Nevers, 30 de mayo de 2020
Philippe, muy queridOllé-Laprune:
Con mi compañero enfermo, tardé en responderte, discúlpame.
Cuando escuché hablar del Corona virus, a finales de 2019, primero pensé en la cerveza mexicana, viajé mentalmente al México al que nos invitaste a escribir y también festejar el centenario de la Revolución, algunos amigos, amigas y yo mera en México, pero no en una China enferma… Además, la palabra “pandemia” llegó, reemplazando a “epidemia”, y es con una anécdota graciosa que no es graciosa de pangolines… A mediados de marzo, el gobierno nos impuso el confinamiento por un tiempo indeterminado: Quédense en casa…
¡Esta carta, sin duda, irá en todas direcciones, e incluso literalmente! Estamos a 14 de marzo, regreso de Douarnenez a donde fui invitada con motivo del “Printemps de Poétes”.[1] La primera vuelta de las elecciones municipales tendrán lugar el día siguiente, debo votar por Vincent y por mí en dos oficinas diferentes, me lavo las manos con gel hidroalcohólico por primera vez en mi vida. A los dos días habrá que quedarse en el domicilio por un tiempo indeterminado, el cual, pues, se calcula en semanas. Veo que, en el peor de los casos, cancelan, en el mejor, posponen, las lecturas y encuentros que me permiten comer y pagar mi renta: teatros y mediatecas, casas de poesía, escuelas, todo cierra. Los festivales no se llevarán a cabo. Para hacer las compras hay que traer consigo un certificado de desplazamiento derogatorio (nunca me han revisado, Nevers es un pueblecito tranquilo, casi es el campo, no andamos por centenares corriendo por las calles al mismo tiempo) y se recomienda que usemos un cubrebocas y guantes —¡si los conseguimos!—. Las noticias en bucle de la tele, en casa de Vincent, son ansiogénicas, mucho más ansiogénicas que lo que son, a su vez, contradictorias, engañosas, infantilizantes. Cada cinco minutos nos asestan el mandato de adoptar las medidas de protección, exagero, pero no lo suficiente. Desde luego, la situación parece grave, muy grave, la época contrajo el virus que le corresponde, ese Covid-19 nacido de la globalización infernal, de la ambición, de la corrupción de los multimillonarios y otros ultra ricos que tienen el control y cuya marioneta vendida en Francia es Macron. Pero no te digo nada que no sepas. Entonces, a vivir con eso. Estamos a 6 de junio del 2020, tuve que detenerme porque la salud de Vincent se deteriora mucho, acabamos de comprar una silla de ruedas… Puesto que no está enfermo de Covid-19, el Servicio de Atención Médica de Emergencia (SAMU, por sus siglas en francés) desaconsejó el hospital, las urgencias: demasiado peligrosas en vista de sus patologías, de su enorme fragilidad. Este lunes que viene, el 8 de junio (fecha del aniversario de la muerte de Robert Desnos en el campo nazi de Terezín), iremos al laboratorio de análisis para su chequeo médico, luego iré al Centro Municipal de Acción Social (CCAS, por sus siglas en francés), donde, a la última hora de la mañana, tengo una cita con una trabajadora social para pedir el Ingreso de Solidaridad Activa (RSA, por sus siglas en francés).[2] Soy pésima con el papeleo como con los acrónimos, y espero que me concedan esta ayuda y, sobre todo, que sea provisional: quisiera seguir ganándome la vida intercambiando y compartiendo poesía… pero es verdad, la poesía no es rentable. Más que nunca, creo, el valor de alguien parece reducirse a su cuenta bancaria. Quisiera volver a vivir mi vida sobre los rieles, volver a encontrarme con las estaciones de tren, los maquinistas. Sabes, las estaciones donde, según nuestro presidente, nos topamos con personas que lo lograron (con el complemento de objeto directo neutro sabemos que el verbo « lograrlo » significa ganar mucha lana) y con personas que no son nada. Subrayo. ¡Personas que no son nada! Pues sí, me gusta mucho formar parte de ellas, considerando lo que me inspiran esos neoliberales mórbidos, asesinos.
Vuelvo a tu pregunta, a la de saber cómo he vivido el confinamiento, pero, de hecho, esto que te acabo de escribir habla de ello, porque en gran parte se trata de proseguir después de estas semanas sin salir, estas semanas en la casa, tan ansiogénicas como cuando teníamos cosas que hacer afuera: enviar por correo una carta urgente, por ejemplo: me vuelvo a ver haciendo la fila en el correo, la mujer frente a mí (está a un metro de distancia, la señalización en el piso se llevó a cabo el 17 de marzo) empezó a hablar fuerte, dirigiéndose a nosotros que esperábamos de pie con ella, ya no aguantaba a su esposo, ¡incluso lo odiaba! Nunca lo había tenido así, encima suyo, todo el santo día (te informo sus palabras de memoria), él le robaba el oxígeno, la sofocaba… El confinamiento también fue la agresión salvaje de la que fue víctima la sobrina de mi mejor amigo. Élise dejó a su pareja, él no lo soportó, tenía un cuchillo… Desde entonces, ella es tetrapléjica, joven madre de un bebé de cuatro meses que él no reconoció. Para Vincent, mi pareja, antiguo deportista, jugador de rugby profesional, él estaba entrenado y nos pareció gracioso. Paralizado de la pierna izquierda, no ha salido desde finales de octubre, nuestro paseo al cine en tuk-tuk para ver Joker. En cuanto a mí, me acerqué mucho a mi diputado preferido, el Insumiso François Ruffin. Renové mi suscripción a su periódico, Fakir. Escuché todos sus programas grabados desde su cocina en Amiens. Volvimos a ver su documental, Merci patron, el cual ganó el César hace cuatro años. François Ruffin es un reportero del nivel de Joseph Kessel. Lo necesitamos.
En el confinamiento, todavía era eso, las mañanas nos despertaban los pájaros y ya no los enormes carros de los abogados que tienen su despacho al fondo del patio. El mirlo se convertía en el amo. Oímos decir que la naturaleza recuperaba sus derechos. Una foto satélite de China mostraba que la contaminación prácticamente había desaparecido. ¡Toda clase de animales inoportunos se paseaban por las grandes ciudades del mundo, un jabalí por aquí, un hipopótamo por allá, también caimanes! Llamábamos con más frecuencia a nuestros parientes. Nuestros cabellos crecían. Cocinábamos. Elaboré platillos en la vieja olla de hierro fundido de mi abuela, que casi había olvidado (a la olla, no a mi abuelita). Las personas sacaban a sus perros varias veces al día, los vecinos ofrecían su ayuda. Los gatos tomaban las calles olvidándose de usar las banquetas. Nos decíamos que ese virus tenía algo bueno, en el sentido en que la suspensión de la intensa y muy mortífera actividad humana permitía, —paradójicamente, puesto que ese Covid-19 deja sin aliento a los enfermos— respirar más ampliamente. Por la noche, a las 20.00, le aplaudíamos al personal sanitario desde nuestras ventanas. Así fue como descubrí que Claude, que vive frente a nosotros, tocaba el clarinete. Escribimos GRACIAS con plumón en las tapas de los botes de basura: también necesitamos recolectores de basura. Pensamos en los ancianos en los Establecimientos de Hospedaje para Personas Ancianas Dependientes (EHPAD), yo, en lo personal, en la señora Thérèse que votaba por Poutou,[3] la madre de un amigo de hace mucho tiempo, todas las visitas eran imposibles. Pensamos en las personas atrapadas en las Viviendas de Renta Limitada (HLM, por sus siglas en francés) sobrepobladas, y que teníamos suerte, incluso sin tener jardín, de vivir en un bonito pueblecito como Nevers. A propósito de bonito, en la noche, el cárabo comenzó a cazar mucho más cerca de la muralla, ahí donde Alain Resnais filmó Hiroshima, mi amor, a veces incluso llegué a creer que se encaramaba en el catalpa del patio de la escuela, a un tiro de piedra de nosotros, en pleno corazón histórico, calle Marguerite Duras. Espero que un buen día nos visites, quisiera volver a ver a todos mis amigos, todas mis amigas, a todos los míos. Me siento tan triste y enojada. Por momentos ya no sé dónde estoy, me imagino que es el caso para muchos de nosotros. Vincent y yo, frecuentemente, ya no sabemos en qué día estamos. Él paciente, está sentado a la orilla de su cama, yo ya sin horario. Estoy bajo antidepresivos desde lo de Charlie. Según mi doctor es un tratamiento de por vida, espero que se equivoque, preferiría soñar con flores, aprender a tocar la guitarra o a nadar para encontrar de nuevo el anticiclón y volverme a poner de pie sin esta jodida depresión. Pero todavía no he salido del albergue. No estoy desconfinada de esto. Bastante lamentable. Estas semanas en la casa, Vincent en la planta baja y yo en el primer piso, no han sido insostenibles para nosotros, difíciles, pero soportables y a veces, incluso, no nos desagrada el sentimiento de que cada día es domingo. Por mi parte, escuché más música y revisité mi biblioteca: ¡tengo tesoros! Se podría decir que no está mal.
Un abrazo para ti, de todo corazón.
Valérie la Rouzeau debilitada
Nevers, Francia
Traducción del francés de Adriana Romero-Nieto
[1] Festival francófono de poesía que se lleva a cabo tanto en Francia como en Québec [N. de la t.]
[2] Beneficio de bienestar social francés que le asegura a las personas sin recursos un nivel mínimo de ingresos [N. de la t.]
[3] Se refiere a Philippe Poutou, político francés de extrema izquierda, fue candidato a la presidencia, en 2012 y 2017, por el Nuevo Partido Anticapitalista [N. de la t.]
La Bitácora del encierro es un proyecto de la UAM Cuajimalpa