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La guerra está suspendida

Sobre la primavera 2020

 

I

 

Dormimos a plena luz del día.

La gran palmera estría al sol sobre nuestras vidas abandonadas,

Sobre la silla vacía que dejamos en la playa.

La casa ya no tiene ventanas.

Los postigos se cayeron y la arena rueda a nuestros pies.

El océano, allá, es incomprensible

Y cruel como un amor terminado,

Como un cuerpo que se entrega injustamente a otro.

La espera ya no es espera, sino silencio.

 

La guerra de nuestros días está suspendida.

 

El cañón de nuestro fusil, inmovilizado,

Su estallido ardiente y acusador

Nos da la horrible oportunidad de un último lamento.

Nuestra bala ya no sigue su trayectoria.

La energía del asesino no se libera de golpe.

La catástrofe se pospone para más tarde, después del interludio.

 

Una hormiga avanza en la rampa de la balaustrada.

La cortina de la ventana se agita en la corriente de aire.

Un claro del cielo dora al mundo entero, y en seguida se desvanece.

 

La larga jornada se estira

 

De la confusión del despertar al desmayo de la medianoche,

Sin variar, sin modular su larga frase de flauta algo falsa.

 

Quisiéramos filosofar con eso:

¡Arriba las manos, llegó la hora de pensar!

Pero ¿qué hacíamos antes sino pensar

Con nuestras manos,

Con nuestro andar a tientas en la bruma,

Con nuestra hambre,

Iluminados sólo con esa pobre vela que perfora la hora amarilla y confusa,

Ese segundo, en el deslumbramiento del mediodía,

En el que los dedos caen sobre una forma compleja?

 

Pensábamos, ya — nunca dejamos de hacerlo.

Sólo que al calor del combate lo habíamos olvidado.

 

Ahora bien, la guerra quedó suspendida:

Escuchamos su queja en la radio,

La oreja pegada al transistor que ya no transmite nada.

 

 

II

 

 

De ahora en adelante beberemos nuestros pensamientos como el agua de las fuentes,

Perseguidos por la sed.

Los días se aglutinan, sentimos sus quemaduras.

Pero todo se cura, todos los fuegos terminan por apagarse.

El mundo va en sentido contrario.

Y nos quedamos en el camino,

Hacia atrás o hacia adelante,

Imposible saberlo,

Renunciando a la llegada, ya próxima, de la tormenta,

De las grandes enfermedades,

De los jinetes del desastre,

De las aguas negras, devoradoras, trituradoras.

 

El tiempo se vuelve sobre sí mismo,

Trompo, hipnosis, teatro,

Se anuncia con tambores todas las noches, a las ocho,

Y se repite al infinito.

 

Vidas desaparecidas

No nos queda nada, salvo trazas,

Una geometría de piedras en el suelo entre hierbas altas,

A veces, un frontón que se levanta ante nosotros,

El encuadre de una ventana, blanca como un hueso,

Que sólo da al muro azul-rey de mar adentro,

Una fotografía en un cajón,

Dioses emplumados, de dientes largos,

Desnudeces barbadas y terribles,

Caballos con cabezas humanas,

Flores, sables, colores de sangre,

Un hombre despojado contempla su vida perdida,

Una mujer se acaricia el brazo en un pensamiento sin importancia,

Formas de búhos, de bueyes, de gatos,

Extrañas seductoras que surgen desnudas con cabelleras de olas,

Verdes con ojos de marfil,

 

Sombras.

Ahora los muertos sólo son ensoñaciones,

Imágenes clavadas con tachuelas en nuestros muros.

Creemos adivinar vidas en los hilos de humo,

Fragmentos, nada íntegro.

Se nos olvida que allí están

La grandeza,

El honor de haber estado vivo,

Los amores devoradores y crueles,

Las inmensas, ejemplares locuras de nuestros antepasados.

 

Convencidos por la banca y los galeotes

De que el destino ya no nos concierne,

Erramos en nuestros apartamentos inmóviles.

Ahora que las guerras de nuestras vidas están suspendidas,

Ya sólo nos importa nuestra recámara,

El perímetro que nuestra cama deshace,

La tribu de nuestros vecinos.

— Y todo eso crece, nos empuja como una furia.

 

Hoy que los altavoces nos informan,

Parece que sólo ellos revelan los misterios,

El soplo de la humanidad apenas nos envuelve

Y el futuro les pertenece a nuestros carceleros.

 

Paz inmóvil y vacía

Justo antes del veredicto.

 

La paz de los prisioneros.

 

 

III

 

En el monasterio de abril,

Es la hora de los platos dispuestos y alineados,

De los paquetes y del agua,

En mesas hechas, luego deshechas,

Sobre los bancos duerme gente,

Atrás, los que pasean en nuestros insomnios.

Entre maitines y vísperas,

Los techos duermen, las callejuelas ascienden hacia los desiertos.

En la joroba de la colina,

El viento dobla a los hombres y desgaja capas sueltas de hierba.

Pero ya nadie viene.

 

Aquí se calla el cielo.

 

Bien vistas las cosas, creo renacer cada día —

Cada día más atolondrado y grave,

Solo y sentado,

Encantado de envejecer.

 

Luego, al fin se impone el verano.

 

El verano rojo, el verano de los clamores,

El verano que nos devora hace años,

El verano de piernas que corren por los caminos, de manos desnudas,

De muchedumbres al pie de las ciudadelas,

De fugas heroicas a través de montañas,

El verano de las revueltas y las liberaciones,

De relojes aplastados bajo los talones,

De celdas abiertas a patadas en la calle,

De pólvora, de estrellas asombrosas,

De un cielo al fin desembarazado de nubes de dioses,

El verano de todas las otras vidas,

De las partidas definitivas

 

El tiempo se abre como un fruto maduro partido en dos,

La rueda del tiempo se pone a girar.

 

Oculto desde hace demasiado tiempo

Tras los hábitos de las comendadorías,

Me voy.

Desciendo al mar.

Tomo el camino de en medio,

La ruta de los éxodos y las apariciones.

 

Los priores naufragan en los surcos.

Las altas praderas se sumergen lentamente en la ausencia.

Se franquea la sombra.

 

En lo alto de la última subida,

El sol recorre la llanura y más allá

Las ondas de las colinas se suceden hasta el horizonte,

Como los pliegues de una fresca sábana que se desdobla y azota.

 

Una cuerda tensa marca el fin de la sequía.

 

Aquí está el mar común,

Libertador terrible, boca ávida,

Inmóvil desde hace milenios,

Con la forma de un fósil encontrado

En el caracol de las murallas,

Más alto y feliz,

que la postración del peregrino.

 

La guerra de nuestras vidas,

Repetición de días, monotonía de noches,

Entra de golpe en silencio y tropieza,

El mundo se calla de pronto

El clavadista salta del pontón

Entra en el agua donde brilla una moneda

Y sale a flote con el puño en alto, brillando como la gloria

 

El diablo, después de todo, siempre ha tenido razón.

El gran sol se descubre a sí mismo recibiendo una lección de tinieblas.

La Bitácora del encierro es un proyecto de la UAM Cuajimalpa