Creación


Experiencia de la inscripción

De cara al sufrimiento, algo muy humano

Si sólo nos fijáramos en la apariencia externa de Carlos quedaríamos impactados por su cuerpo, sus movimientos involuntarios o su mirada penetrante.

Él se llamaba a sí mismo: Carlos, Charlie y yo.

Carlos era el hombre de profundos pensamientos, de gran cultura y de un deseo continuo de descubrir al mundo en el que vivía, lo que lo llevó a estudiar varias carreras y a terminar, después de muchísimo esfuerzo, la carrera de filosofía la cual le ayudó a desarrollar una visión del mundo muy personal.

Charlie era el nombre que le daban sus amigos y amigas, era el que albergaba sentimientos amorosos para todos, para todos los que se le acercaban.

Charlie era buscado por muchas personas para que simplemente los escuchara o para encontrar con él respuesta a sus problemas o inquietudes. Siempre tenía los brazos y el corazón abiertos para todos los que lo buscaban.

Yo era el hermano e hijo queridísimo por la familia. Aquél que con su actitud ante la adversidad de la vida nos enseñaba diariamente a encontrar el lado positivo de todo, absolutamente de todo.

Quien lo conocía quedaba marcado para siempre por su juicio, sus pláticas, sus bromas, su cariño para todos los que lo rodeaban.

Alguna vez alguien me preguntó si podía describir a mi hermano y yo le contesté: Carlos, Charlie y yo es el alma más libre que conozco aunque está presa en un cuerpo muy limitado.

Sara Luisa García Sabaté

 

(Nota: en breve, De cara al sufrimiento, algo muy humano será publicado íntegramente por Editorial Diecisiete en la serie Habitaciones).

Ir o-yendo

“La radio es embajadora plenipotenciaria de lo sonoro, pero en el área informativa este medio ha fallado. Las noticias ni se escuchan mucho ni se oyen tan bien estando demasiado apalabradas. Esa precariedad sonora del periodismo radiofónico contrasta con la expectativa de aprovechamiento indicada en la vigente máxima “el medio es el mensaje”, del canadiense Marshall McLuhan, quizá el primero en estudiar los medios de comunicación masiva desde su impacto y penetración, derivados de sus características principales. Las razones anteriores se agregan al nulo margen para ceder impávidos ante un México doliente por ser así de corrupto, así de violento, así de individualista y desigual. Este país, que extrañamente no se ha levantado —o no aún— en resistencia, merece que por lo menos repensemos nuestros contextos (sonoros) y modos de ser y de hacer (producciones escuchables). Casi un cuarto de siglo en prensa escrita y radio, aunque con algo de televisión encima, me ayudó a comenzar el armado de este montaje sonoro-escritural desde los familiares oficios del reporteo y la entrevista”.

Imagen: fotocomposición tomada del diseño original de Valeria Torres Cross

Volaron las palomas

Paisaje afectivo de una familia que jugó un papel en la modernidad mexicana. Fino tejido de diarios, cartas y memorias. Jirones del devenir judío y europeo en el siglo XX. Celebración.

Habitar es también persistir en el aleteo de una paloma…

(Nota: una nueva edición de Volaron las palomas será publicada en breve por Editorial Diecisiete en la serie Habitaciones.)

El amor sobre ruedas

Giorgio Seferis, estudioso y admirador de Cavafis, declaraba en alguna página vidente de sus Diarios: «en esencia, el poeta tiene un único tema: su cuerpo vivo». Si prestamos atención a este enunciado de Seferis, descubriremos de inmediato que estamos hablando del mismo asunto de siempre: un ser que nace, madura, envejece y muere. Un cuerpo que, más que sujeto al tiempo, tarde o temprano habrá de ser liberado de su carga de aflicciones y placeres del tiempo por el tiempo mismo. El tiempo que pasa, el tiempo que está por venir, pero —sobre todo— el tiempo que en su imposibilidad de ser asido da forma al enigma del presente.

Amor sobre ruedas, el libro de poemas de Ekiwah Adler Beléndez, se enfoca justamente en esta realidad: el cuerpo vivo, sujeto al tiempo, en búsqueda de una liberación —así sea también temporal— de sus limitaciones a través de las palabras.

…la poesía me enseñó
a confiar en la gravedad. A amar el peso
de mi propio cuerpo. La elevación y la caída
del aliento.

Y es que todo esfuerzo humano, a final de cuentas, tal vez no sea sino un vano intento por vencer la fuerza de la gravedad. Amor sobre ruedas da testimonio de un esfuerzo valiente y singular —la vida vista, oída, sentida y vivida en y desde una silla de ruedas— que, si bien es inusual en la poesía de nuestro tiempo, no carece de sus ilustres antecedentes. Baste pensar en el luminoso caso del poeta de San Francisco, Kenneth Patchen, que desde su silla de ruedas —en la que estuvo confinado por muchos años— participó de la vida y las luchas de su tiempo sin que su creatividad y su gran sentido del humor se vieran mermados por el hecho de que una lesión en la columna vertebral lo mantuviese inmovilizado. En su vasta obra nunca se hace mención directa de lo anterior, si bien es posible y aun probable, inferirlo de todos sus escritos.

Amor sobre ruedas es lo mismo, pero al revés: Ekiwah lleva al lector en un viaje en, con y a través de su silla de ruedas escritas.

Así, en su “Poema de amor a mi silla de ruedas motorizada”, dice:

¡Ay mi cielo siniestro!
¡Ay mi fiel servidora!
¡Ay mi dama eléctrica,
                               tienes los nervios de acero!

¿Y cómo saber que es poesía esto que se escucha en la voz de un poeta? Emily Dickinson lo definió en términos estrictamente corporales: «Si leo un libro y hace que mi cuerpo sienta tanto frío que ningún fuego consiga calentarme, sé que es poesía. Si siento que me vuelan la tapa de la cabeza, sé que es poesía. Este es el único método que conozco de saberlo. ¿Acaso hay otro?».

Alberto Blanco

Grabado de Abril Aranda Medina.

(Nota: el poemario El amor sobre ruedas será publicado íntegramente en breve por Editorial Diecisiete en la serie Habitaciones.)

 

El último Gracida

Conocí a Enrique el Dumbo Gracida Hoffman en la escuela primaria. En el capítulo “Recuerdos ecuestres” relato cómo nos conocimos y el inicio y transcurso de nuestra temprana amistad.

Enrique pertenece a la dinastía original de caballistas que formaban el Herradura, el invencible equipo nacional de polo que, en los años cuarenta, patrocinaba el general Manuel Ávila Camacho, entonces presidente de la República.

Los seis hermanos, José (Pepe), Guillermo (Memo), Alejandro (Cano), Gabriel (el Chino), Rubén (el Pato) y Enrique (el Dumbo) fueron extraordinarios caballistas. Todos, como jockeys, polistas, entrenadores, arrendadores y maestros, destacaron en el mundo ecuestre internacional. Cinco de ellos ya fallecieron; Enrique es el único que vive para contarnos su historia y la de su familia.

Después de no encontrarnos durante varias décadas, le propuse que, con sus propias palabras, me relatara, para dejarlo por escrito, cómo fue su vida de jockey, polista, entrenador de jinetes y arrendador de caballos, actor de cine, director de un club de polo, gerente de varias agencias distribuidoras de vehículos, galán, recluso (pero no convicto) y maestro de polo de un sultán y sus hijos. Le gustó la idea y aceptó de buena gana que nos reuniéramos una vez a la semana a conversar.

No pretendo ser el biógrafo de Enrique. El presente libro es solo la transcripción de una cándida conversación entre dos amigos de la tierna juventud que se reencontraron después de varias décadas.

Y aunque una entrevista es, en cierto modo, como una sesión con el psiquiatra o un corte de caja anticipado, con la sencillez de siempre, Enrique, el Dumbo Gracida amablemente respondió las preguntas acerca de todos los temas de nuestra plática.

Roberto Lara

(Nota: El último Gracida. Conversaciones con un caballista ha sido publicado por Editorial Diecisiete en la serie Habitaciones.)