13/10/2025 | Por: Andrés Gordillo López. Coordinador de las áreas de estudios de la historicidad y de teoría crítica en 17, Instituto de Estudios Críticos. Ciudad de México.
Crisis epocal
Uno de los índices históricos reconocibles de una transformación en la estructura de las formas de sociabilidad en la actualidad es el agotamiento del proyecto de la Ilustración, si por éste comprendemos la articulación entre los modos de producción de una forma de vida dirigida hacia su la mejora de sus condiciones, el progreso de la humanidad, el desarrollo capitalista, la libertad del sujeto y el proyecto de la filosofía de la historia como resolución de los tiempos bajo el signo de una civilización librada de sus malestares. El desfondamiento de las ficciones que sostuvieron y movilizaron durante trescientos años la mundialización de los elementos mencionados, lleva consigo al menos tres expresiones discursivas reconocibles en la sociabilidad. La primera de ellas es la posición reformista que insiste en la restitución, el mejoramiento y restauración de los valores y modalidades ilustradas. La segunda es la radicalización destructiva de los restos ilustrados a favor de la aceleración de una transformación consecuente con las formas de la cultura dominante. La tercera es el nihilismo en su versión inhabilitante, a-dicta, cuyo silenciamiento expresa el malestar de una impotencia. Estas modalidades resaltan las limitaciones de los lenguajes disponibles para apalabrar y nombrar las emergencias de figuras y experiencias entrópicas a las que nos enfrentamos, así como la consumación de una guía de la acción autorizada por un telos. La historia, comprendida como la operación articuladora entre el tiempo vivido y el tiempo del mundo, ha perdido su capacidad de conducir sus esfuerzos hacia la producción de relatos coherentes, en los que la sacrificialidad sostenga un proyecto político. Este abismo evidencia las versiones en que la historia ha reducido la proliferación de posibilidades de existir y llegar a ser a una serie de identificaciones a categorías, afecciones e imágenes que tienden –inútilmente– a la coincidencia del sujeto consigo mismo. En este sentido, la crisis epocal es, a su vez, el colapso civilizatorio actual y la concepción del tiempo en categorías como épocas, siglos, reinos, imperios, dada su filiación ilustrada y, más ampliamente, teológico política. Las funciones, los lugares y las dinámicas del archivo ante esta situación tienen una importancia de primer orden debido a la disposición mnémica y gramática que circunscribe nuestras existencias en esta mutación tecnológica. La descentralización epocal que han mediado los archivos da lugar a preguntarnos por otras mediaciones y sus efectos en los modos en que ciframos la existencia.
Archivo e institución
Uno de los rasgos constitutivos de los archivos es su ineludible relación que los enlaza con las instituciones. Con el lenguaje, en primer lugar. En él los diferentes registros de la sociabilidad, la política, los espacios del saber, las agrupaciones artísticas y las zonas donde suceden las expresiones que no se identifican necesariamente ninguna de las anteriores, distinguidas por la suspensión del principio de equivalencia, promueven selecciones, órdenes y accesos a los registros materiales que resguardan. Las instituciones son efecto de sus procesos de formación, venidos de una doble operación: la selección de aquellas consignas que las formalización y los rechazos u ocultamientos de lo que debe de apartarse para sostenerse. De modo que, al confrontarnos a un archivo, la pregunta acerca de la historia y estructura de la institución que lo resguarda –y viceversa– delimita y promueve un tratamiento que sitúa, delimita e interroga las operaciones que suceden en cada una de estas dinámicas archivísticas. Historizar los archivos, en este sentido, implica ya siempre la reflexión acerca de las correspondencias y fallos entre los soportes materiales en los que se materializa la memoria en cada grupo de existentes, así como los espacios donde se depositan y organizan los cuerpos documentales.
La perdurabilidad de las instituciones ilustradas y de otros tiempos que concentran los archivos en el siglo XXI son, principalmente, los Estados u organizaciones político-religiosas, las universidades, centros e institutos de investigación, agrupaciones dedicadas a la creación y exposición artística, así como las empresas o corporaciones mercantiles. Estas mediaciones están, en diferentes intensidades y maneras, vinculadas entre sí sin por ello perder la especificidades de cada una. Un elemento común que anuda a las cuatro lógicas es el imperativo extractivo que codifica la gramatización (Bernard Stiegler) en nuestra cotidianidad. Reducidos a datos intercambiables según las fluctuaciones y órdenes de la tecnociencia caída en su mera reproducción, servimos al estado de vigilancia (Alberto Moreiras) queramos o no. La sofisticación de la técnica lleva un sometimiento expositivo en el que la verdad, comprendida como llevar a la transparencia y al desvelamiento de un existente, hace de principio social buscando el reconocimiento y evaluación en las estadísticas que la misma extracción produce. El éxito de esta dominación se expande con cada satisfacción de haber sido Uno, o bien, de hallar la exhibición total de una experiencia. Ante este forzamiento a lo Mismo, a las relaciones inquisitoriales y extractivas con el archivo, ¿cuáles son los excedentes a los que podemos apelar y elaborar?
A-topías del archivo
Que el estado de vigilancia sea el régimen de experiencia generalizado y particularizado del siglo XXI no implica, necesariamente, que la totalidad a la que tiende esté realizada. El psicoanálisis, la infrapolítica, la crítica y los saberes de la negatividad se han ocupado de señalar ahí donde la diferencia ontológica, esto es, la no-coincidencia constitutiva de la existencia despliega un excedente incalculable, irreductible, del que no puede haber expertos ni reducciones equivalenciales que logren capturar eso que anima las concreciones de la política, el saber y la subjetividad. El archivo, desde esta perspectiva, es un residuo respecto a lo que no cesa de suceder. Estos restos cifrados no son portadores de ningún Sentido, no pueden serlo debido a su naturaleza fracturada, carente de una Totalidad originaria que aseguraría su correcta interpretación. Este carácter anárquico (anarkhé) del archivo es, precisamente, lo que habilita sus diversos tratamientos, sean estos teológicos, científicos, estéticos, críticos, etcétera. Que la extracción tenga ahora y, tal vez, desde tiempos inmemoriales, la fuerza de someter la mundialización a sus designios es efecto de la fractura originaria.
Uno de los rasgos de negatividad de la historiografía es simbolizar las a-topías de la razón instrumental que alientan el encantamiento del Sentido. La simbolización traza las oquedades que reúnen a los saberes atraídos a éstas. Pone en relieve las limitaciones discursivas que aseguran capturar y saturar aquello que buscan y que se les va de las manos, en cada caso. Horada los imperativos del lenguaje reconocibles en las narraciones que las sedimentan llevándolas hacia lo que no dicen. Respecto al archivo en la actualidad, hay una serie de a-topías que vale la pena atender, en caso de no ser abducido por el encantamiento perverso de saber negar la falta. A continuación, enlisto tan solo 4 de esas a-topías que considero imprescindibles en el trabajo de historización del archivo.
– Sostener los efectos de diferencia. Ante un cuerpo documental (des)ordenado, comprender la doble coherencia —la de la institución del archivo y la del material expuesto— a la que nos confrontamos para hacer emerger y sostener la distancia, la no-coincidencia entre sus particularidades y las nuestras, contra toda domesticación presentista.
– Los cuatro órdenes constitutivos del archivo, a saber, el de la institución que los resguarda, la exposición del material, la epistemología del investigador y el del mecanismo de represión que atraviesa y dispone de los tres anteriores, producen una serie de ficciones a modo de supuestos de los que vale la pena estar advertidos. Ubicar el entrelazamiento de estos órdenes hacen de límite a lo que queremos saber y regular, dando espacio a que el archivo objete al investigador.
– Sueños e historicidad. Como el sueño, la historia es la organización narrativa de aquello que olvidamos y recordamos de una experiencia carente de telos. Considerar al archivo como el velo de aquello que queremos hallar es ya un carácter afirmativo de la intransparencia.
– Nuestra memoria es del otro. Al ir a un archivo a investigar respondemos a nuestra experiencia, mediada por la memoria que otro nos donó para apalabrar nuestra existencia. Esto es: lo que archivamos y lo que buscamos en el archivo es ya una inquietud del otro.
Archivo y perversión
En el marco del Coloquio Internacional “Por una gestión crítica de la cultura. La gestión como pro-ducción” celebrado por 17, Instituto de Estudios Críticos en enero de 2023, hubo una mesa integrada por Javier Guerrero, Mario Camarena y Javier León, titulada “Otros usos del archivo”. En la ronda de preguntas y comentarios, Benjamín Mayer Foulkes hizo una sugerencia de lectura de los archivos venida de la enseñanza de Lacan, concentrada en las estructuras subjetivas, a saber, la neurótica, la psicótica y la perversa. En ese momento enfatizó la importancia del archivo perverso como aquel que niega la falta suponiendo que puede mostrarse todo. A continuación, Benjamín preguntó si el archivo digital podría considerarse como perverso y, en caso de serlo, de qué manera podría alterar esta modalidad al trabajo de los saberes de la negatividad. Si bien estas menciones requieren de una elaboración de largo aliento que excede este escrito, no está demás subrayar la singularidad de esta aproximación. Por cierto, bastante afín al estado de vigilancia al que estamos sometidos. Si la estructura perversa se horroriza ante los huecos, sosteniendo la plenitud de su saber vía la predicción, el amaestramiento, la legislación y el ofrecimiento de fantasías de lo Mismo, los usos del internet, en su mayoría, disponen de nuestra experiencia como instrumentos de la Totalidad. Entre otros efectos, la perversión reduce la política a la convicción de soberanía de la conciencia de los individuos que no cesan de identificarse a metarrelatos de cuya transparencia y verosimilitud está asegurada por su filiación a diferentes mitologías. Estas políticas de la identidad suelen administrar sus relatos, así como sus archivos, a partir de lo que debe ser recordado, leído, mencionado, bajo un contrato, sea explícito o no. Estas insistencias en la domiciliación y la revelación de lo que es, mantienen un borramiento de las particularidades no equivalentes que hacen a la existencia. Si hay algo que no es capturable en la perversión de esta crisis epocal es, precisamente, la existencia. Salvaguardarla afirmativamente demanda un trabajo de archivo por vía negativa, esto es, en tensión y consonancia con el jeroglífico que cifra, en cada caso, la iteración de un secreto del que se desprenden la posibilidad de significantes inéditos.
Anarqueologías
La crisis epocal expone la fractura constitutiva de la existencia respecto a la que, de diversas maneras, se han materializado las estructuras y modalidades en que se ficcionaliza la experiencia y se produce el sentido. Una de las tecnologías derivadas del carácter aprincipial de los existentes es la operación anarqueológica. La anarqueología, planteada en Anarcheologies. Reading as Misreading (2020) de Erin Graff-Zivin, hace de la lectura una práctica venida de palpar el secreto que lleva cifrada las escrituras, en cada caso. El secreto no contiene el Sentido. Es la marca de un indecible, de un excedente respecto a lo que la gramática organiza un trabajo de silencio. Su lógica atiende los hoyos que llevan el archivo hacia su apertura no reducida a la pulsión teológica de cohesionar en torno a un origen y un destino, los fenómenos y cosas que figuran y extrañan los mundos que nos disponen. La anarqueología, dada su naturaleza, no es localizable en una sola institución. Esta sucede historizando las estructuras institucionales, es decir, enfatizando la historicidad a la que está sujeta, irremediablemente, las construcciones discursivas que enmarcan la inteligibilidad que nos hace hablar y escribir. El efecto que nos arrojan las anarqueologías en términos institucionales es evidenciar que éstas pueden orientarse y ponerse en marcha sin suscribir su fin último como una coincidencia entre sus proyectos y sus realizaciones. Estas pueden conducirse hacia su fortalecimiento a través de las iteraciones que logre alojar, elaborar y relanzar a la sociabilidad caída al estado de vigilancia. Una archivación anarqueológica implica la suspención de la subsunción del pensamiento y de la existencia a la política, a la ética o a cualquier fantasía de Unidad. Trabajar el archivo anarqueológicamente es la activación de otras escrituras sociales avivadas por el riesgo de aventurarse hacia el deseo. Así planteada, la ganancia secundaria de la crisis epocal es la posición afirmativa del nihilismo que sigue el heraldo de la traza de lo desconocido, de otro comienzo.