Hay complicidades que no se pueden negar y da gusto reconocer. Omar y yo hemos coincidido en estudiar la misma carrera en la misma universidad, casi al mismo tiempo, más o menos con los mismos profesores y casi durante los mismos años. Nos introducimos al siglo XXI dando la bienvenida a la filosofía en nuestras vidas y hoy, veinte años después, estamos de nuevo juntos, coincidiendo más o menos en todo, pero con una diferencia fundamental y agradable: fui invitado por él a participar en la presentación de su más reciente libro.
Sobre Filosofía e inscripción de Omar Espinosa Cisneros
Casi en todo, decía, coincidimos, ya que ahora también los dos somos profesores de universidad e intentamos en la medida de lo posible ser investigadores, con sus pros, sus contras y las dificultades de las que él da cuenta en la obra que hoy nos reúne aquí y la cual ha resultado para mí una epístola al estilo de uno de los grandes maestros de la helenística, Epicuro.
Lo que trato de decir con lo anterior es que este libro es una carta filosófica dirigida tanto a la filosofía como a quienes nos dedicamos a ella. Y, así como los helenistas y los grandes humanistas, Omar escribe también para invitar a todos a pensar en lo que hay de más valioso en el mundo que habitamos y que ha quedado, si no olvidado, sí oculto u opacado: la vida. La vida en el sentido clásico griego, es decir, la zoé. ¿Qué hay de especial en esto? Yo creo que mucho.
Supongo, y aprovecharé con esto para hacer un homenaje a uno de nuestros más queridos y admirados profesores, el finado Enrique Hülsz Piccone, que Omar tiene presente una de esas primeras clases en las que éste discurría acerca del origen de todos los conceptos y cuestionaba el predominio del discurso cientificista que identificaba y limitaba la vida en un sentido estrictamente biológico. Si tomamos en cuenta que el Dr. Hülsz fue discípulo de otro maestro entrañable, Don Eduardo Nicol, es posible identificar la veta fenomenológica de la que nuestro autor se nutre y sobre la que continúa su propia indagación. Debo advertirles que esta obra no se trata de una simple reproducción del pensamiento; como Omar señala en su libro, el pensamiento es recreación, lo cual yo también entiendo como una creación novedosa. Aquellos primeros de los que hablé antes pensaron sobre su propio acontecer; nosotros, discípulos directos e indirectos, continuamos con esta reflexión acerca de lo que acontece, pero eso implica poner la atención sobre el devenir y la actualidad en la que vivimos.
Escribir, también nos dice el autor, constituye un acto, una actividad de creación que, sin remedio, implica estar acompañada del pensar. En este sentido, los filósofos han pensado y escrito para transmitir lo pensado, pero ese pensamiento, pese al intento de perdurar que conlleva la escritura, no se mantiene estático. Lo pensado deviene escrito y esto sucesivamente deviene pensamiento, con lo cual, el pensamiento se prolonga, se proyecta y se mantiene vivo, es decir, latente. Los filósofos nos mantenemos pendientes de esa proyección. Leemos para intentar comprenderla, identificar su origen y su finalidad, pero esto nunca se cumple del todo. Filosofar requiere mantenerse a la escucha. Por eso, Omar nos transmite un mensaje para llamar nuestra atención, la de filósofos y no filósofos, sobre aquello que, ya decía yo al comienzo, es lo más valioso del mundo, pero pareciera que nadie le da ya importancia: la vida.
Es por esto que, mientras leía el libro, pensaba en hacerle un reproche al autor, si no es que una sugerencia tardía e inútil, pero con la más auténtica sinceridad e inquietud: ¿por qué no lo has titulado Vida e inscripción? Tras dialogar a través de las páginas de esta obra tuya, Omar, fui comprendiendo que la vida se refiere a eso oculto que impulsa a que, a pesar de todo lo adverso y lo terrorífico, los seres continúen vivos, me di cuenta de que no había error en el título: la filosofía es vital para todos, aunque, suele pasar, sólo algunos pueden darse cuenta y muchos menos pueden entregarse totalmente a ella. La filosofía ocupa el lugar de la vida para algunos, en tanto que nos impulsa y llena de vigor mientras la vivimos.
Lamentablemente, como también señalas, el mundo actual exige de nosotros un desgaste del que no tenemos control. Tal parece que alguien encendió la maquinaria del progreso y no hay manera de detenerla. Esto también se revela en tu recuperación del análisis de la existencia de Heidegger. Nos hemos olvidado de pensar el mundo y con ello hemos perdido la capacidad de recrearlo. En cambio, nos dedicamos a reproducirlo y, para ello, se nos ha impuesto el tener que emplearnos en su mantenimiento y administración. Somos obreros, mano de obra, empleados, despojados de la vida misma, del entusiasmo por hacer y por no hacer, del gusto de imaginar, soñar y transformar el mundo. La fantasía y la imaginación son también propiedad privada y requiere de que acumulemos para tener acceso a ello, ya sea para realizar algo o para disfrutar de su resultado. El ingenio está gobernado por la utilidad y eso nos lleva a la reproducción de normas a las que paulatina y perennemente no nos atrevemos a cuestionar. La normalidad obliga a mantenernos sobreviviendo en este mundo, aunque para ello haya que morir o dejar morir. Nuestras opciones quedan, así, limitadas a sobrevivir para no morir, aunque en ello vaya de por medio el vivir mortificados.
Ante este escenario, nos invitas a reflexionar sobre lo que acontece, es decir, a realizar uno de los actos más peligrosos contra las formas de la normalización: continuar pensando. Para ello, escuchas y nos transmites lo que has escuchado para que nosotros también escuchemos; abres este claro en el bosque, este momento de serenidad, en el que podemos encontrarnos para escuchar las historias de los que sobreviven radicalmente en este mundo.
Escuchar es un acto amoroso y valiente, Omar. Como dices, no sabemos si estamos dispuestos o preparados para lo que vamos a escuchar, y debemos preguntarnos también esto antes de estar a la escucha del otro. Pero, lo más importante, es que tenemos que reconocer que el otro sabe más que cualquiera de lo que está hablando, porque es su experiencia íntima, personal, subjetiva. De ahí la urgencia e importancia de la escucha, en tanto que es creadora del tiempo y el espacio apropiados para la individualidad de cada uno de los que intervienen en la conversación.
Hablar, después de haber escuchado, no debería ser para dar nuestra opinión sobre ello, mucho menos para usarlo como un arma contra quien se considera adversario o diferente. Responder tras la escucha es para confirmar que el mensaje ha sido escuchado y mostrar respeto por eso. La transcripción es, en ese sentido, una manera de confirmar que se ha escuchado al otro, sobre todo cuando éste ha tenido que salir del ruido y ha quedado en el silencio. Insisto en que es una muestra de respeto total.
Esto, querido amigo, me ha resultado el elemento fundamental y más especial de tu libro: la conjunción entre el escuchar y el decir, el diálogo vivo al que nos invitas a participar. Finalmente, me hace pensar en que la escritura está viva cuando se nutre de la vida, y el pensamiento, como has dicho, es vida. De aquí, finalmente, mi agradecimiento a ti por dedicarte a este trabajo de pensar y por no abandonar la vida debajo de las horas de empleo que nos agotan las fuerzas para ganarnos la vida.
*Este texto fue leído en ocasión de una presentación de Filosofía e inscripción, Vida y muerte en tiempos de excepción (Ediciones Navarra, México, 2021). El evento tuvo lugar en el Palacio de San Lázaro, el 3 de agosto de 2023, a partir de la convocatoria de María Vázquez Valdez, directora de Bibliotecas y Archivo de la Cámara de Diputados. Participaron, además, el propio Omar Espinosa Cisneros, autor, y Benjamín Mayer Foulkes, director de 17, Instituto de Estudios Críticos (por el que tanto María Vázquez Valdez como Omar Espinosa Cisneros son doctores). La ocasión quedó registrada aquí. De Filosofía e inscripción, Vida y muerte en tiempos de excepción puede leerse un fragmento y adquirirse acá.