Blog de la Caravana

Una escucha improvisada

Escuchar es la clave de la libre improvisación. Es el nexo de todo lo demás, lo que da sentido al discurso, el espacio en el que se codean percepción y concepción. Orienta la navegación y define la ubicación. Escuchar –que no tocar– es el acto más voluntarioso, más solidario y más inteligente del improvisador.  Es también el que más cuesta y el que más distingue.

Wade Matthews, Improvisando. La libre creación musical.

 

Sin pretender tomar un psicoanálisis por una improvisación libre, ni al o a la analista, o al o a la analizante por improvisadores libres, son varias y además fundamentales las “correspondencias” entre ambas prácticas. Acá sólo trataremos algunas de las líneas en que se intersectan. Y es que, aunque me propuse hacer una lectura de la improvisación desde el psicoanálisis, ocurrió más bien lo contrario…

El psicoanálisis no cuenta con la libre improvisación como noción establecida en su práctica. Sin embargo, existe la asociación libre –quizá la única indicación plausible por parte de la o el analista a quien comienza un análisis–. Ahora bien: ¿a qué se refiere aquel “libre” unido a la asociación por Freud hace ya más de cien años? ¿De qué libertad se trata? ¿Seguirá siendo la misma hoy que cuando Freud escribió su texto? ¿Qué libertad le da en realidad el analista a quien le dice asocie usted libremente? ¿Qué libertad(es) se toma éste?

Para pensar estas preguntas, recurrimos a otra práctica: la libre improvisación musical. No la improvisación del jazz o del flamenco, ambas parte de tradiciones idiomáticas, con determinados modelos presentes en su puesta en escena –claro, si es que la música tiene lugar en vivo o, como se dice desde el ámbito de la libre improvisación, en tiempo real–. 

Este otro “libre” unido a la improvisación musical apunta en última instancia a la capacidad de no depender ni de los demás improvisadores, ni del público, ni de un sistema, ni de los gustos ni de la memoria, y menos aún de una composición. Tomando en consideración que en la mayoría de las ocasiones se trata de una actividad colectiva y que además siempre tiene lugar ante un público, parece una apuesta cuando menos arriesgada. 

En la libre improvisación esta independencia se logra en la medida en que se interactúa con el momento, aceptándolo y asumiendo la responsabilidad de aportar cada uno su parte. Para Matthews se trata de “la voluntad de asumir el riesgo de tocar más allá de las fronteras de lo cómodo, de atreverse a entrar en situaciones imprevisibles, la que puede hacer sorprendente a un grupo que lleva años tocando juntos”.

Lo mismo se podría decir respecto a los distintos silencios que pone en juego cada músico; igualmente improvisados, son fruto de la escucha del momento vivido en tanto flujo del cambio, de la misma forma que las intervenciones se viven como el cambio del flujo. De este modo, la escucha marca el rumbo de los libres improvisadores hacia un lugar inexplorado. 

No hay jerarquía entre la colectividad de músicos que participan en cada travesía, ni tampoco un tiempo preconcebido en el que terminar recalando hacia algún puerto. El final es el hallazgo de un sonido que suena a cierre para esos músicos en ese preciso momento. Tampoco están predeterminados los roles, siendo plausible que un saxofón, por ejemplo, sea quien asuma el papel principal de la sección rítmica. Así, toda la atención se concentra en un proceder particular, el cual sería en realidad el rasgo distintivo de la libre improvisación, más que un tipo de sonoridad específica.

Es aquí donde decididamente tendría que atreverse el psicoanálisis a entrar, como se diría en el argot de la improvisación musical. Pues es el método, el saber hacer que algo nuevo pueda advenir, el que mantiene la balsa a flote en este mar del saber preconcebido, y en la que se emprende cada nueva travesía de un análisis.

La disposición a escuchar lo nuevo es también la clave, orienta el análisis y, como sucede en la libre improvisación musical, es lo que más cuesta y distingue a un o a una analista. El mismo Freud bautizó esta escucha con el nombre de atención flotante, que acertadamente nos remite a esa escucha del momento vivido como flujo de cambio que Matthews describe en Improvisando. Por ello, el apelativo de una escucha improvisada puede servir para nombrar la escucha analítica siempre y cuando el o la analista tenga la capacidad de no depender de modelos ni de supuestas tradiciones que los sustentan, así como tampoco del cierre marcado por el tiempo cronológico que se erige al margen del momento vivido. Incluso en la repartición de los roles el análisis puede conmoverse, pues una interpretación (incluso una que haga cierre) puede llegar perfectamente del lado del o de la analizante.

Precisamente la libertad por la que nos preguntamos al inicio se vincula íntimamente con esta independencia. Al igual que en la libre improvisación musical la participación de los músicos queda a expensas de la libertad que cada uno es capaz de concebir en ese momento, en un análisis la indicación dada a alguien de decir todo cuanto se le ocurra –de asociar “libremente”–, incita a desprenderse de la autoría de los enunciados y a soltar la lengua. Por su parte el acto del o de la analista, su intervención, queda confiada a la escucha atenta que permite captar el “sonido” de la letra en el inconsciente, su emergencia momentánea.

No es por tanto fruto de la angustia de no saber lo que se está haciendo lo que precipita la participación del o de la analista ni de la o del músico. Hacer silencio, que no guardarlo, es para ambos a menudo el mejor recurso, pues escuchar el momento posibilita la emergencia de lo inédito. 

Quizá habría que sumar la improvisación libre a las prácticas que Freud consideró ya en su momento como imposibles: gobernar, educar y psicoanalizar. Pero no por eso la apuesta deja de merecer el riesgo.