Nuestro rey, Edipo, nos llama para hacer un comunicado a los tebanos. Dice que hay una pandemia. Que estamos en una situación desconocida, que un virus nos rodea de manera constante, que debemos vivir encerrados en nuestras casas.
Estamos en peligro, es real.
A partir de hoy, toda la comunicación con los tebanos será a través de los “avisos de la contingencia”, y todo ciudadano debe estar atento. Edipo dice que es apremiante evitar el contacto humano, no estar cerca unos de los otros. Asegura que es mejor el aislamiento que la muerte. Cuando pronuncia la palabra muerte todos los tebanos nos metemos a nuestras casas.
Y a partir de hoy, la vida social consiste en asomarse a la ventana.
Repentinamente todos los tebanos caemos en un estado de agotamiento letárgico. Tenemos un ataque de sueño colectivo. Sonámbulos, desmemoriados, nos dejamos crecer el pelo, la ropa envejece, engordamos, los hombres tienen barba, hacemos una pausa. Nos vemos en modo pulse botón de salida, pero sin el ímpetu de la salida, los pies anclados, la mente huyendo. Y el cuerpo en incógnita. Esta insólita forma de ser de los tebanos nos tiene a todos inciertos, en la feria de emociones nuevas, tratándonos como desconocidos, siendo todos viejos conocidos.
Los tebanos somos impacientes, nos gusta estar afuera, ser vistos, ver a los otros. Hacemos cosas para llamar la atención, necesitamos el ajetreo de las calles, el ruido de las conversaciones, los comercios hirviendo. Ahora que todos vivimos recluidos, somos temerosos, algo insólito en nuestra famosa naturaleza de guerreros, extrovertidos, consumistas. Pero, en compensación a la vida encerrada, nos asomamos por las ventanas, para comprobar que seguimos aquí, para comprobar que la vida sigue sucediendo, que los tebanos seguimos siendo lo que hemos sido… hasta hoy.
De algún modo, incluso aletargados, algunos tebanos han empezado una carrera furiosa de acciones extrañas. Como si su prisa necesitara tomarse de otra prisa. Algo así como: hay que hacer cosas para sentir que hacemos cosas. Es extraño cómo nos cuesta estar sin hacer nada. El solo hecho de ir a comprar pan, se ha vuelto una gran acción de cada día.
Por suerte ha pasado algo importante. Peligroso, pero que nos ha mantenido despiertos a los tebanos. Llegó la Esfinge. Muchos no hemos soportado la curiosidad, y arriesgándonos hemos salido a las puertas de la ciudad para conocerla. Es lo más feroz y temible jamás visto. Al mismo tiempo hermosa.
La somnolencia y el tiempo chicloso han cambiado el tono habitual de nuestra ciudad. Las plantas, los muros, las tardes se han vuelto cenizas. Nuestros atardeceres tienen normalmente un cielo rojo intenso, ahora el sol se ve opaco. El atardecer es la hora preferida de la Esfinge para escupir sus cosas. Hoy ha soltado insultos en lenguas primitivas. Esto asusta a los tebanos. No entender a la Esfinge es de las cosas más escalofriantes que un ciudadano puede sentir.
En la naturaleza de un tebano la incertidumbre es algo no conocido, por eso muchas familias han desobedecido a Edipo, y salen de sus casas. Se han hecho pequeños grupos, clandestinos, para ir a consultar los oráculos. Hoy los oráculos trabajan más que nunca. Las pitonisas nos mantienen amarrados a nuestra identidad, que sentimos estamos perdiendo en un mundo de cuatro paredes. Por desgracia, y como siempre, los mensajes del oráculo son incomprensibles, quizá es eso, no entenderlos lo que nos mantiene algo seguros en medio de la incertidumbre.
Uno de los miedos más serios para los tebanos es no poder ir al teatro. ¿Podremos vivir sin nuestros mitos? Esta es la pregunta que inquieta a todos, el rumor social. La gente de teatro ha empezado a imaginar otras posibilidades de reunión. Decidieron que es posible hacer teatro de ventana a ventana. Los vecinos hemos aprendido a ver teatro y recuperar algo de nuestros mitos desde las ventanas. Anoche vimos una Medea. Ella le gritaba a Jasón en una feroz pelea desde la azotea, y le aventó cebollazos. La capa ardiendo de Creúsa fue una fogata, que hicieron con alcohol. La obra fue entretenida, pero nunca llegó a los espectadores ese calor que quita el aliento de lo sobrenatural, de lo arcaico, de lo inefable. La tragedia, tan necesaria ahora, no existe. Fue un semi, dizque, casi, tantito teatro. La reunión del público, eso no tiene comparación con nada. Y esa falta de teatro nos soltó una lágrima.
Otra gran ausencia que ha pegado a los tebanos es la prohibición de los mercados. La plaza ruidosa, los marchantes provenientes de otros pueblos, las hortalizas raras de regiones desconocidas, todo eso que nos hace estar juntos y sorprendidos lo hemos perdido, y lo extrañamos. Nos tiene con el ánimo desganado. Las despensas están cortas, comemos cosas
parecidas todos los días. Algo tienen los alimentos que se ven pálidos.
Muchos tebanos hemos tenido una relación “nueva” con nuestro cuerpo y con los cuerpos de los otros. Hay algo de antiguo en la forma de autotratarnos y en el trato a los otros. Somos más peludos, más naturales, sin maquillaje los cuerpos son más originales y parecidos a la persona que es. Lo propiamente humano y carnal volvió a ser lo primero.
Sin teatro y sin mercados la ciudad de Tebas no es Tebas.
Algo pasa con la gente por las noches. Mientras estamos todos dormidos escuchamos voces de caminantes. ¿Quiénes son? A veces están borrachos, a veces locos, o simplemente valientes que salen de sus casas para sentir el pálpito de la vida. Son ruidos humanos nunca antes escuchados. Son aullidos de catarsis, como los emitidos por los actores de tragedia, sonidos del cuerpo que exigen alivio, alto, calma… algún tipo de compensación.
Miedo a morir tenemos todos. La Esfinge escupe cosas temibles y sus amenazas mellan. A veces son alaridos bestiales, a veces baba, a veces presagios. Esta tarde ha gritado varias veces: “Tebanos ingenuos, ustedes creen todo a su rey, que es un hombre sin soluciones verdaderas”. Y luego ríe sola. Su risa es muy profunda, una carcajada pavorosa. A muchos ciudadanos nos ha hecho dudar de Edipo. Nos estamos dividiendo, unos confían en Edipo, otros en la Esfinge. La gente discute al interior de sus casas o desde ventana a ventana. A veces es difícil distinguir qué pasa entre las ventanas, no sabemos si es teatro o discusiones sobre política. Hay quiénes dicen que el problema de nuestra política es que es muy teatral, nada real. Y, debido a estas teatralidades de ventanas, los hay que dicen que la pandemia no es verdad, que es una simulación para detener… ¿detener qué? ¿Las guerras? ¿Cuál de todas?
Edipo sabe que cada uno de nosotros, los habitantes de esta ciudad, sentimos que cada día que pasa es el peor de todos. Él lo sabe porque él también lo siente. En sus “avisos de la contingencia” se le escapan frases como “el destino nos alcanza” o “no hay oráculo claro para nuestro tiempo”, y la peor de todas: “estamos ante el fin de lo conocido, no sabemos qué nos espera”. Esta última frase ha provocado revoluciones al interior de cada casa, donde las especulaciones llegan a elevados estratos de ficción. Algunas familias hablan de conspiración. Edipo lo sabe. Y por eso toma decisiones emergentes.
Edipo, en su fiel promesa de salvar a Tebas, ha buscado a Tiresias, el hombre en el que más confiamos los tebanos. Tiresias dice que la epidemia puede ser eliminada si Edipo se enfrenta, solo, ante la Esfinge. Y que debe estar preparado para un reto mayúsculo: el enigma.
Tiresias dice que todo esto es un simulacro, que hasta que no caigan todas las máscaras del inmundo simulacro en el que Tebas vive, la pandemia será cada vez más voraz, más violenta, más implacable. Tiresias advierte que, toda ciudad está fundada en la mentira, y las mentiras urbanas matan de muchas formas, evidentes o invisibles… como los virus. Las palabras de Tiresias a muchos calman, otros exigen ciencia, resultado, el fin de la Esfinge, de Edipo y del virus. Pero ya muchos sabemos, es el perfume de estos días, que los finales no existen. Todo es desconocido para la materia humana.
Mientras estas discusiones suceden, en nuestra calle ha muerto un vecino. Él barría la calle a primera hora del amanecer, todos los días, sin falta y sin descanso. Todo ha pasado demasiado rápido. Lo vimos barrer el lunes, como todos los días. Y hoy, sábado, ya no está más. El sonido de su escoba cada mañana era esencial para todos. Era como un signo de meditación, un aviso de que la vida es así: el terreno de una escoba que pasa y quita las hojas de los árboles, los insectos, el polvo…
La Esfinge estrangula. Si Edipo se enfrenta a ella, puede ser ahorcado. Y si esto pasa, peor mala suerte tendremos. Pero Edipo es descendiente de Cadmo, tiene, sin que él lo decida, el dominio del lenguaje. Ojalá que en ese momento en que esté frente a frente, con los ojos de esa bestia juzgando los suyos, se acuerde de todo lo que sabe sin saberlo, y pueda descifrar el enigma. Y nos salve.
Se buscan responsables, culpables, el punto cero, el origen de todo. Tiresias habla de fallas de origen. Quién no las tiene. “No haber nacido” es lo que dicen que Edipo dice antes de irse a dormir. No solo él. En la intimidad de nuestras casas, cuando la noche cae y antes de rendirnos a Morfeo, todos los tebanos estamos convencidos de que, tarde o temprano, nos enfermaremos de la peste. Se dice: “te va a llegar”. Así que lo que único que podemos hacer es fluir: cada día, hoy, es el mejor. Porque después, mañana, quién sabe cuál destino tendremos. Tal vez, de ser posible, aprenderemos a adaptarnos al destino. O, mejor dicho: al simulacro.
Ciudad de México, México
La Bitácora del encierro es un proyecto de la UAM Cuajimalpa