No tengo el suficiente bagaje de conocimientos y capacidad de reflexión científica para poder emitir un juicio sobre la situación epidémica en torno al coronavirus. Durante todo el período de la crisis sanitaria puse mucha atención en el desarrollo de las estadísticas, las opiniones que expresaban los expertos y también las medidas que tomaban los diferentes gobiernos, pero ninguno de ellos me pudo llevar a una conclusión clara y uniforme. En la provincia china de Jiangxi donde nací, hasta el 30 de marzo del presente año, hubo un caso registrado de muerte por neumonía relacionada al nuevo coronavirus; en la provincia de Fujian también hay uno. No sé si los índices de mortalidad tan bajos en ambas provincias se deban a las excelentes acciones preventivas que se han llevado a cabo a nivel local, o al hecho de que la enfermedad per se no es tan terrible como nos la imaginamos. O tal vez un poco a ambas cosas. Creo que solo el futuro podrá emitir un veredicto objetivo sobre la epidemia del nuevo coronavirus.
Aquello que puedo percibir son las reacciones de las personas ante el estrés. A menudo cuando jugaba “Mafia” —el clásico juego de ciudadanos y delincuentes, donde solo unos cuantos saben la verdad— me quedaba pensando cómo sería nuestra vida si esto dejara de ser un juego y se volviera una situación real. Así, los que somos “gente común” de repente estaríamos en peligro de ser devorados por los “lobos”. Nos transformaríamos en unas personas muy distintas a las que somos y, bajo la presión, afloraría la esencia misma de nuestra naturaleza humana. Todo se convertiría en un verdadero “juego de vida o muerte” como en la película Batalla sangrienta del director japonés Kinji Fukasaku.
La explosión del Covid-19 hizo que los desafíos y las amenazas —que antes existían únicamente en los juegos— se materializaran, volviéndose realidad. La enfermedad se propagaba por medio del contacto entre una persona y otra; la causa de contagio podría ser un simple viaje en el transporte público al lado de alguien enfermo. Los casos de transmisores que no presentaban síntomas llevaron el terror entre la población a una dimensión abismal. Se hizo evidente que es en una situación peligrosa cuando emerge la actitud genuina de las personas hacia sí mismas y también hacia los demás. Es el momento de la verdad, las cartas de todos están sobre la mesa. En China, algunos exhibieron de forma muy directa su paranoia, como los habitantes de una zona residencial en la ciudad de Nanyang, en la provincia de Henan, quienes impedían el regreso de las enfermeras al área por temor a que trajeran consigo el virus. En algunos lugares la población no admitía a los residentes de la provincia Hubei e incluso cavaban fosas para cortar las carreteras. Se hizo viral el caso de un transportista que quedó atrapado en su camión durante unos veinte días; en ningún lado le permitían bajar a la autopista o usar las áreas de servicio y descanso porque tenía placas de la provincia de Hubei. Se volvió un forastero inoportuno en todo el territorio de su propia patria.
En el conjunto residencial donde vivo, el acceso era posible solo después de que uno enseñara su permiso y de que le tomaran la temperatura. Cuando instalaron un alambre de hierro sobre el muro que circunda el área, inicialmente pensé que tales reforzamientos eran insólitos y exagerados, pero después me di cuenta de que ellos, de hecho, representaban la voluntad de muchos de mis vecinos. Asimismo, un día tuve que reconocer que los puntos de control de seguridad en las entradas de las estaciones del metro tal vez fueron instalados por iniciativa del gobierno, pero que además gozaban de la aprobación de muchos ciudadanos. Ahora la salud y la seguridad constituyen la justicia suprema. Hubo personas que justo en estos tiempos de crisis sanitaria revelaron su lado más digno; muchos médicos, reporteros, voluntarios, donadores, repartidores, comerciantes se mostraron capaces de decisiones tan nobles que merecieron el profundo respeto y admiración de todos.
En La balada del café triste de Carson McCullers, la autora cuenta que: “[…] si se escribe un mensaje con zumo de limón en una hoja de papel, no queda rastro de la escritura; pero si se expone el papel al fuego, las letras se vuelven de un color castaño y se puede leer lo escrito”.[1] Durante los últimos veinte años de mi vida, nunca tuve realmente un buen entendimiento del entorno que comparto con las personas cercanas a mí, pero la epidemia —con excepcional precisión, como una tira de papel tornasol— evidenció su verdadero estado. Pude comprender esa manera sostenida en que, durante las últimas décadas, el Estado había moldeado a los individuos, los padres habían moldeado a los hijos, y los frutos que estos procesos habían rendido.
La esperanza está en los individuos. Lo que podemos hacer es poner nuestro mejor esfuerzo para acercarnos un poco más al criterio ideal de cómo es una persona. Después, partiendo de la base de una reflexión exhaustiva, reunir el valor para seguir propagando el conocimiento y las ideas que consideramos que son los correctos.
Beijing, China
Traducción del chino de Radina Dimitrova
* Este ensayo fue escrito especialmente para Paper Republic. Chinese Literature in Translation, influyente sitio web de literatura china traducida, donde aparece, por primera vez, la traducción al inglés hecha por Dylan Levi King: https://paper-republic.org/pubs/read/a-message-held-to-the-flame/
Nota: cabe destacar que después del texto aparece un comentario del traductor y crítico de literatura china, Bruce Humes, que resulta muy revelador:
Hoy un traductor, que no es chino, me comentó en un correo electrónico: “Todos los días aprendo a leer entre líneas; todos en China tienen un estilo propio de escribir entre líneas, entre y detrás de los caracteres”. El talentoso escritor A Yi es también un ex policía. No es tonto y sabe muy bien que su gobierno explota las estadísticas para “controlar la narrativa popular” y asegurarse de que su versión se mantenga en una posición frontal y central. Apostaría que la frase original en chino: “No sé” es “No sé claramente” o algo parecido, que implica “No estoy seguro de…”. De ser así, esto es una clara señal de que A Yi está evadiendo el problema. En este ensayo quiere enfocarse en el comportamiento de sus conciudadanos, y no llamar la atención sobre (el potencial para) la mendacidad del gobierno. Si leemos un poco entre líneas, las “sobresalientes acciones preventivas para combatir el virus” podrían incluir la supresión del número de casos reportados o la activa negación de probar posibles portadores [del virus], un método que se usa ampliamente en el extranjero, incluso en los Estados Unidos.
Finalmente, A Yi debe ser consciente de que denunciar a las autoridades como unos mentirosos descarados no es lo mejor para un escritor radicado en China que quiere seguir teniendo oportunidades de publicar o gozar de una buena salud. Espero que se entienda lo que quiero decir”.
Traducción del inglés de Radina Dimitrova
[1] Traducción del inglés al español de José Luis López Muñoz y María Campuzano de: Carson McCullers, El aliento del cielo, Barcelona: Seix Barral, 2007, p. 209.
La Bitácora del encierro es un proyecto de la UAM Cuajimalpa