En los tiempos recientes cada uno de nosotros se vio profundamente involucrado en el mismo accidente espiritual: el nuevo coronavirus.
Me refiero a él como un accidente espiritual —es decir, uno que no queda en el plano de lo meramente corpóreo, médico o incluso social— porque se trata de una experiencia personal que dejó marcas profundas y nítidas en el mundo interior de cada persona y que provocó un shock demasiado fuerte. Quizás ahora sería prematuro intentar hablar con claridad sobre este último punto, porque el brote de este shock sucederá de forma postergada; eso sí, seguramente no pasará desapercibido ni fenecerá en silencio. Las familias que de súbito habían perdido un integrante, las multitudes en los caminos durante el Festival Qingming o el Día de barrer las tumbas,[1] incluso el regreso del esplendor primaveral: todo esto despertará angustias ocultas y resistencia contra el olvido.
Desde diciembre del año pasado hasta la fecha, sucedieron tantas cosas que nos atravesaron despiadadamente una tras otra como clavos. La perspectiva de cada individuo sobre la vida, su propio ser y el mundo entero cambió para siempre.
Un accidente espiritual, como cualquier otro suceso, también requiere un punto de detonación. Como lo que acabamos de experimentar: un detonador minúsculo, de tan sólo unos micrones, desató ante nuestros ojos una hecatombe que al parecer no era observable a simple vista. De pronto el aire alrededor se volvió frío, duro, se convirtió en una pared o directamente en un asesino. Los pulmones luchaban por respirar, pero la gruesa película de vidrio esmerilado los ciñó, los blanqueó, los bloqueó. Ser sofocado vivo es uno de los métodos de ejecución más crueles.
Un virus ínfimo, pero también infame: ataca a todos por igual, le importa un bledo de quién se trate; destruye con mano ligera el efímero, imaginario confort de las personas, las obliga a abandonar a su familia, sus amigos, su carrera y sus sueños. Todas las caras, una por una, se vuelven extrañas, desaparecen tras el gélido cierre de la bolsa de plástico, luego las precipitan en las llamas del confinamiento eterno.
El virus dio un giro magnífico y a partir de allí se volvió un punto de quiebre. Nos obligó a encarar directamente la represión, la vergüenza, la cobardía y las concesiones: todas esas cargas que habíamos asumido a lo largo de nuestras vidas. La muerte no dejó margen ni siquiera al egoísmo y al autoengaño. Involucrarse en crímenes y convertirse en cómplice no conllevaba una solución. Incluso los estafadores y los verdugos no tenían ninguna escapatoria de la calamidad del virus.
Inesperadamente una razón minúscula restableció para la humanidad un mínimo común divisor, pues la muerte perseguía a todos. A los destructores de la conciencia solo les quedaba el camino del suicidio. Todos fuimos confinados en la Tierra, y aquí no hay sobrevivientes.
¿Y qué ocurre entonces con la literatura? ¿O con la poesía? ¿Será posible que susciten un cambio?
Cuando todas las ciudades fueron selladas, cuando todas las calles quedaron desiertas y sumidas en una mortífera quietud, cuando toda vida humana quedó aislada entre las cuatro paredes de su habitación, de repente un fenómeno perdido hace mucho tiempo: el lenguaje, se volvió una vez más el foco de la más intensa atención. Todos los días la gente esperaba hasta la medianoche para leer a Fang Fang, leer a Xiao Yin,[2] repostear sus escritos y discutir acaloradamente. El llamado de un silbato invisible atravesaba millones de pantallas fluorescentes —ojos de fantasmas— y engendraba innumerables silbidos contestatarios y denunciantes. Hace mucho que ese penetrante sonido traspasó las fronteras de nuestro país, haciendo que el mundo entero escuchara claramente cuáles fueron la fuente y la esencia del desastre.
Durante las últimas tres décadas de “apertura” de China, casi toda decisión era tomada por las personas en el poder y transmitida desde arriba hacia abajo, pero esta vez fue diferente. Esta vez sucedió un despertar desde abajo hacia arriba. Encendidas por el más prístino instinto de supervivencia, las células dañadas por el virus dieron la orden a la carne, la sangre, la mente y el alma: “No esperen inertes a la muerte”. El mensaje subconsciente de “seguir viviendo” ya contenía las semillas de la iluminación espiritual.
Los pulmones blancos y la asfixia son una metáfora, los gritos y la escritura son otra, y ambos se refieren al espíritu oprimido. El análisis final revela que la “declaración” de la poesía siempre ha sido un grito teñido de sangre.
Desgarrar el silencio y salir a la lucha, esta es la verdad suprema. Cuando el grito de auxilio no encuentra salida, escupir un chorro de sangre es también una confirmación de la vida. Quien calla en un momento como este, insulta a los muertos. ¿Acaso hay algo que eludir? Si callas, serás un portador de los virus que infectan el espíritu y el alma, que se pone en peligro a sí mismo y a los demás. No serás digno de ser llamado un sobreviviente, ni siquiera de ser considerado un muerto.
El accidente espiritual provocado por el virus finalmente debería llevarnos a la autorreflexión y a la conciencia. Usarnos a nosotros mismos para estudiar el virus y experimentar con la inmunidad podría clasificarse como una poética impasible y fría. ¿Es un infortunio? ¿O tal vez buena fortuna? Mirando hacia atrás, hacia el camino recorrido hasta el día de hoy, surge la pregunta: ¿acaso la poesía china contemporánea no ha acuñado —mediante la incansable forja de diversos bacilos— una poética viral con características en extremo propias?
Tarde o temprano llegará el día en que la epidemia quedará en el pasado, pero el virus no desaparecerá, sino que seguirá transformándose de maneras casi mágicas hasta volverse súper poderoso. Entre todos los males posibles, el más nefasto es el veneno que destruye la memoria, que nos sume en el olvido y el letargo, que amenaza con atraparnos nuevamente en el círculo vicioso de la historia. Cuando llegue ese día, solo espero que la gente todavía recuerde aquellos gritos —fuertes y claros— lanzados desde los balcones en la ciudad de Wuhan: “¡FALSO!”.[3]
Wuhan, la ciudad de la “primera epidemia” en 2019-2020, durante más de cien años no ha dejado de empujar hacia delante, pues fue allí también donde en 1911 estalló el “primer levantamiento” de la República China.[4] Cada uno de nosotros experimentó en cuerpo y alma la vuelta completa de esta transmigración centenaria. Desde los últimos días del imperio chino hasta el inicio de la globalización, el contexto ha cambiado dramáticamente. Sin embargo, Wuhan tal vez está predestinada a catalizar otro comienzo más donde —ante el rostro de la muerte— la gente lucha para seguir viviendo.
Haciendo resonancia directa con la poética viral, este número particular de la revista Survivors Poetry lanzó una convocatoria para “Manuscritos poéticos desde el confinamiento”. Debemos reconocer que con nuestra publicación a los lectores llegan tan sólo unas cuantas olas del inabarcable mar de la creación poética inspirada en la crisis del coronavirus. Aun así, estamos muy felices de poder hacer esta pequeña contribución que va de la mano con un fenómeno grande: el sonar de la poesía que concentra las pulsaciones que exhalan las profundidades del corazón. Estos breves poemas escritos durante el pico de la epidemia claramente han surgido bajo el dictado del impulso, por eso todavía guardan las huellas y las imperfecciones de la improvisación. Algunos dicen que no hay que apresurarse a escribir sobre el desastre y tienen razón, pero aun mayor razón tienen aquellos que no desisten de la escritura; porque este “quehacer” por un lado representa un desafío para la sensibilidad expresiva de un poeta, y por el otro pone a prueba la capacidad de explayar su imaginación. Estamos a la espera de las magnas obras que nos traerá el futuro y que, ciertamente, serán portadoras de los mismos genes poéticos e inevitablemente brotarán del mismo suelo, del cual ha crecido esta primera cosecha de la poética viral. Es erróneo considerar que en ella lo primero es el virus y la poesía viene después; ella es el suelo fértil y el verdadero nutriente de estas nuevas obras que, ante la amenaza epidémica, afloraron fuertes e inquebrantables.
Igual que cuando anunciamos en internet la convocatoria sobre la poética viral, ahora reiteramos nuestra aspiración: hoy nos enfrentamos a una gran epidemia, la conmoción llega a cada rincón del mundo, el terror ha apresado el corazón de la humanidad. Hoy la crisis pone en evidencia el significado de la palabra “sobreviviente”. La poesía es la voz del alma, su raíz es la sinceridad. En tiempos como estos, los poetas no deben ni pueden estar ausentes. Ellos no persiguen fama y fortuna en medio de las turbaciones, sino que buscan la verdad en los lugares azotados por desastres. “La poesía enraizada” es la tradición que los sobrevivientes queremos continuar; ojalá los versos aquí reunidos puedan dar testimonio de ella.
Lian_poemas
Versión abreviada de la introducción al número 1 del año 2020 de la revista china Survivors Poetry, editada por Yang Lian y Tang Xiaodu y disponibles en chino en www.survivorspoetry.net/
[1] Equivalente al Día de Muertos; se celebra en el primer día del quinto mes solar y suele caer entre el 4 y el 6 de abril.
[2] Dos escritores, cuyas publicaciones en sus cuentas de redes sociales fueron las más leídas durante el bloqueo total en China. Diario de la ciudad sellada de Fang Fang, traducido al inglés como Wuhan Diary, se publicará en agosto de 2020 por la editorial Harper Collins.
[3] El 5 de marzo de 2020, durante una inspección protocolaria de la vice primera ministra Sun Chunlan en un área residencial de Wuhan, desde las ventanas de los edificios llovieron los gritos de indignación de los ciudadanos encerrados: “¡Falso! ¡Todo esto es falso!” (Véase The Guardian, “It’s all fake!: Chinese official heckled by residents on visit to Wuhan”: https://www.youtube.com/watch?v=Yo81j6o97Z4).
[4] El levantamiento de Wuchang estalló el 10 de octubre de 1911 en lo que hoy constituye una de las tres partes de la ciudad de Wuhan. Con él inició la caída de la última dinastía Qing y el final del régimen imperial en China, para que al año siguiente se estableciera la República China.
La Bitácora del encierro es un proyecto de la UAM Cuajimalpa