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Pandemia / 24 de marzo 2020

La humanidad, que antaño, en Homero, era un objeto de espectáculo para los dioses olímpicos, se ha convertido ahora en espectáculo de sí misma. Su autoalienación ha alcanzado un grado que le permite vivir su propia destrucción como un goce estético de primer orden.

Walter Benjamin

 

Despierto, entreabro los ojos, miro a mi alrededor, la conciencia me llega de golpe: es cierto, estamos encerrados en nuestras casas, el enemigo invisible nos acecha. La bestia recorre los continentes.

Sin embargo, el sol brilla, el cielo es intensamente azul, el canto de los pájaros es tan melódico como los colores de las flores en el jardín. La jacaranda es un deleite púrpura para la sensación, la primavera no espera.

Cada quien con sus cada cuales. ¿Con quiénes pasarás la cuarentena? Yo en Tepoztlán, con mi familia, nuestra Bishi incluida; hospedados por mi madre y su esposo en una cómoda casita al lado de la suya; también están mi hermana con mi cuñado, y mi papá con su perra traviesa, todos refugiados de la CDMX.

Mi hijo grande está trabajando en sus cultivos, él está en jauja fuera de la ciudad y sin ir a la escuela. Hace poco más de un año que transformó el jardín de veraneo en milpa y parcelas prolijas. Verlo ligado a la tierra y a las semillas con tanta pasión me llena de esperanza.

Desde aquí, en la utopía digital, estamos conectados: los hijos toman clases en línea con sus maestros, y nosotros, los papás, a su vez maestros de arte, las impartimos en las nuevas plataformas diseñadas para ello. Ayer por la noche, mi hija menor se reunió con sus compañeritos de quinto de primaria para cantarle las mañanitas a un cumpleañero; estuvieron más de una hora echando relajo entre ellos, viéndose en las pantallas, totalmente familiarizados con el medio. Por la noche proyectamos películas que encontramos en las redes, interesantes para formar en nuestros jóvenes un conocimiento del gran cine, así que ya tenemos cineclub en casa. Comentamos las películas en el desayuno, que preparamos en colaboración y, al final, tarareando soundtraks, separamos la basura orgánica para la composta.

Ahora, acompaño a mi octogenario padre a desayunar, en un patio fresco y ventilado. La paz es chicha, mientras el suspenso tiene a la humanidad capturada. Seguimos minuto a minuto las cifras, las gráficas, los mapas que dan información sobre los avances de la pandemia.

De impecable vestimenta y cabellos entrecanos bien recortados, tez limpia y mirada penetrante, todos los días por la tarde sale a informarnos por la televisión el Subsecretario Nacional de Salud, quien con estoicismo conduce a nuestro país a través de esta crisis sanitaria mundial. Nos calma, nos informa; es un héroe de las masas, con fans, memes y stickers que lo iconizan (también el Coronavirus es ya un emoticon infestando las redes sociales). Ver a este lúcido representante de la ciencia en el gabinete actual, me ha hecho memorar los días de la preparatoria en el Colegio Madrid, donde fuimos compañeros. Siempre correcto y educado, a la vez que socarronamente inteligente, sabíamos que sería médico y haría algo importante.

Mientras, las mayorías poco podemos hacer, además de quedarnos en casa, lavarnos las manos constantemente y cuidar a nuestros adultos mayores. Por el contrario, un proporcionalmente pequeño equipo de profesionales de la salud (también las fuerzas militares) están en alerta, se preparan a contratiempos para la contingencia, se disponen a hacer frente a una tormenta de enfermedad que se avecina fuerte.

¿Estaremos preparados? ¿Cómo actuar en lo micro y en lo macro? ¿Cuántos se enfermarán? ¿Cuántos morirán? ¿Cuánto durará esto? Y ¿cómo transformará a la humanidad? Son preguntas que nos hacemos hasta el cansancio. Consumimos noticias, análisis sesudos y murmuraciones mal intencionadas, por igual. Sin embargo, tal como una buena serie de Netflix, únicamente día con día sabremos lo que va a pasar. Desconocemos la escala de los desenlaces, pero a diario asistimos al espectáculo.

Que si es creado en un laboratorio o si viene de la naturaleza, que si se trata de un castigo a la humanidad (o al capitalismo salvaje) o es la anunciación de una nueva era. ¿Qué será? Si es creado, ¿es una creación colectiva inconsciente? ¿o será creado por los villanos neoliberales y los gobiernos fascistas como estrategia de reorganización del orden mundial capitalista? ¿Se trata de un Frankenstein que se salió por la puerta de un laboratorio? Creación perversa, sin duda. Diseñada con una precisión siniestra. Los mayores y los débiles caen muertos, los jóvenes, los fuertes, casi no la resienten, pero sí la transmiten. Puede ser un dulce nieto el que lleve la muerte a su abuelo.

El mundo globalizado es esa gran red-enjambre de interconexiones que nos une al tiempo que hace que todo se viralice: desde el Coronavirus hasta la información más variada; una fotografía en Instagram puede tener millones de likes en pocas horas. Los individuos de todos los continentes, físicamente e interconectados virtualmente, trazan rutas de contacto, para el negocio y el placer, que podemos encontrar tanto en los mapas de las ofertas de las aerolíneas, como en las retículas de las conexiones digitales.

Desde la vuelta del siglo, venimos acondicionando nuestro refugio digital, mejorando los diseños de los dispositivos, para llevar a cabo la mudanza cibernética. Ahora, desde el hogar, podemos acceder a filmes, libros, recetas de cocina y todo tipo de tutoriales, así como comprar cualquier producto y establecer videollamadas. Estamos interconectados y con un acceso a la cultura universal (fundamentalmente a la occidental y escrita en inglés) de manera extraordinaria. ¿Qué circula por las redes? Entre los pocos espacios que deja la impúdica publicidad, abundan lideres de opinión, algunos inmorales, otros oportunistas; pero también hay voces sabias y sensibles que salen a hablar a tiempo y nos ayudan a pensar-nos. La comunidad cultural se activa, los museos abren canales de comunicación virtual, los actores y las actrices filman sus monólogos y los lanzan a la imagósfera, las universidades imparten conferencias en línea, el pensamiento y la creatividad no se detienen.

Es urgente que se diga que hay tragedias y problemas más cruentos en el mundo actual que este evento, problemas endémicos como la violencia, el hambre y la ruina ecológica que cunden en el tercer mundo como secuelas de la colonización de occidente, cuyo historial de explotación y abusos se sigue in-visibilizando. En internet no hay mapas en tiempo real que denuncien pertinazmente el avance de los intereses capitalistas en la selva que defiende el EZLN, ni del constante hurto de tierras a los indígenas del Amazonas. Mientras que la aparición de cada caso de Coronavirus se lleva todas las luces del espectáculo.

¿De qué van a vivir durante esta peste súper contagiosa los más pobres, los jornaleros, los trabajadores despedidos de empresas en bancarrota? Y ¿cómo se protegerán esos otros héroes?: los choferes que seguirán cruzando las fronteras con los abastecimientos, así como las y los operativos de la urbe, quienes harán que siga funcionando el trasporte público que cada día transportará a los cajeros de los supermercados y los bancos, los vigilantes de las empresas y las residencias, etcétera. ¿Cómo va a vivir confinada una ciudad de más de 20 millones de habitantes? ¿Qué pasaría si se acaba el agua? ¿Cuáles y cuántos son los panoramas distópicos que ofrece este momento? No quiero pensar en la novela Ensayo sobre la ceguera de Saramago. La barbarie comienza ahí donde la adversidad ya no es especulativa, se alimenta de algo tan elemental como el instinto de sobrevivencia.

No dejo de imaginar otros confinamientos: quien se ha quedado solo con sus ideas suicidas, los que viven en espacios hacinados y sin privacidad o aquellas que quedaron atrapadas con su acosador. 1700 millones de personas confinadas en sus casas. Todas las vivencias de este momento rebotan en la empatía de mi imaginación; presiento pero no alcanzo a captar la inmensa dimensión de la humanidad, solo de golpe, me anima el sentimiento de un gran amor y misericordia por cada hermana y hermano. En todo el planeta estamos viviendo algo parecido, esto generará microhistorias personales y locales: habrá las chuscas y divertidas, las excitantes y de ensueño, las tristes o dramáticas, las llenas de bondad  tanto como las injustas, tejiéndo entre sí una multitud de relatos.

La Historia con mayúscula, la oficial, la que se escribe desde el poder ¿qué versión de los hechos dará? De cómo en unos cuantos meses la humanidad quedó secuestrada por un virus microscópico, mientras la economía mundial se vino abajo y las fronteras nacionales se cerraron. Todo quedó cancelado: restaurantes, cines, museos, teatros, deportivos. Vinieron las compras de pánico, hubo desabasto de gel desinfectante, tapabocas ¡y papel para baño! Pronto, los servicios médicos de algunos países del primer mundo quedaron rebasados. Desde la isla latinoamericana que se defendió a muerte contra el imperialismo yanqui, partieron medicinas y expertos a ayudar solidariamente.

De todos los enemigos de la humanidad imaginados por la ciencia ficción, a diferencia de los extraterrestres y los monstruos inenarrables que exigen la visualización de la amenaza con grandes recursos de producción y efectos especiales, la plaga viral, en cambio, es invisible; por lo que tiene más bien una presencia mímica: sabemos que está ahí, nos arrincona, pero no lo vemos. Como el ser misterioso de La casa tomada, cuento de Julio Cortázar, o El ángel exterminador, película de Buñuel.

Sea grave y letal esta enfermedad o no, quedamos confinados, nos separamos, nos desintegramos como masa ordenada, viendo el dólar subir y nuestros ahorros acabarse. El miedo es el más efectivo mecanismo de control. Es cierto que “el estado de excepción”, como dice Agamben, es la oportunidad del poder para propasar los derechos individuales y ejercer mayores medidas de control y vigilancia. ¿Cuál es la teoría de la conspiración para esto? La película de Terry Giliam, 12 Monos, es un ensayo bastante preciso, con centenas de secuelas en el cine y en la televisión.

A su vez, es precisamente el estado de excepción, donde la cotidianeidad queda suspendida, el momento cumbre de toda narración de ciencia ficción; el gran momento para el “¿qué pasaría si…?”. Podemos decir que ese momento ha llegado, con su excitante friolera de pánico. Hoy estamos viviendo la ciencia ficción en vivo y en directo, en tiempo real.

A su vez, se nota un tono mesiánico rondando en internet. Lo que está pasando era ya esperado por la humanidad, yo lo tengo grabado en mis arquetipos simbólicos, desde hace décadas se ha presentado en mis sueños y fantasías diurnas, no sabía cuando, pero sabía que llegaría el momento. He leído que esta es una gran oportunidad de cambio, un momento para cuestionar los valores de la modernidad capitalista que, cada día con más estrés, nos atrapan en el American way of life. Es así que este periodo de guardar, puede ser una oportunidad para cerrar la puerta a la paranoia colectiva y meditar con uno mismo, acercarnos a nuestros miedos y deseos íntimos, o elaborar sobre nuestras relaciones fraternales y de pareja. También momento de abrirnos como comunidad a la emergencia, apostar por dar y no por ir tras soluciones egoístas. El amor, ese sentimiento hacia el prójimo, como corearon los Beatles: “All you need is love”. nos enseñará el camino.

La invitación es a construir un discurso de esperanza que nos reconduzca, que nos saque del lugar del goce en el que nos tiene sometidos la imagen apocalíptica de la sociedad occidental, como único futuro.

Por lo pronto, el planeta Tierra se limpia, los mares y los cielos descansan de nuestra contaminación. El silencio de nuestras máquinas detenidas se expande de las ciudades hacia el campo, el campo canta. Quizás ahora podemos cerrar por un momento nuestras pantallas, dejar expandir nuestra experiencia sensible hacia el entorno y el momento, a la vez que ahondar en nuestro ser interior. Escuchar ese adentro, que tiene ecos cósmicos, bajar las fronteras del ego y darnos cuenta de que somos uno con el todo, el gran tode.