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Ontología de las superficies: ensayos averroístas sobre Emananuele Coccia

El nombre de Averroes circuló, históricamente, como una palabra maldita, como una parte impía de Occidente: un peligro del cual se debe abjurar. Sin embargo, una de las razones por las que el averroísmo fue imposible de conjurar es porque la sombra de éste representa un modo de abrir la filosofía académica a lo impensado, a lo incalculable, a lo ingobernable. El presente libro es un conjunto de textos que conduce el pensamiento a la generosidad de lo indomesticado por la filosofía institucional. Centrado en la obra del filósofo italiano Emanuele Coccia, el libro da cuenta del gesto averroísta parasitado en el retorno de la ontología como máquinas de producción de lo real. Emanuele Coccia, uno de los pensadores más interesantes de la escena filosófica contemporánea, genera las condiciones para pensar lo que desde esta materia, en apariencia, no está permitido: la vida sensible, la moda, la publicidad, las plantas y la imaginación, entre otros temas de profunda importancia para el presente, y tópicos a todas luces heréticos para la tradición filosófica. Con este esquema herético, las intervenciones del libro -un conjunto de ensayos averroístas sobre un averroísta- ofrecen la primera recepción crítica de la obra de Coccia, la cual sigue abriéndose a las partes inhóspitas e impensadas de la reflexión filosófica que, sin riesgo a exagerar, marcará uno de los caminos de las próximas generaciones de filósofos y filósofas preocupados por el devenir sensible del mundo. Con mucho gusto compartimos el Prefacio del presente volumen, editado por la Universidad Iberoamericana, bajo la coordinación de Ángel Octavio Álvarez Solís.

 

 

La imaginación infinita

Ángel Octavio Álvarez Solís

 

Emanuele Coccia es uno de los pensadores más interesantes de la escena filosófica contemporánea. Una extrañeza, una anomalía si partimos del hecho que se trata de un medievalista, de un especialista en Averroes que es capaz de pensar lo que, filosóficamente, no está permitido: la vida sensible, la moda, la publicidad, las plantas, la imaginación, entre otros temas de profunda importancia para el presente. Tópicos, a todas luces, heréticos para la tradición filosófica. Ni el canon filosófico ni la institución universitaria son sensibles a la apertura de tales temas. Ni la academia especializada ni las buenas maneras del pensamiento digieren asuntos considerados, históricamente, como frívolos, ínfimos, banales, menores. El presente no es siempre prioridad filosófica. Quizá, en el fondo, la razón de este rechazo filosófico por el presente es que no hayamos abandonado aún el dictum establecido por el obispo Tempier en 1277: la condena de la filosofía. ¿En dónde recae esta nueva condena de la filosofía, la damnatio parisiensis? ¿Por qué la filosofía, especializada como nunca antes, devino en policía del canon?

La condena de la filosofía contemporánea obstruye un dato filosófico: la filosofía y el pensamiento no son equivalentes. Al menos no en esta época en la que el pensamiento y la vida aparecen como dos modos incompatibles de la existencia. No en tiempos de agotamiento de los principios organizadores del mundo. La filosofía, aparentemente, olvidó que más que una versión canonizada de saberes estandarizados constituye una intervención, una forma de impedir que las nuevas certezas naturalicen nuestras creencias más profundas. La filosofía nunca ha sido amistosa con el sentido común. Como lo anticipó ese fino platonista llamado Leo Strauss, el filósofo es enemigo de la polis. La filosofía, una vez más, sirve para trazar el límite de aquello que nos está permitido pensar.

Por lo anterior, cabe preguntarse si el giro político contemporáneo no representa una nueva versión de la teología, el triunfo definitivo del tomismo, la subordinación de los saberes filosóficos a las demandas políticas del presente. Philosophia ancilla política. ¿No es, acaso, la sombra del averroísmo un modo de abrir la filosofía a lo impensado, a lo incalculable, a lo ingobernable? ¿La imaginación y la superficie constituyen lo insepulto por la filosofía occidental? Ontología de las superficies. Ensayos averroístas sobre Emanuele Coccia es un conjunto de textos que intenta abrir el pensamiento a la generosidad de lo indomesticado por la filosofía institucional. Centrado en la obra de Emanuele Coccia, este libro da cuenta del gesto averroísta larvado por el retorno de la ontología como las máquinas de producción de lo real. Por consiguiente, Ontología de las superficies convoca un fragmento de filósofos jóvenes interesados en la obra de Emanuele Coccia; una parcela de pensadores mexicanos, chilenos, cubanos y españoles que intuyen que, detrás de las reflexiones del pensador italiano, existe un rasgo de epocalidad que no puede ser evitado. La filosofía tiene su quiasmo. Ese quiasmo puede recibir el nombre de Averroes o la sutura infinita del averroísmo, pero también la sombra que acompaña todas y cada una de las escrituras atravesadas por la fantasía, la imaginación y la crisis definitiva de lo humano como horizonte del pensamiento. La obra de Coccia permite hacernos cargo de las operaciones averroístas del pensamiento contemporáneo.

La pregunta maldita es inevitable: ¿Emanuele Coccia es un filósofo avant la lettre? ¿Por qué escribir sobre un autor vivo que está en una etapa inicial de recepción? Lo primero que puede afirmarse es que Coccia no es un antifilósofo como lo habría proyectado Wittgenstein o Lacan ni un pensador como lo imaginó Heidegger en la primera mitad del siglo XX. Coccia es un filósofo distinto, algo nuevo y, a su vez, algo viejo: un tipo de pensador que ya había acontecido en la historia del pensamiento, pero que tiende a olvidarse porque lleva consigo la seña de Caín. De Emanuele Coccia como filósofo podría decirse lo mismo que comentó Éttiene Gilsón respecto del averroísmo latino: “tras una corta luna de miel, teología y filosofía creen advertir que su boda había sido un error.”[1] Por consiguiente, la pregunta acerca de si Coccia es un filósofo, un pensador o un averroísta carece de sentido. En tal caso, lo importante es que sus libros, intervenciones y conferencias apertura el pensamiento y, por qué no, permite imaginar una nueva generación de filósofos y filósofas ávidas por despertar a la filosofía académica del sueño dogmático de la indexación. Los libros de Emanuele abren la senda perdida de la imaginación para, con rigor y entusiasmo, volver a la escritura como el núcleo de la reflexión filosófica. La poética filosófica y el rigor conceptual entran nuevamente en escena.

La primera intervención, El reino de las superficies. Sobre la cosmología escrita por Gerardo Muñoz, plantea de inicio el problema central en la obra de Emanuele Coccia: el problema del medio en pleno colapso de la representación. Junto con una fina discusión sobre los arcanos de la filosofía italiana, Gerardo Muñoz ofrece una panorámica de la obra cocciana –desde su tesis doctoral sobre Averroes (La trasparenza delle immagini. Averroè e l’averroismo, 2005) hasta sus últimos libros sobre la tienda-museo-10 Corso Como de Milán (Le musée transitoire, 2018)– para indicar el camino de un pensamiento an-árquico, un pensamiento carente de principios ordenados con el cual, la vida de la historia natural y la descripción del mundo, ofrece la posibilidad de atravesar las apariencias como formas de lo sensible.

La segunda intervención de Ángel Octavio Álvarez Solís lleva por título El absoluto vestimentario. Teología de la moda. Con esta carga encima, el autor argumenta que, detrás de las reflexiones de Coccia sobre la moda como inicio de la vida ética, existe un rasgo profundamente teológico. La conjetura es que Coccia continua de manera radical la reflexión sobre la moda postulada por Giorgio Agamben, pero que tales razonamientos lo conducen al terreno de la imagen sensible, la antropología filosófica y el régimen vestimentario como un a priori trascendental. Por consiguiente, el ensayo postula que la reflexión cocciana, quizá motivado por su gesto averroísta, incurre en una “teologización” del vestido en la medida que no escapa a la teología de la desnudez. El vestido como repetición de la escena teológica del desnudo.

La tercera intervención, Mixtura Orbis. Pensador de la imaginación, Rodrigo Karmy Bolton, uno de los filósofos chilenos más sensibles al devenir averroísta del pensamiento, postula una de las tesis centrales más atractivas del filósofo italiano: la des-antropologización de la imaginación. En efecto, Karmy argumenta que, si la imaginación en Kant es una facultad cognoscitiva y en Heidegger una invitación para preguntar por el sentido del ser, en Coccia la imaginación irrumpe como un médium por el que los vivientes existen fuera de sí. La imaginación como un asunto cosmológico y no como un reducto antropológico. Una forma de la imaginación de notable factura política. Un médium que guarda el secreto del cosmos, un cosmos intenso y estriado cargado de mixtura.

Averroes visita 10 Corso Como. El problema del uso de Mauricio Amar Díaz es la cuarta intervención que indaga en los supuestos averroístas, y la deuda agambeniana de Emanuele Coccia, respecto del problema del uso y el intelecto común. Mediante una articulada argumentación Averroes pro quo, Amar insiste en el rasgo maldito del averroísmo en general, y de la osadía del averroísmo cocciano en particular, para explicar por qué, sin destino biográfico y sin telos moral, el hombre averroísta queda reducido a una bestia. Si el averroísta es un ser atado a su cuerpo y a sus deseos, entonces tal antropología es lo que parece dar al nombre de “Averroes” una fuerza inusitada para nuestro tiempo. Si Averroes puede ser usado para imaginar el presente -al menos ese es el punto que Amar destaca de Coccia- es porque el cuerpo al ser lo más separado del intelecto en realidad es lo que mantiene una relación radical con él. No es extraño, entonces, que Amar comenté que los ámbitos en los que el canon filosófico mira con desprecio sean indicativos de una ontología averroísta.

La quinta intervención, Opacidad y dispersión. Ejercitaciones en el párpado de la universidad de Alonzo Loza Baltazar, ensaya en el problema de la universidad en mirada averroísta y propone, a partir de la obra de Coccia, un modelo de universidad como uranología. Leído en clave espectral, Averroes no puede formar un aparato universitario y, sin embargo, su espectro ronda el espíritu de la institución desde el siglo XIII a nuestros días. Averroes sería el caso paradigmático de universitario sin universidad, de universidad sin institución, sin teólogos, sin funcionarios, sin profesores, finalmente. La razón de esta conjetura es que, para Alonzo Loza, el averroísmo de Coccia no tiende a una trascendencia intelectiva y cegadora por vía de la transparencia; por el contrario, se trata de una inmanencia radical que renuncia a toda redención absoluta. Por consiguiente, la educación universitaria debe pensarse únicamente con una ontología medial. El cultivo de una atmósfera imaginaria es el único el modo específico de medialidad de las almas humanas.

La quinta intervención de José Miguel Burgos, traductor de Coccia al castellano, refracta una idea poderosa en La violencia del medio: frente a un cuerpo abandonado, frente a una vida desnuda se hace evidente toda falta de mediación y, precisamente por ella, el medio y su violencia se vuelve la estancia capital. Al renunciar a su propiedad comunicativa, el medio siempre está dispuesto a recibir una forma y luego otra, violentando su cristalización en una figura. A través de este desfile de formas, el texto de Burgos profundiza en la eclosión de la interiorización, el abandono del cuerpo como superficie de inscripción y la imagen como elemento que regula la relación social.

La sexta intervención de Gabriela Méndez Cota, especialista en ecología queer y estudios críticos sobre el medio ambiente, postula la relación entre el paradigma de la extinción y el “giro a las plantas” referido por Emmanuele Coccia. Muerte cósmica y existencia vegetal pregunta, entonces ¿por qué pensar hoy en las plantas, con las plantas o a través de ellas? ¿Qué queda por pensar acerca de la existencia vegetal, más allá de la vida que las plantas inyectan en el mundo? Para la filósofa mexicana, lo que está en juego con la argumentación de Coccia es el giro ecológico de las humanidades: un tipo de pensamiento crítico que se sitúa como práctica profesionalizada en un terreno tecnopolítico donde, por cierto, ni plantas ni animales ni formas de vida en general pueden considerarse aisladamente respecto de proyectos tecnocientíficos de explotación, exterminio y extinción. Con esto en mente, Méndez Cota evalúa críticamente la intervención de Coccia en el giro ecológico cuya intervención encuentra sintetizada en la afirmación de que la cosmología es la única filosofía que puede considerarse legítima.

La última intervención a cargo de Israel Covarrubias profundiza en un tema que no está explícitamente labrado por Emanuele Coccia, pero que atraviesa fantasmáticamente el resto de su escritura: la política. En El otoño de la política. Por una nueva condición de vida compartida, Covarrubias considera que Coccia, próximo a la figura y al estilo de Giorgio Agamben, no duda en suponerlo como su heredero natural. Sin embargo, el itinerario conceptual de Coccia permite atisbar algunos momentos de enorme significatividad para interrogarnos acerca de las alternativas teóricas y prácticas de la política en las sociedades democráticas. El objetivo de la intervención de Covarrubias es trabajar a través de las ideas de vida sensible y otoño de la vida para identificar si el pensamiento de Coccia es el punto de inicio de una nueva forma de pensar más allá de los dispositivos y las técnicas en torno a la vida sobre las que se ha reflexionado a lo largo del siglo XX.

Finalmente, Ontología de las superficies. Ensayos averroístas sobre Emanuele Coccia cierra con un ensayo del propio Emanuele Coccia y una entrevista, a modo de posfacio, realizada por Gerardo Muñoz cuando el filósofo italiano visitó la Universidad de Princeton. La entrevista realizada originalmente en inglés, la cual vio la luz en el Minnesota Review (89, 2017), fue traducida por Alonzo Loza Baltazar y cumple el objetivo de dar a conocer a los lectores latinoamericanos el proceso de reflexión acerca de una arqueología de la imaginación. Con estas intervenciones, al final del día un conjunto de ensayos averroístas, el libro intenta ofrecer la primera sumatoria crítica respecto de la obra de Emanuele Coccia, una obra que sigue abriéndose a las partes inhóspitas e impensadas de la reflexión filosófica, la cual, sin riesgo a exagerar, marcará uno de los caminos de las próximas generaciones de filósofos y filósofas preocupados por el devenir sensible del mundo.

Por último, resta agradecer a todos los colegas que hicieron posible este libro, por su entusiasmo en el proyecto y por la paciencia en la premura para la publicación de sus escritos. Sin el apoyo de los autores -finos lectores de Coccia, averroístas ocultos y averroístas declarados- este libro no habría llegado al puerto deseado. En el mismo tenor, agradezco la generosidad, la reciprocidad y la buena vibra de Emanuele Coccia para la conclusión de este libro. En el intercambio que tuvimos durante la gestación de este proyecto, Coccia siempre estuvo atento, se mostró entusiasmado y, en ocasiones sorprendido, porque una parcela de lectores iberoamericanos tuviese un interés profundo por su obra. Vaya un profundo agradecimiento a los autores y al propio Coccia por generar las condiciones intelectuales para la gestación de este libro. Como la mayoría de estos trabajos, tales proyectos no serían posibles sin la ayuda material y consistente de las instituciones y las personas que trabajan para ellas. Agradezco a Fernando Axel Nájera, ayudante de investigación, quien ayudó a que los textos estuviesen un formato de citado uniforme, así como las posibles erratas y errores tipográficos ocasionados por la escritura acelerada. A Francisco Castro, director del Departamento de Filosofía de la Universidad Iberoamericana, Ciudad de México. A Carlos Mendiola, coordinador del Publicaciones del Departamento de Filosofía. A Sandra Loyola, asistente editorial del mismo departamento. A los amigos y colegas latinoamericanos y españoles, con quienes hemos mantenido discusiones averroístas en ambos lados del océano, prueba que el intelecto común aun gobierna el mundo.

 

 

[1] Éttiene Gilson, La filosofía en la edad media. Desde los orígenes patrísticos hasta el fin del siglo XIV (Madrid: Gredos, 1976) 208.