—La ciencia está ausente del debate público, de las preocupaciones sociales, de la vida universitaria, de las políticas públicas. Las consecuencias son evidentes: superchería y sofismas.
—La estadística es materia oscura para los periodistas y los políticos. Informan y deciden desde la “desviación estándar”. Lo mismo sucede con las encuestas. Informan y deciden, respectivamente, desde “el margen de error”.
—La cobertura noticiosa minuto a minuto de una catástrofe exagera sus efectos al tiempo que los amplifica. Y hace del miedo el motor de la vida pública. Una sociedad temerosa busca soluciones por fuera del consenso democrático.
—En las películas apocalípticas las cosas suceden de manera trepidante y vertiginosa. Carreteras repletas. Muchos figurantes y un relato épico y congruente. En la realidad, la destrucción es pausada, anodina y vulgarmente cotidiana.
—Negar la realidad no hace que desaparezca. Tampoco renombrarla. “Nueva normalidad” es, como “contenida lujuria”, un oxímoron.
—La casa debe ser una fortaleza. La pregunta es cómo proteger a quienes, por la razón que sea, justificado o no, la padecen como una prisión o una pesadilla.
—Las oficinas (y su propensión natural a la ineficacia) y sus juntas inútiles (que producen más juntas inútiles) están condenadas a reinventarse o desaparecer. Nadie llorará en su velorio.
—El home office desnuda, sin los paliativos de la intriga de cubículo, el lucimiento vacuo o la cháchara vacía, a los ineptos.
—El código postal (CP) es menos importante que los megabytes (MB).
—Las escuelas presenciales, costosas e inútiles para el aprendizaje, son la clave de la salud social de los niños y del tiempo laboral de los padres.
—El populismo mata. La ignorancia mata. No usar cubrebocas mata. Los populistas (Trump, Bolsonaro, López Obrador) rehúsan utilizarlo porque lo viven como un alejamiento simbólico del micrófono, sagrado cáliz de su poder.
—Los trámites presenciales son un irresponsable caldo de cultivo. El gobierno online es una necesidad sanitaria. Las filas y la pandemia se retroalimentan.
—La lectura dignifica cualquier encierro, como supo Montaigne antes que nadie.
—Solo hay dos soluciones reales: la inmunidad de rebaño o la vacuna. La primera es inmoral. La segunda es impredecible.
—Los gobiernos funcionan igual que los seguros. Solo son eficaces si no hay accidentes. Su rango de acción se mide en centímetros. Los problemas en kilómetros.
—Renunciar a las pruebas masivas es razonar como el niño que piensa que se esconde porque cierra los ojos.
—Mucha gente estúpida pensaba que lavarse las manos era solo una conseja para los niños traviesos.
—Para los que ya éramos maniacos de las manos limpias, partidarios intuitivos de la sana distancia, alérgicos a las multitudes, obsesos de la limpieza, la pandemia no nos ha revelado el lado oscuro de la luna. Sólo nos ha reafirmado en nuestra misantropía cósmica.
—Un efecto de la pandemia en la percepción del tiempo: los días son largos, las semanas cortas, los meses borrosos.
—¿Una frase filosófica, profunda que resuma la experiencia de la cuarentena y sus grandes aprendizajes? Encontré ésta del pensador afroamericano Mike Tyson: “Todo mundo tiene un plan hasta que es golpeado en la cara”.
—La reactivación económica no puede estar basada en la benevolencia del panadero, sino en su legítimo interés.
—Si el gobierno hubiera licitado correctamente los problemas, en lugar de monopolizarlos, habría recibido una insospechada oferta de soluciones.
—La cuarentena voluntaria de la sociedad civil mexicana desde marzo ha sido menospreciada con alevosía por el gobierno.
—El cubrebocas se transmuta, según el usuario, en antifaz ideológico, velo de monja, máscara de carnaval o pasamontañas violento.
La Bitácora del encierro es un proyecto de la UAM Cuajimalpa