Estamos muy de acuerdo en la concepción de la literatura como excritura, en la medida en que ésta pone juego la lógica negativa del registro de los residuos, incluyendo ese residuo por excelencia que es el Real, tan vital para encarar las ilusiones de la filosofía, como de cualquier otro campo. Fue, de hecho, la razón por la cual desde el inicio de 17 consideramos a la literatura como la primera de nuestras áreas, y en algún sentido como el área por excelencia. Pero esto hace de la literatura algo otro que un Otro, pues la sitúa de alguna manera en el lugar de una suerte de paradigma y matriz.
La importancia de la teoría crítica y del psicoanálisis, aquello que posibilita aquí su diálogo y recíproca interpelación, es el modo en que ambos permanecen marcados por la negatividad. Se trata de saberes negativos, saberes negativos de la propia negatividad (lo que me recuerda la intervención de Daniel Koren en nuestro coloquio más reciente, a propósito de la concepción del psicoanálisis por Néstor Braunstein). Pero ello implica que en 17 la literatura no podría ser ubicada como un Otro de la teoría crítica y del psicoanálisis, sino más bien como una iteración suya, precisamente en el sentido de Derrida al que refieres. En la medida en que la literatura fungió en nuestros inicios como el área por excelencia, podríamos decir que, desde el punto de vista de su estructuración en torno y a partir de la negatividad, el conjunto de nuestras áreas aloja una serie de continuas iteraciones de la negatividad. De tal suerte que lo que se produciría a partir de su cultivo en conjunto sería una especie de estructura hojaldrada de saberes negativos, referidos a ámbitos y circuitos muy diversos.
Refiero como ejemplos al trabajo que hemos desarrollado con Beatriz Miranda Galarza en relación con la “cuarta vía para la ‘discapacidad’”, la historiografía negativa propuesta por Andrés Gordillo en el área dedicada a los Estudios de la historicidad, así como tu propio trabajo en el área de la Gestión crítica de la cultura, en particular tu despliegue de la noción de pro-ducción, además de varios de tus desarrollos en la propia área literaria, como la que se asocia con la «poscrítica».
Por eso no diría que ubicamos la literatura como el Otro de la teoría crítica y el psicoanálisis. Pues hacerlo implicaría concebir a la teoría crítica como filosofía y al psicoanálisis como psicología, lo cual sería un contrasentido. En nuestro archipiélago, en cambio, la producción de dicho hojaldre negativo supone la producción de un entorno con infinidad de posibilidades, en que las áreas interactúan unas con otras de un modo no jerárquico (incluidas la propia teoría crítica y el psicoanálisis), lo que produce un tejido, una textura, una concatenación de inscripciones, un espacio de escritura singular en que la relación que prima entre ellas está gobernada por la repetición, a la vez que por la incesante producción de un residuo característico asociado con la particularidad de cada una en relación con las demás.
De lo anterior se desprende que ninguna de nuestras áreas podría considerarse Otra respecto a las demás (o, lo que es lo mismo, todas lo serían por igual). El conjunto no finito ni infinito de ellas guardaría una relación de simultánea mismidad y alteridad respecto a las demás, lo cual no hace sino multiplicar y potenciar sus efectos de articulación y transversalización, así como la continua auto interpelación del conjunto -siempre imposible- de las mismas.
Todo lo cual se deja condensar hermosamente en el significante mismo de la literatura según un descubrimiento que pude hacer en el curso de esta reflexión en respuesta a la tuya –por lo que te agradezco doblemente– ahí donde es posible escribir (l)iteratura, o incluso, sin más, iteratura…