Doy testimonio de mi propia ausencia, de esa mujer que se va de vez en vez y regresa con un gesto de extrañeza. ¿De dónde viene?, me pregunto en vano. ¿Qué exilio se le impone? Por ella me pronuncio, quiero tomar su lugar y responder, si se le acusa de algo. Si pudiera abrazarla, quitarle los andrajos y bañarla para que el miedo se le escurra del cuerpo; si pudiera mirarla y verme en ella; si se diera a entender. Pero su signo es lo indecible. Cuando creo tener la cura, las palabras, justo en ese momento ella no está. Como si las palabras fueran, precisamente, herida y vendas inútiles. Me doy cuenta de que mucho de lo que quisiera explicar pertenece al ámbito de lo incomunicable: solo es posible bordearlo o mirar desde el umbral. Hay puertas que no se abren por fuera, están trabadas; son trabas y no salidas. Estoy en ambos lados de la puerta “D”, la depresión, la discapacidad.