Palabras pronunciadas el jueves 31 de agosto de 2023, en el Cine Tonalá, en ocasión de la presentación del libro Eugenio Polgovsky: la poética de lo real / Poetics of the Real (editado por Mara Polgovsky, Ambulante, Ciudad de México, 2020), en compañía de Paulina Suárez, Mara Polgovsky y Sonia Rangel.
Poesía de lo real
La poética de lo real es un libro de una belleza fulgurante. Un volumen muy hermoso, inquietante, movilizador, que me tocó profundamente. Con él redescubrí al Eugenio Polgovsky que conocí y también al que no conocí. Palpé de nuevo ese insondable, tan suyo, que en el libro captan con tanta presteza las páginas de Erica Segre, quien también nos acompaña hoy desde la cercanía de la insalvable distancia.
El libro es una pieza, incluso diría un filme documental, de no ficción, sobre nuestro querido y admirado Eugenio. Tiene la extraña cualidad simultánea de ser y no ser, o de no ser y ser, un filme suyo. Pues en él interviene, de manera decisiva, la mano maestra de Mara Polgovsky, de un modo en buena medida tácito, escuchando. Mara dota de título al volumen por ella ensamblado y escribe un texto de gran profundidad que articula el quehacer de su hermano a través de la pregunta acerca de la política del montaje. Un verdadero koan.
Conocí a Eugenio en 2008. Alguien (quisiera recordar quién) me habló de él y de su filme Trópico de Cáncer. En ese momento me concernía el concepto de los tráficos, que en 17, Instituto de Estudios Críticos intentábamos articular en una etapa en que en México enfrentaba por primera vez la “guerra contra el narco”, y la sección del periódico antes dedicada a la nota roja devenía el diario todo. Eugenio aceptó nuestra invitación y discutimos su película partiendo de la pregunta por el tráfico de animales. Algo de lo que en el libro dice Carlos Reygadas a propósito de la piratería y del “capitalismo degradado” converge con nuestra inquietud de entonces. Nos interesaba la pregunta por el tráfico como la extracción y el trasiego económico a la sombra, una forma de intercambio sin consignación legal ni simbólica — un brutal oxímoron. Ése en el cual hoy habitamos, cotidianamente.
Destacaba en Eugenio su capacidad para escuchar y mirar más allá de lo evidente en lo visible, con una sensibilidad y una cercanía críticas. Desde ese momento, aunque a fuego lento, nuestro diálogo no cesó. Las búsquedas de Eugenio y las nuestras parecieron hermanarse. Ahora percibo en él muchas cosas que me parecen revelar algo de lo nuestro. Por la fluidez que implicaba en el diálogo entre las ideas, las sensibilidades y las faenas, no dudo de caracterizar el canal que se estableció entre nosotros como uno de los andamios de 17, Instituto de Estudios Críticos. Seis años después, en 2014, durante el encuentro Dieciséis sendas hacia la posuniversidad, proyectamos Mitote y la discutimos con él, aquí mismo en el Cine Tonalá.
Pero el momento más intenso de nuestros intercambios se produjo en 2017, en torno a la proyección de Resurrección como parte del coloquio Me extingo, luego pienso. Nuestras inquietudes ambientales resonaron ampliamente. Aunque Eugenio estuvo ausente, pues ya estaba en Inglaterra, la presencia entre nosotros de algunos habitantes de las inmediaciones del río Santiago dotaron a esa exhibición de su filme de un carácter difícil de olvidar. Fue ése un coloquio desbordante que familiarizó a muchos con el escenario cataclísmico del ecocidio en curso, al que hoy fingimos habernos acostumbrado. Con Eugenio intercambiamos un número de mensajes relativos a una posible colaboración de cara al horizonte ambiental, que muy posiblemente se hubiera activado a su regreso a México. Sin embargo, nunca llegó.
Por eso nuestro siguiente coloquio, Silabario de un futuro irreversible, en enero de 2018, le fue dedicado. Mara amablemente aceptó intervenir en una suerte de epígrafe a ese encuentro, en que nos propusimos homenajearlo. Hace unos días revisité sus lúcidas palabras, al tiempo que me preguntaba por su posición como editora de La poética de lo real. Me percaté que, desde ese entonces, ella se refirió al trabajo de nuestro cineasta en términos de lo que después aparecería en el libro, bajo una forma ligeramente distinta. Pues en ese momento ella hablaba de la “poesía de lo real”, más que de poética de lo real. Desde luego, “poética” engloba “poesía”. Además, la poética de lo real delinea todo un territorio dedicado a la interrogación de la producción estética en el campo de lo real.
El sintagma, elocuente, no es menos atractivo que complejo. ¿Bajo qué condiciones puede lo real tener un flanco poético? ¿Lo poético puede ser real? Psicoanalista que soy, no puedo dejar de escuchar asimismo el eco de eso que se llama el registro Real, con mayúscula, que en Lacan refiere, por ejemplo, a aquello que “no cesa de no escribirse” – algo que sin duda está en juego en la poética de lo real que nos ocupa en la obra de Eugenio, y que a ella no se le escapa. Pero, más clásicamente, en la medida en que lo real se distingue de lo ideal, y, por otro lado, que lo poético no puede dejar de consistir en hacer referencias meta discursivas, entonces la poética de lo real no puede ser sino una paradoja.
Que lo sea implica que no hay coextensividad posible entre lo real y su poética. Porque, de haberla, lo real devendría ideal, que por definición no es. De ahí se desprende que la relación entre poética y realidad sólo pueda ser al menos parcialmente contradictoria, tensa, tenue. La relación entre realidad y poética será siempre irreductiblemente compleja, llena de pliegues: no podría jamás ser o hacer una consigo misma. De donde se desprende que nunca estará del todo dada, ni podrá ser del todo enunciada, sino que sólo podrá ser nuevamente atisbada, escuchada, leída… Lo que permite dar cuenta de la generación y la generatividad de la labor de Eugenio Polgovsky. La poética de lo real no solo es un magnífico título para este libro, para esta obra sobre la obras y el obrar de Eugenio, sino que plantea puntualmente un abordaje serio de lo que la anima y que pone a su vez en juego.
Pero el libro fue editado por Mara – un hecho que plantea la pregunta por su propio lugar en todo esto, que antes describí como tácito (como sucede asimismo en su mediación como codirectora de la más reciente pieza Malintzin 17, que tuve el placer de ver ayer, tras otro extraordinario corto de Eugenio, El laberinto de luz, de 2016). Lo que quiero sugerir es que la posición de Mara con respecto al trabajo de Eugenio es de la misma naturaleza que la posición que guarda Eugenio respecto a lo real, y a su poética. De tal suerte que detenernos ante el modo de proceder de Mara nos permite aproximarnos y comprender algo más acerca de esa máquina generativa que fue la autoría de Eugenio.
Esto me importa particularmente por la consabida afinidad entre el método de Eugenio y los que me, y nos, han ocupado en 17, Instituto de Estudios Críticos en, y antes, de ese 2008, en que nos conocimos con Eugenio. ¿Bajo qué condiciones es posible un cine que escucha? ¿Bajo qué condiciones es posible un cine que da a leer? En el libro Hubert Sauper lo dice hermosamente:
Mientras miramos el río en la oscuridad, hemos ya empezado esta nueva película. Realmente, lo único que hicimos fue escuchar nuestras voces, reír y permanecer en silencio bajo la luna.
¿Bajo qué condiciones es concebible una institución, un acto instituyente cualquiera, que escuche y dé a leer, antes que hablar y enunciar? ¿Qué implica para el pensamiento y la creación saber de antemano que lo articulado y lo articulable no pueden revelarse más que bajo la forma de la contradicción?
Me parece claro que de ello nos hace todavía mucha, mucha falta. Porque de ello somos siempre sólo aprendices. Termino, entonces, sin más, dándoles a escuchar algo de lo que nos compartió Mara en ese dolorosísimo y bellísimo epígrafe, en enero del 2018, como una forma de vislumbrar algo de la fina costura que sostiene a este libro, a este filme, a esta obra, a estas vidas, y a todo aquello que nos tiene, de momento, sobrecogedoramente aquí:
La partida de Eugenio ha volcado su futuro hacia atrás, enraizando cualquier tipo de porvenir en lo vivido, en lo pasado. De las ruinas ha surgido también, con renovado vigor, la fuerza de su mirada, la singularidad de su quehacer artístico y una forma del compromiso político mediado por lo que he de llamar la poesía de lo real, es decir, mediado por los desfases simbólicos y fugas de afecto que surgen de la yuxtaposición de imágenes. De ahí su interés simultáneo, por lo menos durante los últimos años de su vida, en el montaje y en el haikú, como dos formas de una creación contemplativa y un acercamiento a lo real que es capaz de abarcar, sostener y poetizar el vacío. (…) ¿Dónde acaba una historia y qué la comprende? ¿Cómo se organiza el archivo de un ser? ¿Qué categorías son adecuadas para su clasificación? ¿Cómo circular ese archivo? ¿A qué paso, en qué tiempo? ¿Conviene recuperar los restos de una vida cuando anuncian las aves, anuncian los cuervos y zopilotes, anuncia la “Resurrección” (2016) de Eugenio que el mundo ha llegado a un punto de inflexión?
(…) Sobre el cuerpo de mi hermano se delinea el mapa de un mundo agotado. Cada arruga prematura es el oxígeno que le faltó, los árboles robados. Su piel se secó como los ríos, como los bosques deforestados y los desiertos prematuros. ¿Qué rituales funerarios hemos de ofrecer a este ser-mundo que se nos va? ¿Bastarán los bancos de ADN, los museos de fósiles? ¿Bastarán los homenajes y los monumentos? Una propuesta de tal naturaleza seguiría estrictamente la lógica de la acumulación, pero se trata de otra cosa. Si empezáramos por el escenario conocido de lo que él hizo, Eugenio, habría también que aprender a contener el vacío, encontrar, en la contemplación de lo frágil y pasajero, de la moralidad bifurcada de casi todas las cosas, un poco de calma. (…) Hemos de entender la potencia de la incompletud, la imperfección, el cruce de las fronteras. Y hacer de esto un montaje, una nueva narrativa.