13/10/2025 | Por: Camila Ordorica Bracamontes. Doctorante en el programa de Historia de la Universidad de Texas en Austin y tutora del área de estudios de la historicidad de 17, Instituto de Estudios Críticos. Ciudad de México / Austin-Texas.
La promesa de la prótesis mimética es que podamos liberar espacio en nuestra memoria para recordar más cosas y recordarlas mejor. La premisa es que, si todo queda grabado, nada corre el riesgo de perderse de nuestra memoria. Un estudio realizado en 2014 por Linda A. Henkel, de la Universidad de Fairfield, reveló que los asistentes a un museo que tomaban fotografías de los objetos exhibidos recordaban menos detalles y elementos en comparación con quienes se limitaban a observarlos.[1] Henkel nombró este fenómeno ‘efecto de alteración en la toma de fotografía’, que refiere que a que al tomar una foto se reduce la capacidad cerebral de recordarlo. Este efecto se debe principalmente a que al tomar fotografía la atención se enfoca en la acción de fotografiar y no en la experimentación directa del objeto en sí. Además, el depósito de la confianza de rememoración en el aparato, que se asume recordará por nosotros, profundiza la falta de atención. En los términos que aquí nos competen, esta investigación nos ofrece la siguiente conclusión: el exceso de archivo digital no garantiza la memoria, sino que la fragmenta.
Pero la memoria, así como el archivo, siempre es fragmentaria. La cuestión reside en cómo nos relacionamos a la fantasía de que la acumulación va a prevenir el olvido, y si entendemos las aristas y consecuencias que esto tiene para el ejercicio de poder, el medio ambiente, y la historia.
El archivo es fragmento, en primer momento, porque existe un proceso de la archivística llamado “valoración documental”, a través del cual se determina qué merece ser guardado, qué no y por cuánto tiempo, eso sin contar los daños a los datos dados por las inclemencias. Es decir, un archivo nunca comprehende un todo, es más bien es el resultado final de un proceso de pérdida, quema, robo, inundación, pestes y valoración humana. Esta fragmentación, que funciona tanto como potencia de memoria como el motor de la ansiedad, incita a la catalogación del mundo real por el usuario. Es precisamente esta condición la que la revolución digital promete resolver al ofrecer la ilusión de que, al digitalizar, todo será eterno.
En nuestra coyuntura, donde la memoria ha desbordado sus propias capacidades materiales, colonizando y creando el universo digital, el uso excesivo del concepto de archivo y la promesa del archivo digital lo han cambiado todo a nuestro alrededor. Una entre tantas características de esta nueva era, que todavía no termina de cuajar, es la del cambio en la forma de producción del conocimiento, y su consecuente documentación y catalogación. En el pasado, cambios como estos han tenido que ver con el incremento en información producida, ya sea por avance tecnológico o sociopolíticos. Por ejemplo, el registro de datos fue una característica fundamental que permitió que se llevara a cabo la colonización de América en el siglo XVI, como lo es ahora que se esté desarrollando una nueva forma del mismo ejercicio desde San José, California. La revolución digital, como lo fue la revolución alfabética, nos recuerda Serge Gruzinski, es ante todo una carrera por el archivo, por el almacenamiento, el manejo y el control de la data producida que, a final de cuentas, permite la concentración y acumulación del poder en quien tiene control de la información.[2]
Usemos una foto reciente como evidencia documental para comprobarlo. En la toma de protesta del cuadragésimo séptimo presidente de los Estados Unidos a principios de año, se retrataron a los cuatro caballeros del techno-apocalipsis en primera fila: Zuckerberg (Meta), Bezos (Amazon), Musk (Tesla) y Pichai (Google). Como si hubieran cambiado de características su puesto, ya no representan conquista, guerra, hambre y muerte (aunque la producen) como lo hicieron por tanto tiempo, sino que ahora son los caballeros de los datos personales, del consumo, de la tecnología y de la información. Estos, los hombres más poderosos del mundo han influido en cambiar la realidad en la que vivimos. No por nada hablan sobre y patrocinan al new world order—cuyos alcances y consecuencias aún nos escapan.
2. Brevísimo recorrido histórico del concepto de “archivo”
No será una sorpresa decir que el archivo se ha vuelto una de las obsesiones más persistentes del presente. El concepto es invocado en conferencias académicas, en foros de derechos humanos, está presente en los libros más recientes, es personaje principal de documentales y películas e incluso ha cambiado la propia industria del entretenimiento y de la moda, que ahora se sumerge a los archivos de las casas de confección en búsqueda de piezas únicas y originales.[3]
Pero, ¿por qué hay un exceso de archivo, o al menos del uso del concepto? Según Google Book Ngram Viewer, un buscador en línea que permite rastrear la frecuencia de uso de conceptos, términos o nombres propios en publicaciones impresas entre 1500 y 2022 (que el propio Google tiene digitalizadas), el uso de la palabra ‘archivo’ en lengua castellana muestra que la frecuencia del término en publicaciones en español ha tenido un crecimiento gradual y constante, vinculado al fortalecimiento de las estructuras administrativas estatales y a la institucionalización de los archivos nacionales y eclesiásticos. La gráfica muestra varios aumentos en su uso, especialmente entre el siglo XVI y mediados del XVIII, pero no es sino hasta principios del XIX que este se acelera, continuando al alta con algunas depresiones, como se observa a mediados del siglo XX.

Estos picos representan momentos clave en la historia de los archivos, resultados de cambios en la forma de catalogación del mundo y del desarrollo tecnológico. Déjenme explicar. A partir del siglo XIX, destaca el contexto de la profesionalización de la burocracia y el surgimiento del estado-nación, que dieron lugar a la institucionalización de los archivos. En la América independiente, esto significó también la creación y estabilización de una identidad nacional construida a partir de la memoria histórica y la sustentación en fuentes primarias resguardadas en archivos. Hacia finales del mismo siglo, el crecimiento y la estabilización del Estado intensificaron su uso, el cual, con el paso del tiempo ya había adquirido una forma más definida. Si le agregamos a la mezcla la automatización de la imprenta, la aceleración de los métodos de transporte y el avance tecnológico en la comunicación dado por la primera guerra mundial, justificamos las alzas del XX. La depresión que sigue es consecuencia de la segunda guerra mundial, la cual realza en la última década del siglo con la popularización de la tecnología digital, inaugurando el XXI.
3. Antes del programador y el científico de datos estaba el archivista y el primer código fue una colección de inventarios
La relación entre archivo y tecnología es constitutiva, y esta no solo responde al contexto creado por la revolución digital. En sus orígenes milenarios, estos siempre fueron innovaciones tecnológicas: el trabajo técnico de descripción y de valoración, la organización sistematizada de los materiales y la implementación de infraestructura especializada para su mantenimiento son muestra de ello, como lo son también las fichas de catalogación, el manejo de control de pestes y la implementación de sistemas de búsqueda.
El advenimiento de la revolución digital no sólo ha cambiado el archivo, sino también a los procesos de manejo y escritura de la historia. Pienso en la archivística, la diplomática y la paleografía, conocidas como las tres ciencias auxiliares de la historia, que fueron consideradas durante décadas como un conjunto de técnicas obsoletas, impartidas únicamente en los programas más conservadores (o comprometidos) de historia. Hoy, estas han recobrado una importancia inesperada que vale la pena resaltar, pues no da otro indicados de los cambios que aquí referimos.
La diplomática ha dejado de ser una herramienta exclusiva para el estudio de la veracidad de documentos antiguos (casi siempre medievales) y se ha convertido en un recurso crucial para evaluar la veracidad de la documentación digital. La archivística, por su lado, ha ido reformulando sus principios y sus fundamentos para ajustarse a las nuevas necesidades tecnológicas. Mientras que la paleografía se ha automatizado al punto de ser una vanguardia en el desarrollo de la tecnología del reconocimiento óptico de caracteres, sobre todo enfocado en el reconocimiento y transcripción de grafías manuscritas en documentos antiguos mediante el uso de inteligencia artificial.
Por estos cambios, no es de sorprendernos que ahora el entrenamiento formal de los archivistas esté directamente ligado con las ciencias de la información, la informática y los sistemas complejos, convirtiéndola así en una disciplina en rápida evolución, cuyas consecuencias a largo plazo siguen siendo difíciles de prever. El almacenamiento de documentos y datos a gran escala, así como las faceta que toma el acceso a la información, los sistemas de búsqueda y los mecanismos de control, que fueron más o menos iguales por siglos, en el lapso de tres décadas se han ido transfiriendo a plataformas digitales, creadas y cuidadas por diseñadores de datos y programadores, y la prioridad para el acceso a los documentos y colecciones ahora radica en la creación de repositorios digitales, que prometen perdurabilidad y acceso.
La experiencia de estas ciencias auxiliares y los cambios que ha surfrido el archivo a manos de lo digital son un indicador clave que nos permite enfrentar, de forma crítica, los desafíos contemporáneos en la gestión, validación y preservación de la información. Además, asoman una pregunta fundamentalmente interrelacionada: ¿qué sucede con la escritura de la historia en el mundo digital? La posibilidad de acceso a bases de datos, repositorios en línea y millones de libros a la mano han transformado el oficio del historiador y la escritura de la historia.
4. El futuro
La tecnología y el archivo digital no están exentos de los problemas que prometen solucionar. A continuación, cuatro puntos a considerar:
1. Para acceder a las bases de datos digitales, primero hay que tener acceso a una computadora con internet, y contar con destreza digital, pues la navegación de estas colecciones no suele ser sencilla. Esto le cierra la puerta a una parte muy importante de la población, sobre todo a los adultos mayores y a las personas rurales. ¿Qué pasa, además, con la privacidad de la información personal si el acceso a las bases de datos muchas veces involucra un minado de la data del usuario? Por otro lado, ¿quién es el dueño de los sistemas donde ponemos la información, y quién tiene el control del acceso en términos globales?
2. Las decisiones políticas se toman por medio de sistemas de comunicación inmediata que no dejan un archivo burocrático formal, lo que implica falta de registro y, consecuentemente, de acceso. Sencillamente, el 14 de marzo del año en curso, Jeffrey Goldberg, editor de The Atlantic, reveló que la administración Trump planeó un ataque a Yemen a través de una serie de mensajes en Signal, un sistema de comunicación instantánea cifrado. Al día siguiente, el bombardeo ocurrió según lo chateado. Así como la guerra se planifica en Signal, se dice que la política mexicana se negocia en WhatsApp. ¿Qué implica que una empresa privada controle estos medios? ¿Cómo afectará esto la historia que se escribirá sobre nuestro presente, cuando la información para hacerlo esté cifrada detrás de códigos cerrados y controlados por empresas privadas?
3. Almacenar datos requiere grandes volúmenes de espacio, así como condiciones específicas para asegurar su conservación. La nube que recolecta nuestra memoria digital no es una suspensión de agua evaporada en la atmósfera sino centros físicos con altísimos consumos de energía y agua, poco o nada regularizados, que producen millones de emisiones de carbono, disrumpen el hábitat donde se encuentran, y elevan las temperaturas de la zona circundante.
En México se reportó en julio que los centros de datos en construcción en Querétaro carecen de regulación y transparencia en el uso del agua, mientras que las comunidades locales enfrentan desplazamientos, sequías y dificultades para acceder al agua potable.[4] Estos centros se encargan, como su nombre lo dice, del manejo integral de los datos producidos de forma digital, y para lograrlo tienen que garantizar la climatización del espacio, pues los servidores que operan de manera constante, generan calor y necesitan enfriarse para funcionar. Frente a este contexto, el por qué documentamos, qué documentamos y cómo lo documentamos es tanto una pregunta personal como sistémica, cuyas respuestas implican también al ejercicio político, la economía, el medio ambiente y a la producción de la historia.
4. Si hasta hace poco el archivo parecía pertenecer al ámbito de lo exterior, hoy su lógica también se ha desplazado hacia lo más íntimo: el propio cerebro. El objetivo final de muchos desarrollos tecnológicos actuales es emular la mente humana, algo que, hasta ahora, solo la mente humana había sido capaz de intentar (recomiendo leer MANIAC de Benjamin Labatut). La imitación del cerebro humano ha dotado a la tecnología de un lenguaje propio, retomado desde la neurociencia. El desarrollo de códigos, sistemas de análisis y más recientemente la creación de redes neuronales artificiales (neural networks) para el machine learning son la culminación del mismo proceso. Entre las funciones que se buscan replicar se encuentra, por supuesto, está la memoria. Y, si Linda A. Henkel tiene razón, nuestros procesos cognitivos están perdiendo fuerza a favor de la prótesis mimética que portamos todos en la bolsa del pantalón.
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El archivo no es una cosa, sino una relación: con el tiempo, con el poder, con la pérdida. Su definición, siempre inestable, se reconfigura según los regímenes tecnológicos, las ansiedades históricas y los lenguajes que lo nombran. Que la palabra “archivo”, y su uso, se haya disparado en frecuencia en los siglos XVI, XIX y desde finales del siglo XX, no es casualidad: responde a giros epocales donde la acumulación de datos se convierte en práctica vital y gubernamental con importantes consecuencias éticas, políticas y ambientales. Pero esta proliferación no equivale a claridad. Al contrario: cuanto más decimos “archivo”, más se vuelve necesario preguntarnos qué significa, para quién funciona y a qué costo se sostiene. En tiempos de sobreabundancia y olvido automatizado, adelantar la pregunta por el archivo, su forma, su materia, su control y su historia es imperativo.
[1] Henkel, Linda A. “Point-and-Shoot Memories: The Influence of Taking Photos on Memory for a Museum Tour.” Psychological Science 25, no. 2 (2014): 396–402
[2] Gruzinski, Serge, Quand les Indiens parlaient latin: Colonisation alphabétique et métissage dans l’Amérique du XVIe siècle, (Paris: Fayard Histoire, 2023)
[3] Christian Allaire, “Kylie Jenner Dug Into the ’90s Archives for the CFDA Awards,” Vogue, November 8, 2022, https://www.vogue.com/article/kylie-jenner-vintage-90s-dress-cfda-awards.
[4] “México: Centros de datos crecen con inversiones de Amazon, Microsoft y Google, pero carecen de regulación y transparencia en el uso del agua,” Business & Human Rights Resource Centre; “Querétaro y Los Centros de Datos: El Alto Costo Hídrico y Social Del Paraíso Tecnológico de México”, WIRED