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El tren

Mi discapacidad nació en 1978 en la localidad de Loncoche. Los primeros años, hasta 1989, fui casi normal pese a mi hemofilia severa, por lo que aún no tomaba ese tren de la discapacidad. Me subí en un mes que no recuerdo de ese año 89 y en la estación inicial que sería Huiscapi. Tuve un problema en la rodilla izquierda por el que después, ya estando en Santiago, empezaría a usar sillas de ruedas para ir al colegio. Quedaba bien cerca de la casa de una tía, que era el lugar al que llegamos para empezar la vida de citadinos. Mi hemofilia estaría mejor cuidada en la capital que en el sur, por lo que no había nada que hacer. En esa estación Franklin pasé una época muy dura, porque con mi madre debíamos adaptarnos a la ciudad. Era muy difícil tomar locomoción con un niño discapacitado que ya había dejado de andar y de alguna forma debía moverse al Hospital Calvo Mackenna o Salvador, hospitales que estaban muy alejados de la casa de aquella tía. Así estuvimos, con mi madre acarreándome para esos hospitales más un tercer hospital cerca de ahí, el Paula Jaraquemada o como se llama hoy San Borja Arriaran. Este me sacó de apuros muchas veces hasta 1991.

A finales de ese 1991 llegué a otra estación, la estación «Puente Alto». Mi tren sale de ese primer túnel que fue el de mi invalidez y llego a esta nueva casa caminando. Sin embargo, cuando me enfermaba de una rodilla o tobillo usaba una silla de ruedas que traje de Franklin y que me acompañó muchos años en esta nueva etapa. Desaparecieron los hospitales del centro y apareció un hospital muy cerca de mi nueva casa, el Sotero del Río, que hasta el día de hoy toma el lugar de los hospitales del centro.

Este tren fue por un camino turbio llamado bullying durante el año 1993, y lo pasé mal porque ese primer buylling me hizo perder un año y cambiar a otro colegio donde ese tema fue más severo. Volví al Hospital Salvador y lo usé como segundo hospital cada vez que en el Sotero no había tratamiento para mí. Ya en esos años empecé a ir solo a los hospitales por lo que aprovechaba las micros de mi villa que llegaban hasta allá y conocía un poco más la ciudad.

Pasó el tiempo y al pasar a secundaria en otro colegio al fin encontré paz porque fueron mis mejores años de colegio. Tuve compañeros apañadores y también un trabajito-pasatiempo dentro de la televisión que me ayudó mucho en su momento para comprar mis cosas del colegio y tener para ir al hospital.

Pasó el tiempo y salí del colegio, continué con la tele y mi hemofilia estable y sin novedad hasta enero del 2003. Fue entonces cuando por andar de bohemia me accidento y termino en el hospital todo un verano internado. La recuperación en ese camino fue dura pero acompañado por la comunidad de San Gaspar Bertoni, que nunca me dejó solo, ese año me hice animador de confirmación juvenil. Eso me tuvo con la cabeza ocupada en medio de mi rutina de controles médicos en el hospital de Neurocirugía, mi tratamiento en el Sotero y los pitutos televisivos que ya eran escasos. Tuve amigos que me acogieron y se subieron a mi tren para acompañar mi camino de discapacidad.

Años después fue cambiando el tratamiento de hemofilia, por lo que hasta el día de hoy traigo mi liofilizado concentrado de factor VIII, más conocido como factor o lios, a casa. Ahí ya veo si me pincho yo o voy a un hospital/consultorio para su aplicación, por lo que las cosas en temas de hemofilia fueron mejorando. Me infiltré algunas articulaciones como si yo fuera futbolista y también tuve mis limitaciones para colocarme calcetines o cortarme las uñas. Por obligación debía buscar ayuda de terceras personas para lograrlo; es el único detalle porque lo demás lo hago solo dependiendo de cómo esté de salud.

Ya por el año 2012 conocí eso que llaman amor, una chica muy buena gente que tiene un niño con mi misma hemofilia por lo que estuve bien largo tiempo viajando adonde vivían ellos en la IV región del norte de Chile. Ese año fue muy encantador por ese lado, pero ya en el año 2013 caería una bomba porque la familia de ella me discriminó por mi hemofilia, me llamaban inválido y un sinfín de apelativos discriminando mi forma de ser.

Nos separaron por mucho tiempo y durante algunos años nos seguíamos juntando, pero esta vez en Santiago. Fueron visitas esporádicas pero hasta ese momento no conocían mi casa ni a mi madre. Esa estación llamada «discriminación» me mató por cuarta, porque en todos los años que terminaban en «tres» me pasaba algo feo. Estuve mal mucho tiempo y nunca superé ese final brusco por culpa de una familia discriminadora que me sacó del medio porque ellos aman el dinero y las cosas materiales, por lo que un yerno como yo no les servía para nada según ellos.

En el año 2019 mi madre partió al cielo y empecé un nuevo camino, la estación «Soledad forzada» se hizo fuerte y con la pandemia que atacó salvajemente a todo el mundo se incrementó mas aún, ya que ella solo logró conocer la casa en enero del 2020 y fue la última vez que estaríamos juntos, porque se vino la pandemia que destruyó mucho y terminó por separarme de ella cuando más la necesitaba a mi lado, cuando uno más necesitaba compañía. Ella me dejó por secretaria, como dicen, le pidió a alguien que me llamara para que yo me alejara de ella o me matarían.

Desde ese octubre del 2020 estoy solo, sin novia. Prefirió lo fácil a estar conmigo, y mis letras diarias desde el año 2013 buscan venganza por lo ocurrido con esa familia. Tuve pesadillas en las que sus padres se me aparecieron muchas veces hasta que ambos viejos se murieron. También mis letras buscan justicia para que ningún hemofílico pase por la discriminación enfermiza que yo tuve, justicia y sangre para buscar un mejor tratamiento en hemofilia. Sé que tarde o temprano quizás ella o ese niño hoy de casi 14 años vuelvan a mi vida, o puede que no, pero no hay día que no piense en ellos y al mismo tiempo estoy disponible para un nuevo camino en este tren.

Hoy, año 2023, ya me acostumbré a la soledad forzada y vivo con tres gatos, circulo al hospital/consultorio y viajo a ver a mi madre en una silla de ruedas eléctrica. Cuando se puede viajo al sur a compartir con mi hermano mayor y recorrer ese lugar que me trajo al mundo por varios días, recordando nuestro pasado, cuando nuestra madre estaba con nosotros.

Nuestra vida entera es como un viaje en tren, con caminos y estaciones oscuras, otras alegres, caminos inciertos, caminos claros como el agua, estaciones en buen estado o derrumbadas por el abandono o por algún desastre natural. Pero así es nuestra vida y nuestro andar y debemos a cada paso seguir caminando con el apoyo de la familia, amigos y de Diosito, que nunca nos abandona porque siempre está ahí mirando por donde estamos pisando.