Blog de la Caravana

Historizar el archivo: experiencia y porvenir

 

Nunc coepi.

 

Historizar el archivo

¿Cuáles son las condiciones de posibilidad en la actualidad para historizar el archivo? ¿Qué consideraciones históricas hacen de la pregunta por la archivación una reflexión existencial? ¿De qué naturaleza son las instituciones que disponen la estructura de nuestras relaciones con los archivos y viceversa? ¿Bajo qué perspectivas podríamos denominar las políticas de la identidad como perversas en relación a los procesos archivísticos en nuestros días? ¿En qué registros de la cultura pueden reconocerse vías afirmativas en la elaboración de prácticas archivísticas que tiendan a sociabilidades no gobernadas por los imperativos de saberlo todo? Estas interrogantes son las que animan estas reflexiones orientadas a enmarcar los problemas a los que estamos enfrentados en las diversas sociabilidades que constituyen la cotidianidad.

 

Crisis epocal

Uno de los índices históricos reconocibles de una transformación en la estructura de las formas de sociabilidad en la actualidad es el agotamiento del proyecto de la Ilustración, si por éste comprendemos la articulación entre los modos de producción de una forma de vida dirigida hacia su la mejora de sus condiciones, el progreso de la humanidad, el desarrollo capitalista, la libertad del sujeto y el proyecto de la filosofía de la historia como resolución de los tiempos bajo el signo de una civilización librada de sus malestares. El desfondamiento de las ficciones que sostuvieron y movilizaron durante trescientos años la mundialización de los elementos mencionados, lleva consigo al menos tres expresiones discursivas reconocibles en la sociabilidad. La primera de ellas es la posición reformista que insiste en la restitución, el mejoramiento y restauración de los valores y modalidades ilustradas. La segunda es la radicalización destructiva de los restos ilustrados a favor de la aceleración de una transformación consecuente con las formas de la cultura dominante. La tercera es el nihilismo en su versión inhabilitante, a-dicta, cuyo silenciamiento expresa el malestar de una impotencia. Estas modalidades resaltan las limitaciones de los lenguajes disponibles para apalabrar y nombrar las emergencias de figuras y experiencias entrópicas a las que nos enfrentamos, así como la consumación de una guía de la acción autorizada por un telos. La historia, comprendida como la operación articuladora entre el tiempo vivido y el tiempo del mundo, ha perdido su capacidad de conducir sus esfuerzos hacia la producción de relatos coherentes, en los que la sacrificialidad sostenga un proyecto político. Este abismo evidencia las versiones en que la historia ha reducido la proliferación de posibilidades de existir y llegar a ser a una serie de identificaciones a categorías, afecciones e imágenes que tienden –inútilmente– a la coincidencia del sujeto consigo mismo. En este sentido, la crisis epocal es, a su vez, el colapso civilizatorio actual y la concepción del tiempo en categorías como épocas, siglos, reinos, imperios, dada su filiación ilustrada y, más ampliamente, teológico política. Las funciones, los lugares y las dinámicas del archivo ante esta situación tienen una importancia de primer orden debido a la disposición mnémica y gramática que circunscribe nuestras existencias en esta mutación tecnológica. La descentralización epocal que han mediado los archivos da lugar a preguntarnos por otras mediaciones y sus efectos en los modos en que ciframos la existencia.

 

Archivo e institución

Uno de los rasgos constitutivos de los archivos es su ineludible relación que los enlaza con las instituciones. Con el lenguaje, en primer lugar. En él los diferentes registros de la sociabilidad, la política, los espacios del saber, las agrupaciones artísticas y las zonas donde suceden las expresiones que no se identifican necesariamente ninguna de las anteriores, distinguidas por la suspensión del principio de equivalencia, promueven selecciones, órdenes y accesos a los registros materiales que resguardan. Las instituciones son efecto de sus procesos de formación, venidos de una doble operación: la selección de aquellas consignas que las formalización y los rechazos u ocultamientos de lo que debe de apartarse para sostenerse. De modo que, al confrontarnos a un archivo, la pregunta acerca de la historia y estructura de la institución que lo resguarda –y viceversa– delimita y promueve un tratamiento que sitúa, delimita e interroga las operaciones que suceden en cada una de estas dinámicas archivísticas. Historizar los archivos, en este sentido, implica ya siempre la reflexión acerca de las correspondencias y fallos entre los soportes materiales en los que se materializa la memoria en cada grupo de existentes, así como los espacios donde se depositan y organizan los cuerpos documentales.

La perdurabilidad de las instituciones ilustradas y de otros tiempos que concentran los archivos en el siglo XXI son, principalmente, los Estados u organizaciones político-religiosas, las universidades, centros e institutos de investigación, agrupaciones dedicadas a la creación y exposición artística, así como las empresas o corporaciones mercantiles. Estas mediaciones están, en diferentes intensidades y maneras, vinculadas entre sí sin por ello perder la especificidades de cada una. Un elemento común que anuda a las cuatro lógicas es el imperativo extractivo que codifica la gramatización (Bernard Stiegler) en nuestra cotidianidad. Reducidos a datos intercambiables según las fluctuaciones y órdenes de la tecnociencia caída en su mera reproducción, servimos al estado de vigilancia (Alberto Moreiras) queramos o no. La sofisticación de la técnica lleva un sometimiento expositivo en el que la verdad, comprendida como llevar a la transparencia y al desvelamiento de un existente, hace de principio social buscando el reconocimiento y evaluación en las estadísticas que la misma extracción produce. El éxito de esta dominación se expande con cada satisfacción de haber sido Uno, o bien, de hallar la exhibición total de una experiencia. Ante este forzamiento a lo Mismo, a las relaciones inquisitoriales y extractivas con el archivo, ¿cuáles son los excedentes a los que podemos apelar y elaborar?

 

A-topías del archivo

Que el estado de vigilancia sea el régimen de experiencia generalizado y particularizado del siglo XXI no implica, necesariamente, que la totalidad a la que tiende esté realizada. El psicoanálisis, la infrapolítica, la crítica y los saberes de la negatividad se han ocupado de señalar ahí donde la diferencia ontológica, esto es, la no-coincidencia constitutiva de la existencia despliega un excedente incalculable, irreductible, del que no puede haber expertos ni reducciones equivalenciales que logren capturar eso que anima las concreciones de la política, el saber y la subjetividad. El archivo, desde esta perspectiva, es un residuo respecto a lo que no cesa de suceder. Estos restos cifrados no son portadores de ningún Sentido, no pueden serlo debido a su naturaleza fracturada, carente de una Totalidad originaria que aseguraría su correcta interpretación. Este carácter anárquico (anarkhé) del archivo es, precisamente, lo que habilita sus diversos tratamientos, sean estos teológicos, científicos, estéticos, críticos, etcétera. Que la extracción tenga ahora y, tal vez, desde tiempos inmemoriales, la fuerza de someter la mundialización a sus designios es efecto de la fractura originaria.

Uno de los rasgos de negatividad de la historiografía es simbolizar las a-topías de la razón instrumental que alientan el encantamiento del Sentido. La simbolización traza las oquedades que reúnen a los saberes atraídos a éstas. Pone en relieve las limitaciones discursivas que aseguran capturar y saturar aquello que buscan y que se les va de las manos, en cada caso. Horada los imperativos del lenguaje reconocibles en las narraciones que las sedimentan llevándolas hacia lo que no dicen. Respecto al archivo en la actualidad, hay una serie de a-topías que vale la pena atender, en caso de no ser abducido por el encantamiento perverso de saber negar la falta. A continuación, enlisto tan solo 4 de esas a-topías que considero imprescindibles en el trabajo de historización del archivo.

– Sostener los efectos de diferencia. Ante un cuerpo documental (des)ordenado, comprender la doble coherencia —la de la institución del archivo y la del material expuesto— a la que nos confrontamos para hacer emerger y sostener la distancia, la no-coincidencia entre sus particularidades y las nuestras, contra toda domesticación presentista.

– Los cuatro órdenes constitutivos del archivo, a saber, el de la institución que los resguarda, la exposición del material, la epistemología del investigador y el del mecanismo de represión que atraviesa y dispone de los tres anteriores, producen una serie de ficciones a modo de supuestos de los que vale la pena estar advertidos. Ubicar el entrelazamiento de estos órdenes hacen de límite a lo que queremos saber y regular, dando espacio a que el archivo objete al investigador.

– Sueños e historicidad. Como el sueño, la historia es la organización narrativa de aquello que olvidamos y recordamos de una experiencia carente de telos. Considerar al archivo como el velo de aquello que queremos hallar es ya un carácter afirmativo de la intransparencia.

– Nuestra memoria es del otro. Al ir a un archivo a investigar respondemos a nuestra experiencia, mediada por la memoria que otro nos donó para apalabrar nuestra existencia. Esto es: lo que archivamos y lo que buscamos en el archivo es ya una inquietud del otro.

 

Archivo y perversión

En el marco del Coloquio Internacional “Por una gestión crítica de la cultura. La gestión como pro-ducción” celebrado por 17, Instituto de Estudios Críticos en enero de 2023, hubo una mesa integrada por Javier Guerrero, Mario Camarena y Javier León, titulada “Otros usos del archivo”. En la ronda de preguntas y comentarios, Benjamín Mayer Foulkes hizo una sugerencia de lectura de los archivos venida de la enseñanza de Lacan, concentrada en las estructuras subjetivas, a saber, la neurótica, la psicótica y la perversa. En ese momento enfatizó la importancia del archivo perverso como aquel que niega la falta suponiendo que puede mostrarse todo. A continuación, Benjamín preguntó si el archivo digital podría considerarse como perverso y, en caso de serlo, de qué manera podría alterar esta modalidad al trabajo de los saberes de la negatividad. Si bien estas menciones requieren de una elaboración de largo aliento que excede este escrito, no está demás subrayar la singularidad de esta aproximación. Por cierto, bastante afín al estado de vigilancia al que estamos sometidos. Si la estructura perversa se horroriza ante los huecos, sosteniendo la plenitud de su saber vía la predicción, el amaestramiento, la legislación y el ofrecimiento de fantasías de lo Mismo, los usos del internet, en su mayoría, disponen de nuestra experiencia como instrumentos de la Totalidad. Entre otros efectos, la perversión reduce la política a la convicción de soberanía de la conciencia de los individuos que no cesan de identificarse a metarrelatos de cuya transparencia y verosimilitud está asegurada por su filiación a diferentes mitologías. Estas políticas de la identidad suelen administrar sus relatos, así como sus archivos, a partir de lo que debe ser recordado, leído, mencionado, bajo un contrato, sea explícito o no. Estas insistencias en la domiciliación y la revelación de lo que es, mantienen un borramiento de las particularidades no equivalentes que hacen a la existencia. Si hay algo que no es capturable en la perversión de esta crisis epocal es, precisamente, la existencia. Salvaguardarla afirmativamente demanda un trabajo de archivo por vía negativa, esto es, en tensión y consonancia con el jeroglífico que cifra, en cada caso, la iteración de un secreto del que se desprenden la posibilidad de significantes inéditos.

 

Anarqueologías

La crisis epocal expone la fractura constitutiva de la existencia respecto a la que, de diversas maneras, se han materializado las estructuras y modalidades en que se ficcionaliza la experiencia y se produce el sentido. Una de las tecnologías derivadas del carácter aprincipial de los existentes es la operación anarqueológica. La anarqueología, planteada en Anarcheologies. Reading as Misreading (2020) de Erin Graff-Zivin, hace de la lectura una práctica venida de palpar el secreto que lleva cifrada las escrituras, en cada caso. El secreto no contiene el Sentido. Es la marca de un indecible, de un excedente respecto a lo que la gramática organiza un trabajo de silencio. Su lógica atiende los hoyos que llevan el archivo hacia su apertura no reducida a la pulsión teológica de cohesionar en torno a un origen y un destino, los fenómenos y cosas que figuran y extrañan los mundos que nos disponen. La anarqueología, dada su naturaleza, no es localizable en una sola institución. Esta sucede historizando las estructuras institucionales, es decir, enfatizando la historicidad a la que está sujeta, irremediablemente, las construcciones discursivas que enmarcan la inteligibilidad que nos hace hablar y escribir. El efecto que nos arrojan las anarqueologías en términos institucionales es evidenciar que éstas pueden orientarse y ponerse en marcha sin suscribir su fin último como una coincidencia entre sus proyectos y sus realizaciones. Estas pueden conducirse hacia su fortalecimiento a través de las iteraciones que logre alojar, elaborar y relanzar a la sociabilidad caída al estado de vigilancia. Una archivación anarqueológica implica la suspención de la subsunción del pensamiento y de la existencia a la política, a la ética o a cualquier fantasía de Unidad. Trabajar el archivo anarqueológicamente es la activación de otras escrituras sociales avivadas por el riesgo de aventurarse hacia el deseo. Así planteada, la ganancia secundaria de la crisis epocal es la posición afirmativa del nihilismo que sigue el heraldo de la traza de lo desconocido, de otro comienzo.

 

 

Migraciones, lecturas de crítica cultural

Leeré, ampliada y con comentarios, la presentación de este ciclo de conferencias, Migraciones, lecturas de crítica cultural, que hubiera podido también titularse Migraciones: territorios, fronteras, ruinas y vidas “in between”. Abro con un epígrafe del texto medular del crítico cultural brasileño Silviano Santiago, “El cosmopolitismo del pobre”. A propósito de los desplazamientos forzados de los pobres del mundo hacia la promesa de bienestar de la metrópolis posmoderna, afirma Santiago:

Se ha creado una nueva y hasta entonces desconocida forma de desigualdad social, que no puede ser comprendida en el ámbito legal de un único estado-nación, ni por las relaciones oficiales entre gobiernos nacionales, ya que la razón económica que convoca a los nuevos pobres hacia la metrópoli postmoderna es transnacional y, en la mayoría de los casos, también clandestina. El flujo de sus nuevos habitantes es determinado en gran medida por la necesidad de reclutar a los desprivilegiados del mundo que estén dispuestos a hacer los llamados servicios del hogar y de limpieza y acepten transgredir las leyes nacionales establecidas por los servicios de migración.[1]

 

 

Sin duda, uno de los problemas más urgentes y devastadores del presente tiene que ver con los grandes desplazamientos humanos que comprometen al mundo entero. Las estadísticas arrojan cifras alucinantes: aproximadamente, el 3.5% de la población mundial vive fuera de su país de origen; y de estos 281 millones de personas, unos 122 responden a desplazamientos forzados —las guerras devastadoras y corrosivas de dentro y fuera de cada país, la hambruna, las distintas formas que asume hoy la persecución política, y el acoso del crimen organizado son razones frecuentes que atraviesan la elección de la partida. Por otra parte, no dejan de ser terribles y cruentas las respuestas represivas y xenófobas de algunos países frente a las oleadas de migrantes que cruzan sus fronteras a diario legal e ilegalmente —los muros de contención, las políticas de ingreso y permanencia en el país que no es el del origen, la proliferación de campos de refugiados y más recientemente las brutales deportaciones espectacularizadas. Todo ello abre una amplia zona de debates que, desde perspectivas disciplinares y políticas diversas, arriesgan reflexiones al respecto. Pero hay también otras problemáticas, histórica, sociopolítica y culturalmente situadas, que refieren a las existencias migrantes: la lengua que incorporan y la que acuerpan, los vínculos que establecen con el territorio perdido del origen y el territorio habitado desde el margen de su inscripción, las formas de resistencia e insubordinación en el afuera del transterramiento, entre otras abordadas por ciertas elaboraciones de la crítica cultural que orientan su reflexión hacia la singularidad de esos problemas en América Latina, y su impacto en la articulación social, cultural y subjetiva de sus procesos.

Podríamos pensar que las migraciones, y los problemas que involucra respecto del territorio, las frontetras y la ruina que pulsa en la decisión de partir, así como de las diversas maneras de vivir “in between” que las migraciones ponen en el tapete de la discusión, atraviesa la historia cultural latinoamericana desde el siglo XIX. Y, ciertamente, ha convocado una serie importante de investigaciones, textos literarios y artísticos, y proyectos de gestión crítica de la cultura en las últimas décadas. El presente ciclo de conferencias ofrece una muestra de la potencia de esos trabajos e iniciativas, muchas veces conmovidos por la propia experiencia migrante de sus autores y autoras. Así, desde trabajos fundadores como “Migratorias” (1996) o “Tierras sin Estado: Prólogo a …y no se lo tragó la tierra, de Tomás Rivera” (1996), de Julio Ramos, hasta propuestas más contemporáneas, como el documental #Darien (2024), de Tatiana Rojas; o desde la aguda lectura de los recovecos de la lengua contaminada de la migrante-escritora, sugeridfa por Meri Torras, hasta las ficciones del retorno (o de su imposibilidad) abordadas por Javier Guerrero; o desde la elaboración de la noción de frontera propuesta por Sayak Valencia para conceptualizar los nuevos vínculos con el territorio azotado por las violencias contemporáneas, hasta las indagaciones de Raquel Rivas Rojas e Irina Troconis en torno a las representaciones literarias, visuales, más o menos testimoniales de la experiencia migratoira, discutiremos aspectos relativos a la escisión del sujeto migrante entre lenguas y culturas, los efectos estéticos y políticos de la diáspora en América Latina, la singularidad de los discursos enunciados desde esas subjetividades migrantes, las formas de represión y de resistencia involucradas en el cruce de fronteras que marca el debilitamiento de los estados nacionales en el presente, etc.

El ciclo de conferencias se estructura en torno a la participación de 7 especialistas que abordan el problema de la migración en América Latina en sus trabajos de crítica cultural: Tatiana Rojas, Sayak Valencia, Meri Torras, Raquel Rivas, Irina Troconis, Julio Ramos y Javier Guerrero. Los días jueves de cada semana desarrollaremos un encuentro síncrono por Zoom de dos horas de duración, que incluirá una presentación oral y el respectivo diálogo con el público. Las conferencias serán grabadas y se publicarán tanto en la plataforma de San Ildefonso, como en el portal editorial de 17, Instituto de Estudios Críticos.

 

  • Agradezco el apoyo del Centro Cultural España, en México; la participación tanto de ACNUR como de los y las conferencistas que aceptaron colaborar en la realización del presente proyecto de encuentro en el diálogo; y el apoyo técnico y operativo del equipo de trabajo de San Ildefonso. Por otra parte, quiero asimismo celebrar el vínculo de colaboración que se ha ido fortaleciendo con el tiempo entre el Colegio de San Ildefonso y 17, Instituto de Estudios Críticos. Un vínculo que cristaliza aquí en la colaboración concreta con Marianna Palerm, y en la coordinación conjunta de esta actividad.

[1] Silviano Santiago. “El cosmopolitismo del pobre”. Mary Luz Estupiñán y raúl rodríguez freire, trads. Una literatura en los trópicos. Ensayos de Silviano Santiago, Santiago de Chile, Escaparate ediciones, 2012, p. 220.

17, Radio: Miembro honorario de la Red de Radios Universitarias de Mexico

En octubre de 2023, escribí un texto para el Blog de la Caravana titulado “xeqkproporcionalahoradelobservatoriohasteunnuevoconceptodeltiempo”, título referido al relato onírico con el que iniciaba el primer episodio del programa 17, Narrativas sonoras, en alusión directa a la ya desaparecida estación radiofónica que cada minuto daba la hora exacta en México. En ese episodio conversamos con Ana Lidia Domínguez, Ricardo Lomnitz y Pablo Mansilla, sobre experiencias sonoras desde la antropología de la escucha, la improvisación y la audición crítica.

Han transcurrido casi dos años desde entonces y hoy vuelvo a este Blog para compartir con la Caravana el gusto de anunciar que 17, Radio ha sido incorporada en calidad de Miembro honorario a la Red de Radiodifusoras Universitarias de México/ RRUM.

 

El 14 de mayo de 2025, Benjamín Mayer Foulkes y yo nos trasladamos a la Universidad Autónoma de Chapingo para asistir al Tercer Encuentro Regional de la RRUM. En la Asamblea General, donde se anunció nuestra incorporación, agradecimos la contribución de los integrantes del Consejo consultivo de 17, Radio, entre quienes se encuentran: Diego Aguirre, Carmen Limón, Miguel Ángel Quemáin, Jonathan Gutiérrez y Ana Cecilia Terrazas.

Enfatizamos que el objetivo que anuda la programación de nuestra radio es incentivar el pensamiento crítico y crear comunidad a través de la escucha entre públicos universitarios y diversas audiencias. Hicimos un recuento de la evolución de 17, Radio desde la serie de emisiones experimentales realizadas por Conrado Tostado y Benjamín Mayer Foulkes en la segunda mitad de 2019 (la transmisión inaugural tuvo lugar en las instalaciones de Radio Nopal el miércoles 24 de julio), sucediéndose un número creciente de transmisiones sostenidas.

La primera emisión del programa La gallina ciega, conducido por Andrés Gordillo, fue el episodio titulado «El 68 y la metafísica de la juventud» con la participación de Francisco Robles Gil, Ilán Semo y Sergio Villalobos, y tuvo lugar el 2 de octubre de 2020. En el episodio número 100 “Escuchar, con Mariflor Aguilar”, con que concluyó el programa fue transmitido el 12 de diciembre de 2024, conversaron acerca de la práctica de la escucha en las sociabilidades del siglo XXI, así como de la importancia de preguntarnos históricamente por la economía de la atención.

En la Asamblea de la RRUM, comentamos el propósito y contenidos de Voces de la Caravana, el nuevo foro de conversaciones en 17, Radio que ha permitido escuchar la actualidad, los puntos de vista y las experiencias de quienes a lo largo de los años han participado de un modo u otro en 17, y se han sentido interpelados por la iniciativa. La secuencia resultante refleja la metódica serendipia que ha caracterizado a la Caravana, brindando la oportunidad de intensificar y multiplicar lazos, históricos o nuevos, entre las miles de voces que, dentro y fuera de México y América Latina, han sido la vida al Instituto desde 2001.

Se mencionó el programa Territorios críticos, conducido por Lorenzo Rocha que ofrece una visión crítica de la Ciudad, las utopías urbanas, los territorios de tránsito, las demarcaciones oficiales y las cartografías. Hablamos de 17, Narrativas sonoras concebido como un espacio de diálogo y debate de temas diversos y formación de escucha; de Testimonios: voz y memoria serie en donde se recogen testimonios y describen situaciones de conflicto comentados por especialistas. Programas a los que se han sumado recientemente la serie Recuentos de infancias, ciclo de conversaciones en torno a proyectos que promueven la participación efectiva y afectiva de niñas, niños y adolescentes desde una mirada crítica y no adultocéntrica.

Cabe destacar aquí, por tratarse de producciones interinstitucionales, los episodios de Africanos y afrodescendientes en México, pasado y presente, sobre grupos africanos llegados a México y las actuales condiciones de afrodescendientes; realizados en colaboración con el Programa Nacional de Investigación Afrodescendientes y Diversidad Cultural del Instituto Nacional de Antropología e Historia; así como la serie Onda normalista, producida en alianza institucional con la Dirección General de Educación Superior para Profesionales de la Educación/SEP, con la presencia internacional de otros países interesados tanto en la atención a comunidades como en la preservación de las lenguas indígenas.

En el Partenón, sitio que albergó la primera Biblioteca de la Escuela, hoy Universidad Autónoma de Chapingo, lugar en que tuvo lugar la Asamblea de la RRUM, reiteramos el valor de archivo que tienen los episodios de las distintas series de 17, Radio que constituyen un acervo sonoro que empieza a ser citados en papers y ensayos de carácter académico.

Desde aquí refrendamos nuestra gratitud a todas las personas que han confiado en 17, Radio para hacer escuchar su voz y, por supuesto, a la audiencia.

📡🎙️ En este enlace pueden acceder a los episodios de las diversas series activas de la programación de 17, Radio https://linktr.ee/17Radio

La Universidad y su destino: del fragor al cuidado creativo

La universidad pública no se afirma ni se declara ni se proclama bajo alguna identidad. Se expone continua e infinitamente hacia lo desconocido, hacia lo inestable y lo irreductible de la pluralidad que le es propia a la vida. Es, entonces, un ejercicio análogo a aquello que Maurice Blanchot nombró la comunidad inconfesable: un colectivo que se constituye y reelabora no por la homogeneidad de sus miembros, sino por la vulnerabilidad compartida que les convoca a habitar juntos la incertidumbre, la divergencia y el devenir. En el contexto que vivimos —esa trama fluctuante de aspiraciones, fracturas y anhelos que también nos habitan—, la Universidad se debate entre dos pulsiones: el resentimiento descrito por Nietzsche, que demanda castigos y purgas desde el encono del deber heterónomo mirando hacia el pasado, y la gratitud activa, que nos invita a transformarnos autónomamente desde el juego que articula la memoria y la promesa como fuente de alegría ante aquello innombrable que siempre está por venir.

 

En la Genealogía de la moral, Nietzsche advirtió sobre el peligro de reducir la ética a un mero cálculo de culpas y venganzas. Cuando una comunidad se enfrasca en señalar al diferente, al extranjero o al “culpable”, corre el riesgo de encarnar el espíritu de resentimiento: una fuerza reactiva que renuncia a la creación. ¿No es esto lo que ocurre cuando funcionarios, profesores y estudiantes, ante la caída de cualquiera, convertimos el verdadero escándalo en simple espectáculo u oportunismo, olvidando que la universidad es, ante todo, un legado que nos emplaza a reinventarnos? La incesante compulsión de purgas y paros es también un síntoma de la impotencia que sufre la imaginación. En lugar de ello, parece oportuno convocar a formas menos policíacas de organización. Quizá podamos encarar el destino —incluso el más adverso y complicado— como materia prima para la transformación. Amor fati, le llamaba Nietzsche a esta posibilidad.

¿Qué es un maestro? Jacques Rancière nos recuerda en El maestro ignorante que la verdadera emancipación intelectual nace no en el momento en que, altaneros, nos mareamos desde la irrisoria altura de nuestra cátedra, sino cuando se subvierte la lógica jerárquica de los saberes. Es decir: al mostrarnos dispuestos a aprender de los otros, aunque ellos sean nuestros pares o incluso los aprendices que confían en la posibilidad de nutrirse de nosotros. En una universidad atomizada en feudos, donde el diálogo interdisciplinar es rareza y el poder se ejerce, a pesar de ella misma, desde estructuras verticales, la solución no radica simplemente en sustituir a unos actores por otros, sino en algo más crítico y profundo: reimaginar las reglas del juego. Rancière nos invita a considerar la redistribución de lo sensible, un reordenamiento radical de los roles y las voces que permite que el estudiante marginado, el profesor precarizado y hasta el crítico más incómodo tengan un lugar en el tejido común. La innovación no es mera retórica, sino un gesto político en acción. Es urgente crear espacios donde el disenso no sea sinónimo de traición, sino una fuente inagotable de estímulo y vitalidad.

En La escritura del desastre, Blanchot se refiere a la escritura como acto de resistencia ante lo intolerable. Trasladado al asunto de la universidad, esto significa entender la educación no como acumulación de títulos, certificaciones y condecoraciones, sino como una práctica de hospitalidad hacia lo desconocido. Si hoy —como tantas otras veces— las instituciones parecen encogerse ante el avance del extractivismo, la necropolítica y otras violencias estructurales y sistémicas, no es por falta de discursos y saberes, sino por la ausencia de esa atención radical a lo otro que Blanchot asociaba con la literatura. Es preciso preguntarnos por las potencias insospechadas de una escucha radical. ¿Es horror lo que nos paraliza? ¿O es simple ensimismamiento e individualismo lo que nos impide hacerlo? ¿Cómo exigir que comprendamos los desplazamientos forzados y el despojo territorial que tiene lugar en nuestro entorno si carecemos de la disposición para leer las grietas que se abren en el suelo y el clamor de los cuerpos indóciles que yacen bajo nuestros pies? La gratitud —entendida como reconocimiento de que somos eslabones de una larga cadena temporal— exige que honremos el pasado sin hacer de él un fetiche, pero también que convirtamos el presente en un ensayo constante de futuros posibles. No basta con asirnos de los privilegios frágiles que gozamos desde la impagable deuda del trabajo ajeno. Aunque la pequeña burguesía no podrá ni querrá entenderlo fácilmente.

Es urgente que la prudencia haga alianzas inéditas con la pasión. Ser prudente no significa ser tibio, sino actuar con la lucidez de quien sabe que toda institución es un organismo frágil que se sostiene por consensos precarios y finitos. La Universidad, con sus cerca de treinta mil estudiantes y sus contradicciones, afortunadas y desafortunadas, no necesita inquisidores morales ni héroes ni división sin diálogo, sino el cuidado de vigilantes nocturnos que fragüen y forjen el terreno para la creación de lo común. Esto implica, siguiendo a Rancière, desmontar las estructuras feudales que secuestran la disposición al diálogo. Pero también, en clave nietzscheana, sustituir la lógica del castigo y del resentimiento carente de creatividad por el compromiso apasionado que se imagina alegremente el reto de otro horizonte: uno siempre inaudito.

“En tiempos donde nadie escucha a nadie” —como dice Fito Páez— “en tiempos donde todos contra todos” —como estos—  todo queda reducido a un binarismo que pinta el mundo en dos tonos: el blanco y el negro. Renunciamos así a toda una escala de grises y a los incontables e infinitos matices de la vida que siempre rebasan los esquemas. Conviene recordar la idea de Blanchot según la cual la comunidad no se afirma, no se confiesa, no se declara ni se dice definitivamente sino que se expone mutuamente a la alteridad. La universidad que requerimos no nacerá de la falsa purificación ni de los golpes del resentimiento. Será, en todo caso, preciso el coraje simultáneamente crítico y creativo para habitar juntos la incomodidad de lo inconcluso. Que este tiempo de crisis no sea un epílogo ni un performance del desamparo, sino el preludio de una reinvención colectiva. Después de todo, como sabía Nietzsche, la madurez radica en recobrar la seriedad que el juego tenía cuando fuimos niños.

Jugar —entonces— significa atrevernos a recrear nuestro destino.

Paisajes en ruina: El Eternauta como constelación crítica

La reciente adaptación cinematográfica de la serie “El Eternauta”, producida por Netflix y bajo la dirección de Bruno Stagnaro, revitaliza uno de los relatos más emblemáticos de la ciencia ficción argentina, escrita en su versión original en formato historieta (cómic) por Héctor G. Oesterheld entre 1957 y 1959.

 

Partiendo de este contexto, me gustaría empezar señalando el uso del género de ciencia ficción, ya que no fue una elección inocente por parte de Oesterheld. Muy por el contrario, este género le permitió sortear los límites de la censura de su tiempo, operando como vehículo metafórico para una crítica política velada, pero profundamente contundente. En contextos de represión o vigilancia ideológica, como los que atravesó Argentina en diferentes momentos de su historia política y social, la ciencia ficción ofrecía un espacio narrativo alternativo donde denunciar la alienación, el autoritarismo y las formas de control sistémico sin recurrir directamente a consignas explícitas. Es decir, en lugar de nombrar a dictadores, militares, empresarios o partidos, Oesterheld los codificó como invasores invisibles, jerarquías represivas y amenazas externas, logrando así crear un relato de resistencia bajo la apariencia de una fábula futurista.

En esta nueva versión no solo se reinterpreta el contenido original, sino que se amplifica su lectura política, integrando referencias directas al contexto histórico de las dictaduras militares, la guerra de Malvinas, y espacios de represión como Campo de Mayo o el estadio Monumental de Buenos Aires. Estas referencias no son fortuitas: funcionan como recordatorios de un pasado no cerrado y como signos de advertencia ante un presente donde aún persisten las huellas del autoritarismo.

Uno de los ejes fundamentales del análisis es el poder invisible: la alienación y la violencia estructural. En un momento determinado de la historia ocurre el primer punto de quiebre con la aparición de una misteriosa “nevada mortal” que cubre Buenos Aires. Esta se puede leer como símbolo de una violencia difusa pero omnipresente, típicas de las lógicas del capital y de los regímenes conservadores y autoritarios. Desde una perspectiva crítica, puede entenderse como una forma de alienación generalizada donde las personas pierden toda agencia sobre su tiempo, cuerpo e historia. Es decir, en el capitalismo el trabajo no pertenece al trabajador, sino a las lógicas del capital, y en dicha lógica, la desposesión se radicaliza en contextos represivos, donde incluso la vida misma es incautada. En este sentido, el rol que asumen las criaturas invasoras —los “Ellos” y sus monstruos— representan la maquinaria sistémica reaccionaria, en su ejecución jerárquica, como  aparato militar y autoritario que arrasa con toda forma de resistencia.

El segundo punto central es la organización colectiva como motor de resistencia. Aunque la historia tiene como eje narrativo a Juan Salvo (Ricardo Darín), él no actúa solo: resiste junto a su familia, amigos cercanos y vecinos. Este es uno de los mensajes más poderosos de la historia ficcional que teje con el pensamiento crítico: la emancipación no es individual, sino colectiva. La historia impugna la figura del “superhombre, héroe individualista” y propone en su lugar un sujeto colectivo en formación, que se [des]construye en el conflicto ante un orden alienante. Como decía el propio Oesterheld: “El verdadero héroe de El Eternauta es el héroe colectivo, el grupo humano solidario. No el individuo”.

Un tercer eje esencial es el abordaje de la memoria, la dictadura y la represión. La serie incluye referencias explícitas —aunque sutilmente tratadas— a la última dictadura militar Argentina (1976–1983), período en el que desaparecieron más de 30.000 personas. Campo de Mayo, base militar clave ubicada en San Miguel, provincia de Buenos Aires, fue utilizado como centro clandestino de detención y tortura. A la vez, fue base de operaciones y hospital militar durante la guerra de Malvinas (1982), conflicto que la Junta usó como cortina de humo para ocultar la crisis económica y el terror represivo. Es decir, mientras en los exteriores de Campo de Mayo se entrenaba a los jóvenes para una guerra desproporcionada, en la clandestinidad del mismo espacio se torturaba y ejecutaba a civiles detenidos. Esto quiere decir, que la inclusión de estos episodios en la historia ficcional no es decorativa, sino estructural: ya que denuncia cómo los discursos reaccionarios de “patria y libertad” funcionan como máscaras dogmáticas para legitimar el control de las masas. 

Otro sitio simbólico que aparece en la serie es el Estadio Monumental de Buenos Aires, utilizado como sede principal del Mundial de Fútbol de 1978 durante la dictadura. Apenas a unas cuadras de allí funcionaba la ESMA, otro de los centros clandestinos feroces de detención y tortura. El espectáculo deportivo se convirtió así en una forma de propaganda, donde el fútbol y la alienación masiva convivían con el silenciamiento del horror. La serie resignifica este espacio, mostrando cómo la cultura popular también puede ser instrumentalizada como distracción política. Dado que la maquinaria espectacular no solo organiza la emoción colectiva, sino que distribuye cuerpos, tiempos y afectos según una racionalidad que excede el fútbol. En esta economía de la atención, la pasión está regulada como fuerza productiva, una forma de plusvalía afectiva. Ya lo advertían Marx y Freud, desde campos distintos: este tipo de deseos, lejos de ser libre, están modelados por estructuras —de clase o de pulsión— que exceden la conciencia del sujeto. Lo ocurrido durante ese Mundial fue, precisamente, el despliegue de esa economía de la atención, alcanzando su forma más visible: produciendo identificación, catarsis y obediencia. Todo lo necesario para el manejo del control de las masas. En ese sentido, el rol de Juan Salvo aparece como interrupción. Como una figura a contraluz que descompone la gramática del espectáculo. Podría decirse, siguiendo a Brecht, que su irrupción produce un efecto de distanciamiento: no busca la identificación ni el consuelo, sino el corte, la fisura, el despertar. Este mismo tipo de interrupción es lo que Walter Benjamin entiende como una imagen dialéctica: una ruptura en el continuum histórico que permite ver el pasado bajo una nueva luz. Para Benjamin, los momentos de crisis, como el que representa la figura de Juan Salvo, son esos destellos de luz crítica que interrumpen la oscuridad, revelando —aunque sea por un instante— las estructuras ocultas de la realidad. Salvo, entonces, se convierte en una especie de relámpago en medio del tiempo vacío, una chispa que ilumina la opresión que se esconde detrás del espectáculo. Y aunque al estadio de fútbol —en muchas ocasiones— se le puede interpretar como un dispositivo de control y hegemonía —como bien podría advertirnos Gramsci—, la aparición de Salvo activa otro régimen del sentido: uno que no se ordena por la lógica del mercado ni por el relato del espectáculo patriótico, sino por una política de los restos, de lo interrumpido, de lo que insiste.

De tal modo, El Eternauta opera como una advertencia activa. Juan Salvo, quien pone en figura a dicha noción, vive condenado a repetir su viaje a través del tiempo, intentando prevenir la catástrofe. Convirtiéndose así en la representación de la memoria histórica activa, en lucha constante contra el olvido. Esta dialéctica entre pasado y presente es fundamental para una conciencia crítica transformadora. Como dice el célebre refrán popular atribuido a múltiples pensadores: “Quien no conoce la historia de su pueblo está condenado a repetirla”. O, como escribió Karl Marx en su Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, “la historia ocurre dos veces: la primera como tragedia, la segunda como farsa”. En este sentido, la serie no busca solo representar un mundo distópico, sino advertirnos que los mecanismos del horror y la represión fascista pueden reactivarse en contextos “democráticos” si se normaliza el olvido o se banaliza el pasado. En ese punto propongo pensar su figura en una imagen aún más poderosa: la figura de Juan Salvo como una luciérnaga. Esa pequeña luz que insiste en brillar, incluso cuando la noche del autoritarismo lo ha cubierto todo. Como lo propone el filosofo e historiador de arte francés, Georges Didi-Huberman en su obra La supervivencia de las luciérnagas (2012), incluso en los contextos más oscuros —cuando las grandes luces del pensamiento crítico han sido apagadas por el espectáculo, la propaganda o la represión—, sobreviven destellos. No espectaculares ni masivos, sino intermitentes, minoritarios, errantes. Pero es precisamente esa fragilidad orgánica y luminosa la que mantiene viva la posibilidad de desear, de imaginar, de recomenzar. Juan Salvo no es un héroe con superpoderes, sino una chispa en la penumbra. Una luciérnaga que se rehúsa a extinguirse, y que en su titilar evoca otros fuegos apagados, pero no vencidos. El Eternauta puede leerse como un dispositivo de supervivencia crítica, una forma de iluminar zonas silenciadas de una historia reciente. Así mismo, resuena también con fuerza lo que este mismo autor plantea en sus recientes publicaciones: Desear – desobedecer (2021) e Imaginar – recomenzar (2022): que todo deseo verdadero es, en el fondo, una forma de desobediencia. Desear otra historia, otra política, otra memoria, implica resistir al orden establecido, en el cual toda imaginación política radical es un gesto de reinicio, una negativa a aceptar que la historia esté clausurada. Oesterheld y su Eternauta hacen precisamente eso: desear cuando todo invita a la resignación, desobedecer cuando la norma impone silencio, imaginar cuando se ha querido cancelar toda posibilidad de futuro. Y eso es lo que mantiene viva a la luciérnaga.

Por último, no puede pasarse por alto que Oesterheld fue uno de los desaparecidos de la dictadura (1976 – 1983). Y, si bien El Eternauta fue escrita años atrás, para él fue como un acto de militancia, una forma de crítica cultural en pleno contexto de la época: golpes de Estado, regímenes conservadores y autoritarios de gestiones de corte capitalista liberal, anticipando lo que más tarde sería denominado como neoliberalismo, como los de Aramburu, el segundo y tercer gobierno de Perón o el de Videla como la gota de fascismo que rebalsó el vaso, estos tan solo para mencionar apenas los más significativos. En la actualidad, su obra resuena con una vigencia inquietante. Porque El Eternauta no es solo un cómic ni una adaptación cinematográfica: es un espejo invertido de la historia Argentina como de tantos otros países con una historia de vivencias similares. “La nevada” que cae sobre Buenos Aires no es otra cosa que el frío sistemático del terror fascista, del olvido institucionalizado y de la alienación moderna. Los personajes caminan por calles devastadas no solo por la invasión, sino por los ecos de un poder que siempre encuentra nuevas formas de disfrazarse. Juan Salvo no es solo un viajero del tiempo: es el testigo. El sobreviviente. El militante de la memoria que se rehúsa a callar. Como él, caminamos entre ruinas que fingen normalidad. Y es en esa tensión donde El Eternauta nos sacude: nos recuerda que la historia no ha terminado, que el peligro no viene solo del espacio exterior, y que la verdadera lucha —como la verdadera esperanza— siempre es colectiva.