familia, él sonríe a su lado, bromea, relata anécdotas y sucesos graciosos tomados de su propia vida y de la de sus múltiples parientes que viven en Odesa. Mijaíl es de Odesa; Liusia estudió en esa ciudad.

Se conocieron en una fiesta estudiantil que no había interesado ni a Mijaíl ni a Liusia. Gracias a los amigos y las amigas que casi a la fuerza los arrastraron consigo, esa noche resultó providencial para ellos. Las cosas se dieron así: desde el primer baile estuvieron juntos toda la noche, y después la vida entera.

Hubo de todo en su camino vital: alegrías y tristezas. Criaron una hija y un hijo. Cinco nietos enorgullecen a la abuela y al abuelo con sus éxitos en los estudios y en el trabajo. Viven con dignidad. La felicidad es cuando todos están vivos, sanos y juntos.

Pero algo corroe a Mijaíl: su antigua culpa con Liusia. Una vez no supo resistirse a los encantos y a la atención especial de una vecina del edificio. Durante dos meses la visitó como un joven enamorado. Pensaba que nadie descubriría su secreto. Pero su esposa, como le confesó más tarde, inmediatamente percibió los cambios que él presentaba. Él se quedó en shock cuando ella le habló sobre su tiempo de decadencia. No lloró, no gritó ni le reprochó la infidelidad, sino que dijo tranquilamente:

―Misha, puedo entenderte. Me hace sentir mal que yo no haya resultado ser la persona con quien debías haber vivido felizmente toda tu vida. Tú también me decepcionaste con un amor insincero y secreto. Por supuesto, no todos los hombres aguantan largos años de vida en común. Resultó que tú no eres la excepción a esa regla. Pero piensa en los niños. Ellos sentirán vergüenza de tu acción. No nos entenderán. Y esto podría influir negativamente en su relación con nosotros. Me resulta desagradable ver y hacer consciente que tú no me amas, que te andas con rodeos y mientes diciendo que tardarás más en el trabajo, y llegas con el olor de perfumes ajenos. Estás en las nubes, indiferente hacia todo lo que sucede en la familia. Pronto lo notarán los niños. Así que decide: o te quedas con la familia o te vas para siempre. No hay una tercera opción. No estoy dispuesta a vivir con un hombre que tiene una amante.

¡Dios mío! ¡Cuánta vergüenza sintió entonces frente a Liusia! Cual perro apaleado estaba parado frente a ella, gimoteando cosas sobre la debilidad humana y culpando al diablo por haberlo confundido, pero no se culpaba a sí mismo.

Y Liusia, su sabia y orgullosa Liusia, no pronunció ni una palabra más. Le dio la espalda al “llorón” y se fue a la cocina.

Su desprecio y su partida lavaron como con un balde de agua fría el “amor” de la cabeza embriagada y le quitaron el velo de los ojos. Empezó a darse cuenta de su vil e indigna caída.

―¿Pero qué has hecho, cabeza hueca? ―pensaba Mijaíl mientras se movía rápidamente por el cuarto― Si yo amaba, y amo, a Liusia.

Se esfumaron los “sentimientos ardientes”. Se los llevó el viento cual motas de polvo que no dejaron huella.

La vida vivida con Liusia había sido feliz, tranquila y larga. Esperaba, y creía, que su esposa sintiera lo mismo. Ella le había perdonado aquella “debilidad”. Sin embargo, él no se había perdonado esos dos meses de los que fueron arrancados horas, minutos y segundos pasados sin Liusia. Sin la persona más amada, en favor de la cual intenta hacer todo lo posible y lo imposible.

… En las noches llora o sueña ese terrible sueño que le desgarra el alma. De día va al hospital y le cuenta a Liusia chistes y sus anécdotas favoritas de Odesa. Y juntos ríen, ríen y ríen.

Si acaso es verdad que reír alarga la vida, entonces él está listo para contar durante días enteros a su amada miles de historias alegres, para que la vida de Liusia no se apague ni por un segundo, un minuto, horas, días, años…

―Dios ―susurró Mijaíl― te agradezco por cada minuto vivido con Liusia, por cada instante de felicidad y de amor que me regaló esta mujer. ¡Concédele la posibilidad de ser feliz y mantenerse sonriente cada minuto de su vida!

 

 

Novotroitskoie, óblast de Jersón, Ucrania

Traducción del ruso de María del Mar Gámiz Vidiella

 

La Bitácora del encierro es un proyecto de la UAM Cuajimalpa