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La morada

Hoy en la mañana me he dado una vuelta por una finca al noreste de Pensilvania, a una hora de casa. Aún se puede salir a tomar algo de sol y respirar aire fresco por estas tierras. El paisaje se abre a lo lejos, donde una serie de inmensas casas erizan la llanura. Todo tiene un tono de normalidad, y, sin embargo, sabemos que todo ya ha cambiado. Al ver la retahíla de inmensas casas (todas idénticas, como suelen ser las cosas en Estados Unidos), he recordado algo que aparece al final de una conferencia de decisiva de 1951, “Construir, Habitar, Pensar”: “…la auténtica penuria del habitar no consiste simplemente en la ausencia de viviendas, la auténtica penuria de viviendas es más antigua que las guerras mundiales y sus destrucciones”.[1] Así hablaba Heidegger tras presenciar la destrucción de las ciudades alemanas durante la guerra. En realidad, es un problema que hoy retorna en su máxima expresión con la epidemia en el momento más alto de la civilización metropolitana. Es curioso que haya recordado la crisis del “interior” estando fuera; como si el paisaje abriera, desde su brillo, a la pregunta de su otro. Por eso creo que más allá de la crisis del “neoliberalismo” y del “Estado de bienestar”; más allá de lo que puede ofrecer la “comunidad” (incluso la comunidad originaria, la Gemeinwesen); más allá de la política o de la ética, el presente indica una verdadera crisis del habitar. Esto implica que el espacio doméstico ha dejado de ser un retiro posible en un mundo en pleno despliegue de la dominación técnica. Como sabemos, habitar no es simplemente estar dentro de un albergue, sino que significa construir y conservar los hábitos y los modos de ser como uno es. ¿No es esta la dimensión que ha entrado irremediablemente en crisis planetaria tras la epidemia del coronavirus? ¿Y qué nos dice esto sobre la existencia de nosotros, los mortales? De repente, lo más inaparente nos devuelve nuestra figura. Ya nada puede darnos seguridad ni esperanza ni futuro, aunque ahora amemos a nuestros vecinos. Y sin embargo, en la medida en que “hacemos una morada en el aire del atardecer, estar allí, juntos, es suficiente”. Así lo dijo una vez un poeta de Pensilvania.[2] Y esa intuición es, de momento, la única fe que nos aguarda.

 

 

 

Notas

 

  1. Martin Heidegger, Construir, Habitar, Pensar, Arturo Leyte & Jesús Adrián (Eds.), La Oficina ediciones, Madrid, 2015.
  2. Wallace Stevens, “Final Soliloquy of the Interior Paramour” en The Collected Poems, Alfred A. Knopf, Nueva York, 1971, p. 524. Traducción del autor.

 

 

 

Gerardo Muñoz enseña en el departamento de lenguas modernas de la Universidad de Lehigh, Pensilvania.
Sus publicaciones más recientes son
Por una política posthegemónica (Doblea editores, 2020), y el volumen colectivo La rivoluzione in esilio: Scritti su Mario Tronti (Quodlibet, 2020).