Cuando llegué a la fila había al menos noventa personas con una diversidad de envases, en todas su formas y colores. Tobos, cuñetes, botellones, ollas, pipotes medianos, latones viejos donde antes había aceite de soya, carretillas con cauchos lisos, carruchas de madera, carritos de mercado llevados por mujeres, hombres y niños de casi todas las edades. Lorena, una mulata de 28 años, muy delgada y bajita, con su tomusa afro brillante, llegó uno o dos minutos después que me coloqué al final de la cola. Ella tenía a su bebé de once meses colgado con un arnés y arrastraba con dificultad su botellón plástico amarrado a un carrito que de lejos se notaba la endeble estructura y una vez lleno de los 18 litros de agua, colapsarían sus ya cambetas ruedas. Me había mentalizado que me tocaría ayudarla. El padre de sus hijos estaba desde agosto pasado en Colombia, que según las malas lenguas, espera otro crío, pero de su nueva pareja caleña.
Su rostro espetó un saludo que parecía un regaño. Al igual que la mayoría de los vecinos que estaban allí a la espera de su turno que les permitiría obtener el preciado líquido que no salía por los chorros durante unas dos semanas, Lorena no llevaba tapabocas. A tan solo veinte días del anuncio de Maduro de las medidas de confinamiento, los que portábamos las mascarillas éramos minoría. Efectivamente, ya había especuladores vendiéndolas a precio de salario mínimo. La mayoría de las farmacias había agotado sus inventarios y estaban a la espera de nuevos lotes. El gobierno había logrado distribuir miles de ellas en muchas comunidades, pero todavía no era la hora en el sector Hornitos de la emblemática parroquia caraqueña de La Pastora. Y no veíamos la hora en que llegara nuevamente el agua a las tuberías, para al menos poder lavarnos las manos como lo pedían los especialistas virólogos.
Pero volviendo con Lorena, avanzó el tiempo y la cola y detrás de nosotros había una veintena más de vecinos. “¿Cómo es que se llama el bebé?>”. “Luis, como el coñoeamadre de su papá. Aunque es más bien el coñoesupapá, porque la verdad mi suegra o ¿exsuegra? se ha portado bien, es la única que me ayuda. Porque el pajúo de mi exmarido ni un dólar me ha mandado, que si en Cali la vaina está jodida, que a los venecos les pagan menos del salario mínimo, que los explotan y que los tratan mal y eso que él se hace el colombiano (el fallecido papá de Luis que también se llamaba Luis como ahora se llama su nieto, era colombiano), que está esperando los papeles, que tiene que bajarse de la mula y pagar dos millones de pesos para que le agilicen la nacionalidad, y que no ha podido reunir la plata y entonces me entero que ese maldito tiene una mujer allá y está preñada. ¿Qué te parece? Coñoesumadre y que me perdone doña Marcela, no tiene la culpa, pero es que parió a ese engendro”.
Siento mucho lo que te está pasando flaca, eso le dije mientras arrastro mis dos cuñetes en mi carretilla y ella sigue con su cháchara de despecho-decepción-falta de agua-salario de docente de primaria devaluado-hiperinflación inducida-bloqueo gringo-guerra económica-niño de meses-pandemia y no sé qué más agregar. “Porque los bonos esos que da tu presidente no me alcanzan para un coño, la bolsa que nos llegó la semana pasada ya sabes que vino sin leche y sin azúcar. ¿Qué carajo le doy yo a Luisito? No chamo, la verda que esto no lo aguanta nadie, y el otro coñoesumadre de Guaidó es peor que el desgobierno, lo mejor es que vengan los gringos a salvarnos”… No quería meterme en una discusión infructuosa y menos con la situación que atraviesa esa madre de una niña de 4 años y de Luisito que desde que nació solo ha tomado la leche materna.
Quise decirle que la leche materna es mucho mejor que la leche de la bolsa y mejor que las famosas fórmulas, que incluso lo mejor es que le haga atoles de auyama, patata, ocumo, ñame o verduras que tampoco están muy baratas, pero más accesible que los lácteos industriales. “¿Cuándo terminará esta cuarentena? Tú que eres periodista, que trabajas en los medios chavistas, que debes estar bien informado, explícame la cosa. Yo me rebuscaba con las tortas que me compraban mis colegas en la escuela. ¿Qué voy a hacer yo para medio resolver las necesidades de mis chamos si esas medidas se extienden por más tiempo?”. Era difícil darle una respuesta convincente. Yo, comunicador de facto, no sabía qué decirle. Yo también me hacía esa interrogante.
“Vecino, disculpa la descarga, es que estoy jodida y esto no es fácil para mí, yo estoy acostumbrada a trabajar, a echarle ovarios a la vida, a tapar cualquier hueco, pero de verdad no sé qué hacer”. Mientras Lorena cambia su mirada hacia mí y me dice que ella sabe que no es mi culpa lo que está ocurriendo, la mamá de la pequeña Nancy y Luisito sigue esperando una respuesta. Así que me propuse conseguir una respuesta de la que no tengo certeza encontrar. Pero la buscaré. Hacer un seguimiento a los medios durante el confinamiento ha sido álgido. La posverdad y las fake news se mantienen pululando en las redes. Twitter, Facebook y los portales más visitados en la web dicen de todo. En el caso de Venezuela, los medios alineados con Washington han querido imponer la matriz de que en este país la pandemia diezmará a la población y que además seremos un peligro para nuestros vecinos de Brasil, Colombia y el resto del continente.
Pero si hay algo que no puede ocultarse hoy día son los muertos en una pandemia. A pesar de la crítica situación económica que padecemos en el pueblo de Bolívar, al menos en la capital, gran parte de la población posee un teléfono celular. A pesar de que el servicio de internet proporcionado de manera casi gratuita por el Estado, tiene intermitencia, no sería posible que los familiares de los afectados por Covid-19 se autocensuraran y no colocaran con nombre y apellido la foto de una fatal víctima. Por mucho que CNN, BBC, DW, Caracol, Semana o cualquier otro medio ligado a los poderes hegemónicos quieran generar un “falso positivo” sobre el coronavirus en Venezuela, el gobierno ha podido mostrar un control favorable para frenar los contagios y en medio de un bloqueo que incluye hasta el combustible para poder reactivar la producción, también ha logrado cifras positivas en lo que respecta a los pacientes tratados y recuperados por Covid-19.
Mientras, en Colombia, Brasil, Ecuador, Perú, Chile y otros países donde sus gobiernos mantienen un acérrimo ataque al país bolivariano, los efectos de la pandemia los han golpeado fuertemente y han quedado expuestos. Así que me acerqué a casa de Lorena que lleva unos cuatro meses vendiendo plátanos y cambures, rubros relativamente económicos y muy demandados por los habitantes de nuestro sector. “Tengo las pilas de 4 x 100 y 6 x 120. Acepto pago móvil, bolívares, dólares, euros, pesos, transferencia o ‘peipol’ (esto último lo dice riendo y hasta con cara de satisfacción). La verdad que con esto he logrado medio resolver y nunca se me pierden, hasta los muy maduros me sirven para hacer tortas cuando no los he vendido todos. Doña Marcela llegó un día con dos guacales desde el mercado de Coche y me dijo que durante la primera semana no usara el dinero sino para comprar más la semana entrante. Resulta que en menos de dos días los vendí todos vecino, la gente viene y me dicen que mientras no los venda caros me los van a comprar siempre a mí. Lo malo es que a veces son las 9 de la noche y me tocan diciendo ‘Lorena sálvame con una pilita de plátanos que no tengo nada en la nevera’”.
“¿Sabes? Luis parece que está contagiado allá en Cali y hasta me llamó para pedirme perdón, que la caleña que él preñó fue por debilidad y tal. Yo la verdad que no le guardo rencor, es el papá de mis hijos y no le deseo la muerte a nadie. Me dice que quiere volver a Venezuela, que lo del virus ha sido un desastre en Colombia y él sigue ‘matando tigres’ a pesar de que está contagiado, aunque no ha tenido los síntomas más fuertes. Todo este tiempo pude sobrevivir sin él, claro que doña Marcela me ha ayudado y eso ha sido parte de mi sostén, pero si vuelve se tendrá que ir a casa de su mamá, aquí no lo quiero”…
“¿Qué piensas de la situación de la pandemia en nuestro país comparado con otros?”. “Vecino, la verdad me quito el sombrero con Maduro. El hombre ha tratado bien el asunto. Pero seguimos con este peo del agua, los precios siguen subiendo, en todos lados hay dólares aunque a mí no me llegan ni por peipol, los bonos del gobierno no me alcanzan sino para un kilo de queso, no hay casi efectivo, siento que esta vaina no tiene solución”.
“Lorena, así como tú has podido salir adelante con la venta de plátanos, cambures, limones y sigues haciendo tus tortas, muy buenas las de cambur por cierto y que mantienes tu salario y bonos, que aunque no sean suficientes, ayudan. ¿No crees ver una solución?”. “Por más que lo pienso, la única solución es que TODOS nos organicemos y nos pongamos a producir. Pero para eso este gobierno tiene que poner mano dura a la corrupción y también ponerse las pilas en la eficiencia”. Después de leer tanta información, es mi vecina mucho más joven que yo, la que me da la respuesta que tanto buscaba. Ahora busco otras respuestas. ¿Cómo organizarnos y ponernos a producir en medio de una pandemia y un bloqueo desmedido por parte del mayor imperio de la historia? ¿Será que la respuesta está en la calle, con mis vecinos?
Caracas, 27 de septiembre 2020
La Bitácora del encierro es un proyecto de la UAM Cuajimalpa