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El covid 19 y la transformación del autor al silencio

Llego a Berlín el lunes 10 de febrero de 2020. Es una oscura y fría mañana de invierno. Sebastian de DAAD, mi anfitrión, me recoge en el aeropuerto Tegel. Estoy entusiasmado por comenzar mi prestigiosa beca de un año en Berlín como uno de los Artistas en Residencia de DAAD. Cada año DAAD ofrece una prestigiosa beca para residencia de artistas que pueden así dedicarse a su trabajo ininterrumpidamente. Me hace mucha falta esta pausa para poder completar el manuscrito de mi novela llamada Paraíso en Gaza. También necesito espacio para editar una colección de cuentos llamada Jozi Noir que incluye a varios escritores sudafricanos. Ambos libros serán publicados en octubre y noviembre de 2020, respectivamente.

En mi casa en Sudáfrica mi rutina al escribir siempre ha sido interrumpida por constantes bajas en el voltaje. Esto ha perturbado el flujo de mi escritura y, en algunos momentos, provocado bloqueo de escritor. No puedo planear mi agenda de escritura adecuadamente. Aquí en Berlín voy a escribir cuando quiera. Estoy feliz de que conoceré a escritores, pintores, directores de cine, poetas, compositores musicales de alrededor del mundo, quienes son también parte de las becas DAAD 2020. Conocer a esta gente mejorará mis habilidades de escritura de manera importante, creo.

No es la primera vez que estoy en Berlín. He estado varias veces aquí. Estuve antes, en diciembre, como invitado del Instituto Goethe. En 2018 pasé un mes entre noviembre y diciembre como becario de escritura del Literarisches Colloquim Berlin (LCB) en Wannsee. He asistido al Festival del Libro Africano en 2018. Mi novela Way Back Home también fue traducida al alemán en 2015. Berlín es una de esas ciudades europeas donde siempre me siento bienvenido. Esta vez me emociona pasar un año en mi nuevo departamento. Está en el número 13 de Spielhagenstrasse en Charlottenburg, no muy lejos del palacio. Este es un departamento enorme, bello y bien ubicado en una calle silenciosa cruzando la calle de la estación Bismark del metro.

Durante la primera semana todo está bien hasta que el letal coronavirus comienza a golpear fuertemente en Italia y España. Antes de que viniera a Berlín, las noticias sobre el brote de coronavirus no eran tomadas muy en serio en mi país natal. No había ningún caso reportado. Todo lo que sabemos a través de la televisión, la radio y las redes sociales es que hay muchos muertos en China, Italia y España. La mayoría de las personas en Sudáfrica, incluyéndome a mí, nunca imaginamos que el virus nos afectara directa o significativamente en las siguientes semanas. Incluso, mis amigos están preocupados de que vaya a Europa, que es considerada el epicentro del virus. Pero estoy decidido a comenzar una nueva vida como escritor en residencia en Berlín. Es una beca que mis amigos y compañeros escribas, el difunto Binyavanga Wainaina, Petina Gappah y Helon Habila han tenido en el pasado antes que yo.

Mientras tanto, tengo grandes planes en Berlín, además de escribir. Mi amigo de Londres, David Shriver, ha reservado boletos de futbol para nosotros, un partido de la Bundesliga entre Hertha Berlin y Bayer Leverkusen en mayo. Será la primera vez que vea un partido de futbol entre dos equipos europeos en un estadio de Europa. El estadio está a unos 10 minutos en tren de mi departamento de Charlottenburg. No me puedo perder esta emocionante experiencia. Recuerdo que en 2010 David compró boletos para que viéramos al Fulham en Londres, cuando supo que iría a la Feria del Libro de Londres. Ese viaje se canceló por las erupciones volcánicas en algún lugar de Islandia, lo que afectó mi viaje.

Ir al futbol no es la única actividad que deseo hacer en Berlín. Mi rapero favorito de Wu Tang Clan, GZA, está programado para una presentación en la ciudad a mitad de marzo. Me organizo con Emeka, mi amigo nigeriano que vive en Berlín para ir al concierto de GZA. También estoy invitado, en mayo, al tercer Festival del Libro Africano en Berlín. Me entusiasman todas estas aventuras.

Mientras tanto, comienzo mi experiencia en Berlín frecuentando el Bar Irlandés en Zoologischer Garten. Aquí conozco personas de diferentes lugares del mundo. Es uno de los pocos lugares que hay cerca de mi casa en que he descubierto que puedo ver partidos de futbol en pantallas de televisión y tomar buenas cervezas. Visito el Bar Irlandés, en febrero, una fría tarde de sábado. Tarde en la noche, un grupo de amantes del futbol llegan de un encuentro que se jugó en el Olympiastadion, a no mucha distancia. En el espacio para fumadores converso con un fanático del Werda FC que tiene puestas dos bufandas. Me pregunta a qué equipo de la Bundesliga apoyo. Le digo que todavía soy nuevo en Berlín. En ese momento toma una de sus bufandas y la pone alrededor de mi cuello. Me dice que es un regalo y que él me “bautiza” como fanático del Werda. Para mí, este es el Berlín por el que vine y que deseo experimentar. Es el Berlín del que quiero escribir o, al menos, en el que quiero vivir mientras trato de librarme de mi bloqueo de escritor.

Según mi experiencia, hay dos categorías importantes de escritores. Por una parte, los escritores extrovertidos, como yo, van a lugares como las tabernas buscando una buena historia para escribir sobre ella. Necesito la inspiración que proviene de juntarme con gente en los bares, las canchas de futbol y la calle en general. Por otra parte, los escritores introvertidos esperan a que una buena historia les llegue antes de decidir qué escribir. No socializan mucho y tienen una rutina de escritura estricta.

Después, el 5 de marzo todo cambia. El coronavirus se propaga en Sudáfrica y cobra su primera víctima. Todos en casa entran en pánico y me inundan con mensajes y llamadas para averiguar si estoy bien. En Europa y en Estados Unidos los casos del virus comienzan a incrementarse exponencialmente. En Italia, Estados Unidos y España hay reportes de más de mil muertos por día. En Berlín oigo las tristes noticias de que más de 50 personas que habían ido a una taberna en particular se habían infectado del virus. Comienzan a preocuparme mis visitas al Bar Irlandés. ¿Podría ser que, sin saberlo, estuviese infectado también? Por primera vez pienso en la posibilidad de enfermarme y morir en suelo extranjero. Poco a poco, llega la depresión. El gobierno alemán anuncia medidas de confinamiento para frenar el virus. Los restaurantes y las tabernas cierran. La libertad de movimiento es restringida. Ya no puedo visitar a mis amigos o las tabernas que son mi fuente de historias. Como miembro de la clase de escritores extrovertidos quedo expuesto y vulnerable. Este no es el Berlín que estaba esperando.

Conforme se imponen más restricciones, el silencio y aislamiento que siento se extienden a la eternidad de la sordera. Siento que soy confrontado por mis terrores más íntimos. Comienzo a extrañar mi país. No puedo regresar porque está prohibido viajar. Estoy confinado en Berlín, que súbitamente se ha vuelto extraño para mí. Mi anfitrión DAAD está haciendo todo para hacerme sentir a gusto y calmar los miedos que estoy teniendo. Varios becarios DAAD que se suponía comenzarían sus residencias al mismo tiempo que yo, no pueden viajar a Berlín. Algunos de los que vinieron el año pasado no pueden volver a sus casas. Hay pánico por todas partes. Aunque tengo todo el apoyo que necesito, ingeniosamente el covid 19 ha impuesto un largo silencio en mí. Es como pasar de una luz a la oscuridad absoluta. La única cosa que puedo hacer es dejarme viajar con el tiempo, silenciosamente. Pero el silencio es bueno para mí sólo por un momento.

En las semanas siguientes se cancelan varios festivales literarios en los que estoy invitado a participar. Se supone que en mayo seré parte del Festival del Libro Africano aquí en Berlín. En junio estoy invitado a un festival en Suiza. En septiembre estoy agendado para el Festival Literario de Gotemburgo en Suecia. Haré lecturas en Ámsterdam y Bélgica. Todo parece haberse paralizado. No puedo siquiera registrarme como residente de Berlín, como lo requiere la ley alemana. La depresión se está instalando, pero no puedo permitir que eso pase. Tengo que aparentar normalidad, aunque, de vez en cuando, sienta que me tambalee. Al mismo tiempo debo enfrentar recuerdos traumáticos de mi casa y seres queridos. ¿Están a salvo? La pregunta me llega a la cabeza de vez en cuando, sin una respuesta adecuada. Mi familia también está preocupada por mí.

Cada semana la Canciller alemana hace declaraciones en las que anuncia más medidas de confinamiento para frenar el aumento de los casos de coronavirus. No hablo ni entiendo el idioma alemán. Confío en mi anfitrión y en mis amigos para que me expliquen qué es lo que está pasando. Poco a poco, el país se está cerrando. Librerías, tabernas, juegos de futbol, aeropuertos, fronteras europeas y restaurantes están cerrados. El número de trenes está reducido, las escuelas están cerradas y hay menos gente en las calles. Uno sólo puede ir a las tiendas con cubrebocas. El papel de baño y la comida enlatada se vuelven un bien escaso en las estanterías. Las estanterías se están vaciando conforme la gente hace compras de pánico de varios productos, mientras se preparan para lo desconocido. Estar lejos de casa en este tiempo del virus se parece al confinamiento solitario de los reos. Había dejado mi país yendo a Berlín para una vida de libertad y aventura, con el propósito de escribir. Ahora parece que todas esas aventuras han terminado en cadenas. Me convierto en mi única fuente de felicidad y confort. Fue una cuestión de supervivencia. Salvo por la compañía de los libros, me siento un poco solo en el nuevo mundo, desorientado. Soy como un viajero en el tiempo que se ha visto forzado a viajar a una mágica sociedad distópica alternativa.

Una amiga que ha vivido en Alemania por algún tiempo me llama y recomienda que comience a comprar al mayoreo las cosas que necesitaré. Compra como si te estuvieras preparando para seis meses, me dice. Nadie sabe qué es lo que va a pasar. Hay un rumor de que todo va a cerrar, incluyendo los supermercados. Todo esto pasa muy repentinamente, en un tiempo en que todavía estoy planeando conocer y explorar más Berlín y sus bellos lugares. También estoy intentando familiarizarme con el idioma alemán, la moneda del euro, la cultura, el clima, la cerveza, el sistema de transporte y lo demás. Tengo que interpretar todo usando información de segunda mano de mi anfitrión, mis amigos y las redes sociales. Pero descubro después que no se puede confiar en las redes sociales, porque con frecuencia son vehículo de noticias falsas que causan más pánico. Cada vez que he recibido un llamada o mensaje de WhatsApp desde mi país he entrado en pánico, porque pienso que anunciará la muerte de alguien cercano a mí o de alguien a quien conozco.

Durante este tiempo comienzo a tener problemas de la vista. Necesito ir a un optometrista, pero están cerrados. Como todos en Berlín y el mundo, a regañadientes tengo que aceptar el hecho de un cambio que no es bienvenido y debo asumirlo como la nueva verdad. Estamos juntos en este virus, me convenzo a mí mismo. Todos estamos experimentando su ira, su sinrazón y su animosidad hacia nuestro orden del mundo. Mis opciones son limitadas. Todo lo que puedo hacer es confrontar su disrupción, diversidad y naturaleza violenta, al tiempo que todos nos ajustamos a las nuevas expectativas de comportamiento. Con el paso del tiempo, como todos, sólo soy capaz de viajar en dirección de la esperanza. No hay necesidad de pasar noches en vela preocupándome si, después de todo, voy a poder regresar vivo a mi casa.

Cuando escribo esto desde Berlín, la esperanza ha regresado. El verano está aquí. Las cosas casi han regresado a la normalidad. Salvo por los cubrebocas en las caras de las personas, uno no puede identificar tan fácilmente la nube de oscuridad que descendió sobre la ciudad como resultado del covid 19. Más importante, se acabó mi bloqueo de escritor.

Fin

 

 

Traducción del inglés de Germán Martínez Martínez

La Bitácora del encierro es un proyecto de la UAM Cuajimalpa