1. El presente
Un brazo extendido, un celular en mano, una mirada que no observa directamente sino a través de una pantalla. El cuerpo cambia su postura, adopta una nueva forma de mirar y de estar. ¿Qué implica este gesto aparentemente banal? Fácilmente reconocible, éste sugiere que la persona en cuestión está usando la cámara integrada a su dispositivo móvil para documentar algo de forma audiovisual. Primera pregunta: ¿qué documenta? La respuesta es poco alentadora si lo que queremos son certezas: las opciones son tantas como hay usuarios de dispositivos digitales. Segunda pregunta: ¿por qué documenta? Respondo con otra: ¿por qué no? Si tenemos al alcance de la mano una prótesis para producir recuerdos, ¿por qué fiarnos de nuestra memoria integrada, aquella que olvida, escinde y produce a su gusto? Tercera y última: ¿cómo lo guarda? Otra respuesta poco alentadora, pues el modo de organización de un celular es reflejo del mundo interior de cada usuario. Qué prioriza el otro, qué guarda, cómo lo guarda, por qué lo guarda así y dónde está guardado son todas incógnitas encriptadas en dos mapas neuronales simultáneos: el de su órgano cerebral y el del código que sostiene la tecnología en uso. Al final de la fiesta de cumpleaños hay cientos de imágenes, quedó grabado todo el concierto, y en el carrete de fotos hay miles de momentos aparentemente inolvidables.

