Éxtasis sin causa. Acerca de «La Chimera» de Alice Rohrwacher (2023)

 

«Ése vuelve a ser uno de los encantos de las pinturas etruscas: que muestran un verdadero contacto; la gente y los animales están realmente en contacto»
D.H. Lawrence[1]

Entre los residuos que documentan la existencia de los hablentes hay unos cuantos que cifran «el misterio etrusco».[2] Uno de ellos es el largometraje La Chimera (2023) de Alice Rohrwacher.[3] Esta inicia, como toda película, con un fondo oscuro. Vale la pena recordar el apunte que hizo Evgen Bavčar al respecto: «Desde hace más de un siglo al ir al cine olvidamos el hecho de que por un breve instante sufrimos la experiencia de la ceguera. Aquella ceguera del cine es efímera, tiene un principio y un fin, y no nos domina ad vitam eternam, así que no presupone la privación de la libertad de la luz circundante. Sin embargo, representa un breve retorno a las tinieblas originales, mejor dicho, hace alusión a lo más oscuro e infinitamente más profundo».[4] Es, precisamente, a esa dimensión profunda, al tiempo cósmico, al que abisma una y otra vez éste filme. Lo hace a través de lo que Gerardo Muñoz ha denominado como la vía etrusca,[5] es decir, de la retirada de la suturación metafísica cifrada históricamente en la subsunción al cálculo hacia las estelas de un silencio ligado a Ctonia, región subterránea, inframundo al que se dirige y de donde proviene la existencia. Esta vía es, esencialmente, una experiencia[6] errática, pues no es programable. Irrumpe, como quien tropieza con la raíz de un árbol al caminar, desestabilizando el andar. Su signo es el de la negatividad: va hacia lo que no dice.

La mirada invisible

La mirada invisible fue la primera exposición colectiva internacional de fotógrafos ciegos. Reúne el trabajo de quince invidentes de Escocia, Eslovenia, Estados Unidos, Francia y México. Fue curada por Douglas McCulloh e inaugurada como Sight Unseen en el California Museum of Photography en mayo de 2009. No por casualidad, su itinerario internacional inició en México, pues hizo eco de las exposiciones, eventos y publicaciones concretadas en el país a finales de la década de los noventa. El inicio de su gira nacional coincidió con la entrega del doctorado Honoris Causa por 17, Instituto de Estudios Críticos a Evgen Bavčar, y su montaje fue dedicado a la memoria de Gerardo Nigenda, fallecido apenas un mes antes de su inauguración.

Sueños cromáticos

A la obra fotográfica de Evgen Bavčar en blanco y negro que puede ser conocida en línea —por ejemplo en Zone Zero, la primera galería digital en difundir su trabajo ampliamente— sumamos en seguida la primera colección de imágenes en color circuladas por el fotógrafo. Se trata de series concernidas con Louis Braille, Eslovenia, la infancia y la persona de su autor, así como diversos motivos relacionados con la vista y la ceguera. Fueron publicadas originalmente en El fotógrafo ciego. Evgen Bavčar en México (volumen coeditado por Editorial Diecisiete con el Fondo Nacional Para la Cultura y las Artes, México, 2014, que puede ser obtenido aquí).

Un dios ciego que crea soles

Uno de los más conocidos investigadores contemporáneos de la fotografía se detiene en Bavčar y da cuenta de su propuesta: “Victor Hugo, al escribir sobre la sordera de Beethoven, exclamó: ‘¡Parece que viéramos a un dios ciego crear soles!’ Podríamos transportar esta idea a la obra de Evgen Bavčar. Lo más admirable no es que logre hacer fotografías a la manera de los videntes, sino que nos enseña lo que puede ser la fotografía de un ciego. El desafío principal no reside en haber vencido la dificultad —por grande que esta sea—, el mérito está en revelarnos un universo visual nacido de la noche. En la obra de un fotógrafo ciego se suscita una correspondencia. Por un lado, está Evgen Bavčar que hace mucho tiempo no tiene acceso a nuestro entorno de luz y de formas; por el otro estamos nosotros que, frente a sus obras, al fin podemos conocer un universo desconocido y, sin embargo, presente”. 

México, diez años después

«Se necesitaron siglos antes de que los ciegos tuvieran derecho a la escritura, luego fue necesario que pasaran dos siglos más entre este momento y el reconocimiento del derecho a la imagen. Me pareció necesario reconocer que estaba ante un gesto que debía considerarse pionero de un cambio considerable: una institución reconocida se atrevía a rebasar las ideas preestablecidas e introducía en la reflexión crítica a todos aquellos que permanecieron durante siglos fuera de los registros universitarios. Para comprender los alcances de este acto hay que pensar en la larga historia que transcurre entre el primer sabio griego que reflexiona en torno al ciego hasta nuestros días. En este mundo dirigido, dominado por la imagen, no es confortable, ni justo, quedar condenado al analfabetismo de la imagen”.