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Una irrupción de lo real

Escribo este pequeño testimonio como practicante del psicoanálisis y como ciudadano mexicano de un nuevo régimen que, por azares del destino, se encuentra en medio de la crisis mundial causada por la pandemia del COVID-19. Comienzo entonces con una frase de cuento: “Abrí los ojos y el coronavirus estaba ahí”. ¿Y qué pasó después?: que el Otro, con mayúscula, el garante de nuestra tranquilidad, quedó suspendido ante un enemigo que, si no fuera por la microbiología, sería totalmente inverosímil: un diminuto asesino de la química orgánica que ni siquiera tiene el mérito de estar vivo. Una proteína que transfiere su programación de ADN a las células de las paredes pulmonares de nuestro organismo, replicándose en ellas, creando pánico en nuestros anticuerpos que, confundidos por el invasor, terminan mandando las células T asesinas —lo que equivaldrían a los misiles nucleares en una guerra, con la capacidad de destrucción absoluta del enemigo y de todo lo demás—, las cuales ya no pueden diferenciar entre las células sanas y las contaminadas, destruyendo todo a su paso, dejando al organismo indefenso, sin capa protectora pulmonar, con recursos homeostáticos desgastados, sucumbiendo a la infección y llevando al individuo a la muerte.

El comportamiento de este virus nos recuerda los documentales de National Geographic, en los que vemos al león abalanzarse sobre la presa más indefensa, vieja o enferma para devorarla. El virus se comporta como la naturaleza misma, desprovisto de toda justicia, bondad y misericordia. Así lo argumenta lúcidamente Schopenhauer, siguiendo a Buda: “toda existencia es sufrimiento”.

El mundo es un lugar donde predomina el dolor sobre el placer, no se puede comparar —nos dice Schopenhauer— el placer del león por alimentarse de su presa con el dolor que experimenta su víctima al ser devorada, el dolor siempre es más que el placer. En este sentido, no podemos decir que el león sea malo, simplemente es indiferente ante el dolor de su presa. No podemos decir que el virus es malo, no tiene conciencia, simplemente es.

Cuando nos topamos con lo real, experimentamos precisamente “lo que es”, lo que escapa totalmente a nuestras categorías antropomórficas en un mundo desprovisto de ley. Qué angustia experimentar lo que Jesucristo vivió cuando profirió: “Padre, ¿por qué me has abandonado?”.

Podemos pensar lo anterior clínicamente: la suspensión de la fe en el Otro y de nuestro contacto con lo real del mundo ha producido efectos paradójicos en la locura. El loco que no cree en el Otro como garante del Mundo, ante la crisis de fe de los otros en lo social, se siente mucho menos angustiado, ya que sus síntomas obsesivos, paranoicos y fóbicos se han normalizado; no es que hayan disminuido, sino que ya no están en contradicción con la expectativa social. Por el contrario, los llamados “normales” ahora nos encontramos totalmente angustiados por la nueva necesidad de transformarnos en obsesivos, paranoicos y fóbicos, para no ser contagiados por nuestro semejante poseído por un enemigo invisible. ¡Cuánta ironía cabe en lo real!

Se ha suspendido el Velo de Maya que nos separa de lo real y nos permite vivir, sin pensar demasiado en la muerte. Ahora que estamos en presencia de lo real nos concebimos como seres para la muerte (al menos aquellos que tenemos espíritu); los insulsos, los estultos y los miserables idiotas, en su acepción política, solo piensan en la conveniencia, en lo lucrativo y en la maldad, como manera de negación de lo real, donde el miedo y la ignorancia, como bien denunció Hugo López Gatell, producen odio.

¿Somos testigos hoy del desosiego de un mundo sin fe en el Otro, un mundo vaciado de esperanza por la presencia de lo real? Ambas respuestas son posibles:

No, porque la mayoría de los gobiernos del mundo ha optado —ante la suspensión de la fe en el Otro— por utilizar la fuerza del Estado de excepción como manera de imponer la creencia en el Otro y así tranquilizar a los ciudadanos, creyendo en la esperanza, en la ilusión del poder gubernamental como medio para controlar y anestesiar la angustia de muerte, en espera de aquella.

, cuando el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador ha preferido no llenar la suspensión de la creencia en el Otro imponiendo la esperanza ilusionante de un Estado de excepción, sino utilizando el ejercicio de la acción social (no por la vía de la suspensión de las garantías individuales, respetando así el pacto social y refrendando el lazo del poder con el pueblo); no imponiendo la fe en la fuerza del Otro, sino optando por el convencimiento en la fe del prójimo.

¿Cuál de las dos respuestas resistirá la prueba de lo real?

 

 

 

Centro de Estudios Avanzados en Pensamiento Crítico (Barcelona)

Ciudad de México, 21 de abril de 2020