Blog de la Caravana

Extemporizar: la improvisación en los territorios de la ñ

Siempre se comienza por el medio; cualquier acción no es sino una tentativa. Siguiendo estas máximas de la improvisación, parto con una reflexión parcial, siguiendo el ritmo propio de la escritura, sin otra pretensión que la de elaborar una invitación –o, mejor dicho, una llamada, para usar una noción central en la música negra– a atender y ensamblarse con las actividades que comenzamos a desarrollar en el área de Estudios de la improvisación del Instituto.

 

Afirmar que la vida, la subjetividad y lo social tienen un carácter improvisatorio quizás es decir demasiado –signo del exceso que recorre toda improvisación, como ansiedad por encontrar el momento adecuado para entrar o salir del silencio, y como resto, en cuanto práctica incómoda para el canon occidental–. No obstante, esta afirmación excesiva indica algo importante: el carácter procesual, relacional, plástico y no totalizable, tanto de la experiencia cotidiana, como de lo social y en general de todo lo viviente. Sin serlo todo, la improvisación designa un potencial capaz de contagiar cualquier actividad. Quizás se trata de un gradiente de movilidad y flexibilidad, una manera de proceder, que interviene sobre la tradición (o la memoria), multiplicando los posibles y actuando como catalizador de mutaciones y revoluciones internas a un sistema particular. Nombra también un tipo específico de práctica, necesariamente encarnada, que implica cierta interrupción del continuum del tiempo para permitir la emergencia de algo otro –más que nuevo, insospechado, porque implica una reelaboración del pasado y lo heredado–. Es justamente en ese sentido que para Derrida se trata de una práctica imposible –pero a cuya defensa él aún así se comprometía, tal como lo expuso en una entrevista realizada en 1982–: imposible en tanto supone el funcionamiento de una trama pre-escrita –voces que hablan en el lugar de–, lo cual pone en tela de juicio la declarada búsqueda de l_s improvisador_s por producir algo nuevo.

Improvisar es extemporizar: hacer que el tiempo se tuerza sobre sí, saliéndose de quicio pero, paradójicamente, permitiéndonos situarnos de manera más decidida en el presente –un presente expandido, diferido–. “El tiempo no es sólo el ahora, sino también el antes y el después”, afirma el improvisador David Toop en su libro En el maelström. Música, improvisación y el sueño de libertad antes de 1970. De alguna manera, la extemporización está vinculada con aquel salto de tigre con el que Benjamin –aquel filósofo con buen oído para la improvisación– describía el modo de actuar tanto de la moda como de la revolución y la mirada dialéctica, comprendida como cuidado para con el pasado. Para ponerlo en términos de Deleuze y Guattari –pensadores fieles al ethos colaborativo propio de l_s improvisador_s–, se trataría de una práctica que permitiría una salida del tiempo de los relojes, cronos, para hacer que irrumpa kairós: el tiempo del acontecimiento, el tiempo del actuar oportuno. (¿El tiempo im-pre-visto o siempre huidizo a la mirada anticipadora?)

Es precisamente debido a esta capacidad que la improvisación tiene de crear líneas de fuga y de motivar o acompañar procesos de crisis/crítica (artísticos, estéticos, políticos, subjetivos), que el Instituto ha creado un área dedicada al estudio, difusión y promoción de las prácticas improvisatorias. Nos proponemos generar un espacio heterogéneo de encuentro entre artistas, pensador_s, gestor_s, creador_s y personas entusiastas de este amplio conjunto de prácticas. Nos interesa tanto cartografiar y reflexionar sobre las prácticas improvisatorias en nuestros territorios –los cuales hemos decidido marcar con aquella letra singular, incómoda, que es la ñ–, en tanto una práctica con una fuerte carga (infra)política, como el situarnos desde la improvisación para interpelar –y escuchar, como si de un jam se tratara– otras disciplinas. Así como en el campo de la música la improvisación es un elemento transversal a las tradiciones de pueblos sumamente disímiles, distribuidos a grandes distancias tanto geográficas como temporales –pensemos en el bebop, el canto cardenche, Bach, el freestyle rap, Pauline Oliveros, el noise punk, el gamelán, etc.–, resulta estratégica en tanto noción y práctica para motivar conversaciones entre las distintas artes e incluso allende éstas. Efectivamente, la improvisación es un lente útil desde el cual interrogar la adaptabilidad humana frente a entornos cambiantes, así como para pensar nuestra agencia colectiva para alterar el campo de lo social y la posibilidad de construir comunidades en donde la diferencia no sea totalizada de manera dialéctica. Es, además, una de las expresiones más claras de la espontaneidad, creatividad y libertad humanas, poseyendo así no sólo una dimensión (infra)política, sino potenciales terapéuticos –del que varias tradiciones de teatro improvisado han sabido sacar provecho–. Así, si bien no es sinónimo de la vida, sí nombra un impulso que es fundamental en ésta.

La creación de un área de estudios dedicada a la improvisación responde también a la preocupación de 17 por lo residual con respecto al saber. Aunque es cierto que actualmente el campo comienza a gozar de cierta validación al interior de la academia –manifiesto en la publicación de Handbooks y Readers centrados en los critical studies of improvisation–, la impro no deja de nombrar una serie de prácticas extrañas, de difícil manejo por parte de las instituciones artísticas y la academia. Frente a una tradición que ha sospechado del cuerpo, ha concebido al arte desde la figura del genio solitario y ha asumido al texto como espacio del saber, la improvisación, en tanto práctica encarnada, procesual, colaborativa, efímera y creadora, ha sido siempre vista con desconfianza. No es casual que la historia de la improvisación esté vinculada con la historia de poblaciones oprimidas, como las poblaciones negras en todas las Américas o las comunidades gitanas en Europa. Acto de resistencia, la improvisación históricamente ha sido una práctica de supervivencia. Como lo sostienen Fischlin, Heble y Lipsitz en su libro The Fierce Urgency of Now, se trata de crear algo a partir de nada, leyendo las posibilidades ocultas en la adversidad, manteniéndonos flexibles y esperanzad_s frente a panoramas cambiantes. Parafraseando a Monsiváis, quizás se trataría de una manera de ritualizar el caos con el que cotidianamente convivimos en México (si no es que en todos los territorios de la ñ), y en el que él reconocía cierto potencial emancipatorio. Es en ese sentido, que la improvisación se revela como una práctica decididamente imaginante, útil para buscar salidas al impasse del presente, e igualmente llena de potencia para la movilización de la libido y la re-erotización de nuestro mundo. Bajo su forma de libre improvisación, más que presentarnos metáforas de lo político opera como un laboratorio social, en donde la diferencia se afirma en tanto diferencia. Espacio de experimentación de relaciones sociales, la improvisación libre es, como John Zorn lo subraya en el documental de Derek Bailey On the Edge, capaz de magnificar las relaciones de poder, pero también posibilita, a pequeña escala y de manera efímera, practicar formas de relacionarnos nominalmente no jerárquicas, basadas en los principios de escucha mutua, riesgo y co-creación. En palabras de Toop, se trata de una “dinámica potencialmente transformadora”, en la que “la escucha genera escucha”, es decir, la captación de lo singular del presente en cada ocasión.

A pesar de su imposibilidad, la impro ocurre decididamente en los territorios de la ñ; siendo la práctica más antigua dentro de la música, ha sido catalizadora continua de varias de las mayores vanguardias. Práctica paradójica, en la que estados inconscientes de trance conviven con momentos de la más aguzada conciencia, se antoja como una práctica capaz de producir inéditas alianzas críticas: polifonías que no necesitan de un centro tonal que las ordene. Parafraseando a Sun Ra: frente al agotamiento de lo posible, quizás convenga apostarle a lo imposible, esa posibilidad oculta siempre latente en la vida misma…

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Río musgo gota

Es imposible determinar su ubicación exacta en el cielo, pero pasan, a veces a ras del suelo, otras más allá de las crestas de las montañas, en distintas regiones del planeta. Sobre el bosque nuboso de Oxapampa, en la Ceja de selva peruana, también ocurren. Alrededor de 1992, alguien dio el nombre de “Ríos voladores” a esas masas de humedad semitransparentes -tan benéficas como mortales según su momento, lugar de aparición y volumen- que hasta ahora no han dejado de circular.

Estoy caminando entre los 2,500 y los 3,000 metros de altura sobre el nivel del mar, en algún punto alrededor de las coordenadas -10,-75 buscándolos. En mis pies llevo botas plásticas que habrán de proteger mis pantorrillas cuando se hundan en los terrenos fangosos cercanos a los musgos. Son ellos, los musgos, quienes almacenan toda esa agua que percola en la montaña cada vez que el cuerpo de un río volador, indistinguible del río vecino, toca la superficie de una hoja, el tronco de un árbol o una piedra, se condensa y chorrea. Entonces aparece el goteo.

Si se piensa en música, el goteo es sonido discreto, carece de la continuidad análoga de, por ejemplo, un río de agua. El goteo es una suma de interrupciones, lo extremadamente particular en repetición, la constancia de la parte.

Ríos voladores, musgos y gotas trazan circuitos no reproducibles en un mapa exacto, que atraviesan las vidas humanas y no humanas de sus entornos cercanos y también de los lejanos. Su ritmo es acaso una cifra, un modo de contabilidad del tiempo sin equivalencia dibujando tanto la posibilidad de la existencia como la figura de la pérdida.

Les invito a ver el video “Bosque nuboso”, parte de mi trabajo en curso Otras partituras del agua que, en el marco de investigación de la Red Meteorológica Mundial, intenta adentrarse en ese metrónomo natural.

Agua, Amazonía, Bosque Nuboso, Crisis climática, Luz María Bedoya, Música Experimental, Otras Partituras del Agua, World Weather Network

Devenir escritura 

Palabras pronunciadas el 7 de septiembre de 2023, en ocasión de la Instalación del Archivo Néstor A. Braunstein en el Centro de Documentación e Investigación Judío de México (CDIJUM), Ciudad de México. La grabación de la ocasión permanece aquí

Bienvenidos todos, todas, todes. Es un gusto enorme estar aquí con ustedes. Agradezco su presencia, lo mismo que la presencia de la directora de este Centro de Documentación e Investigación Judío de México (CDIJUM), Tessy Schlosser, como la de Daniel Koren, desde París, y la de Sergio Rodia, aquí mismo.


Es irónico que dispongamos exactamente de 50 minutos para este acto de Instalación del Archivo de Néstor A. Braunstein, como si de una sesión psicoanalítica freudiana se tratara. Pues lo que está en juego sin duda se presta mucho más al tiempo lógico tematizado por Lacan, que al tiempo cronológico. Pero ahí tienen ustedes: la vida, que siempre ha de interpelarnos.

Éste, que es un acto inaugural, es para muchos –para mí también– a la vez el primer acto público luctuoso por la partida de Néstor A. Braunstein quien, como es de común conocimiento, decidió irse hace exactamente un año, en la ciudad de Barcelona, España. 

Así lo dio a conocer en una comunicación privada, que –debido a una serie de motivos de los que el propio Néstor se ocupó largamente, con mucha profundidad, a lo largo de más de diez años– pronto se hizo pública, en el entorno digital. Quedó entonces, como un punto a debatir: ¿este resonante texto de despedida, el “Addio”, forma, o no, parte de su corpus?

Personalmente, pienso que sí, que el “Addio” en efecto pertenece a su producción autoral. En todo caso, privado o público (¿y qué no es a la vez privado y público para el psicoanálisis?), este último escrito puede leerse como un manifiesto. Lo que nada de raro tiene, tratándose de Néstor. Claramente, él no sólo pensó largamente acerca de los por qué y los cómo de su propio fallecer, sino que los escribió y nos los ha dado a leer, meditar y debatir. No dudo en considerarlo, incluso, como una suerte de último acto analítico. 

¿Pero habrá sido el último? El archivo que hoy instalamos es, centralmente, el acervo de un escritor. Verán que esto tiene una importancia particular. Tratándose de un archivo, bien puede venirnos en mente el título del reciente libro de Javier Guerrero a propósito de los archivos de varios literatos latinoamericanos, Escribir después de morir. El sintagma capta la vitalidad constituyente, y no sólo constitutiva, de los archivos, vitalidad que quiero subrayar precisamente en este acto, que es también un acto de duelo. 

Más propiamente, sin embargo, quizás lo que este acto marca es el definitivo devenir escritura de Néstor, lo que no es sino un alumbramiento. Como él mismo ha explicado: leo, por ejemplo, un pasaje suyo tomado de “Ningún ‘retorno a lo inanimado’”, intervención preparada para una reunión a celebrarse, como dice él, en el  triste año 2020 a propósito de los 100 años nada menos que de Más allá del principio del placer, la inmensa contribución de Freud. Al no verificarse ese encuentro, Néstor publicó el respectivo texto en su blog, recién en abril del 2021: 

Para ser, si puedo, más contundente, propongo, en términos a la vez próximos y distantes de los de Freud, que las pulsiones habrán completado su misión no por el retorno a lo inanimado sino por la producción de un nuevo e inédito inanimado, engendrando un cúmulo de restos inertes, que son y quedarán como trazas, desechos, excreciones del pensamiento viviente, destinados a sobrevivir a los cuerpos mortales de hombres y mujeres. La pulsión culmina en la escritura de su fracaso. (…) Un avance desde el inanimado inorgánico que hubo antes de la vida a otro inanimado, sin relación con el primero, que persistirá más allá de la vida. (…) En síntesis: No retornamos a lo inanimado. Vamos hacia ello escriturando la vida. Es la irresistible pulsión de muerte.

Ya lo ven. Néstor no sólo hace un manifiesto de su partida, sino que articula de antemano su propia muerte como un acto escritural. De donde se desprende que su archivo, el archivo de un escribidor –cuyo quehacer en, y por, el psicoanálisis no podría entenderse sin su orientación gramatológica– no es, ni puede ser un incidental. Como tampoco nuestra instalación del mismo, que es su inscripción en lo que en la tradición judía llamamos el Libro de la vida

¿Será irónico, entonces, que su archivo quede instalado, bajo la figura de un comodato, precisamente aquí, en el Centro de Documentación e Investigación Judío de México, al ser él alguien, como dice Groucho Marx, que nunca pertenecería a un club que lo admitiera como socio, tal como Néstor dejó claro siempre, en todos sus clubes de adscripción?

Como expresó hace unos días en una comunicación personal la entrañable Betty Fuks, autora de Freud y la judeidad. La vocación de exilio, obra traducida por Sonia Radaelli y publicada en México a instancias de Néstor: «No podría haber un lugar más adecuado: Néstor era un judío no judío… es decir, disfrutaba, como Freud, de algo que para ambos era del orden indecible: una judeidad comprometida sólo con el devenir-judío.»

“Nada cabe agregar”, al menos por ahora. “De ahí el obligado paso a la escritura aquí rubricado con mi signatura.” Son éstas las últimas palabras del “Addio”: nuestra instalación del Archivo Néstor A. Braunstein consiste justamente en el rubricado definitivo de su signatura, allí donde el nombre del archivo corresponde a su nombre propio.

¡Pero hay tanto de qué hablar!

Por eso, en colaboración con el CDIJUM, una vez instalado este precioso archivo que, desde ahora, podrá recibir toda suerte de documentos relativos a la obra y la persona de Néstor, en 17, Instituto de Estudios Críticos, del que Braunstein fue Consejero fundador, lo activaremos de múltiples maneras. Así haremos a través del área de Estudios de la historicidad, bajo la coordinación de Andrés Gordillo, en compañía de colegas como Francisco Robles Gil. Basta una sola pregunta para comprender la oportunidad de tal activación: ¿por qué y cómo es que, hasta ahora, el psicoanálisis en México no ha hecho archivo, al menos públicamente?

Por eso, también, en virtud de lo mucho que hay para decir, es que el trigésimo sexto coloquio de 17, Instituto, a celebrarse al final de este próximo enero, 2024, estará dedicado a Néstor A. Braunstein. 

De un modo no poco borgiano, Néstor no solo nos legó la biblioteca de sus libros firmados, y la biblioteca –indefinidamente escribible, para decirlo con Barthes– que los nutrió, sino también esa otra biblioteca, inconmensurable a la vez que concreta, inscrita por el manifiesto de su partida y la sostenida anticipación de su propio devenir escritura. Esto nos deja, tiernos lectores que somos, ante una labor terminable e interminable a la vez que infinitesimal e infinita, como sólo podría ser, dado nuestro deseo -paradójicamente común- de la diferencia absoluta. 

Evoco para concluir los nombres de tres apasionadas escribidoras que fueron en su momento compañeras de Néstor: Frida Saal, Tamara Francés y Elsa Andrade Heymann, quien felizmente vive.

Mi reconocimiento a Enrique Schmelnik y Tessy Schlosser, sucesivos directores del CDIJUM, quienes nos recibieron con tanta generosidad y conocimiento de causa. Gracias también a mis compañeros archivistas Koren, Rodia, Robles y Gordillo. En lo personal, quiero agradecer asimismo a mi amada Beatriz Miranda, como también a Susana Bercovich, Jessica Bekerman y Ana Hounie, a la par de todas esas decisivas presencias sigilosas, sin las cuales esta instalación no habría sido posible.

Traté a Néstor a lo largo de más de treinta años y puedo decir que fue un periplo increíble, y un inmenso privilegio.

Muchas, muchas gracias.

17 Instituto de Estudios Críticos, Archivos, Benjamín Mayer Foulkes, Betty Fuks, CDIJUM, Duelo, Escritura, Estudios de la historicidad, Néstor A. Braunstein, Psicoanálisis, Pulsión de muerte

+1, esperanza e infraestructura

Palabras de bienvenida al XXXV Coloquio Internacional de 17, Instituto de Estudios Críticos, “Imaginación Crítica”, coordinado por Eleonora Cróquer Pedrón. Lunes 26 de junio de 2023, Colegio de San Ildefonso, Ciudad de México. El evento ha quedado editorializado aquí.

Quisiera referirme brevemente al estado que hoy guarda nuestro Instituto y, como ya es tradicional, relacionarlo con el tema que nos convoca. No puedo dejar de notar cierta propiedad peculiar de la cifra XXXV –35–, que parece muy redonda, pero que en nuestra propia base, la base 17, supone multiplicar 17 x 2 y sumar + 1. Este +1 no deja de llamar mi atención. Tiene que ver, primeramente, con el Principio esperanza referido en el pasaje de Georges Didi-Huberman elegido por Eleonora Cróquer Pedrón como epígrafe del encuentro:

 

Se trata (…) ni más ni menos, de repensar nuestro propio “principio esperanza” a través de la manera en que el Antes se encuentra con el Ahora para formar un resplandor, un relampagueo, una constelación donde se libera alguna forma para nuestro mismo Futuro.

El propio Principio esperanza consiste en algún sentido en suponer que, ahí donde todo parece estar perdido, siempre puede haber un +1, algo que no había sido tomado en cuenta, una consideración de la cual no estábamos advertidos.  

A la vez, el +1 también remite a la coma en el propio nombre de nuestro Instituto: 17, Instituto de Estudios Críticos. Grato recordar aquí el memorable desarrollo que a propósito suyo nos ofreció nuestra querida amiga, artista y consejera brasileña, Elida Tessler, en 2007, en el curso de nuestro III Coloquio. Desde entonces, hemos explorado la coma profusamente, en la medida en que abre infinidad de espacios precisamente ahí donde no parecía haberlos. La coma es el +1 bajo otra forma.

Asimismo este presente que habitamos, de excepción, se presenta bajo la forma de una suerte +1. Hoy vivimos boquiabiertos, si no es que directamente asediados, y, desde el Instituto –un observatorio y un laboratorio– no dejamos de registrar sus efectos ni de sentirnos interpelados por las mutaciones del temporal. El conjunto de estos cambios nos han enfilado, desde hace una década, a replantear la concepción y organización de nuestro quehacer, a fin de reforzar su instalación

Ya lo decíamos: En 2001 hacía falta un Instituto, hoy hace falta además una mutual. Dicha mutual tiene ahora un nombre certero, Ensamble Crítico, y comienza a dar sus primeros pasos. No es casual la resonancia entre el título de este coloquio y aquel del coloquio XXXI: “Imaginación crítica” e “Imaginación económica”. De un modo orgánico nos hemos enfilado hacia la consolidación de la infraestructura que corresponde a nuestra iniciativa. Se trata de que el +1 no opere de manera incidental, sino toral. Repetimos así en un nuevo ámbito, a otra escala, el gesto fundador del Instituto: que el +1 quede ubicado en el centro de las posibilidades de nuestro pensamiento y quehacer, en vez de ser permanentemente perseguido por los administradores y, por ende, quedar relegado a los pasillos.

Con ello propongo una primera anotación relativa a la reflexión convocada por el encuentro que comienza: el tránsito del impasse al pasaje referido en el subtítulo del coloquio implica un movimiento inaugural infinitesimal. Me refiero a la diferencia entre la escena que corresponde al impasse –el aparente callejón sin salida enfrentado– y el pasaje que supone haber hallado una efectiva salida conlleva un invisible anterior, que después se torna visible. Aunque en principio no sabemos cómo pasar del impasse al pasaje, el camino está ahí de antemano – en una suerte de punto ciego que no puede dejar de recordarnos aquella figura que presidió la fundación de 17, el fotógrafo ciego. 

¿Pero qué es lo que hace falta para que ese invisible presente de pronto pueda ser atisbado por nosotros? Imaginación, precisamente: la diferencia entre el impasse y el pasaje sería un cambio de perspectiva, una modificación óptica, mínima pero decisiva. Ese cambio, de foco, de luz –sutilísimo– es un acto de imaginación que, para efectos de nuestro quehacer, concebimos como un acto de imaginación crítica. Entre otras cosas, porque se trata de un acto de imaginación que –en el sentido del registro Imaginario al que se refiere Lacan– desimaginariza –esto es, descompleta, fragmenta, reduce el brillo y la ficticia nitidez de– el Todo. Lo que supone un repliegue y la aceptación de un punto ciego, como factor permanente y constitutivo. Pues lo que nos impide ver es, de hecho, nuestra certeza en lo que vemos, nuestra fe en lo que suponemos ahí. Eso mismo es el impasse, la burda creencia que lo que vemos es lo que es. Por eso el pasaje suele implicar cerrar los ojos, tomar el pulso de lo que no vemos y entregarnos –en el elemento de la incompletitud– a un acto de imaginación. 

Eso exactamente es lo que tiene lugar ahora en 17. En el tiempo, a partir de una interrogación sostenida sobre nuestra economía, que siempre fue empecinadamente autogestiva, nos percatamos de que era necesario desimaginarizar la pregunta, descompletar la aparente unidad de la cuestión. Así fue que la plataforma para nuevas iniciativas Critical Switch, que hoy comienza a tener presencia pública, surgió como un modo de fortalecer nuestras iniciativas y hacernos de recursos, asegurando que las aportaciones económicas para los proyectos pudieran ser más pequeñas y más diversas, para que no quedáramos presa de las agendas de los grandes financiamientos estatales, privados o de cooperación. Una primera Iniciativa  asegura hoy los recursos para concretarse: el primero de dos o tres libros de nuestro difunto amigo y colega Alejandro Cheirif. La rueda de Critical Switch comienza a girar con base en iniciativas que, una a una, dan lugar a sus propias comunidades de colaboración y apoyo, diversas y parciales. 

¿Pero qué pasa con la comunidad integrada por las agrupaciones organizadas, una a una, en torno a iniciativas específicas? En síntesis, dará lugar a una alianza imaginativa –crítica y económicamente– capaz de impulsar no solo proyectos en particular, sino todo un cauce de ellos, según la tónica por la que a lo largo de dos décadas nos hemos vuelto conocidos. Con ello no sólo se trata de volver viables nuestras propias iniciativas, sino también las de otros, que podrán valerse de esta infraestructura para concretar apuestas intelectuales, creativas, sociales y ambientales en una gama de escenarios al final impredecible. 

Aquí aparece de nuevo el +1. Sabemos que Critical Switch y el Ensamble tendrán muchos usos, pero no sabemos exactamente cuáles serán: ésa precisamente es la esperanza que depositamos en ellas. Programáticamente, lo que queremos poder lograr con ellas de entrada es fortalecer las comunidades social, cultural y académica de América Latina, para remontar el impasse de su precarización. Más ampliamente, deseamos dar lugar a una amplia alianza social y económica orientada por aquello que a lo largo de tantos años hemos denominado la crítica instituyente. 

Anhelamos establecer una plataforma capaz de fortalecer a la sociedad civil mexicana y latinoamericana frente a la creciente incertidumbre y los llanos peligros a los que no logran responder ni el Estado ni el Mercado. Queremos habilitar un dispositivo más amplio que el Instituto, capaz de incorporarlo a la par de muchas otras personas y organizaciones con el fin de responder a los brutales impasses que enfrentamos local y globalmente en este siglo XXI. 

Naturalmente, el Instituto seguirá jugando su papel. En ocasión del encuentro “Imaginación económica”, figuramos la relación entre el Instituto y el Ensamble en términos de una cabeza que se haría de un cuerpo, capaz de permitirle afianzar su relación con tantos otros cuerpos, con el fin de lograr una capacidad práctica allende su vocación por el cultivo de las ideas (en lo que en la Universidad puede vivirse como una suerte de impotencia académica). El Ensamble tiene el sentido de poner ruedas a lo que puede hacerse en y desde el Instituto – lo que, dialécticamente, sin duda dará pie a nuevas interrogantes.

Me he extendido con el fin de subrayar el modo en que el propio Instituto se halla implicado en el planteamiento que anima el presente coloquio. Uno de los recursos más importantes con los que contamos es un marco organizativo que continuamente quiere someterse a los rigores que las investigaciones y reflexiones que lo habitan. Por otra parte, es claro que el Ensamble sólo podrá despertar a la vida apoyado en las dos largas décadas de historia del Instituto y su Caravana en términos de confianza, indicadores y logros de distintos tipos.

A lo largo de nuestra historia han pasado por la Máquina de Escribir, nuestra plataforma de formación en línea, una legión de estudiantes y otros participantes Hoy siguen nuestras redes sociales una enorme cantidad de personas. Esto importa porque nos proponemos impulsar el Ensamble en diálogo con quienes ya han vivido la experiencia brindada por 17, o tienen ya una idea más o menos clara de lo que hacemos y lo que nos anima. Explicar el Instituto en público o en privado siempre ha sido desafiante, pues la ponderación del factor +1 y sus efectos exige ser vivenciado. De donde la ventaja de contar con quienes ya lo han hecho, de más cerca o más lejos, en este escenario en que el Instituto propone una suerte de división celular de su propia experiencia, largamente probada. 

Procuraremos que quienes ya participan de nuestra Caravana comprendan nuestro giro y puedan dejar atrás cierto impasse y hacer un pasaje mediante un infinitesimal cambio de perspectiva que, como ya subrayé, no es una metáfora. Hasta ahora nos hemos relacionado en los términos brindados por el Instituto: como participantes de actividades investigativas, formativas, editoriales, radiofónicas y demás. Sin embargo, bien visto, éstos suponen un recorte particular de nuestros quehaceres y personas más amplias: el prometido ensanchamiento en la perspectiva supone preguntar a los propios caravaneros por sus intuiciones, intereses, propuestas y deseos de vinculación con otros. Sumando, además, una serie de preguntas muy llanas, relativas a sus bases materiales y modos concretos de subsistencia: ¿qué comes?, ¿cómo te vistes?, ¿cómo te abasteces y por qué?, ¿qué más requieres?, ¿qué preferirías?

Entonces, ¿bajo qué condiciones podríamos agruparnos para sostenernos con mayor fortaleza, de un modo críticamente pertinente? ¿Qué nos impide ensamblarnos con miras a ello, como hacemos para otros fines? Vaya atisbo: no hemos de interesarnos solo en nuestras cabezas, sino también en nuestros cuerpos. Porque, como sabemos desde siempre, nuestros cuerpos están en juego de antemano. ¿Qué impediría esta ampliación, hasta ahora soslayada, en lo individual y lo colectivo?  Si apenas una fracción de todos cuantos han conocido el tenor de nuestra iniciativa participan de este proceso, bien podremos comenzar a promover el esquema más ampliamente en excelentes condiciones.  

Mi invitación es a comprender el infinitesimal –e infinito– cambio de perspectiva que implicará el tratarnos integralmente como las personas que somos. A lo largo de muchos coloquios hicimos precisamente eso, en una reunión sin agenda, una cita +1, en que se hablaba libremente de lo que surgiera entre todos los ahí reunidos. Lo intempestivamente surgido solía ser apasionante, además de vivamente pertinente. Relacionarnos como personas, más allá de nuestros roles institucionales asignados, de eso se trataba. Como de nuevo ahora, allende el perímetro de la institución. 

Convoco así al conjunto de los caravaneros, así como a cualesquiera otros en general, interesados en involucrarse en este proceso, manifestando su interés, sumándose a su esclarecimiento, vinculándose y aportando lo que consideren, a modo de un vivaz enjambre de luciérnagas. 

+1, 17 Instituto de Estudios Críticos, Benjamín Mayer Foulkes, Caravana, Ensamble crítico, Imaginación crítica, Imaginación económica, Mercado Flotante, Mutual

Sobre Filosofía e inscripción de Omar Espinosa Cisneros

Hay complicidades que no se pueden negar y da gusto reconocer. Omar y yo hemos coincidido en estudiar la misma carrera en la misma universidad, casi al mismo tiempo, más o menos con los mismos profesores y casi durante los mismos años. Nos introducimos al siglo XXI dando la bienvenida a la filosofía en nuestras vidas y hoy, veinte años después, estamos de nuevo juntos, coincidiendo más o menos en todo, pero con una diferencia fundamental y agradable: fui invitado por él a participar en la presentación de su más reciente libro.

 

Casi en todo, decía, coincidimos, ya que ahora también los dos somos profesores de universidad e intentamos en la medida de lo posible ser investigadores, con sus pros, sus contras y las dificultades de las que él da cuenta en la obra que hoy nos reúne aquí y la cual ha resultado para mí una epístola al estilo de uno de los grandes maestros de la helenística, Epicuro.

Lo que trato de decir con lo anterior es que este libro es una carta filosófica dirigida tanto a la filosofía como a quienes nos dedicamos a ella. Y, así como los helenistas y los grandes humanistas, Omar escribe también para invitar a todos a pensar en lo que hay de más valioso en el mundo que habitamos y que ha quedado, si no olvidado, sí oculto u opacado: la vida. La vida en el sentido clásico griego, es decir, la zoé. ¿Qué hay de especial en esto? Yo creo que mucho.

Supongo, y aprovecharé con esto para hacer un homenaje a uno de nuestros más queridos y admirados profesores, el finado Enrique Hülsz Piccone, que Omar tiene presente una de esas primeras clases en las que éste discurría acerca del origen de todos los conceptos y cuestionaba el predominio del discurso cientificista que identificaba y limitaba la vida en un sentido estrictamente biológico. Si tomamos en cuenta que el Dr. Hülsz fue discípulo de otro maestro entrañable, Don Eduardo Nicol, es posible identificar la veta fenomenológica de la que nuestro autor se nutre y sobre la que continúa su propia indagación. Debo advertirles que esta obra no se trata de una simple reproducción del pensamiento; como Omar señala en su libro, el pensamiento es recreación, lo cual yo también entiendo como una creación novedosa. Aquellos primeros de los que hablé antes pensaron sobre su propio acontecer; nosotros, discípulos directos e indirectos, continuamos con esta reflexión acerca de lo que acontece, pero eso implica poner la atención sobre el devenir y la actualidad en la que vivimos.

Escribir, también nos dice el autor, constituye un acto, una actividad de creación que, sin remedio, implica estar acompañada del pensar. En este sentido, los filósofos han pensado y escrito para transmitir lo pensado, pero ese pensamiento, pese al intento de perdurar que conlleva la escritura, no se mantiene estático. Lo pensado deviene escrito y esto sucesivamente deviene pensamiento, con lo cual, el pensamiento se prolonga, se proyecta y se mantiene vivo, es decir, latente. Los filósofos nos mantenemos pendientes de esa proyección. Leemos para intentar comprenderla, identificar su origen y su finalidad, pero esto nunca se cumple del todo. Filosofar requiere mantenerse a la escucha. Por eso, Omar nos transmite un mensaje para llamar nuestra atención, la de filósofos y no filósofos, sobre aquello que, ya decía yo al comienzo, es lo más valioso del mundo, pero pareciera que nadie le da ya importancia: la vida.

Es por esto que, mientras leía el libro, pensaba en hacerle un reproche al autor, si no es que una sugerencia tardía e inútil, pero con la más auténtica sinceridad e inquietud: ¿por qué no lo has titulado Vida e inscripción? Tras dialogar a través de las páginas de esta obra tuya, Omar, fui comprendiendo que la vida se refiere a eso oculto que impulsa a que, a pesar de todo lo adverso y lo terrorífico, los seres continúen vivos, me di cuenta de que no había error en el título: la filosofía es vital para todos, aunque, suele pasar, sólo algunos pueden darse cuenta y muchos menos pueden entregarse totalmente a ella. La filosofía ocupa el lugar de la vida para algunos, en tanto que nos impulsa y llena de vigor mientras la vivimos.

Lamentablemente, como también señalas, el mundo actual exige de nosotros un desgaste del que no tenemos control. Tal parece que alguien encendió la maquinaria del progreso y no hay manera de detenerla. Esto también se revela en tu recuperación del análisis de la existencia de Heidegger. Nos hemos olvidado de pensar el mundo y con ello hemos perdido la capacidad de recrearlo. En cambio, nos dedicamos a reproducirlo y, para ello, se nos ha impuesto el tener que emplearnos en su mantenimiento y administración. Somos obreros, mano de obra, empleados, despojados de la vida misma, del entusiasmo por hacer y por no hacer, del gusto de imaginar, soñar y transformar el mundo. La fantasía y la imaginación son también propiedad privada y requiere de que acumulemos para tener acceso a ello, ya sea para realizar algo o para disfrutar de su resultado. El ingenio está gobernado por la utilidad y eso nos lleva a la reproducción de normas a las que paulatina y perennemente no nos atrevemos a cuestionar. La normalidad obliga a mantenernos sobreviviendo en este mundo, aunque para ello haya que morir o dejar morir. Nuestras opciones quedan, así, limitadas a sobrevivir para no morir, aunque en ello vaya de por medio el vivir mortificados.

Ante este escenario, nos invitas a reflexionar sobre lo que acontece, es decir, a realizar uno de los actos más peligrosos contra las formas de la normalización: continuar pensando. Para ello, escuchas y nos transmites lo que has escuchado para que nosotros también escuchemos; abres este claro en el bosque, este momento de serenidad, en el que podemos encontrarnos para escuchar las historias de los que sobreviven radicalmente en este mundo.

Escuchar es un acto amoroso y valiente, Omar. Como dices, no sabemos si estamos dispuestos o preparados para lo que vamos a escuchar, y debemos preguntarnos también esto antes de estar a la escucha del otro. Pero, lo más importante, es que tenemos que reconocer que el otro sabe más que cualquiera de lo que está hablando, porque es su experiencia íntima, personal, subjetiva. De ahí la urgencia e importancia de la escucha, en tanto que es creadora del tiempo y el espacio apropiados para la individualidad de cada uno de los que intervienen en la conversación.

Hablar, después de haber escuchado, no debería ser para dar nuestra opinión sobre ello, mucho menos para usarlo como un arma contra quien se considera adversario o diferente. Responder tras la escucha es para confirmar que el mensaje ha sido escuchado y mostrar respeto por eso. La transcripción es, en ese sentido, una manera de confirmar que se ha escuchado al otro, sobre todo cuando éste ha tenido que salir del ruido y ha quedado en el silencio. Insisto en que es una muestra de respeto total.

Esto, querido amigo, me ha resultado el elemento fundamental y más especial de tu libro: la conjunción entre el escuchar y el decir, el diálogo vivo al que nos invitas a participar. Finalmente, me hace pensar en que la escritura está viva cuando se nutre de la vida, y el pensamiento, como has dicho, es vida. De aquí, finalmente, mi agradecimiento a ti por dedicarte a este trabajo de pensar y por no abandonar la vida debajo de las horas de empleo que nos agotan las fuerzas para ganarnos la vida.

 

*Este texto fue leído en ocasión de una presentación de Filosofía e inscripción, Vida y muerte en tiempos de excepción (Ediciones Navarra, México, 2021). El evento tuvo lugar en el Palacio de San Lázaro, el 3 de agosto de 2023, a partir de la convocatoria de María Vázquez Valdez, directora de Bibliotecas y Archivo de la Cámara de Diputados. Participaron, además, el propio Omar Espinosa Cisneros, autor, y Benjamín Mayer Foulkes, director de 17, Instituto de Estudios Críticos (por el que tanto María Vázquez Valdez como Omar Espinosa Cisneros son doctores). La ocasión quedó registrada aquí. De Filosofía e inscripción, Vida y muerte en tiempos de excepción puede leerse un fragmento y adquirirse acá.