Entonces nunca me casé. Tenía mucho temor a que me dejaran botado por mi enfermedad. Tampoco tuve hijos. Es que nunca llegué a tener una pareja propiamente dicha. La última que tuve duró como un año. Ella sí me decía, casémonos. Yo le decía, bueno, ya, pero me echaba para atrás. Es que ya con el Hansen era difícil que yo pensara en casarme. Y además, como cuando llegué, estaba prohibido tener pareja, entonces no había la esperanza de que eso cambiara. Ya después, cuando se hicieron las villas aquí dentro para que vivieran los pacientes con las familias, la gente comenzó a casarse.
Creación
Experiencia de la inscripción
Ahí iban los más revoltosos
Pero también ha habido cosas buenas. Por ejemplo, yo representé a mis compañeros, mucho tiempo, casi 20 años. Representaba a los varones. Lo único que pedía a Dios era que pudiera hacerlo bien, hacerlo con transparencia, para todos. Que si había algo para compartir, que lo hiciera con sabiduría. No podía darles a todos por igual, en algunos casos. Por ejemplo, si se tenían 20 gallinas, que significan 40 piernas, y había que servir a 60 o 70 personas, y todas querían pierna, pues era imposible. Ahí, había que ser cuidadoso porque se creaba una situación en la que la gente pensaba que yo daba preferencia más a unos que a otros.
Seres humanos como cualquier otro
Yo deseo que se mantenga el hospital para muchas personas que son abandonadas, que no tienen ningún refugio, que ya no tienen a su familia. Por eso yo me pongo en pie fuerte y les digo a los que viven allí: no se dejen quitar el hospital, no se dejen. ¿Por qué nos lo quitan? Han hecho un área para los drogadictos y poco a poco van desplazando a las personas que siempre han vivido en el hospital. Por eso yo creo que sí es importante que la sociedad conozca la realidad de la vida de los pacientes, para que les permitan vivir dignamente a muchas personas que todavía están. La ignorancia y el desconocimiento hacen que las personas actúen con repudio. Somos seres humanos igual a otros y debemos convivir.
Cómo era la vida afuera
Amigos se han ido. Y aunque son compañeros, yo sí considero que son una nueva familia. Porque con ellos he vivido, a ellos les tengo confianza y nos ayudamos de una u otra forma. Por eso cuando mueren, me ha dolido mucho. Moralmente es un golpe. Provoca mucha pena. Una de las cosas que más me ha dolido es que llegamos aquí con determinadas molestias y algunos han muerto y no han llegado a saber cómo era la vida afuera, después de la enfermedad.
Prohibido tener enamorado
Entonces había unas canastitas con tapa, ahí ponían la ropa y, en medio de la ropa, mandábamos las cartas. No podíamos conservar ninguna de las cartas, nos hubieran descubierto y hubiera sido terrible. Le escribía en las cartas que me gustaba, que le quería. Cuando ya se fue, le pedí que no se quedara por allá, que me buscara. Era por el amor. El amor, que es bonito, pues. Nos veíamos por las rendijitas de un portón grande. En ese tiempo, esto era un hospital y un cementerio al mismo tiempo. Porque, antes, a nadie lo enterraban afuera, todos se morían y se quedaban aquí adentro. Y, claro, cuando uno abría el portón grande, se veían sólo viejitos, y los saludábamos con las manos. Por suerte nunca nos llegaron a descubrir las cartas. Porque ¡uy!, ahí sí nos hubieran castigado.