Un día de mayo del año 2020, mientras cumplía con las disposiciones de cuarentena en Nueva York a causa de la epidemia, de repente comencé a experimentar una sensación fantástica con respecto a los números, derivada de la atención diaria a las estadísticas sobre diagnósticos, muertes, recuperaciones y pacientes dados de alta de los hospitales. Cada número representaba una vida, una persona con su nombre, número de seguridad social y número de pasaporte. Sabía que estos dos números serían los identificadores más fidedignos porque son únicos, a diferencia de los nombres personales que a menudo se repiten. ¿Por qué entonces no llamar a todos por su número de seguridad social? Tomemos como ejemplo a mi buen amigo Zhang: si en mi imaginación uso su número social para referirme a él, entonces ayer 019-78-4532 me dijo por WeChat que había ido al supermercado chino, ya reabierto, para comprar un montón de comida, y que todos estaban obligados a usar cubrebocas. Por cierto, esta última frase evocó en mí la imposibilidad de reconocer a los viejos conocidos aun cuando uno se los encuentra de frente, también me hizo pensar en las películas donde aparecían ladrones enmascarados. ¿Podría ser que la reticencia de algunos estadounidenses a llevar cubrebocas se debe a la idea de que es la utilería característica de los bandidos?
Volviendo al tema de los nombres, en efecto éstos son una suerte de criptónimos. Entonces ¿por qué no usar números en lugar de nombres? Los números al fin y al cabo son más precisos. Tal vez el nombre personal es meramente una convención; en un principio, los humanos daban nombres significativos a los nuevos seres humanos con los que tenían una conexión afectiva, y su significado especial se determinaba por los factores como “emoción” y “significado”. Damos a otras especies y objetos denominaciones genéricas y después añadimos o restamos números. Desde hace miles de años la civilización humana ha establecido los ámbitos y escalas de uso de los nombres y los números; sin embargo, en esta epidemia tanto vivos como muertos por igual se convirtieron en números y convenciones, y fueron sujetos a sumas, restas y demás operaciones matemáticas. Todo esto me sumió en una profunda depresión.
Más sensaciones fantásticas se desencadenaron a partir de la idea de sustituir los nombres de las personas con sus números de seguridad social. Me puse a imaginar cómo sería llamar a todos mis amigos por los nueve dígitos del número de su seguro. En efecto resultaba ser una alternativa bastante divertida. La persona llamada 123-45-6789 sería recordada por todos como un héroe, incluso si no hubiera hecho nada que “moviera el eje de la Tierra”. Y más simple aún, los integrantes de una familia podrían usar sólo los primeros o los últimos dos-tres dígitos para llamarse entre sí. Es un hecho que toda la gente moderna —yo incluido— ha sido computarizada en sus formas de pensar. Tan pronto como en el sistema se introduce un número de nueve dígitos o un número de pasaporte, la persona que aparece es inequívocamente una sola. Para los registros digitalizados, el nombre no es necesario, ya para que basta con alguno de estos dos números para que cualquier persona aparezca en los registros modernos de pago de impuestos, de inmigración, de seguros, etc. Pensándolo bien, de no haber sido por esta epidemia tal vez jamás habría tenido todos estos pensamientos, tampoco la muerte estaría revoloteando sobre la vida, igual que un fantasma, durante un tiempo tan prolongado, en un escenario sin guerras, terremotos, tsunamis, tornados o demás calamidades. ¿Será una fantasía que todos estamos haciendo una contribución para evitar la muerte, quedándonos encerrados en nuestros hogares? Aún más fantástico es que los confinados día con día ven en la pantalla del teléfono o de la computadora tan sólo un conjunto de números en constante crecimiento, cada uno de los cuales supuestamente deriva de una serie de homenajes y artículos que a propósito son omitidos. Cuando los padres de dos de mis amigos murieron a causa del nuevo coronavirus, envié un mensaje de texto que no decía prácticamente nada. De verdad, todo eso es no sólo surreal, sino también dañino para la cultura y la educación acumuladas durante varios miles de años, ni hablar de las emociones angustiosas que están en juego. Ante la inminente amenaza de este gran desastre, los diversos bienes acumulados por la humanidad quedarán destruidos; al mismo tiempo, las políticas regionales y nacionales son un despliegue de actitudes grotescas, acompañadas de diversos intereses que buscan aprovechar las oportunidades post-catástrofe para sacar más beneficios. ¿Acaso no es posible tomar la pizca de virtud humana que ha quedado y actualizarla igual que un software para computadoras? Lo más surreal dentro de toda la situación es que todavía no se ha determinado de manera concluyente si el desastre es resultado de un error humano o no. ¡Increíble!
La sensación fantástica se intensifica por el hecho que la vida se ha celularizado por completo. Dado que al salir hay que llevar un cubrebocas puesto, los movimientos de la boca al hablar y las expresiones faciales son cancelados. De repente todos estamos uniformados por los textos que producimos en nuestros teléfonos móviles. Éstos asimismo nos dan la opción de realizar conversaciones de video, aunque no tan vívidas y tridimensionales como las que vemos en la pantalla del televisor y, además, desprovistas de la sensación de tiempo típicas de las actividades mentales en las que se puede hacer una pausa cara a cara en cualquier momento. ¡Qué decir del Presidente de los Estados Unidos! Cuando éste dice que no usará una máscara y punto, ¿acaso espera que el virus lo reconozca, lo honre como a un presidente y se mantenga a una distancia respetuosa de él? Es imposible estimar la cantidad de afectados por este mal ejemplo entre los fieles votantes que lo veneran como a un héroe y que lo alzaron a la presidencia con sus votos. Pero ciertamente está teniendo un impacto real. La conducta del presidente no tiene nada que ver con la ciencia, pero sí todo que ver con los recursos invertidos por diversos individuos de su propia esfera de actividades, no por los civiles.
Por último, siempre he sabido que los números son materia fría, pero la frialdad que me hizo experimentar esta pandemia viene no sólo de los números relacionados los factores externos, sino de la misma esencia de la raza humana. Cuando estamos preparados, encontramos la muerte con gran suntuosidad, aun cuando se trata de un solo ser humano. Pero si no tenemos la preparación, nos quedamos maniatados e impotentes ante la muerte, viendo en estupor a nuestra propia especie morirse a pelotones. ¿Por qué? Sin importar si este desastre fue causado por el hombre o por la naturaleza, definitivamente está relacionado con las tendencias en la educación y la cultura de la humanidad durante miles de años. En mis muchos años de reflexión desde la posición de un poeta autoproclamado, a pesar de que he estado alerta a la maldad en la naturaleza humana, soy consciente de la negligencia con respecto a nuestra relación de convivencia con la naturaleza. Por eso siento que lo fantástico de nuestra situación actual en realidad no viene de algún tipo de magia, sino de nuestra ignorancia.
Nueva York, 18 de mayo de 2020
Llamo a gritos
Llamo a gritos al Cielo y a la Tierra
Llamo a gritos a mis padres
Llamo a gritos a mis hijos
Llamo a mis hermanos, grandes y pequeños
Lanzo un llamado de auxilio
Otro a la verdad
Otro más a la consciencia
Más fuerte aún llamo
al sistema de seguros robustecido
Gritar
por detrás del cubrebocas y trajes aislantes
Gritar
por detrás de mundos, razas y religiones
A gritos
he despertado a una miríada de cosas
pero hay otras, dentro de nosotros,
que el llamado no ha logrado despertar
Por eso
menos aún podemos dejar de gritar
y adormecernos de nuevo
22 de febrero de 2020
Germinan los brotes
Tarde o temprano, será más que imposible
que un huevo en salazón empolle un pato;
pero incluso más descabellado sería imaginar
que pueda empollar un pato en salsa de soya.
La época neutralizó la mitad inferior de mi cuerpo.
De imprevisto, el rayo de la iluminación dio conmigo.
Mi grito ensordecedor facilitó
la erección de los tocones al comienzo de la primavera.
Aunque vaya en contra de la realidad,
según el buen juicio del cielo azul
fueron el rayo y mi grito
que dieron origen a todos los brotes.
Marzo de 2020
Llamamiento
No sólo en Nueva York
ha causado que muchos caigan y que nunca se levanten.
Esta pesadilla que se desató en todo el mundo
va rodando por las noticias como avalancha de humo.
Se ven objetos que parecen manijas,
pero las de las puertas cruciales no giran.
Menos aún está abierto el camino a la reflexión
sobre la peculiaridad humana de ocultar las cosas vergonzosas.
Alguien me preguntó en el WeChat
si en Nueva York todavía viajamos en el metro.
Déjame decirte, llevo varias semanas
sentado en la silla, con la mente fija en un largo viaje
dondequiera que me lleven mis pensamientos.
Ya me harté de los paseos virtuales
a través del mundo por medio del celular.
La tarjeta del metro en mi cartera
añora el ágil movimiento que la vuelve activa.
El problema es:
¿cuándo por fin terminarían
los días de pasar la tarjeta del destino
una y otra vez, sin poder tomar el tren?
Celebro mi memoria despierta que pudo evocar
el recuerdo primigenio de las civilizaciones: un chamán
parado en la cima, convocando Cielo y Tierra
para alcanzar —en cuerpo y alma— una devoción total.
28 de marzo 2020
Nueva York, EE. UU.
Traducción del chino de Radina Dimitrova
La Bitácora del encierro es un proyecto de la UAM Cuajimalpa