Creación


Experiencia de la inscripción

Me tuvieron en el pabellón

No recuerdo el año que me trajeron al hospital. Yo tenía 45 años cuando llegué y ya llevo 20 años viviendo aquí. Claro, mi padre, mi madre, todos mis familiares murieron ya.  Mi nombre es María Magdalena Estrada y tengo 66 años. Nací en 1948 en la Provincia de Bolívar, tuve 7 hijos de los cuales uno murió. Le dio diabetes porque también tuvo lo que llaman ahora la enfermedad de Hansen. Mi hijo tenía 18 años cuando se la detectaron. Lo recuerdo encerrado en un cuarto oscuro. Fue aceptado como paciente de aquí, del Gonzalo González. Se quedó entre tres o cuatro años. Luego se fue, se casó e hizo su propia familia. Vivo sola aquí aunque mis otros hijos aún viven.

Esto era bien feo

Había cosas que no entendía al inicio. Por ejemplo, me di cuenta de que había unos tanques grandes de cal. La gente que entraba, los trabajadores del hospital, metían los pies, los zapatos, en ese polvo, se sacudían, y así caminaban. Claro, lo hacían para no contaminarse, decían ellos que se iban a contaminar. La comida la recibíamos a través de una reja. Las divisiones estaban hechas con malla, de manera que ni la cara les veíamos. Sólo nos pasaban el plato y nada más. Así comíamos, como perros. Sí, como se le da de comer a los perros cuando están bravos o a cualquier animal bravo; pasándonos la comida por debajo.

Nadie sabe cómo le va a afectar

El pasado sí fue triste, tener que dejar a la familia. Esta enfermedad es triste. ¡Ay! Triste. Muy triste. Una enfermedad de por sí ya es triste para una persona. Esta es más aún porque uno tiene que dejar todo para aislarse. Y cuando ya se viene acá ya no existe futuro. Ya no existe nada. Todo lo que yo tenía ya se quedó ahí, donde yo vivía antes. Hasta mi marido se quedó. Uno se hace a la idea de que todo lo que deja atrás, todo, se pierde. Y, pese a eso, yo aún sigo casada. Desde que tengo 20 años. De ahí tuve mi primer hijo. Mi marido ahorita está operado de la vista, entonces está con mi hijo. Porque aquí no puedo ni recibirlo ni atenderlo, entonces está donde mi hijo. Pero él vive allá, en mi ciudad.

Lo difícil

Lo difícil de la enfermedad ha sido las restricciones que nos han impuesto, sobre todo para las parejas. Han pasado tantos años así, que ahora, a esta edad no se espera ya nada del futuro. Sólo esperar la partida de este mundo. No podríamos pensar en algo más para la vida. Quizá lo único que queda es que nos dejen quedarnos aquí y que nos apoyen en nuestros últimos días para morir con dignidad. Nos han tenido con muchas amenazas, de que nos van a botar, de que nos tendremos que ir. Nosotros no tenemos la culpa de esta enfermedad. Quizá falta que los compañeros estemos más unidos, para reclamar en conjunto nuestros derechos.

La gente no debía estar cerca

No nos dejaban salir y hasta nos regañaban si veíamos a una chica. Nos decían que los hombres no debemos estar muy cerca de las mujeres. Nos decían que en general la gente no debía estar cerca de nosotros. Ponían ese temor en la gente de afuera para que se fueran. Eso tuvo un impacto grande en la vida íntima de uno. Si no cumplíamos con las reglas, nos amenazaban con sacarnos. ¿A dónde íbamos a ir? Teníamos miedo de salir de aquí y entonces preferíamos obedecer lo que nos imponían. Y a esta edad, pues aún más hay que obedecer. Ya estando viejos ya casi no hay proyectos y más si estamos enfermos.