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¿Y el mundo? Diario del confinamiento. Fragmentos

Ahora que no pasa nada, el contexto obliga: el texto debe, pues, someterse.

Durante estos extraños días he escrito decenas, quizá centenas de páginas. A veces con súbita urgencia, garabatos de duermevela. En ocasiones párrafos rumiados o simples frases que  irán germinando… tal vez ahora que no pasa nada…

 

 

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Pasa la nada y escribo buscando ¿o inventando? sentido.

 

 

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Ahora que no pasa nada, necesitaría cuarenta páginas para decir lo que me pasa. Pero solo tengo cuatro: el confinamiento obliga.

 

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Ahora que nada pasa, leo poco.

Pero retorno, una y otra vez, algunos libros o párrafos. Que me siguen diciendo algo que no termina.

Que no terminan de decir.

 

 

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La última palabra ¿vendrá?

 

 

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Hay que recortar.

 

 

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Recorto fragmentos.

Dejo que digan, que digan por mí, que me lleven.

Me dejo a la deriva.

 

 

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El confinamiento obliga a recrear. A recrear el mundo en primer término. El “mundo”, un término que dice Wiki “deriva del vocablo en latín mundus, que literalmente significa ‘limpio, elegante’ […], un acto de establecimiento del orden en el caos”.

 

 

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Y si de pronto todo…

Y si de pronto fuera cierto eso que por ahora no asoma en los puntos suspensivos, suspendidos tal vez por siempre (algo que podría ser cualquier cosa).

 

 

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Y sí, de pronto se detuvo.

Lo que parecía imposible: se detuvo.

 

 

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Por un momento la ilusión que tocaba, tocaría a todos por igual, luego las cosas volvieron a su sitio: no pasa nada.

 

 

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Y ¿si de pronto tuviéramos valor de responder qué produce valor y qué es valioso;  lo que vale la pena y las penas que no valen lo que cuestan?

 

 

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Que no pase nada.

 

 

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El confinamiento ¿permitirá recrear el mundo?

 

 

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Cuando podía salir de casa, la comunicación con el mundo era clara.

Uno, yo, por ejemplo, caminaba y se desplazaba, creaba mundo. Al menos eso creía uno, yo, por ejemplo, que caminaba por el mundo.

 

 

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Un mundo inmundo por el que caminaba, no pocas veces sin voltear, para llegar rápido a casa.

 

 

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Y ahora, ¿el mundo?

 

 

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No sé si me angustia pensar que nunca más volveré a encontrar el mundo en que vivía. A veces me angustia exactamente lo contrario, saber que regresará.

 

 

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Mundo se hace diáfano cuando recordamos lo opuesto: lo inmundo, aquello sobra, que ensucia. Para habitar hay que abrir un espacio.

Recortar.

 

 

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El mundo se hace mondando.

 

 

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Lo más promisorio de estos días ha sido justamente eso: el silencio que comienza en el latir del corazón con ritmo binario: el imposible silencio.

 

 

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No hay esperanza. Asumo la espera.

 

 

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Podría decir que sucede como en aquella novela de Juan Farias en la que un niño durante la guerra civil española escucha a los adultos hablar con temor de la guerra, e, intrigado, sube por las tardes al campanario para acechar su llegada. Pero aquella terrible señora nunca se apersona en ese pueblo tan olvidado que ningún ejército considera.

Y mientras él espera, van arribando el hambre, la miseria, la desolación y el desconsuelo.

He estado esperando la llegada de la peste que, con lentitud pasmosa y vertiginosa contundencia va oscureciendo el mundo. Pero en este cuento no son los hórridos emisarios de la muerte los que van llegando a mis ventanas. Sino el (imposible) silencio que se ha adueñado de las calles y de los cielos.

 

 

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Imposible, sí, pero al menos ahora su imposibilidad se escucha.

 

 

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Cantan gorriones aun antes del amanecer.

 

 

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Llegará la muerte, sin duda, pero no tengo muy claro de qué.

El misterio que hay que celebrar es el anuncio de que algo no se detuvo.

 

 

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Las hormigas se afanan por la casa toda. Las encuentro en la sala, dentro del refri, incluso bajo la almohada.

 

 

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Apartarse del progreso y sus paradigmas.

 

 

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Una ardilla cruza tranquila por la maraña de cables frente a la casa.

 

 

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“En la ética de la ecología conectada, la práctica y el camino principales son la escucha reiterada”. Haskel, Las canciones de los árboles.

 

 

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Hay que depurar la espuma.

El contexto obliga.

 

 

Ciudad de México, México

La Bitácora del encierro es un proyecto de la UAM Cuajimalpa