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Morir y vivir

Comparto la terraza con dos lagartijas. El lagarto más pequeño en el borde del pretil hace flexiones sin descanso. El más grande estaba bien acomodado. Ocupa la mejor parte de la terraza y me mide con su mirada en las pausas de inflar los globos. Pregunté, investigué la situación a fondo y llegué a la conclusión final: sus globos no tienen nada que ver conmigo, lo hace para alguien que se enamore de él. Cuando tenga que dejar mi mundo y salir de él, preferiré elegir esta terraza. Mi aislamiento comenzó hace mucho tiempo, me he estado preparando para él toda mi vida, y han pasado diez años desde que he estado aplicando activamente sus elementos esenciales. Me rindo de la gente. Solo la familia más cercana se interpone entre mí y el gran mundo. Borradores de mi mundo como si los hubiera leído hace mucho tiempo en este poema de Leonard Cohen:

 

The Big World

 

The big world will find out

about the farm

the big world will learn

the details of what

I worked out in the can

 

And your courious life with me

will be told so often

that no one will believe

you grew old

 

Era joven y no tenía idea de lo que realmente significaba, o adónde me llevaría. Pero estaba cerca de mí, como algo que heredé al nacer, como un pensamiento, como una guía, como una vida que imaginé que sucedería. Y sucedió, construí mi propia granja. Resucité el mundo de un hombre en el otro extremo del planeta, que este año se ve obligado a lo que yo mismo elegí hace mucho tiempo: el aislamiento. El aislamiento, establecido desde hace mucho tiempo como la solución perfecta para mi carácter, es actualmente un veredicto global.

 

VIVE

 

Mis hijas están aprendiendo a vivir en un mundo nuevo, en el nuevo orden que exige el mundo herido. Me destrozan sus adaptaciones a una enmascarada y distanciada vida cotidiana. En parte porque sé que lo que tenemos que heredar carga con todos los males del viejo mundo. El orden todavía está formado por aquellos de la cima del viejo mundo, el capital sigue siendo un dios en cuyo nombre ningún sacrificio es demasiado pequeño.

 

Bajo las máscaras, los niños juegan en el parque. Su rugido resuena sordo en mi memoria. El amor encontrará caminos, me consuelo. Estudian a través de una pantalla de computadora. Recuerdo otras escuelas por las que me vi obligado a pasar, entre granadas, vientres vacíos y balas de francotiradores con los nombres de otros escritos en ellas. A menudo me digo a mí mismo lo afortunado que fui, qué buena suerte tuve, que estoy a su merced y que nunca debo olvidar eso. Cuando de repente te quedas sin electricidad ni agua, tus pensamientos se aclaran de una manera especial y está claro que las cosas pueden ser peor.

 

Después de que uno pasa por la guerra, pocas cosas te pueden sorprender y sacudirte significativamente. Y a mí, el año 2020 realmente me duele solo a través del destino de los demás. Sé lo difícil que es para mi madre, allá del otro lado del océano. Siento su preocupación. Vivo su insomnio mientras intenta convencerse a sí misma de que sus hijos están bien y que todo estará bien, aunque todo es incertidumbre y no hay garantía. Los niños hace mucho tiempo dejaron de ser niños, después de todo, la vida es así sin el virus.

 

 

MUERTOS

 

La muerte es algo con lo que no tengo una relación clara. Nunca aprendí a aceptarla. Los muertos que me son cercanos, viven todavía. No soy capaz de dejarlos solos. Nada ha cambiado y yo solo estoy esperando con paciencia nuestro próximo encuentro.

 

Así veo claramente a mi padre, de quien nunca he tenido la oportunidad de despedirme. Su muerte es como una cicatriz tras una herida que apenas debe ocurrir. Lo veo claramente en este momento en que todos dudan de todos, lo veo descender por la colina en la que se encuentra la casa familiar. La calle estrecha por la que camina anuncia el Mediterráneo. La ciudad donde ambos nacimos está ubicada en el límite de muchas cosas, arrullada por las corrientes amistosas de varios ríos. Vivir en esa ciudad podría haber sido hermoso. Si la gente no fuera mala y si la gente no fuera codiciosa. Escucho a mi padre repitiéndose la lista de compras para sí mismo, y una vez más elaborando un plan para un paso efectivo por el supermercado, como si se tratara de un robo a un banco odiado. Permanece en ese pensamiento por un tiempo, porque el western era su género, y Butch Cassidy y Sundance Kid son héroes del otro lado de la ley, solo porque la ley a veces no es justa. Con este pensamiento, el cubrebocas del rostro de mi padre adquiere una dimensión completamente diferente, se convierte en otra cosa, mucho más que la lucha contra la enfermedad y el simbolismo de nuestra (no) existencia nunca será más claro.

 

El otro hombre con el que estoy hablando intensamente estos días es Agustintxo. Su hermana mayor es la madre de mi esposa. Han pasado años desde que Agustín y su hermana no están entre nosotros. Agustintxo fue profesor en la universidad y en la cárcel. Enseñó a estudiantes y presos políticos y a los otros. Bilbao fue la ciudad que él eligió. Tenía un apartamento con una vista perfecta del puerto, y los libros tenían su lugar por todas partes allí. Incluso la cocina estaba llena de ellos. Ni siquiera sé por qué, pero quiso muy rápido y después de eso, nadie pudo hacer nada. El revólver más rápido de la familia vasca estaba de mi lado. Estoy tratando de adivinar cómo reaccionaría él ante el mundo de hoy. Y esta es la opción que más me gusta: nos serviría armañac, murmuraría “Oye, puto poeta, salud” y mandaría todo al infierno. No puedo imaginar a Agustintxo con las reglas necesarias de la vida cotidiana. Ni siquiera puedo decirle adiós.

 

 

LÍMITE DE EXISTENCIA

 

Mis entrenamientos finalmente se están volviendo claros para aquellos con quienes comparto el espacio vital. Porque soy aquello con lo que muchos no están de acuerdo. Y es mi elección, es mi manera. Ésa es la vida que yo sé vivir. Las bestias me revelan secretos y yo a su vez les ofrezco poesía. Ayer las lagartijas exigieron que escribiera un poema. Me llevó un tiempo. Me lancé al trabajo, escribí y taché. Me daba por vencido y regresaba. Finalmente, saqué a la superficie un recuerdo que pertenecía a un ex hombre que una vez fui.

 

Elvis en las terrazas

 

Elvis en tu terraza

baila encantadoramente

y la terraza

se ha transformado

en Las Vegas

escenario verificado

de lo que vendrá

después del clímax

Gotas de sudor se deslizan

por el estómago

del observador

Elvis en la terraza

esta consciente de todo

Mueve sus caderas

y exclama

lo que le enseñó

Little Richard

whop bop b-luma

b-lop bam bom

está en tus bragas

tutti frutti

Tomas el teléfono

marcas mi número

Estás tratando de calmar tu voz

no quieres que yo sepa

Dices

así no se puede más

Es hora

para que Elvis se traslade

a mi terraza.

 

La terraza es tierra de nadie. Cuando salgo de lo que he construido, cuando salgo de la granja rodeada de muros que tocan el cielo, me entrego a la aventurera terraza. Ella no tiene vallas, pero todavía me siento protegido del mundo exterior. Protegido de noticias, inundaciones y políticos, altos cargos y capitales mezquinos, de nuevas masacres y viejas guerras, en la terraza respiro partículas seleccionadas de lo que no existe en mi mundo. Lo tienen claro las lagartijas y comparten su territorio conmigo sin ningún problema. Nuestra alianza ha durado años, no conocen países ni fronteras. Me recuerda las conexiones que hago con personas maravillosas que probablemente nunca conoceré y con las que me complemento tan bien. Un buen ejemplo de esto es un video realizado en abril de este año, en medio de la pandemia. Es el resultado de la cooperación que he logrado con gente talentosa y querida de Sarajevo, Niš, Belgrado, Mostar, Pristina, Atlanta.

 

Desde la terraza me despido de ustedes y mando una señal para ese video:

 

 

 

Traducido por Xhevdet Bajraj

 

La Bitácora del encierro es un proyecto de la UAM Cuajimalpa