Yo en 2020, 2020 en mí

 

En ruta

El lunes 28 de septiembre de 2020, a veintisiete semanas ── ciento ochenta y nueve días ── de confinamiento ── la sana distancia se implantó en el país el lunes 23 de marzo, y la nueva normalidad, el lunes 1.o de junio ──, el Centro de la Imagen y 17, Instituto de Estudios Críticos hicieron un llamado al público para llevar a cabo un relato visual de esos días, que diera lugar a una ruta de autoconocimiento, de autodescubrimiento, de reflexión, contemplación y creación acerca de la esfera individual, radicalmente trastocada ── en el planeta entero ──, durante esa primavera y ese verano.

La forma sería un concurso ── en el que tomaron parte 617 personas ──; el premio para las obras seleccionadas por el Comité Organizador ── hasta 300, de acuerdo con la convocatoria[1]; 162, finalmente designadas por el jurado[2], y 149 efectivas; es decir, que cumplieron hasta el final con los requisitos ──, consistiría en su exposición en diecisiete.org ── el portal editorial de 17, Instituto de Estudios Críticos ──, y en el Fotomuro del Centro de la Imagen.

El jurado destacó “la singularidad, creatividad, profundidad y pertinencia de las imágenes, la diversidad del conjunto, y el uso de múltiples estrategias de autorrepresentación”; la secuencia final, añadió, invita “a esclarecer el presente con empatía y reconocimiento colectivos”.

El concurso sólo sería, entonces, el vehículo, y el objetivo, poner a la vista un proceso vivo, abierto, en curso, de autodescubrimiento en una circunstancia compartida ── como pocas ha habido, en el planeta ── de excepción crítica, alterada.

¿Qué vemos en ese abordaje visual de los misterios, de las vivencias y horizontes del público, que buscaba la convocatoria?

 

Consunción 

Desde los títulos de las obras encontramos palabras que apuntan, sin intervalo, hacia una “extenuación y enflaquecimiento”[3], a un “deterioro y extinción de algo, generalmente por combustión, evaporación o desgaste”[4], a un “absorber del todo”, a un “tomar entera y conjuntamente”[5]. En suma, a una Consunción: esta palabra, título de la foto de Andrea Olguín ── joven participante de menos de 21 años ──, quizá sea una de las más justas, entre las que se usaron para designar a las imágenes.

Pero ¿qué es lo “que se agota o se acaba”, lo que se “extingue”, lo que “se lleva a su final”? ¿Lo que se “absorbe del todo”?

Desde luego, ese “yo”, tan claramente plantado desde el título del concurso. Lo interesante, aquí, es que en ese “usar algo [ el ‘yo’ ] hasta que se agota y se acaba”, en ese “agotar algo [ el ’yo’ ], gastarlo hasta el final”, hay un “obtener”, un “ganar”, un “tomar”, y “distribuir”. Porque “consumir”, de acuerdo con Etimologías de Chile, se forma,

del prefijo com- (con, junto, todo), y el verbo sumere el cual significa tomar. Sumere viene de sub (bajo) y emere (obtener, comprar, ganar). Este verbo se vincula con la raíz indoeuropea em- (tomar, distribuir).

“Tomar”, entonces, “distribuir” algo “por abajo”. Y si lo que se combustiona es el “yo”, ¿qué es lo que se distribuye, y gana?  ¿El “yo”, también? ── Volveremos a esto ──.

 

Los demás, obliterados

Al ver estas imágenes me pregunté, en algún momento, si el género “autorretrato” excluiría al grupo ── y me vinieron, de inmediato, muchos ejemplos de lo contrario; incluso, de autorretratos en medio de multitudes ──. Otra manera de hacer la misma pregunta era si se entendería al individuo como antónimo de lo colectivo. Al “sí”, como algo separado del “otro”, de “los demás”.

O bien, si, por el contrario, se entendía al individuo, al “sí”, como un producto ── una fabricación ── de lo colectivo, de “los demás”.

Sé que es una cuestión muy antigua; clásica, si las hay. Pero me parece que viene al caso por varias razones. Una de ellas es que, entre las 149 imágenes seleccionadas, apenas hay, en rigor, 9 donde aparece más de 1 persona ── el autor ──. Y en esas 9, se alude a ese “otro”, o a “los demás” ── el plural sólo se aplica en 2 casos ──, para anotar su lejanía, su ausencia, su virtualidad, o su estar-como-si-no-estuviera.

Es como si en el autodescubrimiento de “sí”, el “otro” no jugara ningún papel ── salvo por su ausencia, por su falta ──.

Otra manera de entenderlo es cambiar el foco; no mirar al “yo”, al que refiere el título del concurso, sino al “2020”: al aislamiento, al encierro. Al confinamiento que, en la conversación general, es una de características de ese año. La falta de “otros” en estas imágenes ilustraría, entonces ── y de manera obvia ──, lo que no sin lítote se llamó en México sana distancia.

Quizá no sea tan obvio. A diferencia de muchos países, el confinamiento, en México, fue, hasta cierto punto voluntario, y a criterio. Durante 10 semanas se cerraron escuelas, centros de trabajo “no esenciales”, cafés, restaurantes, bares; el transporte público se redujo al mínimo, es cierto. Se insistió en que la gente se quedara en casa. Pero no hubo toque de queda. La policía no acompañó a nadie de regreso a su hogar. Con ciertas precauciones, se podía salir, visitar a los cercanos. El confinamiento no fue tan drástico, ni tan coercitivo. El gobierno apeló a la responsabilidad de cada uno. Y desde el 1.0 de junio, se inició la reapertura ── parcial ── de algunos sectores, la reactivación económica: la “nueva normalidad”.

Con esto quiero decir que el encuentro con “otros” quizá sí haya sido posible, aunque limitado. ── Claro que en ese límite podría radicar todo el sentido de la exposición ──.

Con todo, y este es mi punto, el encierro también significó una intensificación ── y muy posiblemente un cambio cualitativo ── de ciertas relaciones: familiares, y de pareja, para comenzar; pero también, en algunos casos, vecinales ── o de los muchos que, hoy día, comparten un departamento, una casa ──.

Incluso, y aquí se abre un abanico fascinante ── en buena medida aún por conocer ── entre quienes se cuidaron: en las casas, en las familias, sí, y en hospitales, también ── de la forma que haya sido, aun esperando afuera ──; en asilos, hospicios, albergues…

Surgieron ── y no es poco ──, nuevas calidades, relaciones mejor pensadas con nuestros proveedores, con nuestro consumo. Aquí descubrimos el significado, entre otras cosas, de “lo esencial”. Pero también, que la cadena de valor es, al mismo tiempo, una cadena de valores.

La cuarentena, por otro lado, también significó la entrada masiva de la escuela y del trabajo en la intimidad. El homework y el homeschool invadieron las salas, las recámaras, los comedores, los estudios ── cuando los hay ──. Prácticamente sin horario. Lo mismo los chats, las conversaciones, los grupos de amigos. El mundo, los demás, las instituciones no desaparecieron, sino que se colocaron de otro modo. No se ausentaron, no dejaron un hueco.

También pienso en los “otros” lejanos, casi anónimos ── o de plano, anónimos ──, que encontramos en las redes, en los medios, en páginas web, en reuniones virtuales; a quienes por algunos días seguimos, estuvieran donde estuvieran ── así fueran, tal vez, meros casos ──, y que nos ayudaron a entender mejor ── quizá a entendernos mejor ──; a darnos una idea, a desconocer más a este mundo ── ¡y a este yo! ──. Esos “demás”, genéricos ── que tan íntimos pudieron resultar ──, tampoco están en esta secuencia de imágenes.

En estas 149 fotografías no hay una ciudad, siquiera vista por la ventana. Vecinos. Casi no hay palabras ── estrictamente, sólo las encontramos en 7 imágenes ──. Mutismo. Tampoco ── salvo en dos fotografías ── hay comida ── y casi todos dedicamos más tiempo a cocinar ──. No hay sociedad.

En una palabra, en 2020 siempre hubo alguien ── y no pocas veces, muchos, y hasta en exceso ──.

¿Dónde están?

 

Indigno de ser amado 

¿Cómo entender esa obliteración? Dos sugerencias:

1) Más que un reportaje, una rendición de cuentas ── o una indagación, digamos “objetiva” ── esta secuencia de imágenes nos ofrece una alegoría; es decir, una serie continua[6] de metáforas, de comparaciones, de elementos figurativos en donde cada uno de sus elementos representa una idea, una cualidad abstracta, que de otra manera no sería visible; no se entendería.

De acuerdo con la definición, se trataría de una secuencia que correría de manera paralela ── énfasis mío ── a un sistema de conceptos, donde cada componente tendría un valor “traslaticio”, “lo que permite que haya un sentido aparente y literal que se borra ── itálicas y negritas mías ── y deja lugar a otro sentido ── énfasis mío, también ── más profundo, que es el único que funciona”.

De hecho ── y esto resulta interesante de muchas maneras ──, la palabra alegoría se forma del griego allos- [ del indoeuropeo al-, “otro” ], y del también griego [ ── ¡y vaya que lo es! ── ] agoría “hablar” [── de allí “ágora” ──].

Otro hablar.

Pero ¿cuál sería, en este caso, ese sistema de conceptos “paralelo”?

Me parece que se trata, propiamente, de un fantasma, en el sentido freudiano: es decir, de una representación del “sujeto en un escenario determinado, como en un sueño, que figura, de una manera más o menos velada, un deseo”.[7]

Entonces, esa secuencia de imágenes describiría, deletrearía el deseo de “otro”. Y el temor a la pérdida del “otro”. De “los demás”. A esa mutilación.

Ahora, si admitimos ── o al menos, concedemos ── que los demás siempre estuvieron allí, aunque de otro modo, ¿qué pudo despertar ese temor tan profundo ── y generalizado ──?

a. ¿Sería, tal vez, no tanto un temor a la separación temporal, al distanciamiento, sino a la posibilidad ── introducida por la pandemia ── de una separación definitiva? ¿De la muerte? ── ­Y de esa forma de morir: aislado ──. Si ese fuera el caso, esta serie, en su conjunto, ¿sería una vanitas? ── una de las alegorías centrales de Occidente ──. ¿Una figuración de la insignificancia de nuestras vidas, de nuestros deseos? ¿De su vanidad?

Quizá sea así. A su manera.

b. Pero también se podría tratar de un deseo de “contacto”, “táctil” ── sobre el que hablaremos aquí, más abajo ──. Es decir, un deseo de caricia ── de caro, “querido”, en italiano[8], a su vez, del indoeuropeo ka-, “desear”[9] ──. Un deseo de ser querido, de ser deseado. De desear.

Salvo, quizá, en dos o tres casos, no se advierte, sin embargo, un deseo erótico, sexual. Ese con/tacto es más bien amable ── “digno de ser amado” ──. El latín amare da lugar a amigo, y amistad. ── Se trata de “afecto” ── “cariño, sentimiento por el roce externo”, énfasis mío ──. “Roce”, y esto es muy interesante, comparte raíz con “romper” ── del latín ruptiare ──, “quebrar, hacer pedazos, hacer una brecha” ──; me imagino que se trata de una brecha hacia alguien, hacia los demás ──, en una deriva que pasa por “roza” ──”desbrozar”, “preparar un terreno para cultivarlo” ──.

Por sorprendente que parezca, se desconoce la raíz de “amar”; se supone que vendría de amma, voz infantil para llamar a mamá.

La secuencia de imágenes hablaría, entonces, de una orfandad.

De un deseo de ser digno de ser amado, limitado, contrariado por esa entidad invisible ── incomprensible, absurda ──: el virus.

La poesía occitana ── y el amor cortés ──, anoto al margen, resolvió esa ausencia ── inducida retóricamente para exacerbar al deseo, y hacerlo durar ── en una idealización de la persona amada.

En esta secuencia de imágenes, en cambio, se transitaría en la dirección contraria, hacia la persona sin amor.

 

2) En cualquier caso, ¿de qué modo jugaría esa falta ── si se acepta ── en el autodescubrimiento, en la ruta de autoconocimiento?

Tengo para mí que lo haría en su imposibilidad. En ese hastío, esa fatiga e irrisión de “sí mismo”, en esa borradura de la que hablan, tan expresivamente, estas imágenes. En esa insignificancia.

Los “misterios” a los que se refiere la convocatoria se resolverían, en muchos casos, en tedio.

Sin el “otro”, sin el grupo, sin “los demás”, sin lo colectivo, el individuo, el “yo” ya no se encontraría a sí mismo. O, mejor dicho, descubriría que el mismo “sí” se reitera hasta perder sentido; hasta el absurdo.

Dicho así, quizá también resulte obvio.

 

Un desierto sobrepoblado

Vale la pena preguntarse si ese sujeto indigno de ser amado, inhábil para conocerse a sí mismo, borrado, en el límite de la significación ── o insignificante ──; si ese tedio, ese hartazgo, esa fatiga, no nos resultan ya conocidos.

Es decir, si no preexistían al 2020.

Como proyecto racionalista, la modernidad se abrió paso rompiendo, muy deliberadamente, los lazos tradicionales; la industrialización, la urbanización, la implantación de la tecnociencia, la centralización burocrática, atropellaron a la comunidad campesina, a la familia ampliada, al compadrazgo, al barrio, a los gremios, a las cofradías, a las milicias, a las feligresías, a las mayordomías, a los diversos estamentos… incluso, a las regiones… y al final, la globalización acabó vulnerando a los países.

Es cierto que en todo eso también hay como un aura de emancipación ── me parece que las feministas tendrían algo que decir sobre esto ──; sin embargo, el capitalismo y el estatismo se confrontaron con los proyectos de autonomía ── individual y colectiva ──. Lo que de verdad contaba, ahora, era la inserción del individuo en el mercado ── sobre todo de trabajo, y en seguida de consumo, donde no siempre hubo lugar para todos… ¡por muchas razones, no todas económicas! ──. Y de manera accesoria, el vínculo atomizado del individuo con el Estado ── reducido un voto esporádico… ¡y al pago de impuestos! ──.

Los mundos tradicionales ── que en México eran sobre todo indígenas, y populares ── estuvieron en la mira de los sucesivos proyectos de modernización desde las reformas borbónicas, ilustradas, del siglo XVIII, pasando por los liberales de mediados del siglo XIX ── que asestaron un duro golpe a las comunidades indígenas y campesinas, al “liberar” sus tierras comunales ──; los positivistas ── que a finales de ese mismo siglo usaron el argumento de la ciencia, en particular de la medicina, para disciplinar a los barrios “peligrosos e insalubres” ──; y los urbanistas y arquitectos modernistas que, durante el “milagro mexicano”, a mediados del siglo XX, se propusieron reemplazar a las vecindades por unidades habitacionales… Para sólo mencionar cuatro episodios.

A su vez, esas modernizaciones dieron pie a una serie de movimientos de resistencia ── de las guerras yaquis y otras revueltas indígenas, lo mismo que el agrarismo mexicano, vigentes desde inicios del siglo XIX hasta nuestros días… para sólo referir a dos de sus tradiciones más emblemáticas ──.

De un modo u otro ── a pesar de genocidios, arrasamientos, desplazamientos ── se podría decir que los lazos tradicionales se mantuvieron muy vivos, en México, hasta las drásticas, impresionantes migraciones masivas que produjeron la industrialización y la urbanización de los años 1940-1980. [ Y aún durante y después de ellas, como es sabido, se resignificaron en medio de la marginación urbana, y la economía informal, como formas de ayuda mutua[10]].

La soledad de la familia nuclear ── rota, ahora monoparental ── en inhóspitos conjuntos de torres de departamentos; la precariedad, la competencia, el individuo librado a su suerte; esas figuras de la modernidad, no se hicieron sentir en México, quizá, hasta fines del siglo XX, y con toda claridad, a comienzos del siglo XXI.

En algunos países de Europa Occidental ──no en todos ──, la industrialización y urbanización, la administración centralizada, el desarrollo tecnocientífico, la extremada individualización, la increíble sofisticación del mercado, habían dado inicio doscientos, o trescientos años atrás. Allí, ese sujeto desposeído, insignificante, indigno, víctima de la indiferencia, ya era familiar, entonces, hace cien años…

¿No lo encontramos ya al salir de la Primera Guerra Mundial? ── La imagen de Pablo Estévez, Luz es soledad, por ejemplo, nos remite a La Metamorfosis de Kafka ──. Pero, sobre todo, durante, y al finalizar la Segunda Guerra Mundial ── Camus, en particular, fue muy releído en 2020; lo mismo que Beckett, y Artaud ──.

¿De dónde viene?

Desde los años 1950 se advirtió que el “capitalismo contemporáneo”, el “neocapitalismo”, es un productor masivo de soledad, de aislamiento, de falta de afecto. Su extremada “privatización de la vida” agudiza la pregunta ¿dónde están los demás?

La sociedad capitalista moderna desarrollaba una privatización sin precedentes de los individuos, y no sólo en la esfera política, en sentido estricto. La “socialización” exterior de todas las actividades humanas, llevada al paroxismo, iba de la mano con una “desocialización” también sin precedentes; la sociedad se convertía en un desierto sobrepoblado.[11]

Durante décadas, se ocultó ese vacío con una dosis superlativa de consumo, con un impresionante festival de envolturas de colores, en tecnicolor ── en 1960 se alcanzó el pico histórico de consumo en el planeta ──. [ Una “dosis”, por cierto, en tantos sentidos comparable a la de la morfina ── y otros opiáceos ──, que se produjo para enviar masivamente a los frentes de batalla, y que luego, al terminar la Segunda Guerra se distribuyó, alegremente, en la sociedad ── en los orígenes del “narco” ──.] Es lo que Guy Debord llamó famosamente “la sociedad del espectáculo”.

Una vez que se disiparon esos altísimos niveles de ingreso/consumo, al cabo de 40 años de desmantelamiento del Estado-bienestar, de empobrecimiento programado de los países ricos, y de los ya pobres, donde se llega a niveles de esclavitud ── y sí, claro, con la pandemia de Covid-19, que en 2020 al fin paró a la máquina ──, vuelve a quedar a la vista aquel “infierno con aire acondicionado”.

Vuelve la miseria, bien conocida, de esa persona separada, indigna de ser amada, que se desconoce a sí misma; ese “yo” que descubrimos en la mayor parte de estas fotografías.

 

Seis apartados, un solo trayecto

Dicho esto, queda todo por decir. Agrupé a las imágenes en 6 secuencias que, a su vez, dibujan una trayectoria.

A cada paso me asombraba la coincidencia, la afinidad ── digamos, el diapasón ── de estas fotografías, tomadas por cientos de personas que no tenían relación entre sí ── aunque se encontraban en la misma circunstancia, ¡como el planeta entero! ──. En algunos casos, los concursantes tomaron, incluso, ¡la misma foto!

Todo esto resulta más claro cuando las imágenes hablan del confinamiento, del deseo de “roce” y “caricia”, de nuestro hastío de nosotros mismos… las imágenes son casi idénticas. No es obvio: podríamos estar hablando de la diversidad de maneras de vivir el encierro.

Los seis grupos son:

1 – Con/tacto ── Donde hay alguna relación. En casi todos los casos, se busca, justamente, de un modo táctil ── real o virtual ──.

“Casi”: en las únicas dos fotos de familia… ¡no hay contacto!

“Salir”, la imagen de Marisol Hernández, es una excepción en todas sus partes ── es la única que mira con claridad a la lente ── si bien del otro lado de la pantalla ──, y una de las pocas cuyo sentido radica en un juego de palabras ──.

Se trata de 12 fotografías ── apenas 8% del conjunto ──. La atmósfera es de despedida ── de muelle ──, de lejanía, de algo quebradizo, frágil, a punto de romperse.

Con ese “a punto” de soltarse ── o apenas sueltos ──, da inicio la travesía. Esta serie es un umbral. ── Un andén ──.

2 – Rostro ── La atención está puesta en él ── aunque se encuentre velado, oculto, difractado, y… ¡desaparecido! ──. Lo más significativo, aquí ── como en el resto de la exposición, por lo demás ──, es la ausencia de mirada: los ojos están vendados. La fotografía, tomada de espaldas. La mirada, en blanco. O movida.

Como era de esperarse, se trata del conjunto más grande de la muestra: representa el 38% de la exposición. Pero sólo en 5 de las 48 imágenes que lo integran la persona mira a la cámara, y únicamente para acentuar que… ¡no mira!

Es una mirada extraviada. Trastornada. Ausente. Ida.

Si la pandemia fue un sacudimiento, no parece, al menos en lo inmediato, haber conducido a un despertar, a una toma de consciencia, a cierta lucidez… Por el contrario, da la impresión de haber inducido perturbación, pérdida de claridad; un estado de entresueño

[ Tal vez, después de todo, el 2020 no haya sido un sacudimiento, sino lo contrario: una ralentización… ]

Vemos rostros deformados, que perdieron su “forma” ── del latín ferio, “herir, sacudir, golpear”, y del indoeuropeo dher──, vinculado con “firme”, “confiado”; relacionado, aunque se discute, con el griego morphé, “Que se aplicó en principio sobre todo al cuerpo humano y su bella forma”. El término también remitiría a Morfeo, “el que da forma a los sueños”. A morfina, y a metamorfosis ──.

3 – Cuerpo ── En esta serie de 35 imágenes ── el 23% de la muestra ──, el cuerpo es el agente expresivo. Retomamos la distorsión, la contorsión, la multiplicación, y el anudamiento con los que nos había familiarizado la secuencia Rostros ──.

Incluso, hasta la crueldad de las imágenes de Gabriela Híjar, Luz María Aldrete y José Ramón Pucheta.

Con todo, se advierte languidez ── del indoeuropeo sleg: flojo, suelto, indolente; que en griego da legein: “yo dejo de hacer” ──. Originalmente, “dejar”, se decía lexar: de allí relajar, lejos, lejano, y soslayar.

En esta serie aparece un aspecto nuevo: el cuerpo también es soporte de una intervención estética. Formalmente estética. ── Lisbet Goenaga, en Perdida en mi isla, hace una referencia a Lo que el agua me dejó (1939) de Frida Kahlo ──. En algunos casos, se buscó eso que designamos “belleza”. Hay un par de cuerpos yacientes. Apolíneos ── aunque vueltos sobre sí mismos ──.

Llama la atención que en prácticamente todos los casos donde se interviene con color a los cuerpos ── incluso en los rostros de la serie anterior ──, se haga con azul. El color de la lejanía. De la distancia. De lo que está entre dos luces. De la añoranza y la melancolía.

Y del sueño.

Pero también, del cielo, del aire libre, de la libertad. De lo infinito.

En nuestro viaje se comienza a ver más apertura.

4 – Espacio interior ── El “yo” se dice en ── o por ── el espacio; así sea ── o sobre todo porque es ── un recinto cerrado.

Quizá porque el “yo” se dice afuera, la actitud de la persona es de contemplación. Ese afuera es un adentro.

Aunque la atmósfera sea, sí, la de un largo encierro, la atención se dirige hacia la luz. La que entra por la ventana, o bien, la de unas enigmáticas, inexplicables luces que se advierten en… ¡al menos 8 fotografías! ── extrañamente, esta es una de las secuencias más largas de la exposición ──.

Esas luces, ¿son interiores? ¿Llegan de un afuera? ¿Sabemos algo de ellas?

Las ventanas ── que, en su delgada frontera, permiten justamente ver, pero “no tocar”, como en la imagen “Dentro del laberinto”, de Alejandra González ── resultan las protagonistas de esta serie.

Paloma González y Jesús Montealegre nos proponen lecturas estetizantes.

Baldomero Robles ── su imagen es el único caso donde hay trabajo ──, Izhar Gómez, Lisa Gervassi, introducen notas humorísticas de espacios saturados.

Y Rosalinda Olivares, una rara nota de ternura, en un espacio también lleno.

El Espacio interior ── representa el 16% de la secuencia total: 24 fotos.

5 – Objetos ── Ya los espacios saturados nos acercaron al objeto como forma de decir al “yo”. Es el mundo de las rendijas, de los rincones, de los residuos. De lo que va quedando.

De lo que se desgasta. Y nosotros, en ── o con ── eso.

Es el no-lugar de lo que sobra ── como uno ──.

Camas deshechas, pelusas, ropa lavada y “tendida” ── como uno mismo ──.

Es una forma de leer lo cotidiano, de verse en el residuo.

Desde luego, en esta serie de 18 fotos ── 16 % del conjunto ──, no podían faltar los objetos clínicos, emblemáticos de la pandemia, desde el cubrebocas y los guantes de látex, hasta la estremecedora libreta de atención médica del Instituto Mexicano del Seguro Social, donde no cabe una cita más.

La radiografía que describe a los pulmones al aire libre, ya nos anuncia nuestra última secuencia.

6 – Espacio exterior ── ¡La salida! Aunque no sea el fin de la contingencia. La salida, entonces, ¿de qué? ¿Del “yo”? ¿Y hacia dónde?

[ El poeta Eduardo Milán exclamó, al referirse a la pandemia ¡Nos quitaron el afuera! ¡Y el afuera radical es la poesía! ]

Por primera vez vemos juego ── no sólo el humor o el juego del fotógrafo, quizá cruel, al concebir su imagen, sino el juego-juego, porque sí ──.

Es muy significativo que ese “exterior” esté dado, aquí, definitivamente, por la naturaleza.

Manuel Bayo se interna, desnudo, en el bosque. La niña Frida Mejía se retrató en una milpa. Carmen Torres titula el espacio más abierto de la muestra ── una playa ──, “Buscando contención”: ¿se acuclilla sobre esa roca para refugiarse de esa infinitud? ¿Esa roca sería como el “yo”, al que la autora se apega?

¿O, por el contrario, busca un nuevo “continente” en ese mar, en ese cielo? ¿Busca un nuevo “yo”?

La pieza con la que se cierra la muestra no deja lugar a dudas: el cuerpo del artista se extiende hasta el infinito.

La salida ── de la pandemia, del “yo” indigno de ser amado, del “yo”-que-desconozco, de esa “desocialización” ──, estaría cifrada en una “vuelta” a la naturaleza.

Con estas 12 obras ── 8% de la exposición ── el itinerario está completo. Llegamos al otro muelle.

Desembarcamos.

 

Paraíso

Nos dimos cuenta de que las deformaciones del rostro, del cuerpo, no llegaban a ser una máscara, un disfraz: no llegaban a ser “otro”. La fatiga que denotaban era la de la mismidad. El hartazgo de ser el mismo. No hay “otro”, en uno.

No hay personaje.

No hay ficción ── del latín fingere, “modelar”; a su vez, del indoeuropeo dheigh, que da lugar al griego thinganein: “tocar con el dedo”, y está presente en el griego paradeisos… ¡ ”paraíso” !

En esta secuencia de imágenes no se toca ── es su tema ── … Se señalaría, así, una ausencia ── y un deseo ── de paraíso.

Es interesante, entonces, que el frustrado deseo de ser acariciado, de ser digno de ser amado, ese roce/ruptura hacia el “otro”, se resuelva en un… ¡deseo de absorción en la naturaleza! ── en caso de que el paraíso fuera, al menos en cierto modo, eso ──. ¿Cómo ocurrió ese salto del deseo/ausencia de “otro” al descubrirse-naturaleza? ¿Hay alguna conexión entre ambos ── que radicaría en dheig ──, modelar, hundir las manos en la masa, dar “forma” ──? ¿O son alegorías, sistemas de conceptos distintos ── quizá paralelos ──? Dejaré abierta la pregunta.

Aunque sí, me parece que en nuestra secuencia de imágenes hay, así sea por momentos, como un salto al Edén ── una palabra tan antigua que viene del sumerio edim, “planicie”, que dio en hebreo éden, “disfrutar” ──, donde nada nos separa de las demás especies, y hay “armonía” entre ellas ──; donde nada nos separa de “los demás”.

Ese jardín, desde luego, es otro tópico.

Se le ha visto al inicio y al final de la Historia.

 

Joaquín de Fiore ── el primero en hacerlo, en el siglo XII ──, vio que ese Paraíso sería la “tercera edad”, el tercer “círculo”, “la edad del Espíritu”, que vendría después de la edad de la culpa, de la Ley, y del Padre ── cifrada en el Antiguo Testamento, primer círculo ──; y de la edad de la fraternidad, del amor, y del Hijo ── que remitiría al Nuevo Testamento, en el segundo círculo ──. En la Edad del Espíritu ya no habría ni bien, ni mal ── ni Jesús, ni Iglesia, ni Papa, ni Evangelio ── porque todo sería una manifestación espontánea de… ¿la divinidad? ¿Lo sagrado? ¿Todavía habría “eso”? El mundo entero sería como un solo monasterio. La Edad del Espíritu de De Fiore introdujo, en Occidente, un sentido de linealidad en la Historia, e inspiró a “Edad de la Razón” de De Vico; a Hegel, y a la idea de un comunismo final, compartida por muchos socialistas, entre ellos Marx.

 

Para muchos, aquí radicaría el sentido mismo de la Historia ── y quizá de las historias ──: en la superación de la “separación”, del “ser-separado”.

En la superación, tal vez, del “yo”.

Y aquí volvemos sobre nuestros pasos, a Em──, a esa “absorción del todo”, a ese “ganar, distribuir por abajo”, a esa “consunción”, al inicio de este texto.

Vista así, esa ganancia, que parecía un residuo de nuestro argumento ── ¿qué es lo que se “distribuye”, y “gana”? nos preguntamos ──, nos parece ahora un hilo conductor.

La absorción en la naturaleza, el descubrirse-naturaleza está presente en nuestra secuencia de imágenes desde las series Rostros ── y Cuerpos ──; y para que no se perdiera ese segmento, más pequeño, quizá, pero significativo, decidí ponerlo al inicio de las series ──a riesgo de romper su continuidad──.

[ Por la misma razón, “Introspección”, de Amanda Hernández, y “Últimos suspiros” de Diana Cortés, abren la serie Con/tacto ──; y, de hecho, toda la exposición: ambas imágenes nos reconducen, con fuerza, al argumento sobre la voz infantil amma, y al sentimiento de orfandad, en el apartado Indigno de ser amado ].

Romper la continuidad; sí, así sea porque a) en el fondo, el 2020 es precisamente eso, y b) porque se trata de una naturaleza disruptiva ── y a la vez, absorbente ──.

El tópico es clásico, es cierto. Sin embargo, durante esos días de 2020 ── y quizá ahora mismo ── adquiere como una calidad distinta; cierta urgencia. Se habla de caos climático, de la séptima extinción ── en curso ──. Del fin del antropocentrismo. De un mundo multiespecie. De reorganizar la alimentación misma. De agroecología. De bienestar animal[12]. En suma, de una ecología política[13].

En la primavera de 2020 abrimos nuestras ventanas, y en ese extraño silencio, vimos sorprendidos el regreso de tantos pájaros, de insectos, de olores, de cielos que eran recuerdos… De osos, manatíes, elefantes…

En medio de todo, caray, tocamos el paraíso…

 

Conrado Tostado

Julio 2021

 

 

[1] https://contigoenladistancia.cultura.gob.mx/assets/uploads/blog/documentos/convocatoria-yoen2020-2020enmi.pdf

[2] El jurado, integrado por Melba Fanny Arellano Cortés, Lorenzo Heliodoro Armendáriz García, Carol Espíndola Sánchez, Yael Esteban Martínez Velázquez y Elsa Medina Castro llevó a cabo la selección de las obras en una reunión en línea el martes 9 de marzo de 2021. De los 162 autores elegidos 100 son mujeres, 15 jóvenes (menos de 21 años), y 4 niños (menos de 14 años). El acta de esa reunión se puede consultar aquí: https://centrodelaimagen.cultura.gob.mx/convocatorias/2021/descargas/2021YO2020_Acta-firmada.pdf

[3] https://dle.rae.es/consunci%C3%B3n?m=form

[4] https://www.lexico.com/es/definicion/consuncion

[5] http://etimologias.dechile.net/?consumir [ adelante, salvo indicación especial, las citas etimológicas están tomadas de las entradas correspondientes de este diccionario en línea ].

[6] Helena Beristáin, Diccionario de poética y retórica. Editorial Porrúa. Séptima edición, 1995. Entrada “alegoría”, p. 35. [ A continuación, todas las citas acerca del género alegoría provienen de esta fuente ].

https://pdfcomunitario.files.wordpress.com/2016/07/helena-beristain-diccionario-de-poc3a9tica-y-retc3b3rica.pdf

[7] https://www.universalis.fr/encyclopedie/fantasme-psychanalyse/

[8] https://desocuparlapieza.files.wordpress.com/2016/02/orominas-joan-breve-diccionario-etimolc3b3gico-de-la-lengua-castellana.pdf

[9] http://etimologias.dechile.net/?caricia [ En lo sucesivo, salvo indicación especial, las siguientes etimologías están tomadas de sus entradas correspondientes en este sitio ].

[10] Cf. entre otros, ¿Cómo sobreviven los marginados? De Larissa Lomnitz, Siglo XXI, 1987.

[11] Cornelius Castoriadis, “La société bureaucratique” (1973).

[12] https://www.facebook.com/photo/?fbid=10224265832287291&set=a.1527920151771

[13] https://17edu.org/del-antropocentrismo-a-un-mundo-multiespecie-debates-contemporaneos-en-ecologia-politica/