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As long as it lasts

Una semana. La primera desde el inicio del estado de alarma declarado por real decreto. Hoy, el séptimo, es día de números redondos: 20.000 personas contagiadas en España por Coronavirus y más de 1.000 muertes. La primera en el entorno sanitario: una enfermera de 52 años, del Hospital de Galdakao en Bizkaia, que llevaba ingresada una semana. La misma que llevamos de confinamiento desde el real decreto. Un real decreto que tiene una duración de quince días naturales. Y los que vendrán. Porque llegan los días peores, dice el Ministro de Sanidad, Salvador Illa. Pero no sabemos cuántos, ni de qué calibre.

La batería de preguntas que asaltan mi pensamiento son muchas, pero ahora mismo la que suena más alto es ¿qué grado de incertidumbre, y durante cuánto tiempo, es capaz de soportar un ser humano? Pienso hasta cuándo la excepcionalidad sigue siendo excepcional y en qué momento deja de serlo para invadir el terreno de la normalidad (según lo que entendamos por normalidad). La semana pasada tenía la sensación de que el mundo se cancelaba. De que quizás habría pasado antes, aunque no lo hubiéramos visto con estos ojos. Y también tenía la intuición de que sobreviviríamos. Aferrándonos a nuestra cordura, a nuestro sentido común, a nuestra amabilidad, el mundo continuaría. Sí, si nos aferramos a nuestra humanidad, aunque sea a un metro de distancia, con las palabras cariñosas que se transmiten desde la distancia y en la oscuridad. En los escombros de planes frustrados, en la niebla de la incertidumbre, seguiríamos buscando belleza y sentido. Así perduran las civilizaciones, así sanan las sociedades y los seres humanos que las constelan. Así será la única forma en que podamos hacerlo.

Me considero una afortunada mortal. Vivo en una galería de arte, donde hay una buena biblioteca y un piano. En el momento de cancelar toda actividad, acogía una exposición que reúne 70 publicaciones de artistas basadas en la acumulación de imágenes. Aquí siguen, cada una en su sitio. Mi apartamento tiene terraza, bañera el baño, y me gusta mucho cocinar, tanto como comer. Al principio del confinamiento pensé que podía ser una bendición. Parar, ralentizar, tener tiempo para pensar, para no pensar. Hacer por el mero placer de hacer o no hacer nada en absoluto. Descansar después de mucho tiempo sin un día libre por completo en la agenda.

A las pocas horas empecé a ver cómo proliferaban las propuestas para llenar el tiempo, las mil cosas que hacer, películas o series que ver, libros que leer, festivales de música en internet, clases de yoga, pintura, bordado y, por supuesto, cursos de marketing online. Todo esto, si se quería mantener el foco fuera de lo que realmente nos estaba confinando: el virus que copa desde hace tiempo todo el contenido de todos los medios de comunicación.

¿Será que la gente no tiene suficiente imaginación para pensar a qué puede dedicar el tiempo estando en casa? Comienzo una pequeña investigación entre amistades y familia. ¿Se habrán propuesto hacer alguna actividad en concreto durante este tiempo en casa por su cuenta? Anna quiere terminar un cuento ilustrado para la hija de su ex, que tiene pendiente desde que nació y la niña ya va a cumplir un año. Mariona y Víctor están rehaciendo su web, Íria y Marta se han volcado al yoga. Ignasi también, y además está facilitando clases a su madre y su compañera de piso. Lee más y dedica tiempo a cocinar, algo que le gusta mucho. Naiana prefiere practicar pilates y está disfrutando de jugar con su gata, relacionándose mucho con ella y sorprendida de que siempre viva en confinamiento. Le sabe mal darse cuenta ahora. También camina descalza, como Ignasi, para notar el suelo bajo sus pies y la sensación de enraizarse, que le ayuda a sobrellevar la ligera ansiedad por sentirse confinada. Luis ha decidido dedicar este tiempo a una profunda limpieza: personal y doméstica. Ha pulido las paredes de casa, está pensando en hacerse vegetariano, se entretiene limpiando el polvo de las hojas de las plantas sin sentirse culpable por dedicarse tiempo a él mismo y a la casa. Ha decidido hacer lo que quiere y no sentirse mal por ello. Xavi está completamente dedicado a la cerámica, ha vuelto a dibujar. Mi hermana juega al ping-pong con mi sobrino, adaptando la mesa del salón con una red. Mi padre lleva toda la semana preparando la comunicación a sus clientes, los de la asesoría empresarial que fundó cuando yo nací. Mi madre le reprocha que salga cada día a trabajar y no tenga en cuenta que ella también es persona de riesgo. Yo decidí compartir públicamente a diario uno de los libros de la exposición que la gente ya no podrá venir a visitar a la galería, y dedicaría buena parte de mi tiempo a meditar y practicar con el piano.

Al tercer o cuarto día, hojeando el libro Birgit, del artista alemán Hans-Peter Feldmann, me preguntaba qué pequeñas rutinas tendría sentido mantener en una cuarentena. Este poeta de lo anodino y lo cotidiano que es Feldmann, y que ha tenido una profunda influencia en el arte conceptual contemporáneo y en la fotografía, sabe mejor que nadie cómo dar forma a colecciones de imágenes: las ordena según distintos criterios o en diversas representaciones y las convierte en medios expresivos, a la vez que reflexivos en sí mismos. En Birgit se suceden 72 instantáneas en color de una mujer que se aplica el maquillaje paso a paso. Mi hermana me confesó que ella se había maquillado aquel día para trabajar en casa y yo me preguntaba si habría tenido alguna reunión por Skype o videollamada. De cualquier manera, siendo vista o no, estoy convencida de que continuar con las mismas rutinas en casa nos puede ayudar a mantener la cordura, o al menos cierta calma y orden en este periodo excepcional. Como a la turista holandesa a la que recuerdo a menudo, que sobrevivió 18 días perdida y atrapada en la sierra de Nerja (Málaga), solo bebiendo agua y tapándose con hierbas, pero siguiendo rutinas diariamente que le ayudaron a mantener el equilibrio físico y mental. Así que sigo haciendo la cama por la mañana, fregando los platos después de comer, e intentando cuidarme por dentro y por fuera. Aunque me gustaría poder extender los cuidados más allá de mi pequeño universo, seguir escuchando e inspirando a gente, animando a conectar con los propios recursos creativos, alentando en la prevención, invitando a la responsabilidad sin amenazas, con cariño y delicadeza. Me gustaría ver con ojos nuevos lo que puede ser un despertar de conciencia colectivo, que celebráramos en comunidad lo sencillo y rápido que puede ser reducir las emisiones y limpiar el aire de nuestras ciudades, que valoráramos la sanidad pública como algo primordial, que nos viéramos como la pieza clave para cambiar las cosas. Que los aplausos de las 20 horas en la ventana se repartieran entre el personal sanitario y el de los supermercados, además de todas aquellas personas que de incógnito aportan información útil y algo más, cada una en la medida de sus posibilidades. A día de hoy, una semana después, percibo cómo a veces me invade un sentimiento de irrealidad, otras es incertidumbre y tristeza, otras es un gran placer de estar en casa y en soledad. ¿Hasta cuándo?

 

Chiquita Room / Centro de Estudios Avanzados en Pensamiento Crítico

Barcelona