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¿Qué puede un cuerpo? Ficcionar posturas del agotamiento

 Se está fatigado por algo, pero uno se agota por nada.

Gilles Deleuze, L’Épuisé1

 

¡Diantres! Una paciente intentó suicidarse, la llevan al “Rubén Leñero” y ahí se contagia, tiene que ser trasladada. Una vez dada de alta en la Unidad Temporal y lista para salir —agitada por el miedo a encarar su propio acto frente a su familia—, no quiere regresar a casa y no puede permanecer en el hospital improvisado.

Hipócrates constituyó el cuerpo como el sitio de la salud. Pero el cuerpo no permite olvidar que es ante todo el sitio del goce. La demanda del enfermo y el goce del cuerpo son dos referencias que comprometen al médico más allá de sus puntos de apoyo estrictamente científicos. Dos discursos, dos prácticas, dos realidades. El psicoanálisis, la medicina.

Me invitan a una unidad temporal hospitalaria COVID-19 en CDMX, de pronto me encuentro incursionando en el campo médico y en la escucha, no tanto de los pacientes infectados, sino de los tratantes del coronavirus y sus efectos en primera línea. Al saber de mi inscripción en el campo del análisis, alterados solicitan ayuda y apelan a mi escucha.

Diego, responsable de la unidad de atención, indica:

“Antes de la COVID-19 podíamos apoyarnos en un saber médico establecido. No quiero decir que esto haya sido mecánico, pero teníamos protocolos de cuidados, un savoir-faire; algunos métodos diagnósticos. En función de signos clínicos, podíamos medir la gravedad de la patología, plantear un diagnóstico confiable y dar un buen tratamiento. Había ciertos hábitos, aunque esto no caracterice a un servicio de urgencias. La emergencia siempre es impredecible. Ahora, nada camina; un día aplicamos tal tratamiento, eso funciona. Otro día, eso no funciona para nada. Intentamos encontrar una estrategia, pero nos equivocamos todo el tiempo”.

“La medicina no es una ciencia exacta, pero esta vez nuestro saber adquirido, el saber médico, no funciona más, no es el más adecuado. De súbito, tenemos la impresión de tener resultados y el paciente siguiente lo pone todo en cuestión”.

Los médicos muestran sus proyectos de trabajo, formulan ideas, hacen diagramas, esquemas que buscan dar “sentido”; con frecuencia no pueden trazar una orientación, tratan de explicarse y replantear los problemas para ellos como para su equipo. Pero, ¿cómo decir que el sentido ya no puede ser enunciado? ¿De qué manera soportar el peso de quien habla sin que exista un fondo seguro que lo sustente? ¿Cómo articular una comunidad que cargue lo que está desfondado?

¿El decir del sin-sentido? Ya no es simplemente una negatividad o una falta, sino un exceso, una excedencia, experimentar el límite.

Rosa, una enfermera, forma parte de la conmoción de los puntos de referencia y del agotamiento que eso engendra:

“Cuando estamos en un servicio de urgencias el ritmo en general es constante, sostenido, pero sabemos en cierto momento que el trabajo avanza, que los pacientes están fuera de peligro y que van a ser atendidos por el servicio adecuado”. Agrega: “Aquí, el ritmo es muy lento, no es precisamente al que estamos habituados. De golpe hay una llegada importante de pacientes, pero lo que nos desestabiliza es que no estamos en el tiempo de la urgencia que conocemos. En apariencia todo parece en calma. No pasa nada, los pacientes están ahí. Nuestra vigilancia tiene tendencia a caer y, sin que se sepa por qué, los casos se agravan bruscamente. Eso nos pide mucha más concentración en este ritmo lento. Es la inestabilidad, lo inesperado de esta patología lo que nos fatiga”.

Un cuerpo es lo que empuja los límites hasta el extremo.

Luego de varias intervenciones del equipo de salud, se produce un deslizamiento y aflora algo que evoca, ya no la simple fatiga del que no cuenta con ninguna capacidad (subjetiva), del que no puede, por tanto, realizar la más mínima posibilidad (objetiva), sino el agotamiento que persiste cuando no se puede reconocer todo lo posible, la fatiga solamente acaece cuando se consuma la realización, mientras que el extenuado agota todo lo posible. “¡Que se me pida lo imposible, no me importa, ¿qué más se me podría pedir?!”, Beckett, en  El innombrable.[2]

Samuel, uno de los médicos:

“Sería casi deseable olvidar el saber médico, concentrarse sobre los signos discretos de la clínica y volver a los métodos empíricos, tener confianza en la intuición y en la percepción. Nos hemos habituado a razonar de esta manera, es casi contraria a la ética de nuestra profesión, que se basa en la evidencia y la prueba del método científico. Lo que funciona un día no funciona más al siguiente. No hay ley, no hay reglas, no podemos aplicar nuestros razonamientos científicos. No buscamos nuevas maneras de hacer, eso nos lleva por el camino equivocado”

—¡No hay más posibilidades! —respondo, dirigiéndome al equipo. Les hablo de Beckett. Y les hablo de Spinoza; de su spinozismo encarnizado. Y pregunto: —¿Díganme a qué se aferran cuando no hay más saber médico, cuando no hay más discurso científico, cuando no hay más ficción cognitiva; cuando el tiempo en el hospital ya no es el mismo y cuando los abate la fatiga?

Blanca, la enfermera, responde:

“A nuestras mascarillas [me muestra una N95] y a nuestros guantes, a nuestros overoles de protección [de material plástico tyvek] cuando los tenemos”. La única protección que nos queda es una barrera entre los cuerpos que hace límite entre los llamados cuidadores y los pacientes cuidados. Ahí mismo donde las fronteras se hacen difusas: “Sabemos que podemos contraer la COVID-19 y pasar al lado de los que son cuidados. Tenemos miedo de ser contaminados, de no hacer las maniobras del protocolo adecuadas, perder la bioseguridad y contaminar a nuestros familiares como consecuencia. Lavarnos las manos, vestirnos, cambiarnos sin cesar las protecciones, llevar mascarilla, guantes, googles y a veces careta, es muy estresante y agotador a la larga”.

Luis, cirujano de alrededor de 30 años, ensarta en la conversación: “Un día amanecí con el cuerpo cortado, en la tarde escalofríos, y ya no me gustó, [me] tomé la temperatura: 37.7º (febrícula), pero tenía cefalea, dolor articular y muscular. Esa noche no pude dormir. Aumentó la alarma y la temperatura. Al día siguiente acudí al Instituto Nacional de la Nutrición, mi hospital de adscripción y donde me había infectado. Días después me dijeron que la prueba era negativa. Los síntomas eran innegables, así que indicaron aislamiento por una elevada posibilidad de un falso negativo. La cuarentena te vuelve loco. A los 7 días repitieron la prueba y fue positiva. Tuve pesadillas: ¡qué miedo a la gravedad y a ser intubado!”.

Jean-Luc Nancy escribió: “Experiri en latín es justamente ir al exterior, salir a la aventura, hacer una travesía sin siquiera saber si se volverá. Un cuerpo es lo que empuja los límites hasta el extremo, a ciegas, tentando, tocando por lo tanto”. Un cuerpo es lo que nos agita. ¿Dónde está el interior y dónde está el exterior?

Otro de los médicos espeta la ausencia del límite:

“Ahora estamos igualmente limitados en el exterior. Me da miedo salir y ser agredido. Antes, cuando pasaba los muros del hospital y estaba en el exterior, dejaba mis preocupaciones. Hoy cuando vuelvo a mi casa, cuando miro la televisión, cuando voy a la tiendita, todo me recuerda al hospital”. Luego mi familia, mis amigos, me hacen preguntas; yo les respondo que no sé, [pero] es muy difícil no saber cuando se es médico, tener dudas e incertidumbre. Tampoco les va mejor a aquellos que parecen estar con mayor certidumbre”.

“Es complicado cuidar a la gente cuando no sabemos y se impone hacer diagnósticos y elecciones terapéuticas. Nos encontramos frente a pacientes que tienen mucho miedo, que están inquietos y nosotros no sabemos gran cosa, no estamos muy seguros de poder curarlos. Pienso que ellos lo resienten y que la duda se instala. Ustedes los psicoanalistas llaman a eso la transferencia, creo”.

“Observamos otro fenómeno cuando se trata de los signos clínicos. Luego de las primeras entrevistas diagnósticas sabemos que la gente miente, minimizan sus síntomas; no quieren saber nada del tema, parece algo bien inconsciente, una especie de denegación, rechazan tener los síntomas descritos en los medios de comunicación. Tengo la impresión de que toda esta campaña mediática tiene efectos en la población, efectos deletéreos que engendran una forma de pánico y sobre todo mucha angustia. A otros, los llevan al hospital a pagar grandes cuentas sin estar contagiados, como Conchita [refiriéndose a una paciente que luego acudió con ellos, al servicio público, sin estar contagiada]. Sin contar las divergentes opiniones de los especialistas ¡o de Donald Trump! sobre los tratamientos, todo eso no contribuye a tranquilizarnos. Los lazos de confianza se ven modificados, pero cuando todo se alinee como en el universo, transferencia, saber, volveremos a nuestro funcionamiento anterior”.

Pregunto: ¿cómo le hace frente a la ausencia del diagnóstico?

Samuel, vuelve a intervenir:

“Razonamos a veces a la inversa, buscamos un detalle cuando parece que todo va bien, rastreamos signos cuando no los hay, como los niveles de saturación de oxígeno; nos interrogamos sin cesar. Todos los casos se vuelven atípicos. Esta tarde, por equívoco, llegó una paciente con un esguince de tobillo. Decidimos hacerle la prueba y dio positivo. ¡Debía estar hospitalizada! Ella no comprendía lo que pasaba y requería de tiempo para entender”.

Anita, una enfermera:

“Llevar las mascarillas y los overoles no facilitan la relación con los pacientes. Es como Chernobyl: a los niños les das miedo. Fui muy acariciada por una paciente de edad avanzada afectada por la COVID-19, venía a decirme que tenía la enfermedad y me compartía su angustia de morir sola, sin sus hijos que se encontraban lejos; probablemente tampoco los iban a dejar acercarse a ella. ¿Cómo podría tranquilizarla a través de mi mascarilla y de mi careta? Sin que ella viera mi cara, mi semblante, ¡eso no era posible!”.

Raúl, uno de los enfermeros, decía:

“¿Qué vamos a hacer —esta es una unidad temporal— si no atendemos más a los pacientes con cáncer o a los infartados? ¿Qué vamos a hacer con el hecho de que haya una baja de asistencia de todas las otras patologías puesto que no se atienden? La gente tiene miedo de venir al hospital, muchos pacientes detienen su tratamiento. ¡Esto va a ser una catástrofe!”.

El médico infectólogo, jefe en turno, expresó:

“El desconfinamiento va a ser una nueva etapa, [pero] esperamos lo peor. Vamos a ver llegar un gran número de casos, [aunque] sin duda serán menos graves. La clasificación de los pacientes que vamos a tener que efectuar será entre, por un lado, el sector no contaminado, y por el otro, el sector contaminado que provoca reacciones de pánico. Es verdad que las palabras elegidas para nombrar estos sectores son muy mal elegidas, inmorales y obscenas. Algunos rechazan este ‘sector sucio’. Intentamos explicarles con cifras estadísticas, pero los pacientes siguen la actualidad y saben que las cifras varían, que las estadísticas no son muy confiables. Todo lo que pensamos es puesto en cuestión la semana siguiente”.

Villa, uno de los enfermeros más jóvenes:

“Cuando damos los resultados de las pruebas por teléfono nos sorprende la efusividad cuando esta es negativa. Cae, sin duda, una gran ansiedad… aunque sabemos que hay un 30% de margen de error en las pruebas. En esta pandemia estamos siempre cercanos al hecho de la muerte; acecha con la posibilidad de que los casos se vuelvan súbitamente graves. Sentimos, no obstante, cuando una persona va a morir; buscamos teléfonos celulares entre los pacientes, les acercamos a su familia para que puedan hablarse por última vez; son las últimas palabras que se van a decir. Luego, no habrá más nada, ni ceremonia, ni velatorio, ni entierro. Lo sabemos y valoramos la importancia que esos momentos tienen”.

Y, cuando no hay más comunicación, cuando no hay más saber, cuando no hay más palabras y límites, ¿qué es lo que les sostiene?

El médico infectólogo responde:

“Nos queda la humanidad, la relación que tenemos entre nosotros, una gran solidaridad, estamos muy unidos. Es eso lo que nos sostiene, lo que nos une frente a esta situación. Por eso a veces hasta cantamos juntos”.

Dirían ustedes: ¿nos queda el cuerpo médico, amasijo de cuerdas y tendones que somos? El cuerpo es lo abierto, nunca presencia plena, totalidad o conjunto cerrado, aun donde no deja de hacer-cuerpo esa angustia. El cuerpo es siempre sensibilidad que se abre, que disloca, que irrumpe, que astilla, que fragmenta, que espacia, que existe, una comunidad inconfesable.

Gabriel, uno de los enfermeros de más edad:

“Eso sí, necesitamos que esta situación no dure mucho tiempo, comenzamos a sentir la fatiga. ‘Lo que tememos es el agotamiento’. Pero, aun algo más, no tenemos idea de cuánto va a durar esta pandemia, ni de su evolución, ni de sus rebrotes, ni de la llegada de la vacuna. No podemos decirnos: eso va durar tres meses, será el infierno y luego todo se tranquilizará, haremos una fiesta a lo grande y todo se olvidará. No, no podemos decirlo”.

Diego, el médico que habló por primera vez:

“Es espantoso, es terrible esta situación que se ha tornado imposible, hablar nos hace tomar conciencia de la situación, de nuestra situación en el servicio de salud”.

El infectólogo añade:

“¡Sí, es espantoso! ¡Es del imposible, como decía Beckett! Pero ahora al menos lo sabemos y eso es mejor. Se trata entonces de saber cómo hacer con este imposible. ¿Cómo se hace con el imposible?”.

Pienso en Deleuze diciendo: la combinatoria es el arte o es la ciencia de agotar lo posible, pura disyunción inclusiva. Solo lo agotado, lo exhausto, puede agotar lo posible, puesto que renuncio a toda necesidad, preferencia, objetivo o significación.

Luego de un tiempo de silencio, señalo: “Me parece que su deseo de curar los empuja a encontrar la solución, pienso en sus esbozos de ruta, sus esquemas trazados en los pizarrones. Ustedes ahí se desplazan. ¡Ahí innovan!”.

Las disyunciones subsisten, incluso la distinción de los términos se hace más y más cruda, pero los términos disjuntos, como en las matemáticas, se afirman en su distancia indescomponible, no sirven para nada ¡salvo para permutar!

Diego, el médico coordinador de la Unidad:

“Estamos frente a lo desconocido, una página de la historia de la medicina está camino a escribirse. Más tarde podremos retomar, releer los testimonios, lo que hemos dicho hoy y medir, calibrar dónde estábamos en ello. Es un momento histórico de la medicina el que vivimos. Habrá un antes y un después de la COVID-19. La medicina está confrontada con lo inédito y tendrá que encontrar soluciones para este imposible, [para] esta disparidad de nuestros referentes, este ‘real sin ley’ evocado todo el tiempo.”

“El hecho de emplear todo un vocabulario guerrero, como decía el presidente francés: trinchera, guerra, línea o campo de batalla, es una manera de nombrar lo que nos acontece, ponerle palabras a lo que nos sumerge. Hacer de la medicina una urgencia en situación de guerra no es comparable. ¿Por qué la comparación de enemigos en lucha? ¿El enemigo es la enfermedad, el agente patógeno invisible o se trata de cuántos van a caer? En un servicio de emergencia los casos graves están seguros, por ser atendidos en un servicio de urgencia vital, justamente. La selección (triage) que efectuamos para la COVID-19 es más dolorosa y ansiógena: ¿Quién tendrá prioridad para ser intubado?, ¿jóvenes o viejos? Vemos forjar nuevas herramientas, como si estuvieras buscando un camino en alpinismo —reto a la naturaleza, riesgo de perder la vida—, de principio un pico, donde ves luego una planicie, entonces un segundo ascenso y descenso de montañas. Es así como se avanza”.

Samuel concluye:

“Es fundamental entender que no existe una respuesta perfecta. Estamos confinados en una visión muy estrecha del conocimiento. Ante estos fenómenos siempre llegaremos a destiempo, o antes o después, nunca justo a tiempo. Insisto, el problema es complejo, requerimos de una visión transdisciplinaria porque es un fenómeno biológico que se modifica y evoluciona con el tiempo, en una interacción entre virus, humanos, sociedad y ambiente. Cada sociedad, cada región es una epidemia diferente, aunque la misma”.

Cavilo: ¿Qué más exacto que la fórmula de Shakespeare?: The time is out of joint. El tiempo ya no se refiere al movimiento que mide, sino el movimiento al tiempo que lo condiciona.

Escucho a Samuel y me hace pensar que “el movimiento ya no es una determinación del objeto, sino la descripción de un espacio, espacio del que debemos hacer abstracción para descubrir el tiempo como condición de acto”.

Les digo a manera de despedida, a sabiendas que volveremos a vernos: ¿Saben por qué me hacen pensar en Shakespeare? Porque Hamlet es el primer héroe que necesita realmente tiempo para actuar. Sí, como diría Deleuze, La crítica de la razón pura es el libro de Hamlet donde el tiempo es el mero orden del tiempo… “El tiempo se ha salido de sus goznes…”.[3]

Con esto cierro estos fragmentos de experiencia ficcionada cuyo epígrafe podría haber sido: ¿Qué importa quién habla? Solo un mapa de trayectos.[4]

 

 

 

* Patricia Garrido Elizalde es miembro de L’École lacanienne de Psychanalyse. Practica el psicoanálisis en México.

[1] Gilles Deleuze, “L’épuisé”, en Samuel Beckett, Quad et autres pièce pour la télévision, Les Éditions de Minuit, París, 1992, p. 59.

[2] Samuel Beckett, L’Innomable, Olympia Press, París, 1953.

[3] Gilles Deleuze, “Sobre cuatro fórmulas poéticas que podrían resumir la filosofía kantiana”, en Crítica y Clínica, Anagrama, Barcelona, 1997, p. 44.

[4] De manera completa, Samuel Beckett dice: “¿Qué importa quién habla? Alguien ha dicho que importa quien habla… Todo es falso, no hay nadie, está claro, no hay nada, basta de frases, seamos burlados, burlados por los tiempos, por todos los tiempos esperando que pase, que todo haya pasado, que las voces callen, no son más que voces, embustes. Aquí, marchar de aquí e irse a otra parte, o permanecer aquí. Pero yendo y viniendo”. “Textos para nada, III”, en Relatos, Tusquets, Barcelona, 2003, p.88. Este escrito fue producido por un extenso diálogo con Natalia —médica geriatra— y por los médicos y trabajadores de la salud a quienes presté voces y decires, luego de sus testimonios a veces en el New York Times, Diarios de la pandemia, www.nouvelobs.com, leparisien.fr, en las reuniones de los médicos y asistentes al Seminario Permanente de Bioética (UNAM). No importa en qué lengua se expresaron, casi siempre se sostenía ese mismo discurso, el discurso médico que los condiciona: ¿puede el cuerpo restituir el sentido perdido? Pregunto.